"Entrega tus tierras; si denuncias, te mueres", la ley del crimen organizado en zonas rurales
Foto Saúl Maldonado
Matilde Pérez U.
Periódico La Jornada
Lunes 18 de agosto de 2014, p. 8
Lunes 18 de agosto de 2014, p. 8
¡Estás desterrado!
Si se te ocurre decir algo, morirán tú y tu familia, son las frases que el crimen organizado ha sembrado en múltiples regiones del país. Las llevan consigo quienes han abandonado, rematado o entregado las escrituras de sus parcelas, casas, huertos, maquinaria agrícola o vehículos de trabajo para conservar su vida, la de sus hermanos, de sus hijos, de sus primos, de sus padres.
Los campesinos y pequeños propietarios que se atrevieron a narrar a La Jornada su historia lo hicieron porque se les aseguró el anonimato y se les garantizó que sólo se ubicará el nombre del municipio.
Durante la plática no pudieron evitar que la voz se les cortara, se les llenaran los ojos de lágrimas y concluyeran: “es terrible lo que pasa. No tenemos confianza en ninguna autoridad, porque hemos comprobado que están coludidas con los malosos”, como llaman los habitantes de las zonas rurales a los integrantes del crimen organizado.
A continuación los testimonios.
Lanzados de Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, a Quintana Roo
“Por generaciones, la familia conservó el rancho con una
superficie de poco más de 60 hectáreas, sembró manzana, mejoró el huerto
y empezó a exportar el fruto, y mantuvo el negocio. Pero los problemas
empezaron cuando los malosos empezaron a pedir parte de las
cosechas, y después cuotas. Llegaron las amenazas de muerte, los golpes;
un día entraron al rancho y mataron a dos trabajadores”.
Alberto giró la cabeza y, como si a través del ventanal del hotel
capitalino volviera a mirar el rancho familiar, continuó: “decidimos
rematar la propiedad. Algunos de mis hermanos –no quiso especificar
cuántos, por temor a ser identificados– con sus esposas e hijos se
fueron a Estados Unidos, y nosotros, con lo que pudimos rescatar, nos
fuimos a Quintana Roo para rehacer nuestra vida como agricultores. Otros
familiares siguen abandonando sus parcelas, salen poco a poco, para
evitar ser asesinados”.
El pueblo mágico de Mier, prácticamente deshabitado
Ana Luisa puso al pueblo mágico de Mier –villa
colonial fundada en el siglo XVIII– como ejemplo de la migración interna
de la población provocada por el miedo sembrado por los
narcotraficantes. Dice que esa localidad está prácticamente abandonada.
“La gente se fue a la región sur del estado, pero allí también están
presionando.
“La propiedad de la familia está en el municipio de Soto la Marina.
Mis padres, ejidatarios de toda la vida, nunca dejaron de luchar para
tener algo y no caer en la miseria. En la parcela nunca tuvimos más de
60 animales. Hace algunos meses, a plena luz del día, esa gente –se
refiere a los integrantes del crimen organizado– llegó armada, entró a
la casa, nos encañonó y sacó 40 animales con sus crías, además de
llevarse el vehículo de trabajo para el campo.“Antes de irse nos amenazaron con desaparecernos si denunciábamos o hablábamos con alguien del robo. Hace algunas semanas nos volvieron a buscar y dijeron que querían más, pero qué les vamos a dar, si nos quitaron todo.
“Como nosotros hay mucha gente; hemos visto que se llevan a niños de 12 años, jóvenes de 15 y 18. A los campesinos les quitan el dinero de sus proyectos productivos, los obligan a venderles –en realidad es entrega– sus tierras, o de plano los corren; por eso hay ejidos, como Rayones y El Carmen, que están casi vacíos.
“Los ejidatarios de El Carmen, con sábanas y colchas, pusieron un campamento cerca del retén militar que está en la carretera a San Fernando. Son familias a quienes les dijeron que estaban desterrados y si regresaban los mataban. Lo mismo sucede en los municipios de San Carlos, San Fernando y Aldama.
En Tamaulipas ya no hay forma de vivir; hacemos de tripas corazón y luchamos para amanecer y anochecer. Después de que fue el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong (13 de mayo), a decir que en el estado aplicará tres acciones de seguridad, hoy estamos más llenos de esta gente. Fue como haber toreado al avispero. Ya no podemos vivir en paz; no hay cómo defendernos, porque no tenemos confianza en ninguna autoridad.
De ejidatario en Tlahualilo a pernoctar en cuevas
Mi cabeza tiene precio, comenta Adolfo. “Soy uno de los 45 ejidatarios del Móvano que sigue peleando para que nos devuelvan las 18 mil hectáreas que están en el centro del bolsón de Mapimí, en la zona del desierto. Hace más de tres lustros fuimos desterrados por los narcos, y despojados por las autoridades. Ahora sólo quedamos 45 de los 235 ejidatarios.
“Llevo 18 años huyendo, viviendo en cuevas, donde tallo la lechuguilla, por la que me pagan tres pesos por kilo; también aprovecho la candelilla y el orégano. Como ejidatario me dediqué a la extracción de mármol, pero los narcos me obligaron a darles la maquinaria. A mi familia la acabaron: mataron a mis tres hijos, a cuatro hermanos y primos. Tengo rabia y coraje porque veo cómo la violencia se apodera de Durango, y las denuncias que presentamos los ejidatarios son ignoradas por la autoridad.
Otros ejidatarios, como yo, también son nómadas; nuestras áreas de seguridad son las cuevas. A veces comemos de lo que logramos cazar; sé que es ilegal, pero no hay más para comer.
Coroneo, Guanajuato,
la franja del crimen organizado
Alfonso tuvo que abandonar casa y parcela, salir con su
familia por las constantes extorsiones y amenazas de muerte. “Soy
minifundista, como la mayoría de los habitantes de esa zona montañosa en
la que se siembra maíz de temporal y algunas veces frijol; algunos
cuentan con dos o tres cabezas de ganado bovino y cabras.
“A mi yerno le exigieron 500 mil pesos y después le bajaron a 300
mil; el dinero lo consiguió en cajas populares; mi familia quedó
endeudada, y tiene que dar mensualmente de 500 a mil pesos a los malosos.
Yo estoy amenazado, no puedo regresar a mi tierra ni a mi casa; a los
familiares que siguen viviendo allá les preguntan dónde estoy, qué
automóvil tengo, qué cargo ostento.Al igual que yo, 10 familias también tuvieron que dejar su lugar de origen y sus pocos bienes; otros han sido despojados de sus ranchos, pero temen denunciarlo. Es terrible lo que vivimos.
Por miedo callan las familias de Coatlán del Río, Morelos
A Rubén, procedente de Estados Unidos, le gustó Coatlán
del Río, su zona boscosa y sus ríos –colinda con Malinalco, estado de
México– y se atrevió a pagar 2 millones de pesos por mil metros
cuadrados, parte de una zona de uso común. Construyó su casa para
habitarla únicamente durante sus visitas al país, pero no atendió las
advertencias de algunos lugareños de que no realizara la operación,
porque
Hace algunas semanas llegó, una vez más, a su casa, con su familia.
Los delincuentes ingresaron a su domicilio, amagaron a sus familiares,
se llevaron muebles y dinero. Lo amenazaron de muerte si denunciaba;
decidieron abandonar su propiedad.la zona está muy caliente.
Antes de irse, supo que allí el crimen organizado cobra cuotas a ganaderos, incluso si sólo tienen una vaca; demandan desde 10 mil a 40 mil pesos por derecho de piso, cantidad que puede ser mensual o semanal.
Esto es lo que acontece en el país: la gente no se atreve a denunciar porque desconfía de la autoridad, aunque esté cansada de la inseguridad y de la violencia, comentaron dirigentes campesinos. El temor y terror están acallando a los habitantes de las zonas rurales.
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