Credibilidad Cero
Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info)
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Por segunda ocasión, en un ejercicio que se supone será mensual, los secretarios que participan en el llamado gabinete económico (Hacienda, Economía y Trabajo) convocan a la prensa para dictarles la información que pretende avalar el dicho de que la crisis quedó atrás y de que se avanza en el camino correcto.
Convocadas como rueda de prensa son, en realidad, cuadros de fusilamiento en el que no se permite a los periodistas preguntar ni, mucho menos, opinar. La falta de oficio que caracteriza a los funcionarios del régimen espurio hace que, aunque se dijeran verdades, sólo quede sembrada la duda; más aún cuando lo declarado muestra inconsistencia con otras fuentes de información oficial, como es el caso de las cifras de generación de empleos, de cuya tergiversación han dado cuenta plumas suficientemente autorizadas. Lo cierto es que en este, como en la casi totalidad de los asuntos de gobierno, la credibilidad es cero. El asunto es de extrema gravedad y afecta profundamente la viabilidad del proyecto gubernamental, independientemente de que se esté o no de acuerdo con su postulado.
Parece que nunca acabaremos de aquilatar los mexicanos el costo del fraude electoral de 2006 y de su criminal manejo informativo. Si realmente hubo fraude o se ganó limpiamente es, a estas alturas casi irrelevante, lo que trasciende es que el manejo postelectoral sólo sirvió para alimentar la sospecha y, a partir de ello, el persistente empleo de la propaganda como instrumento de gobierno no ha hecho sino profundizar la falta de credibilidad y la ilegitimidad del régimen, incluso entre sus simpatizantes: si mientes a otros no tengo por qué creer que no nos mientes a nosotros, aún cuando tu mentira me beneficie.
Lo que se ha dado en calificar como la ruptura del entramado social, frecuentemente imputado a la confrontación de diferentes visiones del proyecto de país, tiene que ver más con la falta de credibilidad. No es intolerable que, en un régimen razonablemente democrático, el régimen actúe de manera distinta, y hasta opuesta, a como yo lo haría, pero resulta totalmente intolerable que lo haga con engaños. La sociedad queda en absoluta indefensión cuando la acción de gobierno queda oculta en la mentira. Este es el ingrediente venenoso que rompe con la posibilidad de una relación correcta entre los sectores diversos de la sociedad. Inútil cualquier convocatoria a la unidad nacional y al emprendimiento de esfuerzos colectivos, si quien convoca carece del crédito indispensable.
Pero la mentira está tomando carta de naturalidad en el modo de hacer política, incluso en acciones supuestamente imbuidas por afanes democráticos, como es el caso de la cada vez más empleada tecnología del gobierno por encuestas. El discurso político se define en términos de decir lo que se supone que la gente quiere oír: no importa lo que deba hacerse o lo que se haga, lo que importa es lo que se diga. Pero todo tiene un límite: cuando la realidad tercamente se impone sobre el discurso y se exhibe la mendacidad, todo el tinglado se viene abajo y, lo peor del caso, hasta la verdad resulta increíble.
En la misma medida en que el perro de la secretaría del trabajo dice que su propuesta de reforma laboral es en beneficio de la generación de empleos decentes, sin más se le considera exactamente al revés. Si el espurio proclama que en su guerra contra el crimen organizado se logran avances positivos, es porque ya no halla como salirse de ella. Si un procurador de justicia dice que se investigará un crimen hasta sus últimas consecuencias, puede usted tener por cierto que quedará archivado durmiendo el sueño de los justos. Peor aún, si se dice que la economía se recupera, ponga usted sus barbas a remojar; lo cierto será que empeore. Así va resultando y no porque los críticos del régimen lo bombardeemos constantemente, sino por mérito propio, ganado en apasionadas batallas de contradicción.
Calderón no puede convocar a nadie. No tiene la más mínima credibilidad. No puede gobernar. Es hora de exigir su renuncia. Ya.
Fuente
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Por segunda ocasión, en un ejercicio que se supone será mensual, los secretarios que participan en el llamado gabinete económico (Hacienda, Economía y Trabajo) convocan a la prensa para dictarles la información que pretende avalar el dicho de que la crisis quedó atrás y de que se avanza en el camino correcto.
Convocadas como rueda de prensa son, en realidad, cuadros de fusilamiento en el que no se permite a los periodistas preguntar ni, mucho menos, opinar. La falta de oficio que caracteriza a los funcionarios del régimen espurio hace que, aunque se dijeran verdades, sólo quede sembrada la duda; más aún cuando lo declarado muestra inconsistencia con otras fuentes de información oficial, como es el caso de las cifras de generación de empleos, de cuya tergiversación han dado cuenta plumas suficientemente autorizadas. Lo cierto es que en este, como en la casi totalidad de los asuntos de gobierno, la credibilidad es cero. El asunto es de extrema gravedad y afecta profundamente la viabilidad del proyecto gubernamental, independientemente de que se esté o no de acuerdo con su postulado.
Parece que nunca acabaremos de aquilatar los mexicanos el costo del fraude electoral de 2006 y de su criminal manejo informativo. Si realmente hubo fraude o se ganó limpiamente es, a estas alturas casi irrelevante, lo que trasciende es que el manejo postelectoral sólo sirvió para alimentar la sospecha y, a partir de ello, el persistente empleo de la propaganda como instrumento de gobierno no ha hecho sino profundizar la falta de credibilidad y la ilegitimidad del régimen, incluso entre sus simpatizantes: si mientes a otros no tengo por qué creer que no nos mientes a nosotros, aún cuando tu mentira me beneficie.
Lo que se ha dado en calificar como la ruptura del entramado social, frecuentemente imputado a la confrontación de diferentes visiones del proyecto de país, tiene que ver más con la falta de credibilidad. No es intolerable que, en un régimen razonablemente democrático, el régimen actúe de manera distinta, y hasta opuesta, a como yo lo haría, pero resulta totalmente intolerable que lo haga con engaños. La sociedad queda en absoluta indefensión cuando la acción de gobierno queda oculta en la mentira. Este es el ingrediente venenoso que rompe con la posibilidad de una relación correcta entre los sectores diversos de la sociedad. Inútil cualquier convocatoria a la unidad nacional y al emprendimiento de esfuerzos colectivos, si quien convoca carece del crédito indispensable.
Pero la mentira está tomando carta de naturalidad en el modo de hacer política, incluso en acciones supuestamente imbuidas por afanes democráticos, como es el caso de la cada vez más empleada tecnología del gobierno por encuestas. El discurso político se define en términos de decir lo que se supone que la gente quiere oír: no importa lo que deba hacerse o lo que se haga, lo que importa es lo que se diga. Pero todo tiene un límite: cuando la realidad tercamente se impone sobre el discurso y se exhibe la mendacidad, todo el tinglado se viene abajo y, lo peor del caso, hasta la verdad resulta increíble.
En la misma medida en que el perro de la secretaría del trabajo dice que su propuesta de reforma laboral es en beneficio de la generación de empleos decentes, sin más se le considera exactamente al revés. Si el espurio proclama que en su guerra contra el crimen organizado se logran avances positivos, es porque ya no halla como salirse de ella. Si un procurador de justicia dice que se investigará un crimen hasta sus últimas consecuencias, puede usted tener por cierto que quedará archivado durmiendo el sueño de los justos. Peor aún, si se dice que la economía se recupera, ponga usted sus barbas a remojar; lo cierto será que empeore. Así va resultando y no porque los críticos del régimen lo bombardeemos constantemente, sino por mérito propio, ganado en apasionadas batallas de contradicción.
Calderón no puede convocar a nadie. No tiene la más mínima credibilidad. No puede gobernar. Es hora de exigir su renuncia. Ya.
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Atte. un antismeita