Gobernar con armonía

abril 12, 2019 | Por José Elías Romero Apis
 Revista SIEMPRE!
Es muy importante, en la real política, conciliar el alcance de las ideas con el poder de los hombres. Es cierto que se gobierna con los hombres y ello debiera obligar a todos los partidos a realizar los mayores esfuerzos para lograr una seria selección de sus mejores militantes, para postularlos a las mayores responsabilidades de gobierno.
Pero además es cierto que, también, se gobierna esencialmente con ideas, y que la complejidad de las grandes sociedades modernas obliga a gobernar con miles de hombres, enclavados en los diversos poderes de las diferentes esferas de gobierno, cuyas ideas individuales, aún siendo valiosas, constituirían una debacle si no se contara con la idea de partido, más tarde validada por el voto electoral como ideario de gobierno y, en la eventualidad del consenso nacional, hasta en razón de Estado.
He preguntado a algunos directores de orquesta sinfónica, amigos míos como Lizzy Ceniceros, Enrique Bátiz y Miguel Bernal quienes me han confirmado que, en efecto, los directores de orquesta no señalan con su batuta las notas que se están ejecutando sino las que se van a ejecutar en lo inmediato. Ello es de la mayor importancia para la coordinación y armonía del conjunto. Pero, además, como toda obra artística, la ejecución musical requiere del toque personal de la inspiración, pasión, sentimiento, estilo y todo aquello que imprime el sello individual que cada artista confiere al arte.
Porque esto no sería fácil ni quizá posible cuando se trata de una obra colectiva y perentoria como es la interpretación musical. Cada uno de los sesenta u ochenta músicos aportando su personal concepción de la misma obra la convertirían en un aquelarre incongruente y espantoso. La más perfecta y bella de las composiciones musicales se volvería un esperpento inaudible. Pero, además, la perentoriedad haría que en cada ocasión que se interpretara se hiciera de manera distinta. Así, a todo ello, se le agregaría la inconsistencia.

El jefe de un gobierno es el único que puede anticiparse a lo que vendrá y, de esa manera, prevenir a sus ejecutores para que acierten en tiempo, cadencia, modo, tono y ensamble de la actuación de los integrantes de un equipo político.


Por eso la interpretación orquestal tiene que ser la obra de su director. Un solo carácter que, al ser acatado por todos, permita identificar cada estilo y cada mensaje de una misma composición y hasta de una misma orquesta, según sea que la esté dirigiendo en esos momentos Von Karajan, Haitink, Baremboim, Osawa, Bernstein, Beecham o Ceniceros.
Así es también la obra política y su dirección, muy especialmente la presidencial. El jefe de un gobierno es el único que puede anticiparse a lo que vendrá y, de esa manera, prevenir a sus ejecutores para que acierten en tiempo, cadencia, modo, tono y ensamble de la actuación de los integrantes de un equipo político.
Además de la previsión, la ejecución política requiere, como la musical, del toque personal de inspiración, pasión, sentimiento, estilo y todo aquello que imprime el sello individual que cada estadista le confiere a su política, bien sea que se trate de Roosevelt, De Gaulle, Nixon, Churchill, Mao Tse Tung, Nasser o Calles.
Porque, al igual que con el equipo musical, la orquesta política descoordinada y desprevenida puede convertir el mejor de los proyectos políticos en un monumento de lo estúpido y lo inútil. La más inteligente de las proclamas políticas se volvería insoportable si cada ejecutante actuara a su manera, a su antojo, a su gusto, a su conveniencia o a su criterio.
En eso reside la mayor virtud de los verdaderos directores de equipo.
@jeromeroapis



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