Carnes, hortalizas y hasta leche para bebé, contaminados con petróleo, benceno y alquitrán
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Autor:
Alba Olea
Desde fórmulas para lactantes, carnes y hortalizas hasta comida chatarra, los alimentos procesados en México contienen derivados del petróleo, como benceno y alquitrán. Se trata de aditivos artificiales presentes lo mismo en pan, cereal, yogur, queso, carne y ensaladas empaquetadas, que en bebidas alcohólicas. A corto plazo alteran el metabolismo y producen alergias. También se les asocia al cáncer.
Los bebés que no consumen leche
materna o que complementan su alimentación con las llamadas fórmulas
para lactantes incluyen en su dieta una dosis de petróleo. Y es
que en México, sin importar su edad, toda persona está expuesta a
consumir alimentos que contienen benceno, alquitrán y otros derivados
del crudo.
No se trata de un asunto de contaminación accidental, sino de los
aditivos artificiales que intencionalmente usa la industria alimentaria
en los productos procesados y ultraprocesados que inundan mercados y
supermercados del país, relacionados directamente con la
canasta básica. Son colorantes, edulcorantes, estabilizadores,
espesantes, antioxidantes, conservadores, incrementadores de volumen y
acentuadores de sabor.
Los derivados del petróleo no sólo están presentes en la llamada comida chatarra, sino también en
hortalizas empaquetadas, pan, cereal, galletas, leche, yogures, quesos,
carne procesada, pescado, mariscos, jugos, jarabes, harina, masa,
tortillas, salsas, mermeladas, helados, suplementos alimenticios,
consomés en polvo y en cubo, bebidas alcohólicas, no alcohólicas y en
polvo, enlatados, entre otros que integran una larga, muy larga lista de productos y marcas, según, socialmente responsables.
De acuerdo con científicos consultados, los
aditivos artificiales son sustancias elaboradas a partir de la síntesis
química de derivados del petróleo, del alquitrán de hulla u otras
sustancias minerales y vegetales. No se conoce con precisión qué efecto producen tras décadas de consumo, pero a corto plazo han probado alterar el metabolismo humano, producir alergias y ser cancerígenas en animales.
Existen más de 2 mil 500
aditivos alimentarios, pero menos de 600 son regulados por la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO). De este total, al menos 280 son de origen sintético o pueden ser elaborados de forma artificial.
Para Adolfo Chávez Villasana, jefe del
Departamento de Nutrición Aplicada y Educación Nutricional del Instituto
Nacional de Ciencia Médica y Nutrición Salvador Zubirán, no cabe duda
de que el consumo desmedido de estas sustancias está relacionado
con el actual problema de salud pública en el país: más de la mitad de
la población de 55 años en adelante padece alguna limitación como
diabetes, obesidad, arterioesclerosis, problemas neurológicos o
reumáticos.
Los aditivos son sustancias
agregadas a los alimentos con fines tecnológicos durante su tratamiento,
producción o empaquetado. Un sólo producto ultraprocesado puede
contener incluso 10 aditivos, sobre todo si se trata de los llamados productos chatarra. Pero también están presentes en fórmulas para lactantes y para necesidades especiales de nutrición.
Para este trabajo, Contralínea
buscó la versión de la línea Baby & Me, de Nestlé, respecto de sus
fórmulas para lactantes. Aurora Garrido, del área de relaciones
públicas, solicitó conocer las preguntas para agilizar el trámite. Sin
embargo, hasta la fecha no ha dado respuesta.
Uso de petróleo, para ganar más
Las galletas Emperador sabor
chocolate, de Gamesa, por ejemplo, contienen cinco colorantes
artificiales añadidos junto con sus lacas (amarillo ocaso, rojo allura,
tartrazina, azul brillante y caramelo clase IV) y dos saborizantes
artificiales (vainillina y sabor crema). Pero también productos
básicos, como el pescado empanizado de Sierra Madre, contienen aditivos
como TBHQ, riboflavina, pirofosfato ácido de sodio, almidón modificado
de maíz y peróxido de benzoilo.
Este semanario pidió a Pepsi Co
Alimentos –a través de Efraín Villanueva– una explicación del uso de
aditivos artificiales a base de petróleo en productos de sus diferentes
marcas, incluidas Gamesa y Sabritas, sin obtener respuesta.
Existe una gran diversidad de
aditivos alimentarios: colorantes, edulcorantes, estabilizadores,
espesantes, antioxidantes, conservadores, incrementadores de volumen y
acentuadores de sabor, entre otros. Son 27 clases funcionales, de acuerdo con la clasificación del Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios.
Yenizey Álvarez Cisneros, investigadora del Departamento de Biotecnología de la Universidad Autónoma Metropolitana, explica a Contralínea que la
mayoría de los aditivos sintéticos, también llamados artificiales, son
creados a partir del benceno, una molécula conocida como hidrocarburo
aromático derivada de la destilación del petróleo y clasificada como
cancerígena para los humanos por la Agencia Internacional de
Investigaciones sobre Cáncer (IARC, por su sigla en inglés). El tolueno y
la anilina son otros derivados del crudo a partir de los que se
sintetizan aditivos alimentarios.
Durante la refinación del petróleo, agrega la científica, los
hidrocarburos son transformados en moléculas menos complejas mediante
el proceso de craqueo o pirólisis. Estas moléculas simples son
posteriormente empleadas en reacciones químicas para producir nuevas
moléculas, como pueden ser las de aditivos.
Tienen este origen la tartrazina, la
azorrubina, el rojo allura, el azul patente y el azul brillante FCF,
entre otros colorantes denominados azoicos. La normatividad mexicana, a
cargo de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos
Sanitarios (Cofepris), admite su uso en pan, cereal, leche y sus
derivados, huevo, queso, carne procesada, pescado, mariscos, jugos,
jarabes, harina, masa, tortillas, salsas, mermeladas, helados, suplementos alimenticios, y bebidas alcohólicas, no alcohólicas y en polvo.
La tartrazina está presente en
productos como aderezo estilo Ranch de Clemente Jacques, caldo de pollo
de Knorr, cacahuate japonés Mafer, rompope de Santa Clara y palomitas
sabor queso de Act II. El amarrillo ocaso FCF se encuentra en Ruffles y Cheetos, de Sabritas; y cacahuates, de Great Value.
Los colorantes son los aditivos
más empleados en la industria alimentaria y por esta razón son los más
perjudiciales para la salud. Así lo considera Yenizey Merit:
“cualquier alimento procesado disponible en el mercado tiene un
colorante añadido. Los consumimos en todo, incluso sin saber, cuando
compramos embutidos, yogures, mermeladas”.
Pero no sólo, también en hortalizas. De acuerdo con la química y doctora en biotecnología, las
hortalizas son sumergidas en una solución de agua con colorante para
que, mediante su absorción, adquieran tonalidades más intensas.
Sucede así con algunas de las verduras que vienen preparadas para consumo directo en ensaladas. “Mucha
gente las prefiere porque se ven más verdes, más bonitas, más
naturales, pero es una mentira. Lo más intenso en color no es lo más
natural en verdad”, señala.
En la industria alimentaria
también predominan los aditivos semisintéticos: aquellos cuyas moléculas
existen de forma natural, pero son producidas artificialmente mediante
síntesis química. Es el caso del ácido cítrico empleado para
acidificar bebidas, conservas y dulces; del color caramelo presente en
destilados y galletas, y del glutamato monosódico, potenciador de sabor
utilizado en botanas y alimentos precocinados.
El doctor Chávez Villasana, investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores, considera en entrevista con Contralínea que el
90 por ciento de los aditivos empleados en la industria no son
necesarios. Ello porque lejos de preservar el contenido nutricional de
un alimento, son empleados para hacer un producto más competitivo
mejorando su color, sabor, textura y duración.
“Al comercio le costean los productos
que tengan 6 meses o más de vida de anaquel, y eso sólo se logra con una
serie de compuestos químicos. Uno no sabe realmente cuántos productos
tiene algo tan sencillo como un cereal o una carne empaquetada”,
explica. El objetivo es que el alimento no cambie de aspecto:
que conserve su estabilidad, su homogeneidad, que no se precipite, no se
disuelva.
Y es que, en comparación con los
aditivos naturales, los sintéticos presentan mayores ventajas económicas
y de eficiencia tecnológica. Es más barato hacer una síntesis
química que hacer una extracción natural. Los colorantes artificiales,
por ejemplo, mantienen colores más intensos por más tiempo y son menos
sensibles a los cambios de temperatura, por lo que facilitan la producción, el transporte y el almacenamiento.
Enfermedades crónicas, el costo real
Las grandes compañías de venta de
alimentos, como los supermercados, se han vuelto “dictadoras”, considera
el nutriólogo mexicano. Sólo compran a proveedores que garantizan cierta cantidad de alimentos estandarizados y con larga vida de anaquel.
El comercio gana entre el 30 y el 50 por
ciento del precio de venta de los productos, explica, por lo que la
industria debe reducir los costos de su producción. “Esto establece una cadena desde la agricultura hasta la mesa en la que es muy difícil prescindir de aditivos”.
Para la industria alimentaria, los
aditivos artificiales son una ventaja inmejorable, pero no así para el
cuerpo humano, que procesa estas sustancias con gran dificultad. Las enzimas digestivas están impedidas de degradar algunos aditivos sintéticos dada su estructura molecular.
“La mayor parte de la molécula es un hidrocarburo, no tiene muchas partes que puedan ser degradadas por un sistema biológico. Mientras
más complejos sean [los aditivos], menos se pueden degradar y se van a
quedar acumulados en el cuerpo, por eso se observan más daños en el
hígado”, explica Álvarez Cisneros.
De acuerdo con Adolfo Chávez Villasana, al
digerir aditivos sintéticos, el cuerpo hace una de tres cosas: anula la
molécula agregándole un metil radical para desactivarla, la almacena en
el hígado o la elimina a través de la orina.
Pero aun cuando el cuerpo logra degradar
estas sustancias, existe el riesgo de que se desate una reacción
alérgica hacia alguno de los productos resultantes. “Hay algunos
edulcorantes que se degradan en aminoácidos como la fenilalanina, y hay
personas que son alérgicas. No lo están consumiendo directamente, pero
pueden tener un padecimiento alérgico”, explica Álvarez Cisneros.
Una posibilidad más –aunque poco investigada, afirma el doctor Chávez Villasana– es que al
digerir alimentos adicionados con muchos sintéticos se produzcan
sustancias derivadas: reacciones químicas provocadas por la interacción
de los aditivos al interior de nuestro organismo, más probables si éstos
son consumidos en forma líquida.
De acuerdo con el nutriólogo, el
hígado y las arterias son los órganos más afectados por el consumo
regular de estas sustancias. En este sentido, los padecimientos más
frecuentes son la esteatosis hepática (hígado graso) y los infartos,
trombosis y problemas de coagulación provocados por la aparición de
rugosidades en el endotelio de las arterias. Hoy, estas son enfermedades muy comunes a pesar de que hace décadas eran poco frecuentes.
El investigador considera que se trata de un problema serio de salud pública estrechamente vinculado con la epidemia de enfermedades crónicas, como la obesidad y la diabetes, padecimientos en los que México es campeón mundial.
Parte del problema se origina en la
llamada desnutrición infantil moderada, provocada por el tipo de
alimentos que se consumen en grandes cantidades desde la niñez. En su
opinión, los niños son la población más vulnerable dado que aprenden para el resto de su vida este patrón alimentario.
En México, ocho de cada 10 niños
de entre 5 y 11 años consumen bebidas endulzadas; siete de cada 10
consumen botanas, dulces y postres, y cinco de cada 10 consumen cereales
dulces. En cambio, sólo dos de cada 10 menores en edad escolar consumen verduras, refiere la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino 2016, la más reciente de su tipo.
La nutrióloga Julieta Ponce Sánchez,
integrante del Centro de Orientación Alimentaria (COA Nutrición),
explica que otro sector fuertemente afectado es el de la población con
poca estructura de refrigeración: “todas las tiendas Diconsa que
están en zonas rurales carecen de refrigeradores. Todo lo que venden
debe tener aditivos para permanecer en anaquel”.
La experta agrega que uno de los mayores problemas del consumo de aditivos es la pérdida de autonomía alimentaria. El
uso de edulcorantes artificiales como la sacarina, el acesulfame k, el
aspartame (con un poder edulcorante entre 200 y 300 veces mayor que el
azúcar) o la sucralosa (600 veces mayor) es el acostumbramiento del
paladar: el aumento en la tolerancia a lo dulce y la disminución en la percepción de otros sabores naturales.
La nutrióloga puntualiza que la
mezcla en un mismo alimento de un edulcorante, por más dulce que sea,
con un conservador o potenciador de sabor salado, como el glutamato
monosódico, inhibe el empalagamiento. A esta pérdida de capacidad degustativa se le denomina “paladar secuestrado”.
“La autonomía alimentaria comienza con el paladar, y un paladar secuestrado no es una condición de libertad. No existe la capacidad de decidir lo que comes y asumir las consecuencias de tu decisión”, afirma Ponce Sánchez.
Eduardo Galindo Corona, director de Investigación y Desarrollo de Alpura, señala a Contralínea que la
empresa trata de no utilizar edulcorantes artificiales y azúcar en
general, dado el debate existente sobre el daño que provocan.
“Hay que bajar el consumo de los
edulcorantes en general, naturales y artificiales, por eso tenemos que
aplicar algunas soluciones creativas. Por ejemplo, el deslactosado de la leche aumenta el dulzor, muchos productos se deslactosan, aunque no se haga un claim de esto en la parte frontal, para poder tener un dulzor proveniente de glucosa y galactosa”,
así señaló luego de participar en un seminario sobre industria
alimentaria convocado por la Facultad de Medicina Veterinaria y
Zootecnia de la UNAM.
Sin embargo, las leches de sabor Vaquitas de Alpura –destinadas para el consumo de niños– además
de estar deslactosadas contienen sucralosa y acesulfame K, saborizantes
artificiales no etiquetados, colorante rojo allura AC y niacina como
acidulante.
Para COA Nutrición, uno de los
aditivos más peligrosos es el jarabe de maíz de alta fructosa (de origen
natural, pero altamente refinado), empleado como sustituto de azúcar
por su precio y durabilidad. Su consumo genera alteraciones
metabólicas como la resistencia a la insulina, aumenta los marcadores
proinflamatorios y los niveles de ácido úrico, triglicéridos y
colesterol. Con el paso del tiempo, puede provocar hígado graso y
diabetes.
Uno de los efectos de la resistencia a la insulina –provocada por la ingesta de esta sustancia– es la acantosis nigircans,
un padecimiento caracterizado por el engrosamiento y obscurecimiento
del cuello, así como por la aparición de canales blancos en éste, ingles
y axilas de personas con sobrepeso y obesidad.
El jarabe de maíz de alta fructosa se
encuentra en productos como la ensalada de legumbres enlatada de Herdez,
las barras Multigrano y Barritas de Bimbo, y en galletas como Chips
Ahoy de Nabisco; Príncipe, Sponch y Gansito, de Marinela; y Florentinas,
Emperador y Chokis, de Gamesa.
La industria sabe cómo producir
alimentos que generan placer y provocan seguir comiendo: lo consigue
fabricando texturas crocantes, sustancias untables y productos con
burbujas, explica Julieta Ponce. Pero también con potenciadores
de sabor como el glutamato monosódico. Al mismo tiempo, el uso de
aditivos le permite limitar la materia prima empleada y reducir costos:
al yogur le quita leche; a los embutidos, carne; a los panes, trigo.
Los riesgos asociados
Con el objetico de crear productos
estables y atractivos, la industria alimentaria recurre a una amplia
gama de aditivos y utiliza en un mismo alimento cuantos estime
“necesarios”. El interés principal es que la producción sea
rentable, por lo que muchas veces se utilizan aditivos no regulados,
sobre los que existe poca investigación científica o, incluso, sobre los
que hay evidencia de riesgo.
Para determinar si los
aditivos alimentarios producen daños a la salud, los investigadores
realizan experimentos en ratas, cobayos y otros animales. Las
sustancias son empleadas en una concentración al menos 10 veces superior
a la admitida comercialmente en aditivos similares. Si en dicha
concentración no se observan problemas patológicos en órganos blandos,
las sustancias son autorizadas, explica la química especialista en biotecnología Yenizey Álvarez Cisneros.
En sentido inverso, para la liberación comercial de un aditivo alimentario (sea de origen vegetal, animal, mineral o sintético) se
debe establecer un valor de ingesta diaria admisible: una concentración
al menos 10 veces menor a aquella en la que no se observaron daños a la
salud en experimentos con animales. Esta dosis supone no representar riesgos en su consumo diario.
A través de la investigación se ha determinado la existencia de aditivos que, por
encima de la dosis permitida, pueden generar cáncer en vejiga, estómago
y colon, problemas neuronales, alergias, infertilidad e hiperactividad.
Pero en la dosis reside la toxicidad de la sustancia y por eso muchos
de los aditivos ubicados como riesgosos siguen siendo admitidos por la
Organización Mundial de la Salud (OMS), la FAO o la Administración de
Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés)
con valores de ingesta diaria admisible establecidos por debajo del
reporte de riesgo.
Si bien la experimentación con
animales es fundamental para conocer cuáles son los efectos a corto
plazo del consumo de aditivos, no permite establecer cuáles son las
consecuencias de ingerir una sustancia en un periodo de 40 o 50 años, es decir, a lo largo de toda una vida.
La norma mexicana establece el límite
máximo (miligramos por kilogramo o litro) en que puede ser empleado un
aditivo según el alimento al que se adiciona. “Todos los
aditivos que se utilizan en México están aprobados por la Cofepris, pero
nunca hemos visto una norma que regule si uno se mezcla con otro, si se
consume tantas veces al día, si es consumido por cierta población”, comenta la maestra Julieta Ponce.
Aunque no hay suficiente evidencia científica, existe la posibilidad de que, dados sus hábitos alimenticios, una persona consuma una sustancia por encima de la dosis indicada.
Por ejemplo, al ingerir muchos alimentos fritos o altos en grasa se
corre el riesgo de consumir en exceso antioxidantes añadidos a los
aceites para evitar su oxidación, como el butilhidroxianisol (BHA),
butilhidroquinona terciaria (TBHQ) y butilhidroxitolueno (BHT),
relacionados con problemas metabólicos y posibles cancerígenos.
De acuerdo con la maestra Julieta Ponce, algunos
de los productos de consumo cotidiano más inseguros desde el punto de
vista nutricional son los consomés en polvo y en cubo (con grasas trans y
sodio), las salchichas (con azúcar, jarabe de maíz, sales y
colorantes), las galletas, cereales de caja, sustitutos de crema para
café, barras de cereal, gelatinas, yogures, refrescos, bebidas
deportivas, pasteles, pan de caja y untables como queso Philadelphia,
crema de cacahuate y Nutella.
Dióxido de titanio: pigmento asociado al cáncer colorrectal
El biólogo Luis Guillermo Garduño
Balderas, profesor de física biomédica en la Universidad Nacional
Autónoma de México, explica a Contralínea los resultados de la investigación en la que participó sobre los
efectos en ratas del dióxido de titanio, un blanqueador de alimentos
presente en lácteos, dulces confitados, pastas, tortillas, harinas,
helados, quesos, semillas y frutos secos envasados.
El dióxido de titanio grado alimenticio
es un aditivo de origen mineral, sintetizado mediante cloración o
tratamiento de ácido sulfúrico. Es un nanomaterial, es decir,
una mezcla de micro y nanopartículas que, según registros de 2018, está
presente en 3 mil 516 productos a nivel mundial.
Por sí solo no causa grandes lesiones, dice el científico; el
problema aparece cuando existen enfermedades previas. Si hay
padecimientos, como una colitis ulcerativa, un cáncer colorrectal o
estomacal temprano, este blanqueador podría exacerbarlos. “Lo
que se ha visto es que el dióxido de titanio grado alimenticio está
asociado a proceso inflamatorios y, por lo que sabemos, un proceso
inflamatorio crónico está asociado a eventos carcinogénicos”.
De hecho, el dióxido de titanio nivel industrial está clasificado por la IARC como posible carcinógeno para humanos.
“Eso también prende alarmas: si en las vías respiratorias puede ser
carcinogénico para humanos [para los trabajadores que sintetizan la
sustancia comercial], ¿por qué vía oral no puede causar un daño?”
En México, su uso es permitido
según las “buenas prácticas de fabricación”. Esto quiere decir que, en
lugar de tener un gramaje máximo autorizado por alimento, se permite a
la idnustria agregar la cantidad mínima necesaria para obtener el efecto deseado.
El problema de que no se establezca un límite de uso y no se etiquete la cantidad utilizada, señala Garduño Balderas, es que no
se puede estimar cuánto dióxido de titanio consume la población
mexicana. Y en vista de que estamos expuestos a un consumo crónico,
esto es muy grave, concluye.
Víctor Manuel Dávila Borja, director del
Laboratorio de Oncología Experimental del Instituto Nacional de
Pediatría, considera que son pocos los estudios científicos que
permiten establecer una asociación entre el consumo de aditivos y la
aparición de padecimientos cancerosos.
El especialista en oncología señala que
el consumo de alimentos procesados sólo es una parte del complejo
problema que hoy representa el aumento en la incidencia de
cáncer en el país. Mas explica que, incluso sin considerar el efecto de
los aditivos sintéticos, la obesidad es un padecimiento que predispone a
cáncer y el consumo limitado de alimentos naturales priva a las
personas de sustancias que inhiben su aparición.
El problema es que gran parte de la
dieta actual está basada en alimentos procesados porque son más baratos,
más accesibles y “saben mejor”, señala el médico. A esto hay
que añadir que siempre se está en contacto constante con sustancias
tóxicas en los productos químicos domésticos y en la propia
contaminación ambiental.
De la conciencia individual a la responsabilidad del Estado
El nutriólogo Chávez
Villasana, miembro de la Sociedad Americana de Nutrición, remarca que es
necesario que se regule el mercado de alimentos procesados a nivel
nacional e internacional. Pero es una tarea difícil, denuncia, pues la
autoridad internacional en materia de regulación alimentaria, la FAO, a
través de su Codex Alimentarius, está constituida por representantes de
la industria y no por las autoridades responsables de la salud
alimentaria de los países miembro, como la Cofepris en el caso mexicano; la FDA, en el estadunidense.
Por otro lado, valora necesario que los mexicanos se reencuentren con los alimentos naturales: los consumidores exigen siempre el mismo color y el mismo sabor en los alimentos, pero eso no es naturalmente posible.
“Si una vez una mermelada está ácida o de color amarillento, la gente
deja de comprar la marca. ¿Qué es lo que hace la industria? Puede que le
ponga algunas fresitas, pero estandariza el color, el sabor, el aroma,
la consistencia. Tenemos que recordar que la fresa no es así de roja y
no sabe así de dulce”.
Al respecto, la química Yenizey Álvarez dice: “nos acostumbramos tanto a los colores bonitos que a veces vemos un alimento natural y sentimos que algo está mal en él”.
Sin embargo, prosigue, en los últimos años ha crecido la investigación de aditivos naturales para sustituir o reducir el uso de sintéticos.
Por ejemplo, se propone el uso de bacterias lácticas para producir
conservadores o de frutos rojos para crear antioxidantes. Ella misma
trabaja en la creación de un antioxidante de origen animal, extraído del
chapulín, para preservar carne.
La nutrióloga Julieta Ponce destaca que México
carece de una política alimentaria pública que esté por encima de todas
las secretarías y oriente las decisiones alimentarias desde la
producción hasta el consumo, pasando por la regulación y la publicidad.
En su opinión, se necesita con
urgencia poner alimentos frescos en todos lados; aumentar la lactancia
materna; hacer una canasta alimentaria básica recomendable para mujeres
embarazadas, infantes y población escolar; mejorar el etiquetado de los productos, y aumentar la evidencia científica sobre la que se basa la regulación.
“Necesitamos por mandato
constitucional que el Estado nos proteja; si sólo hacemos campañas
pareciera que todo depende de la decisión personal y no es así”,
explica. No es cuestión de desincentivar el consumo individual, el
Estado debe asegurar a la población, en los términos constitucionales,
alimentos nutritivos, suficientes, de calidad y accesibles, concluye.
Contralínea buscó por más de 1
mes a la Cofepris –por conducto de su área de Comunicación Social– para
conocer las valoraciones sanitarias sobre las que se erige la
normatividad mexicana. Hasta el cierre de esta edición no se obtuvo
respuesta.
Alba OleaFuente
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