Pasado, presente y futuro del sector eléctrico/Parte I
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Autor:
Martin Esparza
El árbol que nació torcido en el porfiriato
Desde inicios del siglo pasado en que
surgieron los primeros visos de la industria eléctrica, el gobierno de
Porfirio Díaz condenó al país a la dependencia energética al entregar
concesiones de generación a empresas extranjeras; con la creación de la
Comisión Federal de Electricidad (CFE), en 1937, en el gobierno de
Lázaro Cárdenas, su política nacionalista buscó que el Estado generara
electricidad para impulsar un verdadero desarrollo económico, objetivo
cristalizado con la nacionalización del sector el 27 de septiembre de
1960, en el sexenio de Adolfo López Mateos.
Con la llegada de los regímenes
neoliberales y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN), en la administración de Carlos Salinas de Gortari se
inició una reversa al proyecto nacionalista, al abrir la participación
de la industria eléctrica al capital privado, nacional e internacional.
Esta desnacionalización trató sin éxito de llevar a la apertura total
del sector en los sexenios de Ernesto Zedillo y Vicente Fox, pero en el
gobierno de Felipe Calderón dio inició el proceso privatizador con el
golpe al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que había denunciado
esta estrategia.
La reforma energética de Enrique Peña
Nieto terminó de abrir las puertas a las trasnacionales que ya
detentaban la mitad de la generación de energía del país y regresó a la
industria eléctrica al punto de partida del porfiriato, al permitirles
una participación total en el sector. Ante la necesidad de devolver su
sentido nacionalista a esta rama estratégica, urge un debate en el país
que le devuelva el rumbo perdido, con la participación de los tres
poderes de la Unión, los usuarios y trabajadores con el fin de que la
electricidad vuelva a ser puntal del desarrollo económico social y
económico de México.
En esta serie de entregas trataremos de
llevar de la mano a nuestros lectores sobre los antecedentes y cambios
que ha sufrido el sector eléctrico durante el pasado siglo y las
primeras dos décadas del nuevo milenio, pero, sobre todo, plantear su
futuro en consideración al bienestar de las mayorías.
Y se hizo la luz…
Aunque fue en 1880 cuando se instalaron
las primeras bombillas de iluminación en el Zócalo capitalino, al
comenzar a operar las incipientes empresas generadoras de energía como
la Compañía Mexicana de Gas y Luz Eléctrica en la Ciudad de México y
otras más en ciudades como Guadalajara, 1884; Monterrey, 1888;
Veracruz y Mérida, 1889, no fue hasta 1902 en que hizo su aparición en
nuestro país la empresa canadiense Mexican Light and Power Company
(Mex-Light), que se inició el desplazamiento paulatino de las pequeñas
compañías hasta permitirle, con las concesiones y el apoyo total del
gobierno de Porfirio Díaz, convertirse en las primeras cinco décadas del
siglo pasado en el monopolio eléctrico más importante del país hasta su
nacionalización en 1960.
Bastaron un par de años para que en
1906, la poderosa Mexican Light tuviera a su favor más concesiones del
gobierno mexicano y de las autoridades locales de Puebla, Hidalgo,
Estado de México y Michoacán. Además, y como parte de la misma firma
anglocanadiense, surgió la Mexican Tramways, ambas empresas compartieron
hasta 1933 oficinas, talleres, operarios y sistemas de administración.
El régimen autoritario de Díaz no midió
las consecuencias que tendría años más tarde para la economía del país y
la ralentización de su crecimiento, el permitir el desplazamiento de
las pequeñas firmas locales, alentando y protegiendo al monopolio
generador de energía más grande de México y en su momento de América
Latina.
El dictador no sólo otorgó a la empresa
extranjera concesiones de 50 y hasta 97 años; además, les autorizó el
aprovechamiento irrestricto de aguas propiedad de la nación,
permitiéndoles instalar plantas hidroeléctricas, redes de transmisión,
distribución y oficinas de comercialización. Por ejemplo, el 24 de marzo
1903, la Mexican Light obtuvo el permiso para explotar los ríos Necaxa,
Tenango y Xaltepuxtla.
En aras de un aparente proyecto de
desarrollo nacional, Díaz entregó la dependencia de la economía nacional
a los propósitos desmedidos de acumulación de ganancias del capital
extranjero, de tal manera que tras el triunfo del movimiento armado de
1910, la naciente industria eléctrica se vio sometida al uso de una
tecnología atrasada, no competitiva y que en consecuencia sólo abastecía
de materia prima y servicios intermedios a las empresas. Las compañías
extranjeras, con la mano en la cintura, se llevaron millonarias
ganancias por regalías y utilidades.
En contrasentido a su expansión y alta
rentabilidad, para el monopolio eléctrico las condiciones laborales de
sus trabajadores eran un asunto de poca importancia, pues desde su
entrada en funciones las firmas extranjeras aplicaron una sistemática
represión a todo intento por constituir una organización que defendiera
sus derechos.
En medio del fragor de la lucha
revolucionaria, el 14 de diciembre de 1914, nació el SME, iniciando un
mes después, el 19 de enero de 1915, negociaciones con la Mexican
Telegraph and Telephone, que si bien aceptaba el diálogo se negaba a
reconocer al naciente sindicato, como era también el caso de la Mexican
Light.
La lucha por lograr mejores condiciones a
los trabajadores fue dura, pues además de la intransigencia de las
firmas extranjeras, en 1916, el gobierno de Venustiano Carranza mandó
encarcelar a sus dirigentes por el hecho de haber ido al paro, al exigir
el pago de su salario en oro y no en papel moneda que perdía valor. El
entonces secretario general Ernesto Velasco estuvo a punto de ser
fusilado por asumir con el Sindicato Mexicano de Electricistas el
reclamo generalizado no solo de sus agremiados, sino de todos los
obreros de la Ciudad de México.
La raigambre histórica del SME estuvo
siempre ligada al parto revolucionario del país y al nacimiento de la
industria eléctrica nacional.
Creciente monopolio
En el contexto de las décadas
posteriores al México posrevolucionario y en su afán de lucro, la
Mexican Light y otras firmas como la American and Foreign Power, sólo se
preocuparon por prestar el servicio a los industriales y a los sectores
sociales que podían redituarles ganancias seguras sin reclamar por sus
altas tarifas, sobre todo en los centros urbanos. Las áreas rurales,
semi-rurales y zonas de extrema pobreza urbana nunca entraron en sus
planes de expansión, pues ello hubiera requerido realizar inversiones
riesgosas y de largo plazo con ganancias dudosas o mínimas. México y el
desarrollo integral de su población, nunca fueron sus prioridades.
Ante el riesgo de que el desarrollo
nacional estuviera supeditado a los intereses de las firmas extranjeras,
el 14 de agosto de 1937 el presidente Lázaro Cárdenas decretó el
nacimiento de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). El país tenía
entonces 18,3 millones de habitantes y solo tres empresas ofrecían el
servicio eléctrico a unos 7 millones de mexicanos; es decir, 62 por
ciento de la población carecía del servicio eléctrico.
La política nacionalista en favor del
sector eléctrico iniciada en el sexenio de Cárdenas se cristalizó el 27
de septiembre de 1960, con la nacionalización del sector en el gobierno
de Adolfo López Mateos.
Martín Esparza FloresFuente
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