¡Fuera la Iglesia Católica de la Universidad!
viernes 1 de abril de 2011
Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
Cuando me disponía a publicar este escrito me encuentro con el de Carlo Frabetti “Respetemos los templos”, en clave de ironía. Bueno, pues yo, como carezco de los recursos retóricos de Carlo y soy melodramático, iré directamente al grano esgrimiendo un argumento políticamente correcto esperado: el académico. Así confío al menos en complementar el suyo...
El artículo 16 de la Constitución española dice en su apartado 3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal.
Así pues, los centros públicos son constitucionalmente laicos y deben parecerlo. Entonces ¿por qué hay una capilla católica en la Universidad pública madrileña? Las protestas en la complutense de Madrid contra la ocupación de un espacio de la misma por la institución católica no sólo no son delito, es que son respuesta a un atropello, legítima defensa. Responden en todo caso al delito contra el sentimiento religioso de la laicidad cometido por los que profesan el sentimiento religioso católico que se han introducido donde no deben, o no se van tras 30 años constitucionales, y alteran el orden público establecido en la Constitución que asienta el principio de que el Estado es laico y no está comprometido con ninguna confesión religiosa. ¿Quién protege los sentimientos laicos de quienes no son religiosos? ¿No tuvieron bastante los católicos con haber reinado y gobernado durante los cuarenta años de la dictadura franquista?
De manera que no son los que hacen caceroladas ni los que se presentan desnudos en la capilla de la Facultad los que atentan contra ningún sentimiento que deba alojarse en un centro público. Ese sentimiento tiene sus espacios, como los tiene el tabaco o la prostitución. La Iglesia se comporta en este caso como el intruso que se ha instalado en una parte de la vivienda sin permiso de sus dueños. Y por más que a la jerarquía se le llene la boca de que en España hay mayoría católica, ni eso es así ni en el caso de que lo fuera es razón suficiente para tratarnos a todos por el mismo rasero de siervos suyos como hizo durante la dictadura.
La jerarquía católica no tiene ya atribuciones ni competencias fuera de sus iglesias, ni más correligionarios que los que acuden puntualmente a ellas. El Estado no puede ni debe dar un trato de privilegio a la católica respecto a las demás Iglesias que no comparten el credo de ésta. Y si recibe puñados de millones de euros anualmente del Estado es porque el Estado español es débil, esté el gobierno que esté.
La Iglesia está mantenida por razones espúreas de Estado. Quitarle esa protección cualquiera de los dos partidos mayoritarios equivale a hacerse políticamente el haraquiri. Por eso la jerarquía sigue erre que erre… Por eso no hay manera de quitárnosla de encima. Protestar y tratar sus capillas situadas en centros públicos como si fueran prostibulos, es lo menos que cabe hacer después de 30 años de abuso religioso y político de la jerarquía católica en este país; abuso que es prolongación y estertores de su imperio aparentemente espiritual pero realmente político y además en franca decadencia.
Fuente
Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
Cuando me disponía a publicar este escrito me encuentro con el de Carlo Frabetti “Respetemos los templos”, en clave de ironía. Bueno, pues yo, como carezco de los recursos retóricos de Carlo y soy melodramático, iré directamente al grano esgrimiendo un argumento políticamente correcto esperado: el académico. Así confío al menos en complementar el suyo...
El artículo 16 de la Constitución española dice en su apartado 3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal.
Así pues, los centros públicos son constitucionalmente laicos y deben parecerlo. Entonces ¿por qué hay una capilla católica en la Universidad pública madrileña? Las protestas en la complutense de Madrid contra la ocupación de un espacio de la misma por la institución católica no sólo no son delito, es que son respuesta a un atropello, legítima defensa. Responden en todo caso al delito contra el sentimiento religioso de la laicidad cometido por los que profesan el sentimiento religioso católico que se han introducido donde no deben, o no se van tras 30 años constitucionales, y alteran el orden público establecido en la Constitución que asienta el principio de que el Estado es laico y no está comprometido con ninguna confesión religiosa. ¿Quién protege los sentimientos laicos de quienes no son religiosos? ¿No tuvieron bastante los católicos con haber reinado y gobernado durante los cuarenta años de la dictadura franquista?
De manera que no son los que hacen caceroladas ni los que se presentan desnudos en la capilla de la Facultad los que atentan contra ningún sentimiento que deba alojarse en un centro público. Ese sentimiento tiene sus espacios, como los tiene el tabaco o la prostitución. La Iglesia se comporta en este caso como el intruso que se ha instalado en una parte de la vivienda sin permiso de sus dueños. Y por más que a la jerarquía se le llene la boca de que en España hay mayoría católica, ni eso es así ni en el caso de que lo fuera es razón suficiente para tratarnos a todos por el mismo rasero de siervos suyos como hizo durante la dictadura.
La jerarquía católica no tiene ya atribuciones ni competencias fuera de sus iglesias, ni más correligionarios que los que acuden puntualmente a ellas. El Estado no puede ni debe dar un trato de privilegio a la católica respecto a las demás Iglesias que no comparten el credo de ésta. Y si recibe puñados de millones de euros anualmente del Estado es porque el Estado español es débil, esté el gobierno que esté.
La Iglesia está mantenida por razones espúreas de Estado. Quitarle esa protección cualquiera de los dos partidos mayoritarios equivale a hacerse políticamente el haraquiri. Por eso la jerarquía sigue erre que erre… Por eso no hay manera de quitárnosla de encima. Protestar y tratar sus capillas situadas en centros públicos como si fueran prostibulos, es lo menos que cabe hacer después de 30 años de abuso religioso y político de la jerarquía católica en este país; abuso que es prolongación y estertores de su imperio aparentemente espiritual pero realmente político y además en franca decadencia.
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