Nos defenderemos como tú nos enseñaste, dicen indígenas al Tatic

Hermann Bellinghausen
Enviado
Periódico La Jornada
Jueves 27 de enero de 2011, p. 16

San Cristóbal de las Casas, Chis., 26 de enero. "Aquí venimos a verte, venimos a visitar tu cuerpo, a hablar a tu alma. Tú ya te fuiste, dejaste la Tierra, ya no comerás más lo dulce y lo agrio". Con estas palabras, Las Abejas de Chenalhó expresan inmejorablemente el momento, pero, ¿no será que el jTatic Samuel Ruiz todavía hubo de llevarse una última probada de "lo dulce y lo agrio" el mero día de su entierro?

Hay una dulce y legítima tristeza en miles de personas en el atrio de la Catedral de San Cristóbal que despiden con amor, admiración y agradecimiento al obispo católico emérito de esta ciudad y de los pueblos indígenas de Chiapas. Estuvo con ellos medio siglo.

Tampoco faltan lo agrio, lo frío y paradójico. Las exequias de don Samuel fueron lo más oficial ocurrido en su larga vida pública, frecuentemente combativa. Coordinadas de principio a fin por los operadores del gobierno estatal, transcurrieron en presencia continua del gobernador Juan Sabines Guerrero. Él trajo el féretro la madrugada del martes, él lo acompañó hasta la cripta atrás del altar mayor. Y todo pudo verse por la televisión en el canal oficial.

En cambio, no se dio la multitudinaria concentración indígena que muchos esperaban. No llegaron las comunidades, sólo grupos parroquiales; eso sí, de todas partes. Hoy en la plaza estuvieron los mismos de ayer, no más. En el pasado, cuántas veces al sólo llamado del jTatic las calles de San Cristóbal se llenaban de indígenas, cánticos y flores de los distintos pueblos. Este reportero recabó hoy testimonios de la gran pena que causó el deceso de don Samuel en comunidades enteras. Pero no vinieron a despedirlo. Ni siquiera se llenó el atrio de la catedral, donde se realizó la ceremonia última.

Numerosos asistentes comentaron espontáneamente que "esperaban más gente". Con algo de orfandad, de abandono, de soledad en la voz. El frío mensaje del Vaticano y el tardío reconocimiento del episcopado mexicano al legado de Ruiz García parecieron llevarse la tarde.

Sólo las voces indígenas podían dar intensidad al momento, aunque con un acento filial desconcertante, como el de Antonio Gutiérrez, en nombre de Las Abejas: “Hiciste lo que tenías qué hacer. jTatik Samuel, aquí quedamos todavía tus hijos, tus hijas. Nosotros seguiremos caminando, vamos a seguir luchando por nuestros derechos, por la paz y la justicia. Claro, si no nos hubieras enseñado, si no hubieras vivido con nosotros no sabríamos defendernos. Si no hubieras venido a Chiapas, seguiríamos viviendo como esclavos, ciegos y subordinados por el mal gobierno”.

Allí está el féretro de madera pulida, con un ramo de flores blancas surtidas y cubierto con un rebozo ceremonial de Chenalhó de flores rojas. En el altar erigido frente a la catedral oficia una larga hilera de prelados en sotanas blancas, algunos con tiaras. Hay un sitial dorado. En las primeras filas del público se encuentran "las autoridades civiles", como higiénicamente llama el obispo auxiliar al gabinete estatal, sus guardaespaldas y cámaras de televisión.

El cielo está algo nublado y hace un poco de frío; todo está como que a medias. Cierta tensión. ¿Será eso lo que expresan las salomónicas palabras del actual obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi Esquivel?: "Terminó su paso por esta tierra don Samuel Ruiz García, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, quien presidió esta diócesis de 1960 a 2000. Idolatrado por unos y aborrecido por otros, ya concluyó su misión y pedimos su descanso en la paz eterna".

Y revela: "Cuando llegué aquí como su sucesor, hace ya casi 11 años, unos me exigían que nada cambiara, que en todo siguiera sus pasos, que hiciera todo exactamente como él. Otros, al contrario, esperaban que barriera con cuanto le recordara y que no quedara huella de sus 40 años episcopales en esta región de Chiapas. ¡Vaya reto tan desgastante! ¡Cuánto cuesta ser puente que pueda unir orillas tan extremas! Unos y otros te pisan; los de aquí y los de allá. Pero sólo así puedes construir unidad, en medio de una enorme y rica diversidad de actitudes y criterios humanos, teológicos, eclesiales y pas- torales. Mi oración, entonces y ahora, es pedir la luz del discernimiento evangélico para no competir ni destruir, sino complementar".

Arizmendi no desaprovecha la ocasión para pintar su raya. Luego de reconocer el rico legado de su antecesor, matiza: "Varios de estos aspectos son de frontera y, por tanto, delicados, tanto para entenderlos conforme al Evangelio como para aplicarlos en comunión eclesial. No es fácil abrir caminos para responder a los retos de la nueva evangelización, porque a veces no guardamos el equilibrio necesario y podemos saltarnos o relativizar algunas normas; pero es más pecaminoso no intentar nuevas respuestas; es egoísta, comodino y farisaico sólo juzgar y condenar desde lejos, sin estar insertos en una realidad muy diferente a otras".

Cuando no hay "apertura para dialogar sobre estos puntos, sino sólo desconfianza y descalificación, nos desgastamos unos a otros y no discernimos los signos de los tiempos". Y concede: "La Teología India y el Diaconado Permanente entre los indígenas tienen sus complicaciones, pero son una búsqueda digna de ser valorada".

Su tono no es el del jTatic. Se siente obligado a explicar: "¿Quién puede negar el talante evangélico de la opción por los pobres? ¿Quién puede no involucrarse en la liberación integral de los marginados? ¿A quién pueden dejar indiferente las violaciones a los derechos humanos? ¿Puedes voltear la cara y dejar frío el corazón, cuando ves las injusticias contra los indígenas, contra la mujer, contra los diferentes?"

Otro extremo de dicha tensión lo manifiesta el párroco de Tila, Heriberto Cruz Vera, quien se encarga de animar a la multitud que permanece en el atrio mientras las autoridades eclesiásticas y civiles ingresan a la catedral para depositar al jTatic en su última morada. Suena una dramática música de marimba y orquestación electrónica. “Viva jTatic, amigo del pueblo humilde. Su triunfo está confirmado. Devolvió la dignidad a los pueblos indios. Queremos obispos al lado de los pobres”, insiste Vera, y la multitud lo sigue con vivas.

La gente agita una mano en alto. El "padre Heriberto", como le dicen, es vencido por las lágrimas. Se recupera: “jTatic vive, la lucha sigue”.


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