2018: candidatos del pueblo al rescate del país
Con
 los recortes a la salud, la educación y una interminable lista de 
programas sociales, la marginación para millones de mexicanos y la 
anulación de un futuro próspero para las nuevas generaciones será una 
infamia consumada por la tecnocracia neoliberal que, desde el poder, 
abandonó desde hace mucho tiempo su papel de Estado benefactor, producto
 de la Revolución Mexicana y de la Constitución de 1917, donde se vieron
 plasmadas conquistas de sectores como el obrero y campesino.
El escenario de crisis social que 
enfrenta el país debe llevarnos a un profundo análisis de la rapiña que 
en las últimas décadas ejercieron los gobiernos neoliberales al 
articulado de nuestro Carta Magna hasta reducirlo a un mero “reglamento”
 de abierta protección y operación de las empresas multinacionales, 
donde la salvaguarda de las riquezas naturales del país y su subsuelo, 
así como su soberanía nacional y la protección de los derechos 
elementales de sus habitantes han quedado reducidos a un esquema de 
franca vulnerabilidad.
En el marco de los 100 años de nuestra 
Constitución Política –a celebrarse el 5 de febrero de 2017–, los 
mexicanos que formamos parte de la clase trabajadora, campesina, 
indígena y de todos los sectores de la sociedad civil debemos impulsar 
la instauración de una nueva ley fundamental, alejados de los partidos y
 su corrompida y degradada clase política, que en su tesis en favor de 
la globalización han adoptado una posición servil y colaboracionista que
 ha aplicado en su modelo neoliberal todos y cada uno de los dictados de
 organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y 
el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial (BM) y el Fondo 
Monetario Internacional (FMI).
Tan abierta complacencia al capital internacional dio la puntilla,
 por la vía de las reformas estructurales, a empresas públicas que en el
 siglo pasado fueron puntales del fortalecimiento y desarrollo de 
nuestra economía como Petróleos Mexicanos, la Comisión Federal de 
Electricidad y la desaparecida Luz y Fuerza del Centro. Y ahora no 
conforme con el desmantelamiento del sector energético, la irresponsable
 clase política desmantela de paso el sistema de pensiones y uno de los 
baluartes de la seguridad social al imponer la privatización de las 
instituciones que prestan los servicios médicos a trabajadores y 
burócratas. Este atentado a la seguridad social está condenando a la 
pobreza a millones de personas de la tercera edad, cuya subsistencia, 
salud y su vida misma penderá de un hilo.
Ha llegado el momento en que la sociedad
 civil y el pueblo trabajador en general tomen conciencia de que tan 
monumentales destrozos y saqueos a las riquezas del país así como la 
pérdida de derechos que nos afectan de igual forma a trabajadores que a 
campesinos, a indígenas, empleados públicos, comerciantes y pequeños y 
medianos industriales, han sido justificados por la clase política y sus
 partidos por los cambios aplicados de manera arbitraria a nuestra 
Constitución. Desde el Congreso, tanto diputados como senadores han 
votado y aprobado leyes que han sido contrarias a los intereses de las 
mayorías.
Amparados en su papel de “representantes
 populares” han aniquilado los principios sociales de nuestra Carta 
Marga de 1917 y es hora de que empiecen a rendir cuentas a quienes han 
defraudado su voto y su confianza. Es hora de recordarle a esta caterva 
de agachones y entreguistas que no se mandan solos, 
que la soberanía radica en el pueblo y es el pueblo el que tiene la 
última palabra para decidir la forma de gobierno que más le conviene. Y 
la que actualmente priva y que le ha sido impuesta por un puñado de 
políticos deshonestos no representa sus intereses ni garantiza su 
bienestar social.
¿Qué hacer entonces para enfrentar a esta enquistada clase política? ¿Cuáles son las opciones?
Ante el patético futuro que pretende 
heredar a las nuevas generaciones la tecnocracia en el poder es 
pertinente volver la mirada a lo planteado hace unas semanas en el 
corazón de la selva chiapaneca por los integrantes del Congreso Nacional
 Indígena (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), 
donde invitan a la sociedad civil en general a repensar el proyecto de 
país desde las experiencias de despojo y represión que han enfrentado 
los pueblos indígenas en el campo y la ciudad.
Luego de que en 1994 irrumpiera a la 
escena nacional el EZLN, como la legítima voz de aquellos que no 
deseaban morir en el olvido, por primera vez coloca al centro de la 
actual coyuntura una propuesta de índole político que busca manifestarse
 en las elecciones presidenciales de 2018, a través de la candidatura 
independiente de una mujer indígena que lleve tras de sí las luchas de 
resistencia que vienen sosteniendo en todo el territorio nacional los 
pueblos originarios, pero que también represente la voz misma de una 
sociedad que al igual que los indígenas ha sido avasallada y acallada 
por un sistema autoritario que, mediante los partidos políticos, le ha 
cerrado los espacios de expresión y participación para defender sus 
derechos, al grado de criminalizar la protesta social de innumerables 
organizaciones sociales.
La candidatura independiente que 
plantean las bases del movimiento indígena no pretende enrolarse en el 
papel tradicional de un partido político sino generar un movimiento 
popular de alcances nacionales que encauce y materialice las demandas de
 las comunidades, los pueblos y los barrios de las zonas urbanas 
marginadas, hoy en día invisibles en la integración de las políticas 
públicas de desarrollo.
El proyecto merece ser tomado en cuenta 
porque plantea una estrategia de un movimiento político popular que 
surja desde abajo “y a la izquierda”, con absoluta independencia de los 
corrompidos partidos políticos que desde hace mucho extraviaron su 
ideología y principios, y con ellos su compromiso de representar a la 
sociedad. Al colocar a los indígenas y sus irresueltos problemas al 
centro de los grandes debates nacionales no sólo se harán visibles las 
agresiones en su contra sino las que padecen desde hace muchos años 
millones de mexicanos.
Al igual que los pueblos originarios y 
las comunidades campesinas, en las grandes ciudades los núcleos 
marginados son segregados y reprimidos por la autoridad. Y no hay mucha 
diferencia en los despojos que enfrentan en sus tierras los grupos 
indígenas y el terrorismo fiscal de que son objeto millones de 
contribuyentes cautivos, comerciantes y pequeños y medianos empresarios.
 El despojo del agua es otro de los problemas comunes a millones de 
mexicanos; a unos se les pretende arrebatar el vital líquido de sus 
comunidades para entregarlo a proyectos de empresas privadas y a otros, 
se les pretende cobrar su suministro a precios inalcanzables al 
concesionar su servicio a empresas particulares. Por tal razón, los 
objetivos de lucha tienen un mismo origen: el despojo de derechos 
elementales, consagrados en la Constitución, como el acceso al agua.
Además cabe mencionar que la 
inestabilidad laboral y la situación de angustia por alimentar a sus 
familias no es privativa de los habitantes de las zonas rurales; también
 en las grandes urbes la falta de empleo y la aplicación, ahora legal, 
del outsourcing fomenta la precariedad en el empleo y mayor pobreza. En cada semáforo y crucero los fantasmas
 del hambre aparecen todos los días como muestra del fracaso de un 
modelo económico que ha polarizado a México en un país donde una minoría
 es extremadamente rica y una inmensa mayoría apenas subsiste en la 
miseria.
Ante esta brutal desigualdad es que 
tenemos que luchar por devolver su sentido de justicia social a nuestra 
Constitución, trabajando desde las bases del pueblo y de la sociedad 
civil candidaturas independientes como la planteada por el CNI y el 
EZLN, ajenas a todo partido político que garanticen un proyecto que 
rescate a la nación, rumbo a las elecciones de 2018.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
 
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