Desactivar el descontento popular y culpar de la violencia callejera a AMLO
Tal
parece que la estrategia para desactivar el descontento popular
manifestado en las calles, será infiltrar con porros marchas y plantones
Revista EMET
Tal parece que la estrategia para
desactivar el descontento popular manifestado en las calles, será
infiltrar con porros marchas y plantones. Luego se pone en marcha una
campaña de medios para culpar de la violencia callejera a la izquierda
desaforada que dirige Andrés Manuel López Obrador, mientras Los Chuchos
le siguen el juego al grupo en el poder. Desgraciadamente hay gente que
se cree los infundios de la prensa convenenciera, así que el gasto en
ese rubro se ve como un útil desembolso. Con todo, de continuar sin
cambios democráticos el rumbo del país, es posible pronosticar que a
pesar de tales maniobras demagógicas, nada podría frenar el rechazo
popular a un régimen antidemocrático.
El gobierno de Enrique Peña Nieto debería considerar que inicia su gestión sin contar con un bono ciudadano, pues llega a Los Pinos luego de una elección muy cuestionada para relevar a un mandatario espurio, ampliamente repudiado y que abusó de su poder mal habido para cubrir de luto al país. Debería darse cuenta de tan dramática realidad para actuar en consecuencia y no empezar su mandato con un cada vez más justificado rechazo colectivo. Es obvio que dentro de las filas del nuevo grupo en el poder hay personajes que simpatizan con métodos fascistas para hacer valer su fuerza. No es el momento para darles cabida, y menos aún aplaudirlos y otorgarles amplios poderes para desplegar sus acciones represivas.
Si no se les rechaza y saca del juego político, muy pronto podrían meter en serios apuros a Peña Nieto, quien no cuenta con más apoyo que el de su grupo de interés y de la oligarquía que ambiciona meterle mano a los recursos naturales que quedan en manos del Estado. Entonces, las cosas tomarían un curso de violencia social que nada podría frenar, mucho menos si de tal situación se valen grupos criminales, como el de los zetas, para seguir apuntalando su fuerza. Por eso es vital que Peña Nieto entienda la necesidad imperiosa de no darles cabida en su administración a los fascistas, que anhelan contar con espacios suficientes para hacer valer sus tácticas violentas, que acabarían empatadas con las que siguen los zetas.
Es un error pretender hacerle creer al pueblo poco informado que los revoltosos son quienes no tienen nada que ganar con la violencia, como sucede con la verdadera izquierda que lidera López Obrador. Si lo que se busca es justificar una fuerte represión contra esta fuerza política, lo que finalmente se conseguiría sería que el gobierno enseñara su verdadero rostro, pues las clases mayoritarias no se iban a creer todo el tiempo que las organizaciones progresistas, que actúan pacíficamente, tienen relación directa con hechos violentos cuya autoría es manifiesta. Lo es porque siempre dejan huellas los sicarios al servicio del poder, como así fue en los hechos del sábado primero de diciembre.
De por sí es una ominosa señal la derrota sufrida de manos de uno de los poderes fácticos, en relación con la propuesta inicial de que serían gratuitos los servicios prestados por el duopolio televisivo a las empresas de televisión abierta, párrafo que se corrigió en la versión final del Pacto por México quitando la palabra “gratuitos” para poner en su lugar “precios razonables”. Esto era motivo más que suficiente para que Jesús Zambrano no firmara el documento, sin embargo lo hizo, con lo que avaló la presión ejercida por el duopolio televisivo.
Es evidente que los poderes fácticos, a los que Miguel Ángel Osorio Chong se negó a identificar por su nombre, son un obstáculo para el progreso del país. Con todo, el gobierno federal no tiene aún la fuerza suficiente para enfrentarlos, como quedó demostrado por el incidente antedicho. Y menos la tendrá si en vez de facilitar una sana interlocución con todas las fuerzas políticas, incluida la verdadera izquierda, la dificulta dando manga ancha al actuar ilegal de esbirros al servicio de las corrientes ultraconservadoras.
¿Quién podrá creer en la sinceridad de Peña Nieto si empieza a doblar la cerviz ante los poderes fácticos? Si de plano carece de una mínima voluntad para enfrentarlos, lo más sensato es que no prometiera lo que no puede cumplir. Así, el nada grato fracaso de su gobierno sería menos ostensible, fracaso que de ningún modo podría achacarse a la oposición de las fuerzas democráticas, sino a la brutal presión de los poderes fácticos, como es más que claro.
Peña Nieto llega a Los Pinos sin una mínima protección social que le permita evitar caídas en su caminar por el país. Su discurso de toma de posesión no motivó las expectativas que cabría esperar, cuando los anuncios que hizo de las políticas públicas con las que iniciará su gobierno, son favorables al país. De ahí la necesidad imperiosa de que no se deje aislar por los fascistas que buscan meterlo en su carril.
El gobierno de Enrique Peña Nieto debería considerar que inicia su gestión sin contar con un bono ciudadano, pues llega a Los Pinos luego de una elección muy cuestionada para relevar a un mandatario espurio, ampliamente repudiado y que abusó de su poder mal habido para cubrir de luto al país. Debería darse cuenta de tan dramática realidad para actuar en consecuencia y no empezar su mandato con un cada vez más justificado rechazo colectivo. Es obvio que dentro de las filas del nuevo grupo en el poder hay personajes que simpatizan con métodos fascistas para hacer valer su fuerza. No es el momento para darles cabida, y menos aún aplaudirlos y otorgarles amplios poderes para desplegar sus acciones represivas.
Si no se les rechaza y saca del juego político, muy pronto podrían meter en serios apuros a Peña Nieto, quien no cuenta con más apoyo que el de su grupo de interés y de la oligarquía que ambiciona meterle mano a los recursos naturales que quedan en manos del Estado. Entonces, las cosas tomarían un curso de violencia social que nada podría frenar, mucho menos si de tal situación se valen grupos criminales, como el de los zetas, para seguir apuntalando su fuerza. Por eso es vital que Peña Nieto entienda la necesidad imperiosa de no darles cabida en su administración a los fascistas, que anhelan contar con espacios suficientes para hacer valer sus tácticas violentas, que acabarían empatadas con las que siguen los zetas.
Es un error pretender hacerle creer al pueblo poco informado que los revoltosos son quienes no tienen nada que ganar con la violencia, como sucede con la verdadera izquierda que lidera López Obrador. Si lo que se busca es justificar una fuerte represión contra esta fuerza política, lo que finalmente se conseguiría sería que el gobierno enseñara su verdadero rostro, pues las clases mayoritarias no se iban a creer todo el tiempo que las organizaciones progresistas, que actúan pacíficamente, tienen relación directa con hechos violentos cuya autoría es manifiesta. Lo es porque siempre dejan huellas los sicarios al servicio del poder, como así fue en los hechos del sábado primero de diciembre.
De por sí es una ominosa señal la derrota sufrida de manos de uno de los poderes fácticos, en relación con la propuesta inicial de que serían gratuitos los servicios prestados por el duopolio televisivo a las empresas de televisión abierta, párrafo que se corrigió en la versión final del Pacto por México quitando la palabra “gratuitos” para poner en su lugar “precios razonables”. Esto era motivo más que suficiente para que Jesús Zambrano no firmara el documento, sin embargo lo hizo, con lo que avaló la presión ejercida por el duopolio televisivo.
Es evidente que los poderes fácticos, a los que Miguel Ángel Osorio Chong se negó a identificar por su nombre, son un obstáculo para el progreso del país. Con todo, el gobierno federal no tiene aún la fuerza suficiente para enfrentarlos, como quedó demostrado por el incidente antedicho. Y menos la tendrá si en vez de facilitar una sana interlocución con todas las fuerzas políticas, incluida la verdadera izquierda, la dificulta dando manga ancha al actuar ilegal de esbirros al servicio de las corrientes ultraconservadoras.
¿Quién podrá creer en la sinceridad de Peña Nieto si empieza a doblar la cerviz ante los poderes fácticos? Si de plano carece de una mínima voluntad para enfrentarlos, lo más sensato es que no prometiera lo que no puede cumplir. Así, el nada grato fracaso de su gobierno sería menos ostensible, fracaso que de ningún modo podría achacarse a la oposición de las fuerzas democráticas, sino a la brutal presión de los poderes fácticos, como es más que claro.
Peña Nieto llega a Los Pinos sin una mínima protección social que le permita evitar caídas en su caminar por el país. Su discurso de toma de posesión no motivó las expectativas que cabría esperar, cuando los anuncios que hizo de las políticas públicas con las que iniciará su gobierno, son favorables al país. De ahí la necesidad imperiosa de que no se deje aislar por los fascistas que buscan meterlo en su carril.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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