Energía: turbulencias y expectativas
Jorge Eduardo Navarrete
Los 18 meses transcurridos desde Macondo, el pozo exploratorio en que ocurrió el dramático accidente de la plataforma Deepwater Horizon de British Petroleum en el Golfo de México, el 20 de abril de 2010, se cuentan entre los más difíciles y turbulentos para el sector global de la energía, que no suele carecer de motivos de perturbación. Hace unos días, el 10 de octubre, el International Herald Tribune publicó en París un informe especial sobre la tumultuosa evolución registrada desde entonces, integrado por varios reportajes, que atienden a las diversas fuentes de energía. Coincidió con la celebración en Oslo de la conferencia internacional Energía para todos, financiamiento del acceso de los pobres, acogida por el gobierno de Noruega en cooperación con la Agencia Internacional de Energía y orientada a examinar formas que permitan, en el horizonte de 2030, cerrar las brechas en materia de acceso a la energía en un mundo en que miles de millones de personas carecen de acceso al suministro eléctrico y a formas higiénicas de cocción de alimentos. La propia agencia dará a conocer a principios de noviembre la edición 2011 de su Global energy outlook, el más reconocido de los estudios multilaterales sobre el sector de la energía, un adelanto del cual se divulgó en la capital noruega. Dedico el comentario de esta quincena a esta secuencia de sucedidos, que da testimonio de un mundo de la energía cruzado por turbulencias y expectativas.
Conviene recordar, para evaluar de manera tentativa sus consecuencias inmediatas y de más largo alcance, al menos los siguientes:
En marzo del presente año, un terremoto y un tsunami de enorme magnitud inhabilitaron el conjunto de reactores alojados en la planta nucleoeléctrica de Fukushima en Japón. El accidente nuclear más grave desde Chernobyl ha tenido para Japón costos y repercusiones que, más de medio año después, aún no terminan de cuantificarse y evaluarse. Lo que ya nadie duda es que Fukushima alteró en profundidad las condiciones y estilos de vida de un segmento no menor de la población. Ya ha provocado la paradoja de que, al tiempo de que Japón decide por un futuro no nuclear de largo plazo, lleva adelante la promoción activa de sus exportaciones de equipo y tecnologías nucleoeléctricas sobre la premisa de las garantías de seguridad.
Más allá del archipiélago, Fukushima desató una serie de reacciones en contra del desarrollo de nuevas plantas nucleares, de la continuada utilización de las existentes y a favor del desmantelamiento, en unos cuantos quinquenios, de estas últimas. Estas reacciones abarcaron desde la decisión de abandonar la energía nuclear, en Alemania, hasta la de mantener, tras rigurosas revisiones de seguridad, el ambicioso programa de expansión en China. A diferencia de Japón, la empresa alemana Siemens, en congruencia con la decisión de su gobierno, anunció que abandonará la construcción de plantas nucleares fuera de Alemania. Esta actitud afectará, en primera instancia, a Rusia, donde Siemens mantenía un acuerdo con Rosatom para construir docenas de plantas nucleares en las siguientes dos décadas.
China, por su parte, ha colocado el desarrollo nuclear como sólo una dimensión de un muy amplio proyecto de expansión de la oferta de energía que cubre prácticamente todo el arco de fuentes de energía, desde las más tradicionales, como el carbón, hasta las nuevas y renovables, con un esfuerzo nacional sin precedente de innovación, desarrollo tecnológico y rápida llegada a los mercados.
Además, de acuerdo con el informe del IHT, milita también contra la energía nuclear el fuerte incremento de las disponibilidades y la caída de los precios del gas natural. Estos hechos, aunados al repudio de la opinión pública, han alterado no sólo la racionalidad económica de las plantas nucleares sino su viabilidad social, ante la existencia de una alternativa que responde a una parte de las preocupaciones ambientales que respaldaban a la nuclear como energía no emisora de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, al menos por el momento, la impresión general es que los obituarios de la nucleoelectricidad, publicados en los primeros meses después de Fukushima, han sido, como en tantas otras ocasiones y en otros tantos ámbitos, prematuros.
El accidente de Macondo provocó la suspensión o, al menos, la disminución de los nuevos proyectos de exploración petrolera costa afuera. Por otra parte, las consecuencias de largo plazo para la producción petrolera de la nueva situación política que surge en el norte de África y en el Oriente Medio están lejos de aclararse lo suficiente como para ser evaluadas. Más allá de las interrupciones temporales de suministros, habrá que ver si la profunda alteración de la perspectiva económica, social y política en el área supondrá la adopción de modelos de desarrollo nacional que busquen depender menos de la exportación petrolera. No es inconcebible que algunos de estos países procuren que sus sectores petroleros avancen en la cadena de valor, reduciendo la proporción de las ventas al exterior de crudo para liberar suministros para actividades de transformación industrial en sus propios territorios. Ha habido también indicios de una nueva responsabilidad intergeneracional en las políticas de gestión de las reservas petroleras.
En Oslo, la atención de los participantes en la conferencia antes mencionada se concentró en formas efectivas e innovadoras para financiar el acceso a la energía de poblaciones de ingreso bajo o muy bajo. Se trata de hacer frente a situaciones como las siguientes, documentadas en el informe que la AIE preparó para la reunión. Más de mil 300 millones de personas –20 por ciento de la población mundial– carecen de acceso a la electricidad y no menos de 2 mil 700 millones –cuatro de cada 10 personas del mundo– no disponen de equipos seguros e idóneos para la cocción de alimentos. Casi la totalidad de estas personas vive en el África subsahariana. Si se invirtieran 48 mil millones de dólares por año –alrededor de 3 por ciento del total de inversiones mundiales en energía– se lograría cerrar esa brecha hacia 2030.
El acceso a la energía, componente esencial del mejoramiento de las condiciones materiales de vida, no quedó comprendido en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Se trata de diseñar estrategias que permitan incorporarlo ahora y otorgarle prioridad semejante.
Fuente
Los 18 meses transcurridos desde Macondo, el pozo exploratorio en que ocurrió el dramático accidente de la plataforma Deepwater Horizon de British Petroleum en el Golfo de México, el 20 de abril de 2010, se cuentan entre los más difíciles y turbulentos para el sector global de la energía, que no suele carecer de motivos de perturbación. Hace unos días, el 10 de octubre, el International Herald Tribune publicó en París un informe especial sobre la tumultuosa evolución registrada desde entonces, integrado por varios reportajes, que atienden a las diversas fuentes de energía. Coincidió con la celebración en Oslo de la conferencia internacional Energía para todos, financiamiento del acceso de los pobres, acogida por el gobierno de Noruega en cooperación con la Agencia Internacional de Energía y orientada a examinar formas que permitan, en el horizonte de 2030, cerrar las brechas en materia de acceso a la energía en un mundo en que miles de millones de personas carecen de acceso al suministro eléctrico y a formas higiénicas de cocción de alimentos. La propia agencia dará a conocer a principios de noviembre la edición 2011 de su Global energy outlook, el más reconocido de los estudios multilaterales sobre el sector de la energía, un adelanto del cual se divulgó en la capital noruega. Dedico el comentario de esta quincena a esta secuencia de sucedidos, que da testimonio de un mundo de la energía cruzado por turbulencias y expectativas.
Conviene recordar, para evaluar de manera tentativa sus consecuencias inmediatas y de más largo alcance, al menos los siguientes:
En marzo del presente año, un terremoto y un tsunami de enorme magnitud inhabilitaron el conjunto de reactores alojados en la planta nucleoeléctrica de Fukushima en Japón. El accidente nuclear más grave desde Chernobyl ha tenido para Japón costos y repercusiones que, más de medio año después, aún no terminan de cuantificarse y evaluarse. Lo que ya nadie duda es que Fukushima alteró en profundidad las condiciones y estilos de vida de un segmento no menor de la población. Ya ha provocado la paradoja de que, al tiempo de que Japón decide por un futuro no nuclear de largo plazo, lleva adelante la promoción activa de sus exportaciones de equipo y tecnologías nucleoeléctricas sobre la premisa de las garantías de seguridad.
Más allá del archipiélago, Fukushima desató una serie de reacciones en contra del desarrollo de nuevas plantas nucleares, de la continuada utilización de las existentes y a favor del desmantelamiento, en unos cuantos quinquenios, de estas últimas. Estas reacciones abarcaron desde la decisión de abandonar la energía nuclear, en Alemania, hasta la de mantener, tras rigurosas revisiones de seguridad, el ambicioso programa de expansión en China. A diferencia de Japón, la empresa alemana Siemens, en congruencia con la decisión de su gobierno, anunció que abandonará la construcción de plantas nucleares fuera de Alemania. Esta actitud afectará, en primera instancia, a Rusia, donde Siemens mantenía un acuerdo con Rosatom para construir docenas de plantas nucleares en las siguientes dos décadas.
China, por su parte, ha colocado el desarrollo nuclear como sólo una dimensión de un muy amplio proyecto de expansión de la oferta de energía que cubre prácticamente todo el arco de fuentes de energía, desde las más tradicionales, como el carbón, hasta las nuevas y renovables, con un esfuerzo nacional sin precedente de innovación, desarrollo tecnológico y rápida llegada a los mercados.
Además, de acuerdo con el informe del IHT, milita también contra la energía nuclear el fuerte incremento de las disponibilidades y la caída de los precios del gas natural. Estos hechos, aunados al repudio de la opinión pública, han alterado no sólo la racionalidad económica de las plantas nucleares sino su viabilidad social, ante la existencia de una alternativa que responde a una parte de las preocupaciones ambientales que respaldaban a la nuclear como energía no emisora de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, al menos por el momento, la impresión general es que los obituarios de la nucleoelectricidad, publicados en los primeros meses después de Fukushima, han sido, como en tantas otras ocasiones y en otros tantos ámbitos, prematuros.
El accidente de Macondo provocó la suspensión o, al menos, la disminución de los nuevos proyectos de exploración petrolera costa afuera. Por otra parte, las consecuencias de largo plazo para la producción petrolera de la nueva situación política que surge en el norte de África y en el Oriente Medio están lejos de aclararse lo suficiente como para ser evaluadas. Más allá de las interrupciones temporales de suministros, habrá que ver si la profunda alteración de la perspectiva económica, social y política en el área supondrá la adopción de modelos de desarrollo nacional que busquen depender menos de la exportación petrolera. No es inconcebible que algunos de estos países procuren que sus sectores petroleros avancen en la cadena de valor, reduciendo la proporción de las ventas al exterior de crudo para liberar suministros para actividades de transformación industrial en sus propios territorios. Ha habido también indicios de una nueva responsabilidad intergeneracional en las políticas de gestión de las reservas petroleras.
En Oslo, la atención de los participantes en la conferencia antes mencionada se concentró en formas efectivas e innovadoras para financiar el acceso a la energía de poblaciones de ingreso bajo o muy bajo. Se trata de hacer frente a situaciones como las siguientes, documentadas en el informe que la AIE preparó para la reunión. Más de mil 300 millones de personas –20 por ciento de la población mundial– carecen de acceso a la electricidad y no menos de 2 mil 700 millones –cuatro de cada 10 personas del mundo– no disponen de equipos seguros e idóneos para la cocción de alimentos. Casi la totalidad de estas personas vive en el África subsahariana. Si se invirtieran 48 mil millones de dólares por año –alrededor de 3 por ciento del total de inversiones mundiales en energía– se lograría cerrar esa brecha hacia 2030.
El acceso a la energía, componente esencial del mejoramiento de las condiciones materiales de vida, no quedó comprendido en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Se trata de diseñar estrategias que permitan incorporarlo ahora y otorgarle prioridad semejante.
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