Voces de la pandemia | Clases en línea: “También hay que educar a los padres”
La escuela particular donde trabajo es de alto rendimiento. Hacemos trabajo directo con los niños con una página web bien organizada, donde se cargan y descargan actividades y tareas. Dejamos trabajo para hacer en casa y les explicamos a los padres todo lo que hacemos. Aun así hay algunos que advierten que podrían dejar de pagar la colegiatura “porque la maestra no trabaja”. ¡Si supieran todo lo que tenemos que hacer!
En la escuela pública sí usamos el programa Aprende en Casa, de la SEP, que pasan en el Canal 11.1 de la televisión abierta y hacemos Zoom. La secretaría puso la plataforma Classroom y es excelente, pero no la usamos porque se necesitan capacitación y tecnología. Así me convencí de que en México no estamos preparados para la educación en línea. Ni la economía ni los maestros ni los papás ni los alumnos.
El plantel está en una zona de bajos recursos. Tengo alumnos que no tienen televisión, sus papás no saben leer y no les pueden ayudar con clases y tareas. A veces les tengo que llamar por teléfono para explicarles yo misma. Otros no tienen internet ni computadora. Hay un papá que pide prestado un teléfono celular para resolver el envío de tareas de sus tres hijos de secundaria, primaria y preescolar. Hay que manejar la circunstancia de cada niño. En cambio, hacer eso en el salón es muy fácil: te sientas con él y le explicas mientras los demás trabajan juntos.
Todos los profesores estamos estresados. A algunos ya les dio colitis y presión arterial alta. Varios son padres y abuelos. Una compañera está a punto de jubilarse y no tiene idea de internet ni de Zoom, por eso le tenemos que ayudar. Mis grupos son de 16 niños, ¡pero hay quienes tienen 60!
Cuando empezó la pandemia me acababa de mudar y tuve que invertir de mi sueldo en tecnología para acoplarme. ¡Ahora trabajo el doble! Es muy pesado abrir decenas de mails y bajar fotos de las tareas en los cuadernos, revisar, corregir y retroalimentar. Mis horarios laborales y personales se trastocaron y a veces hasta ocupo mis fines de semana. Mi sobrino me reclama sus horas de juego.
También he tenido que ingeniármelas. Puse el teléfono entre los frascos del café y del azúcar para grabarme haciendo bulla para un video de felicitación de los niños, y otro, para el día de las madres. Así he desarrollado otras habilidades. Todo ha sido un gran reto. Entre corajes y risas las directoras nos dicen: “Tenemos que salir adelante, estar cerca de los niños y darles nuestro apapacho”.
Una vez pensé en tirar la toalla, pero estoy cobrando y eso ya es ganancia. Otros, ni eso. Además, ¿quién les va mandar la tarea? Hay niños que le hacen más caso a la maestra que a los papás y ahorita están solos. Hay que ponerse en sus zapatos y ayudarles. Para eso escogí esta profesión y es muy gratificante. Me encanta saber que los alumnos van bien y que trabajamos en equipo.
Ojalá que las condiciones sanitarias mejoren pronto para regresar al salón con mis diablillos. Amo estar frente al grupo. Mi profesión va de la mano de los alumnos, de ver su mirada y saber si tienen dudas, si les duele la panza, si tienen hambre, saber qué les pasa mientras les explico. Si eso me lo quitan, creo que ya no seguiría dando clases.
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* Psicóloga, pedagoga y maestra en educación.
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