Miseria que crece
José Cueli
La marginación como síndrome tiene múltiples causas, pero es una sintomatología común que se observa en personas marginadas del valle de México. Estrés y neurosis traumática son dos conceptos clave que, desde la sicopatología, permiten explicar el comportamiento de marginados urbanos. Si bien estos individuos se circunscribían a los cinturones de miseria periféricos de la ciudad, en los pasados 30 años el incremento de la pobreza ha crecido de forma alarmante y ahora se ven infiltrados en el corazón de la ciudad misma.
Faltan palabras para describir lo que ha sido la dramática involución de la economía en nuestro país, azotada por las garras del fantasma del neoliberalismo, la corrupción, la violencia sin límite, la descomposición social, la ingobernabilidad reinante en esos años y, para colmo de desgracias, la terrible crisis económica que aún no toca fondo.
Herederos usufructuarios de desnutrición, depresión, carencias de toda índole y duelos no elaborados, los niños marginados vienen al mundo en condiciones precarias llevadas al extremo: servicios médicos inaccesibles, escasa o nula atención prenatal (cuando no iatrogenia), alta incidencia de complicaciones peri y transnatales, inadecuado aporte nutricional y, para agravar aún más la situación, llegan a un hogar donde privan el ruido y el hacinamiento. La mayoría de ellos crecen entre una madre deprimida y un padre ausente, o bien alcohólico y violento, condenándolos al grito y al silencio, a la dolorosa experiencia de la marginalidad.
Coincido con las reflexiones de la sicoanalista francesa Françoise Dolto en cuanto a lo siguiente: La organización del lenguaje se origina siempre, en el ser humano, en la relación inicial y predominante madre-hijo, debido a la larga impotencia del niño para sobrevivir solo. Tal madre y tal niño se inducen mutuamente, por modulaciones emocionales ligadas a las variaciones de tensión, de bienestar, de malestar, que la convivencia y la especificidad de sus separaciones y sus rencuentros han organizado en articulaciones de signos, primer lenguaje-conocimiento, desconocimiento y reconocimiento mutuo se ligan a significaciones-señal sustanciales y sutiles (...) cuando un ser humano no encuentra una respuesta a las variaciones en sus sensaciones internas o en las variaciones de sus percepciones, ni respuesta a su petición de un intercambio complementario no experimentará en el encuentro a un ser en el que pueda confiar, un semejante a él por los vínculos de la connaturalidad. Resentirá esta nada como abandono en su hábito de ser humano, que no ha logrado encontrar entonces otro ser humano. Quedará sometido a sus solas tensiones internas de necesidades y deseos sin otra ayuda.
El marginado es ese personaje que parece sumergirse cada vez más en las sombras en condiciones de extremo dolor y de un vivir infrahumano, donde desarraigo y falta de pertenencia son las coordenadas de su horizonte.
El exilio del marginado es un doble exilio, el de la exclusión del grupo al que arriban con quien no comparten ni las simbología ni la textualidad, y el otro, que pesa y gravita sobre todos nosotros: el del teatro de la crueldad.
Crueldad en la experiencia de la marginalidad, donde todo pareciera situarse en el margen, al margen, en las fronteras, en el exilio, en la exclusión, en la tierra de nadie, en el desarraigo, en la no pertenencia, en el no ha lugar de la ley, en la fragmentación. Inframundo donde los fantasmas danzan en incesante carrusel de escenas grotescas, donde la angustia es el afecto predominante, las pérdidas y los duelos no dan tregua. Gritos y lamentos que emergen desde la oquedad, el vacío y la disonancia. Duelos negros, muy negros. Y así, entre el dolor y el desencuentro el marginado sólo sabe de hambre y miseria.
La marginación como síndrome tiene múltiples causas, pero es una sintomatología común que se observa en personas marginadas del valle de México. Estrés y neurosis traumática son dos conceptos clave que, desde la sicopatología, permiten explicar el comportamiento de marginados urbanos. Si bien estos individuos se circunscribían a los cinturones de miseria periféricos de la ciudad, en los pasados 30 años el incremento de la pobreza ha crecido de forma alarmante y ahora se ven infiltrados en el corazón de la ciudad misma.
Faltan palabras para describir lo que ha sido la dramática involución de la economía en nuestro país, azotada por las garras del fantasma del neoliberalismo, la corrupción, la violencia sin límite, la descomposición social, la ingobernabilidad reinante en esos años y, para colmo de desgracias, la terrible crisis económica que aún no toca fondo.
Herederos usufructuarios de desnutrición, depresión, carencias de toda índole y duelos no elaborados, los niños marginados vienen al mundo en condiciones precarias llevadas al extremo: servicios médicos inaccesibles, escasa o nula atención prenatal (cuando no iatrogenia), alta incidencia de complicaciones peri y transnatales, inadecuado aporte nutricional y, para agravar aún más la situación, llegan a un hogar donde privan el ruido y el hacinamiento. La mayoría de ellos crecen entre una madre deprimida y un padre ausente, o bien alcohólico y violento, condenándolos al grito y al silencio, a la dolorosa experiencia de la marginalidad.
Coincido con las reflexiones de la sicoanalista francesa Françoise Dolto en cuanto a lo siguiente: La organización del lenguaje se origina siempre, en el ser humano, en la relación inicial y predominante madre-hijo, debido a la larga impotencia del niño para sobrevivir solo. Tal madre y tal niño se inducen mutuamente, por modulaciones emocionales ligadas a las variaciones de tensión, de bienestar, de malestar, que la convivencia y la especificidad de sus separaciones y sus rencuentros han organizado en articulaciones de signos, primer lenguaje-conocimiento, desconocimiento y reconocimiento mutuo se ligan a significaciones-señal sustanciales y sutiles (...) cuando un ser humano no encuentra una respuesta a las variaciones en sus sensaciones internas o en las variaciones de sus percepciones, ni respuesta a su petición de un intercambio complementario no experimentará en el encuentro a un ser en el que pueda confiar, un semejante a él por los vínculos de la connaturalidad. Resentirá esta nada como abandono en su hábito de ser humano, que no ha logrado encontrar entonces otro ser humano. Quedará sometido a sus solas tensiones internas de necesidades y deseos sin otra ayuda.
El marginado es ese personaje que parece sumergirse cada vez más en las sombras en condiciones de extremo dolor y de un vivir infrahumano, donde desarraigo y falta de pertenencia son las coordenadas de su horizonte.
El exilio del marginado es un doble exilio, el de la exclusión del grupo al que arriban con quien no comparten ni las simbología ni la textualidad, y el otro, que pesa y gravita sobre todos nosotros: el del teatro de la crueldad.
Crueldad en la experiencia de la marginalidad, donde todo pareciera situarse en el margen, al margen, en las fronteras, en el exilio, en la exclusión, en la tierra de nadie, en el desarraigo, en la no pertenencia, en el no ha lugar de la ley, en la fragmentación. Inframundo donde los fantasmas danzan en incesante carrusel de escenas grotescas, donde la angustia es el afecto predominante, las pérdidas y los duelos no dan tregua. Gritos y lamentos que emergen desde la oquedad, el vacío y la disonancia. Duelos negros, muy negros. Y así, entre el dolor y el desencuentro el marginado sólo sabe de hambre y miseria.
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