¡Ni un paso atrás!

Jorge Camil

Según Reforma, el sábado pasado la guerra anticrimen había alcanzado la cifra de 10 mil ejecutados este año. “De acuerdo con el “ejecutómetro” de ese diario (¡a lo que hemos llegado!), un total de 10 mil 22 personas murieron en incidentes relacionados con el crimen organizado en los primeros nueve meses de 2011. Cuatro estados concentraban la mitad de las víctimas (Chihuahua, Nuevo León, Guerrero y Sinaloa). Y en los demás las cifras de 2010 habían sido rebasadas. El ejecutómetro no solamente lleva el meticuloso conteo de víctimas, sino que las separa en categorías diferentes: "con mensaje", "policías", "decapitados", "torturados", "hombres" y "mujeres". No se puede llevar una cuenta más rigurosa.

La Jornada informó también, en marzo pasado, utilizando datos de la Sedena, que más de mil 300 menores habían muerto hasta entonces en la guerra de Calderón (bit.ly/rdBvE6). Y otros ejecutómetros, como el de Milenio, ajustan la cifra del sexenio en más de 50 mil. Algunos expertos en seguridad nacional, como Eduardo Guerrero, estiman con datos confiables que el sexenio podría terminar con más de 60 mil muertos. ¿Qué importan los números?, la cifra que fuere constituye una tragedia nacional.

Revisando mis notas encontré un artículo publicado al inicio del sexenio, cuando los muertos eran 2 mil. De ahí fuimos in crescendo anualmente a 5 mil, 6 mil, 11 mil, y ahora 10 mil 22 en nueve meses. Mi columna de entonces se tituló "Cuerpo especial del Ejército" (bit.ly/ooiTNR), y comentaba que José Luis Soberanes, Manlio Fabio Beltrones, Carlos Navarrete y la Comisión de Naciones Unidas para los Derechos Humanos se oponían a la intervención del Ejército en esta guerra. Y en especial a la creación de un cuerpo especial del Ejército que adquirió carácter institucional el 4 de mayo de 2007 por decreto presidencial. ¿Qué fue de esa unidad militar, ahora que el Ejército, la Marina, Estados Unidos y los paramilitares están involucrados? No obstante, Felipe Calderón estaba decidido. No ha dejado de creer por un solo minuto en la solución militar. No le ha temblado la mano. Para él no existe otro camino, ni tampoco hay estrategia de salida.

Algunos pensaron que hoy, estando igualmente involucrado con la relección del partido, soltaría la rienda. Pero fue lo contrario. Apretó el paso. Parece que la guerra será la bandera del PAN. (En días pasados escuché al presidente del IFE discutir con Carmen Aristegui los elaborados arreglos de seguridad nacional para conducir el proceso electoral. A nadie parece importarle que las elecciones se realicen así. Nos hemos acostumbrado. Todos arden en deseos de participar, la guerra es lo de menos.)

Regresando a Calderón, me pregunto si tendrá su propio ejecutómetro. ¿Se detendrá por las noches frente a un enorme tablero electrónico en su cuarto de guerra a contar los resultados?: tantos muertos, tantas organizaciones descabezadas, tantos capos extraditados, tantas drogas incautadas, tantas armas decomisadas… ¿Se habrá convertido en motivo de orgullo?

Lo pregunto porque en aras de esta guerra ha enfrentado todas las críticas, evadido (haiga sido como haiga sido) todos los obstáculos políticos y legales, exigido cuentas a todos sus colaboradores, firmado acuerdos cuestionables con Estados Unidos y permitido sobrevuelos militares extranjeros en territorio nacional. Ha sufrido todas las consecuencias y afrontado personalmente todos los peligros. En esas condiciones es obvio que para él no hay marcha atrás. Ya lo ha repetido en varias ocasiones: continuará disparando tiros hasta el último día de su mandato.

En aquella lejana fecha de 2007 le advirtieron los críticos que exponía al Ejército a un serio deterioro de imagen si no salía victorioso. Y está perdiendo la guerra. Sin estrategia de salida, que jamás se ha planteado por decisión del propio Calderón, se comentó que abandonando su firme tradición civilista las fuerzas armadas incurrirían en violaciones inevitables a los derechos humanos y contribuirían a una peligrosa militarización de la política. Hoy existen más de 3 mil quejas por violaciones a los derechos fundamentales y múltiples ejemplos de intervenciones castrenses en temas de la agenda política.

El predicamento de Calderón al inicio del conflicto fue tan específico como desalentador: ¿si no es el Ejército, quién? Y lanzó al Ejército, y al "cuerpo especial", y a la Marina y a la Policía Federal, y a los aviones no tripulados del Pentágono. Y aparecieron los paramilitares, que son una incógnita, porque pueden ser brigadas del Ejército con "licencia para matar", cuerpos armados por los gobernadores, grupos pagados por empresarios o fuerzas especiales del Tío Sam. Y ahora tendremos muchos más de 10 mil muertos este año.

Hoy los miembros del Consejo de Seguridad Nacional despiden con fanfarrias a las tropas que envían a recuperar la República con la gloria de los antiguos Césares romanos. Los despiden como a las legiones extranjeras que salían a engrandecer el imperio: "Veracruz Seguro", "Guerrero Seguro"… Y nada está seguro. ¿Quién cerrará la puerta cuando fallezca la República?

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