Cuando el monstruo despierta
martes 11 de octubre de 2011
Lydia Cacho (CIMAC)
Ella fue capitana del equipo de futbol. Una chica inteligente, sagaz, hermosa, que creció en una familia estable y afectiva y su primera relación amorosa en la adolescencia casi le cuesta la vida.
Antonieta tenía 16 años cuando su vida cambió, nadie le dijo que a las chicas educadas, estudiosas, listas las puede enamorar un chico violento, controlador que las amenaza de muerte por no obedecer.
Como a millones de adolescentes en todo el mundo, su madre le habló de sexo, de VIH-SIDA, pero nunca creyó necesario prevenirla sobre los síntomas de violencia en el noviazgo.
Su madre, una de las mejores reporteras latinas en Estados Unidos la rescató y juntas decidieron contar la historia para que las familias comiencen a hablar con sus hijas e hijos de cómo se cultiva la violencia en el noviazgo que puede terminar en feminicidio. En México tenemos miles de lecciones suficientes.
María Antonieta Collins es reconocida en Latinoamérica por sus reportajes serios y comprometidos, pero hace unos años tuvo que enfrentar la tarea más difícil de su vida: documentar en el libro “Cuando el monstruo despierta (confesiones de padres de adolescentes)”, editorial Random House, la historia de su hija con un asesino potencial.
Para hacerlo, María Antonieta abrió la puerta a miles de historias similares ocultas en el clóset de vergüenzas familiares. Ella decidió que las víctimas y sobrevivientes de violencia nunca deben esconderse, ni avergonzarse de haber sufrido en manos de terceros, por el contrario: convertir las tragedias familiares en aprendizaje colectivo es la salvación para miles y la transición hacia la sanación.
Desde que apareció este libro lo recomiendo y obsequio cada vez que padres o madres se me acercan para preguntar cómo saber si su adolescente puede estar en una relación violenta o si su embarazo a los 12 años puede ser producto de un abuso soterrado.
Este es sin duda un libro de cabecera para la prevención de la violencia en el noviazgo. María Antonieta lo dice claramente: una familia que no vive violencia de pareja difícilmente creerá que su hija está expuesta a ello, pero sin duda las chicas que aprenden que el amor es equitativo, sano, nutricio e igualitario, pueden crecer creyendo que ésa es la regla y que no hay peligros en el amor o en el noviazgo, con el más que tradicional “nunca creí que a mí me fuera a suceder”, hasta que sucede.
Difícilmente madres y padres encuentran herramientas para enfrentar la violencia adolescente de sus hijas e hijos. Este libro sin duda tiene el gran mérito de haber transitado de una denuncia indispensable a un instrumento educativo y de recursos ejemplares que cientos de madres y padres de chicas que en igual circunstancia compartieron con la autora.
Lecciones de la honestidad entre madres e hijas, de la necesidad de que el padre eduque desde el ejemplo; hasta las lecciones de por qué no debemos actuar como amigas de nuestras hijas sino como adultas que aportan estructura afectiva y reglas formativas claras.
Podemos ver las estadísticas de embarazos adolescentes casi siempre en referencia a una pobre educación sexual y desde la perspectiva de salud pública; leemos acerca de la creciente desaparición de chicas de 12 a 18 años en manos de tratantes de la industria del sexo comercial desde una perspectiva de lo criminal, pero casi nadie nos dice que el origen de esa vulnerabilidad se correlaciona con la violencia en el noviazgo, con relaciones desiguales, con un juego pueril del amor controlador y violento del que nunca hablamos.
Sin intención de moralizar desde la mojigatería y con una perspectiva honesta y plural, María Antonieta nos hace reflexionar, indignarnos, pero sobre todo aprender a prevenir.
Mientras la gente habla sólo de la guerra y la corrupción, madres y padres tenemos una tarea pendiente: reivindicar el amor, unificar la educación sexual con aprendizaje sobre el erotismo y la intimidad; hablar de los indicadores de la violencia en el noviazgo y llevar a las escuelas la preocupación para arrojar luz sobre este flagelo social, pero no instigando miedo y exclusión en chicos y chicas, sino acercándoles a un discurso amoroso, libre y sin violencia; a herramientas para descubrirlo en sí mismos.
Fuente
Lydia Cacho (CIMAC)
Ella fue capitana del equipo de futbol. Una chica inteligente, sagaz, hermosa, que creció en una familia estable y afectiva y su primera relación amorosa en la adolescencia casi le cuesta la vida.
Antonieta tenía 16 años cuando su vida cambió, nadie le dijo que a las chicas educadas, estudiosas, listas las puede enamorar un chico violento, controlador que las amenaza de muerte por no obedecer.
Como a millones de adolescentes en todo el mundo, su madre le habló de sexo, de VIH-SIDA, pero nunca creyó necesario prevenirla sobre los síntomas de violencia en el noviazgo.
Su madre, una de las mejores reporteras latinas en Estados Unidos la rescató y juntas decidieron contar la historia para que las familias comiencen a hablar con sus hijas e hijos de cómo se cultiva la violencia en el noviazgo que puede terminar en feminicidio. En México tenemos miles de lecciones suficientes.
María Antonieta Collins es reconocida en Latinoamérica por sus reportajes serios y comprometidos, pero hace unos años tuvo que enfrentar la tarea más difícil de su vida: documentar en el libro “Cuando el monstruo despierta (confesiones de padres de adolescentes)”, editorial Random House, la historia de su hija con un asesino potencial.
Para hacerlo, María Antonieta abrió la puerta a miles de historias similares ocultas en el clóset de vergüenzas familiares. Ella decidió que las víctimas y sobrevivientes de violencia nunca deben esconderse, ni avergonzarse de haber sufrido en manos de terceros, por el contrario: convertir las tragedias familiares en aprendizaje colectivo es la salvación para miles y la transición hacia la sanación.
Desde que apareció este libro lo recomiendo y obsequio cada vez que padres o madres se me acercan para preguntar cómo saber si su adolescente puede estar en una relación violenta o si su embarazo a los 12 años puede ser producto de un abuso soterrado.
Este es sin duda un libro de cabecera para la prevención de la violencia en el noviazgo. María Antonieta lo dice claramente: una familia que no vive violencia de pareja difícilmente creerá que su hija está expuesta a ello, pero sin duda las chicas que aprenden que el amor es equitativo, sano, nutricio e igualitario, pueden crecer creyendo que ésa es la regla y que no hay peligros en el amor o en el noviazgo, con el más que tradicional “nunca creí que a mí me fuera a suceder”, hasta que sucede.
Difícilmente madres y padres encuentran herramientas para enfrentar la violencia adolescente de sus hijas e hijos. Este libro sin duda tiene el gran mérito de haber transitado de una denuncia indispensable a un instrumento educativo y de recursos ejemplares que cientos de madres y padres de chicas que en igual circunstancia compartieron con la autora.
Lecciones de la honestidad entre madres e hijas, de la necesidad de que el padre eduque desde el ejemplo; hasta las lecciones de por qué no debemos actuar como amigas de nuestras hijas sino como adultas que aportan estructura afectiva y reglas formativas claras.
Podemos ver las estadísticas de embarazos adolescentes casi siempre en referencia a una pobre educación sexual y desde la perspectiva de salud pública; leemos acerca de la creciente desaparición de chicas de 12 a 18 años en manos de tratantes de la industria del sexo comercial desde una perspectiva de lo criminal, pero casi nadie nos dice que el origen de esa vulnerabilidad se correlaciona con la violencia en el noviazgo, con relaciones desiguales, con un juego pueril del amor controlador y violento del que nunca hablamos.
Sin intención de moralizar desde la mojigatería y con una perspectiva honesta y plural, María Antonieta nos hace reflexionar, indignarnos, pero sobre todo aprender a prevenir.
Mientras la gente habla sólo de la guerra y la corrupción, madres y padres tenemos una tarea pendiente: reivindicar el amor, unificar la educación sexual con aprendizaje sobre el erotismo y la intimidad; hablar de los indicadores de la violencia en el noviazgo y llevar a las escuelas la preocupación para arrojar luz sobre este flagelo social, pero no instigando miedo y exclusión en chicos y chicas, sino acercándoles a un discurso amoroso, libre y sin violencia; a herramientas para descubrirlo en sí mismos.
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