Se acabó el chicle
Mike Davis *
Opinión
Periódico La Jornada
¿Quién podría haber vislumbrado a Ocupa Wall Street y su proliferación como de flores silvestres en ciudades grandes y pequeñas?
John Carpenter lo hizo. Hace casi un cuarto de siglo (1988), el maestro del terror de medianoche (Halloween, The Thing) escribió y dirigió They Live (Están vivos), que representaba la era de Ronald Reagan como una catastrófica invasión de alienígenas. En una de las brillantes primeras escenas del filme, una gigantesca ciudad de chozas del tercer mundo aparece al otro lado de la autopista de Hollywood en el siniestro cristal reflejante de los edificios corporativos de Bunker Hill.
They Live sigue siendo el tour de force subversivo de Carpenter. Pocos de quienes lo han visto podrían olvidar su retrato de banqueros multimillonarios y perversos mediócratas y su remoto imperio zombi sobre una clase trabajadora estadunidense que vive en tiendas de campaña en la ladera cubierta de basura de una colina, implorando por empleos. Desde esta negativa igualdad de desesperación y carencia de hogar, y gracias a los mágicos anteojos oscuros hallados por el enigmático Nada (interpretado por Rowdy Roddy Piper), el proletariado logra al fin la unidad interracial, mira a través de los engaños subliminales del capitalismo y enfurece. Enfurece mucho.
Sí, lo sé, me estoy adelantando. El movimiento Ocupa el Mundo aún busca sus anteojos mágicos (programa, demandas, estrategia y demás) y su indignación se mantiene al fuego lento de Gandhi. Pero, como previó Carpenter, si se echa de sus hogares y/o sus carreras a un número suficiente de estadunidenses (o por lo menos se atormenta con la posibilidad a decenas de millones), algo nuevo y colosal se pondrá poco a poco en camino hacia Goldman Sachs. Y, a diferencia del Tea Party, hasta ahora no tiene hilos de títere.
En 1965, cuando tenía yo apenas 18 años y formaba parte del equipo nacional de Estudiantes por una Sociedad Democrática, planeé una sentada en el Chase Manhattan Bank por el papel central que desempeñó en financiar a Sudáfrica después de la masacre de manifestantes pacíficos, con lo cual se hizo “socio del apartheid”. Fue la primera protesta en Wall Street en una generación, y 41 personas fueron desalojadas por la policía neoyorquina.
Uno de los hechos más importantes del levantamiento actual es sencillamente que ha reocupado las calles y creado una identificación existencial con las personas sin hogar. (Aunque, con franqueza, los de mi generación, adiestrados en el movimiento por los derechos civiles, habríamos pensado primero en hacer una sentada dentro de los edificios y esperar que la policía nos sacara a rastras y macanazos; hoy los gendarmes prefieren el gas pimienta y las “técnicas de cumplimiento con dolor”.) Tomar los rascacielos es una idea estupenda, pero para una etapa posterior de esta lucha. El genio de Ocupa Wall Street, por ahora, es que ha liberado temporalmente algunos de los inmuebles más caros del mundo y convertido una plaza privatizada en un espacio público magnético y catalizador de la protesta.
Nuestra sentada de hace 46 años fue una incursión guerrillera; lo de hoy es el sitio de Wall Street por los liliputienses. También es el triunfo del principio supuestamente arcaico de la organización cara a cara, mediante el diálogo. Los medios sociales son importantes sin duda, pero no omnipotentes. La auto organización de los activistas –la cristalización de la voluntad política a partir de la libre discusión– aún florece mejor en foros urbanos reales. Dicho de otra manera, la mayoría de nuestras conversaciones por Internet son prédicas al coro; aun los megasitios como MoveOn.org se dirigen al canal de los ya convertidos, o por lo menos a su población probable.
Del mismo modo, las ocupaciones son pararrayos, en primer lugar y sobre todo, para las despreciadas y aisladas filas de los demócratas progresistas, pero también ellos parecen derribar barreras generacionales y proveer el terreno común, por ejemplo, para que los amenazados maestros de mediana edad comparen notas con los jóvenes egresados universitarios empobrecidos.
Un aspecto más radical es que los campamentos se han vuelto lugares simbólicos para restañar las divisiones que surgieron desde los años de Nixon dentro de la coalición Nuevo Trato. En palabras de Jon Wiener en su consistentemente inteligente blog en TheNation: “Obreros y hippies: juntos al fin”.
A decir verdad, ¿quién no se conmovió cuando el presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, que había llevado a los mineros del carbón a Wall Street en 1989, durante su amarga pero al final exitosa huelga contra la Pittston Coal Company, llamó a sus hombres y mujeres de anchos hombros a “hacer guardia” en el parque Zucotta, frente a un ataque inminente de la policía neoyorquina?
Es cierto que los viejos radicales como yo nos apresuramos a declarar que todo recién nacido es el mesías, pero este niño Ocupa Wall Street tiene el signo del arcoiris. Creo que asistimos al renacimiento de la calidad que de manera tan marcada definió a los migrantes y huelguistas de la gran depresión, de la generación de mis padres: una amplia y espontánea compasión y solidaridad, basada en una ética peligrosamente igualitaria. Dice: detente y dale un aventón a una familia que lo pide. Nunca cruces las banderas de huelga, aunque tengas para pagar la renta. Comparte tu último cigarrillo con un extraño. Roba leche cuando tus hijos no tengan y luego dale la mitad a los chicos de la casa de al lado… algo que mi madre hizo varias veces en 1936. Escucha con atención a las personas profundamente calladas que han perdido todo, menos la dignidad. Cultiva la generosidad del “nosotros”.
Lo que quiero decir, supongo, es que me impresionan sobremanera las personas que han marchado para defender las ocupaciones a pesar de las significativas diferencias en edad, clase social y raza. Pero de la misma forma adoro a los jóvenes resueltos que se disponen a enfrentar el invierno inminente en calles congeladas, como sus hermanos y hermanas sin hogar.
De vuelta a la estrategia: ¿cuál es el siguiente eslabón en la cadena (en el sentido de Lenin) que se necesita alcanzar? ¿Hasta dónde es imperativo que las flores silvestres realicen una convención, adopten demandas programáticas y, por lo tanto se pongan al alcance de las ofertas con miras a las elecciones de 2012? Obama y los demócratas necesitarán con desesperación su energía y autenticidad. Pero es improbable que los ocupacionistas se pongan en venta o que entreguen a los políticos su extraordinario proceso de autorganización.
En lo personal, me inclino hacia la posición anarquista y sus obvios imperativos.
Primero, exponer el dolor del 99 por ciento; someter a juicio a Wall Stret. Llevar a Harrisburg, Loredo, Riverside, Camden, Flint, Gallup y Holly Springs al centro de Nueva York. Confrontar a los depredadores con sus víctimas: un tribunal nacional sobre asesinato económico en masa.
Segundo, continuar democratizando y ocupando productivamente el espacio público (es decir, recuperar los Comunes). Mark Niason, el veterano activista-historiador del Bronx, ha propuesto un plan audaz para convertir los espacios abandonados de Nueva York en recursos de supervivencia (jardines, campos de juego, lugares de campamento) para los desempleados y los sin techo. Los ocupas de todo el país saben ahora lo que se siente estar sin hogar y excluidos de dormir en parques o en una tienda de campaña. Con mayor razón hay que romper los candados y trepar las vallas que separan el espacio ocioso de las necesidades humanas urgentes.
Tercero, mantener la mira en el premio real. El asunto esencial no es elevar los impuestos a los ricos ni lograr una mejor regulación bancaria. Es la democracia económica: el derecho de las personas comunes y corrientes a tomar decisiones macroeconómicas sobre inversión social, tasas de interés, flujos de capital, creación de empleos y calentamiento global. Si el debate no se refiere al poder económico, es irrelevante.
Cuarto, el movimiento debe sobrevivir al invierno para luchar por el poder la próxima primavera. En enero hace frío en las calles. Bloomberg y todos los otros alcaldes y gobernantes locales cuentan con que el duro invierno desinfle las protestas. Por eso es tan importante reforzar las ocupaciones durante el largo asueto navideño. Pónganse los abrigos.
Por último, necesitamos calmarnos: el itinerario de la protesta actual es del todo impredecible. Pero si construimos un pararrayos, no debemos sorprendernos si con el tiempo golpea el rayo.
Banqueros entrevistados en días recientes en el New York Times afirman que para ellos las protestas Ocupa son poco más que una molestia surgida de un entendimiento poco refinado del sector bancario. Deben tener más cuidado. En realidad, probablemente deberían temblar ante la imagen de la guillotina.
Desde 1987, los afroestadunidenses han perdido más de la mitad de sus haberes netos; los latinos, la increíble cantidad de dos tercios. Cinco millones y medio de empleos en el sector manufacturero se han perdido en Estados Unidos de 2000 a la fecha, más de 42 mil fábricas han cerrado, y toda una generación de egresados universitarios enfrentan hoy la tasa más alta de movilidad hacia abajo en la historia del país.
Destruye el sueño americano y el pueblo te causará graves heridas. O como explica Nada a sus desprevenidos atacantes en la magnífica película de Carpenter: “He venido aquí a mascar chicle y patear traseros… y ya se me acabó el chicle”.
* Mike Davis es editor y articulista de Los Angeles Review of Books y autor de Planet of Slums, City of Quartz, In Praise of Barbarians, y más de una docena de libros más. Es profesor en la Universidad de California en Riverside.
Traducción: Jorge Anaya
Fuente
Opinión
Periódico La Jornada
¿Quién podría haber vislumbrado a Ocupa Wall Street y su proliferación como de flores silvestres en ciudades grandes y pequeñas?
John Carpenter lo hizo. Hace casi un cuarto de siglo (1988), el maestro del terror de medianoche (Halloween, The Thing) escribió y dirigió They Live (Están vivos), que representaba la era de Ronald Reagan como una catastrófica invasión de alienígenas. En una de las brillantes primeras escenas del filme, una gigantesca ciudad de chozas del tercer mundo aparece al otro lado de la autopista de Hollywood en el siniestro cristal reflejante de los edificios corporativos de Bunker Hill.
They Live sigue siendo el tour de force subversivo de Carpenter. Pocos de quienes lo han visto podrían olvidar su retrato de banqueros multimillonarios y perversos mediócratas y su remoto imperio zombi sobre una clase trabajadora estadunidense que vive en tiendas de campaña en la ladera cubierta de basura de una colina, implorando por empleos. Desde esta negativa igualdad de desesperación y carencia de hogar, y gracias a los mágicos anteojos oscuros hallados por el enigmático Nada (interpretado por Rowdy Roddy Piper), el proletariado logra al fin la unidad interracial, mira a través de los engaños subliminales del capitalismo y enfurece. Enfurece mucho.
Sí, lo sé, me estoy adelantando. El movimiento Ocupa el Mundo aún busca sus anteojos mágicos (programa, demandas, estrategia y demás) y su indignación se mantiene al fuego lento de Gandhi. Pero, como previó Carpenter, si se echa de sus hogares y/o sus carreras a un número suficiente de estadunidenses (o por lo menos se atormenta con la posibilidad a decenas de millones), algo nuevo y colosal se pondrá poco a poco en camino hacia Goldman Sachs. Y, a diferencia del Tea Party, hasta ahora no tiene hilos de títere.
En 1965, cuando tenía yo apenas 18 años y formaba parte del equipo nacional de Estudiantes por una Sociedad Democrática, planeé una sentada en el Chase Manhattan Bank por el papel central que desempeñó en financiar a Sudáfrica después de la masacre de manifestantes pacíficos, con lo cual se hizo “socio del apartheid”. Fue la primera protesta en Wall Street en una generación, y 41 personas fueron desalojadas por la policía neoyorquina.
Uno de los hechos más importantes del levantamiento actual es sencillamente que ha reocupado las calles y creado una identificación existencial con las personas sin hogar. (Aunque, con franqueza, los de mi generación, adiestrados en el movimiento por los derechos civiles, habríamos pensado primero en hacer una sentada dentro de los edificios y esperar que la policía nos sacara a rastras y macanazos; hoy los gendarmes prefieren el gas pimienta y las “técnicas de cumplimiento con dolor”.) Tomar los rascacielos es una idea estupenda, pero para una etapa posterior de esta lucha. El genio de Ocupa Wall Street, por ahora, es que ha liberado temporalmente algunos de los inmuebles más caros del mundo y convertido una plaza privatizada en un espacio público magnético y catalizador de la protesta.
Nuestra sentada de hace 46 años fue una incursión guerrillera; lo de hoy es el sitio de Wall Street por los liliputienses. También es el triunfo del principio supuestamente arcaico de la organización cara a cara, mediante el diálogo. Los medios sociales son importantes sin duda, pero no omnipotentes. La auto organización de los activistas –la cristalización de la voluntad política a partir de la libre discusión– aún florece mejor en foros urbanos reales. Dicho de otra manera, la mayoría de nuestras conversaciones por Internet son prédicas al coro; aun los megasitios como MoveOn.org se dirigen al canal de los ya convertidos, o por lo menos a su población probable.
Del mismo modo, las ocupaciones son pararrayos, en primer lugar y sobre todo, para las despreciadas y aisladas filas de los demócratas progresistas, pero también ellos parecen derribar barreras generacionales y proveer el terreno común, por ejemplo, para que los amenazados maestros de mediana edad comparen notas con los jóvenes egresados universitarios empobrecidos.
Un aspecto más radical es que los campamentos se han vuelto lugares simbólicos para restañar las divisiones que surgieron desde los años de Nixon dentro de la coalición Nuevo Trato. En palabras de Jon Wiener en su consistentemente inteligente blog en TheNation: “Obreros y hippies: juntos al fin”.
A decir verdad, ¿quién no se conmovió cuando el presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, que había llevado a los mineros del carbón a Wall Street en 1989, durante su amarga pero al final exitosa huelga contra la Pittston Coal Company, llamó a sus hombres y mujeres de anchos hombros a “hacer guardia” en el parque Zucotta, frente a un ataque inminente de la policía neoyorquina?
Es cierto que los viejos radicales como yo nos apresuramos a declarar que todo recién nacido es el mesías, pero este niño Ocupa Wall Street tiene el signo del arcoiris. Creo que asistimos al renacimiento de la calidad que de manera tan marcada definió a los migrantes y huelguistas de la gran depresión, de la generación de mis padres: una amplia y espontánea compasión y solidaridad, basada en una ética peligrosamente igualitaria. Dice: detente y dale un aventón a una familia que lo pide. Nunca cruces las banderas de huelga, aunque tengas para pagar la renta. Comparte tu último cigarrillo con un extraño. Roba leche cuando tus hijos no tengan y luego dale la mitad a los chicos de la casa de al lado… algo que mi madre hizo varias veces en 1936. Escucha con atención a las personas profundamente calladas que han perdido todo, menos la dignidad. Cultiva la generosidad del “nosotros”.
Lo que quiero decir, supongo, es que me impresionan sobremanera las personas que han marchado para defender las ocupaciones a pesar de las significativas diferencias en edad, clase social y raza. Pero de la misma forma adoro a los jóvenes resueltos que se disponen a enfrentar el invierno inminente en calles congeladas, como sus hermanos y hermanas sin hogar.
De vuelta a la estrategia: ¿cuál es el siguiente eslabón en la cadena (en el sentido de Lenin) que se necesita alcanzar? ¿Hasta dónde es imperativo que las flores silvestres realicen una convención, adopten demandas programáticas y, por lo tanto se pongan al alcance de las ofertas con miras a las elecciones de 2012? Obama y los demócratas necesitarán con desesperación su energía y autenticidad. Pero es improbable que los ocupacionistas se pongan en venta o que entreguen a los políticos su extraordinario proceso de autorganización.
En lo personal, me inclino hacia la posición anarquista y sus obvios imperativos.
Primero, exponer el dolor del 99 por ciento; someter a juicio a Wall Stret. Llevar a Harrisburg, Loredo, Riverside, Camden, Flint, Gallup y Holly Springs al centro de Nueva York. Confrontar a los depredadores con sus víctimas: un tribunal nacional sobre asesinato económico en masa.
Segundo, continuar democratizando y ocupando productivamente el espacio público (es decir, recuperar los Comunes). Mark Niason, el veterano activista-historiador del Bronx, ha propuesto un plan audaz para convertir los espacios abandonados de Nueva York en recursos de supervivencia (jardines, campos de juego, lugares de campamento) para los desempleados y los sin techo. Los ocupas de todo el país saben ahora lo que se siente estar sin hogar y excluidos de dormir en parques o en una tienda de campaña. Con mayor razón hay que romper los candados y trepar las vallas que separan el espacio ocioso de las necesidades humanas urgentes.
Tercero, mantener la mira en el premio real. El asunto esencial no es elevar los impuestos a los ricos ni lograr una mejor regulación bancaria. Es la democracia económica: el derecho de las personas comunes y corrientes a tomar decisiones macroeconómicas sobre inversión social, tasas de interés, flujos de capital, creación de empleos y calentamiento global. Si el debate no se refiere al poder económico, es irrelevante.
Cuarto, el movimiento debe sobrevivir al invierno para luchar por el poder la próxima primavera. En enero hace frío en las calles. Bloomberg y todos los otros alcaldes y gobernantes locales cuentan con que el duro invierno desinfle las protestas. Por eso es tan importante reforzar las ocupaciones durante el largo asueto navideño. Pónganse los abrigos.
Por último, necesitamos calmarnos: el itinerario de la protesta actual es del todo impredecible. Pero si construimos un pararrayos, no debemos sorprendernos si con el tiempo golpea el rayo.
Banqueros entrevistados en días recientes en el New York Times afirman que para ellos las protestas Ocupa son poco más que una molestia surgida de un entendimiento poco refinado del sector bancario. Deben tener más cuidado. En realidad, probablemente deberían temblar ante la imagen de la guillotina.
Desde 1987, los afroestadunidenses han perdido más de la mitad de sus haberes netos; los latinos, la increíble cantidad de dos tercios. Cinco millones y medio de empleos en el sector manufacturero se han perdido en Estados Unidos de 2000 a la fecha, más de 42 mil fábricas han cerrado, y toda una generación de egresados universitarios enfrentan hoy la tasa más alta de movilidad hacia abajo en la historia del país.
Destruye el sueño americano y el pueblo te causará graves heridas. O como explica Nada a sus desprevenidos atacantes en la magnífica película de Carpenter: “He venido aquí a mascar chicle y patear traseros… y ya se me acabó el chicle”.
* Mike Davis es editor y articulista de Los Angeles Review of Books y autor de Planet of Slums, City of Quartz, In Praise of Barbarians, y más de una docena de libros más. Es profesor en la Universidad de California en Riverside.
Traducción: Jorge Anaya
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