Thatcher: neoliberalismo y revolución conservadora
Periódico La Jornada
Editorial
El fallecimiento de
Margaret Thatcher, primera ministra británica entre 1979 y 1990, hace
pertinente esbozar un balance de lo que ha significado para el mundo el
fenómeno político conocido como la revolución conservadora y su
aplicación económica, el neoliberalismo.
En lo económico Thatcher y Reagan adoptaron un modelo que ya había sido puesto a prueba en Chile por la dictadura de Augusto Pinochet –amigo cercano de la hoy difunta–, inspirado a su vez en las prédicas ultraliberales y monetaristas de Friedrich Hayek y de Milton Friedman, que consistía, básicamente, en transferir casi toda la propiedad pública a manos privadas, eliminar todo control sobre los mercados y reorientar la función del Estado de árbitro entre los factores de la producción a promotor de negocios particulares.
En el ámbito británico, el gobierno de Thatcher desmanteló el Estado de bienestar, desapareció o recortó los derechos laborales y sindicales, reprimió con ferocidad a los mineros y a los independentistas irlandeses –contra quienes empleó métodos de guerra sucia similares a los que utilizaban las dictaduras latinoamericanas–, incrementó en forma brusca las tasas impositivas y llevó los servicios públicos de salud, educación y transporte a un estado de catástrofe. En consecuencia, el thatcherismo produjo en la ciudadanía británica una fractura política enconada y sin precedente que se expresó incluso con motivo de la muerte de la política conservadora: ayer, mientras algunos ingleses lamentaban su fallecimiento, otros protagonizaban escenas públicas de júbilo.
Los lineamientos de la revolución conservadora y del neoliberalismo no se constriñeron a Estados Unidos y Gran Bretaña. Para fines de la penúltima década del siglo pasado se había establecido un llamado
consenso de Washingtonque transformó las devastadoras prácticas económicas de Pinochet, Reagan y Thatcher en un dogma que se aplicó en América Latina con resultados sociales catastróficos. En ausencia de contrapesos, tras la caída del bloque soviético, y con la activa participación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, las recetas neoliberales llegaron a convertirse en una suerte de pensamiento único, una ortodoxia de la que parecía imposible escapar. El paradigma de la dictadura chilena fue adoptado por gobernantes civiles, como Carlos Salinas en México y Carlos Menem en Argentina, con consecuencias desastrosas para los mercados internos, los niveles de vida, las soberanías nacionales y los pactos sociales.
Aunque tanto Wojtyla como los promotores seculares de la revolución conservadora han fallecido ya, ésta, así como el neoliberalismo por ella implantado –Juan Pablo II tomó distancia de la parte económica de la cruzada una vez que se desintegró el bloque soviético– persisten y siguen generando escenarios sociales cercanos a la ingobernabilidad: es el caso de España, Portugal, Grecia, Chipre y, en muchos sentidos, México. A más de tres décadas de la llegada de Thatcher y Reagan al poder, y a 40 años de la instauración de la dictadura pinochetista, diversas sociedades –la nuestra entre ellas– continúan sujetas a sus devastadores programas económicos.
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