Gabo en 2007: “No voy a escribir más…”

Su gran obra Cien años de soledad. Foto: Especial
Su gran obra Cien años de soledad.
Foto: Especial
En 2007, al huir de una tediosa recepción oficial en el puerto caribeño de Cartagena, Gabriel García Márquez aprovechó un momento de confianza con el periodista radiofónico Juan Gossaín y Margot Ricci, esposa de éste y pariente del escritor. Resguardado por la noche y en la intimidad del auto, el autor de exuberantes novelas y cuentos dio por concluido su trabajo literario. Pero con él nada se terminaba así nada más: contó entonces una anécdota que ilustra su romanticismo revolucionario, la buena relación que tuvo con algunos líderes latinoamericanos aparte de Fidel Castro y la influencia que ganó en el terreno político. 
CARTAGENA DE INDIAS, Colombia (Proceso).- El periodista colombiano Juan Gossaín tiene muy presente cada instante de la noche en que su amigo, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, le confesó en este puerto colonial del Caribe colombiano que no volvería a escribir porque la memoria lo había abandonado.
Desde el gran balcón de su departamento en lo alto de un edificio del sector de Bocagrande, en Cartagena, Gossaín señala un recinto oficial de la Presidencia de Colombia que está en el islote de enfrente, a unos 300 metros:
–Esa es la Casa de Huéspedes Ilustres; fue ahí donde nos encontramos esa noche, en una recepción que ofrecía Lina Moreno, la esposa del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez.
Era la noche del sábado 27 de enero de 2007. García Márquez se encontraba en Cartagena para asistir al Hay Festival, que le rindió un homenaje por el 40 aniversario de la publicación de Cien años de soledad.
La playa que rodea la casa lucía espléndida con la fila de mecheros que hizo colocar Lina Moreno por todo el borde costero. En unos anafres, los chefs preparaban langostinos al carbón que los meseros ofrecían a los invitados con champaña o vinos Chardonnay y tinto de La Rioja.
–Esos langostinos y esos vinos eran una cosa deliciosa –evoca el periodista radiofónico– y yo comentaba eso con mi mujer (Margot Ricci, una periodista que es parienta lejana de García Márquez por cuenta de sus abuelas guajiras de apellido Iguarán), cuando de pronto veo a Gabo. Nunca me imaginé que fuera asistir a una cosa de esas.
Ahí estaba el Premio Nobel, extrañamente solo, sin su esposa Mercedes Barcha. Vestía guayabera, pantalón de lino y zapatos, todo blanco. La brisa marina atemperaba el bochorno. García Márquez levantó los brazos cuando vio al matrimonio Gossaín:
–¡Juan! ¡Parienta! –exclamó–. ¿A qué hora se van a ir de esta vaina?
–Como a las nueve, en un par de horas –dijo Juan.
–Pues me llevan con ustedes porque no tengo transporte. Me trajo mi hermano Jaime, pero me dejó solo y sin coche.
Un día antes, el viernes 26, la pareja había estado en la casa del escritor  en la zona amurallada de Cartagena, en una velada donde había sido el centro de la atención una hermosa abogada de aguda inteligencia, quien había sido guerrillera.
Juan comentó lo bien que la habían pasado:
–Oye, Gabo, la que sí es un personaje fascinante es la abogada esa. Qué vieja tan divertida.
–¿Cuál abogada? –preguntó García Márquez.
–La de anoche en tu casa, la exguerrillera.
–¿La exguerrillera? ¿Te viste con una exguerrillera?
Margot miró a Juan “con cara de ¡ah, carajo!” y cambió de inmediato el tema de conversación.
La recepción fue tediosa. Después de un coctel a la orilla del mar, los invitados pasaron a la magnífica Casa de Huéspedes Ilustres, obra del arquitecto colombiano Rogelio Salmona. En el recinto de gruesos muros de piedra coralina,  García Márquez fue acaparado por una escritora que se afanaba por obtener elogios del Nobel para sus novelas.
–Vámonos, Gabo, esta señora está muy necia –propuso Gossaín, y el escritor estuvo de acuerdo.
La confesión
García Márquez y los Gossaín subieron a una camioneta blindada Toyota Land Cruiser gris que le proporcionó al periodista la cadena radiofónica RCN cuando se retiró de ese consorcio en 2010, tras 26 años de dirigir su principal noticiero. Manejaba Gustavo, su jefe de seguridad.
Juan se sentó en el asiento delantero; el autor de Cien años de soledad y Margot en la parte de atrás.
–Bueno, por fin puedo hablar a solas, tranquilo, con mi parienta y contigo –comentó García Márquez, y soltó una pregunta que sonó inquietante:
– ¿Sabes una cosa?
–¿Qué, Gabo? –dijo el veterano periodista radiofónico.
–No voy a escribir más.
–¿Cómo? –reaccionó Gossaín, girando el rostro hacia atrás para ver a su amigo, atónito– ¿Cómo que no vas a escribir más?
–Como lo oyes. No voy a escribir más.
(Fragmento del texto que se publica en Proceso 1955, ya en circulación) 

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