El coronavirus y la viralización del miedo
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Autor:
José Antonio Maya González*
La propagación acelerada del coronavirus Covid-19 viene acompañada de la viralización desmedida del miedo a la otredad, como amenaza y peligro. Más allá de la enfermedad, esta pandemia es un fenómeno social complejo que exhibe miedos socio-históricos, pero también el rostro más monstruoso y siniestro de un modelo económico por demás deshumanizante
“Tengámonos miedo a nosotros mismos.
Los prejuicios, esos son los ladrones […]
Los peligros grandes los llevamos dentro.
¿Qué importan las cosas que amenazan a
nuestras personas o nuestras bolsas?
No pensemos sino en lo que
nos amenaza el alma’.
Víctor Hugo, Los miserables.
El presidente de Estados Unidos, Donald
Trump, recientemente llamó a la enfermedad del coronavirus Covid-19 como
el “virus chino”, frase polémica que salió a defender ante la prensa
estadunidense apuntando con el dedo: “China difunde informaciones
erróneas de que nuestro Ejército les habría transmitido el virus. En
lugar de meterme en una polémica, dije: lo llamaré usando el país de
donde viene”.[1]
Por su parte, Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, minimizó la
propagación del virus y los riesgos de contagio al calificar tal
situación de “fantasía” y “ficción”. Puntualizó que estos hechos sólo
han generado “cierta histeria” entre los gobernadores brasileños.[2]
Las declaraciones de ambos mandatarios y representantes de gobiernos
derechistas, xenófobos, patriarcales y negacionistas del cambio
climático son una muestra elocuente de la falta de sentido político,
sensibilidad comunitaria y comprensión humanitaria de la emergencia
sanitaria que enfrenta el planeta; sin embargo, sus discursos también
son representativos de lo que piensan sectores amplios de la sociedad
que observan con desdén dicho panorama y que consideran que el asiático,
el inmigrante, el negro y el pobre son portadores de una biología
destructiva que (supuestamente) atenta contra la soberanía de las
naciones. Una vez más en la historia de la humanidad, la amenaza se
coloca en el otro y en el afuera; sin embargo, el miedo a la enfermedad
se ha hecho extensivo a la propia existencia humana. Y con razón, los
miedos que ha desatado el coronavirus se han prestado para lanzar, desde
distintos frentes, retóricas alarmistas que atraviesan todos los
órdenes de la vida moderna, miedos que están siendo utilizados
políticamente en diversos países y bajo condiciones particulares de
excepción. Como menciona Fabrizio Mejía: “He ahí la metáfora política
del nuevo virus que parece que atrapa en su secuencia genética todas las
angustias de la globalización”.[3]
Con la declaración del coronavirus como
pandemia global emitida por la Organización Mundial de la Salud hace un
par de semanas, presenciamos la multiplicación acelerada de discursos
científicos que aseveran, mediante un riguroso manejo estadístico y un
sistema de monitoreo cada vez más eficiente, que el contagio va en
aumento y que lo peor está por venir. Los sistemas sanitarios en los
países más afectados (China, España, Italia y Estados Unidos, por
mencionar aquellos cuyas cifras registran los mayores índices de
infectados y muertes hasta el día de hoy) muestran un conjunto de
efectos sociales, políticos y económicos de incalculables dimensiones:
la precipitación de las economías en todos sus niveles, la
reconfiguración de la cooperación entre los países hegemónicos, la
suspensión y el paro de las actividades comerciales de los sectores
medios y los más precarizados, el paulatino cierre de las fronteras
internacionales, entre otras problemáticas que han tenido respuestas tan
disímbolas en muchos gobiernos latinoamericanos (desde decretos que
autorizan el uso de los recursos de las entidades públicas territoriales
para ponerlos a disposición del sector financiero, como se pretende en
Colombia, hasta la suspensión de salarios y derechos laborales de los
trabajadores en el caso de Brasil).
Epidemiólogos, agentes sanitarios e
investigadores de varias partes del mundo sostienen que las
potencialidades infecciosas y sintomáticas del coronavirus son
preocupantes, como preocupantes son los efectos subjetivos que está
dejando en la ciudadanía global la abrumadora sobreexposición al tema y
la circulación galopante de prejuicios entorno al sujeto de la
enfermedad. La reiteración descomunal de que el virus se propaga “entre
nosotros”, los llamados de los organismos internacionales a permanecer
en estado de alerta y las consignas de los mandatarios para hacer
cumplir las acciones preventivas, han logrado instaurar en la mayoría de
personas que observan desde su “reclusión voluntaria” el acenso de un
estado de asecho permanente dentro de un estado de excepción planetario.
En este contexto, la idea de contagio significa que cualquier persona
está expuesta a propagar o adquirir el virus, hecho irrefutable, pero el
contagio, en su dimensión social, se abre a la posibilidad de cada
región, país, entidad federativa, municipalidad, localidad, municipio,
etcétera, tome el control social de la situación y de los medios de
información, por medio de la persuasión temerosa.
En efecto, el coronavirus no sólo ha
sacudido al mundo científico por su rápida propagación, sino también ha
logrado colonizar en el cuerpo de las naciones un conjunto de miedos,
temores y terrores que son producciones sociales; miedos tanto al
contagio como a la enfermedad misma. Peor aún, dichos temores se han
hecho extensivos a otros órdenes de la vida cultural gracias a los
procesos de etiquetamiento y estigmatización hacia las personas
infectadas, a su nacionalidad, identidad social y estrato socioeconómico
al que pertenecen.
Para los observadores de la realidad, el coronavirus tiene un valor sociológico [4]
y cultural inobjetable: permite prestar atención a los comportamientos
sociales, a las ideas, a las valoraciones y percepciones; es decir, nos
acerca al hecho social y sus representaciones, a los imaginarios
sociales y a las fantasías de terror que encubre su manto por demás
estremecedor.
Es innegable que en muchos discursos
políticos, en las diferentes plataformas de información y en las redes
sociales, el coronavirus adquiere connotaciones metafóricas debido a que
está asociado con una idea racial y étnica profundamente racista y
discriminatoria, que no hace sino alimentar el miedo y el desprecio
hacia el otro-diferente.
Al respecto, Susan Sontag advirtió hace
algunas décadas que más allá de la enfermedad física, la tuberculosis,
el sida y el cáncer también podían ser usadas como metáforas porque
despertaban “fantasías punitivas o sentimentales”. En su ensayo La enfermedad y sus metáforas,
la escritora estadunidense recalcó lo siguiente: “La imaginaría
patológica sirve para expresar una preocupación por el orden social”.[5]
Y si nos centramos en dicha imaginería desatada por el coronavirus lo
que observamos es la centralidad de un sujeto (imaginario) que está
condensando preocupaciones sociales sostenidas por el miedo; además,
convoca otros temores culturales tan arraigados en la historia del mundo
(miedo a los judíos, a los indios, a los locos, a las prostitutas,
etcétera) y que hoy en día se producen y reproducen en la mentalidad de
ciertos gobernantes y de sectores amplios de la sociedad. La
diseminación de todo tipo de imágenes y discursos de corte xenofóbico,
racista y discriminatorio no sólo están naturalizando un supuesto rostro
aparejado a la enfermedad (el chino insalubre, el migrante indeseado,
el pobre vicioso), sino que también están favoreciendo la
producción-reproducción de imaginarios que patologizan y criminalizan al
otro-(posible)-infectado.
Lo preocupante de la situación es que la
circulación de imágenes y discursos peyorativos no son una inocentada,
por el contrario, pueden coadyuvar, sino es que justificar, medidas
punitivas, aislacionistas y segregacionistas, como ha venido ocurriendo.
La historia mundial tiene ejemplos de sobra, pero lo que me interesa
recalcar es que los ciudadanos estamos alimentando esas percepciones
sociales que, como todos sabemos, resultan cruciales en la construcción
de tendencias y percepciones sociales en coyunturas electorales y de
elección de cargos públicos, por mencionar un ejemplo. Si bien la risa
que suscitan los memes en tiempos de crisis ayuda a sobrellevar los
temores sociales, también muestra el lado más reaccionario,
discriminatorio e intolerante de la sociedad.
Por otro lado, la emergencia sanitaria
pone de manifiesto el estado de vulnerabilidad en el que históricamente
han estado los indigentes, los niños y los abuelos excluidos de
cualquier servicio de atención médica. No es de sorprender que los
Estados nacionales los hayan dejado por fuera del sistema de salud,
negándoles su derecho a una atención digna y de calidad. Aunque en
varias partes del mundo y, en particular en América Latina, se estén
tomando medidas para encarar dicha situación, la vulneración sistemática
de sus derechos no se resuelve con atenuantes decisiones a corto plazo.
Se debe combatir a fondo la desigualdad y hacer efectivo el derecho a
la salud para todos.
La Soledad de los moribundos,
según la expresión de Norbert Elias al referirse a los ancianos
abandonados en los asilos europeos[6], parece no haberse mitigado con el
aumento de la seguridad y la prevención ocurrida en los países más
desarrollados. Peor aún, en voz de ciertos mandatarios, los abuelos se
están convirtiendo en “estorbos” cuya presencia atenta contra la
economía mundial. Ejemplo de semejante atrocidad es la postura del
vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quien declaró hace poco que los
adultos mayores “deben sacrificarse y dejarse morir” para salvar la
economía.[7]
Muchas personas de la tercera edad están muriendo de manera silenciosa
en camas distribuidas en una red de hospitales fijos e improvisados, sin
considerar la dimensión de su identidad y vida afectiva.
Si bien el coronavirus afecta por igual a
ricos, pobres, clase media, blancos, negros, amarillos y mulatos, el
acceso a los servicios es por demás restringido y desigual. Tan sólo en
México realizarse un diagnóstico para determinar si se está infectado o
no cuesta alrededor de 3 mil a 3 mil 500 pesos en clínicas privadas. Es
de esperar que cualquier miembro de una familia con salario mínimo y sin
ninguna seguridad social no acuda a hacerse una revisión si presenta
los síntomas. Así, comenzamos a plantearnos interrogantes sobre cuáles
son los criterios estatales que determinen quiénes merecen una atención
urgente y quiénes no. Por lo pronto, la declaración de emergencia global
está visibilizando un sinnúmero de problemáticas sociales, políticas,
económicas y culturales que ponen en crisis, una vez más, los conceptos
de civilización, modernidad y progreso en nuestro siglo XXI.
Ahora bien, la propagación acelerada del
coronavirus viene acompañada de la viralización desmedida del miedo a
la otredad, como amenaza y peligro. Digámoslo así: el coronavirus puede
comprenderse desde diversas artistas que lo vuelven un fenómeno social
complejo, multifacético y planetario, el cual no puede recudirse sólo a
una situación biológica preocupante por su alto potencial de riesgo
(contagio) y por una condición de inminente vulnerabilidad (ancianos y
niños principalmente) como resultado de la falta de responsabilidad
estatal (pobreza y marginación). Por el contrario, el coronavirus
también es fenómeno cultural que exhibe, por un lado, una serie de
metáforas sociales mediante las cuales se condensan otros miedos
socio-históricos entorno a la otredad, y, por el otro, revela el rostro
más monstruoso y siniestro de un modelo económico por demás
deshumanizante.
La sensación de preocupación, miedo y
terror que invade a la gente, son resultado, en gran medida, del
acaparamiento y amarillismo que infunden los medios de comunicación
tradicionales (radio y televisión), que día tras día sostienen la
atención de los ciudadanos por medio de estadísticas, muertes
insospechadas y otras situaciones de alarma. La infodemia es
ese otro virus silencioso que amenaza con destruir la privacidad emotiva
de las personas. El asecho mediático y la viralización del miedo en las
plataformas virtuales puede acentuar los muros mentales hacia el otro,
cualquiera que sea su rostro, condenándolo al ostracismo, real e
imaginario, al representarlo como una fuente potencial de contaminación y
contagio para la comunidad internacional, nacional y local. Estamos
ante la emergencia de todo tipo de narrativas que circulan
desaforadamente en nuestro diario acontecer que refuerzan una pedagogía
de la exclusión en donde el otro-infectado, el otro-inmigrante, el
otro-asiático, el otro-indígena, el otro-pobre es retratado como una
amenaza a la paz social y a la salud pública. En este escenario, una de
las reflexiones obligadas pasa por entender que de nuevo se reiteran
aquellas experiencias de las cuales pareciera que no hemos aprendido,
pues como especie continuamos repitiendo, a través del miedo, ciclos de
xenofobia y justificación de la atrocidad.
Finalmente, esta coyuntura pone de
manifiesto el abandono al que este sistema económico ha sometido a
sectores sociales marginados, a los cuales sólo ofrece una solución de
reclusión sin condiciones de apoyo económico y cuya disyuntiva se
encuentra entre morir de hambre o morir por la enfermedad; también
expone el olvido por parte de los Estados nacionales de las funciones
que le son esenciales, como el apoyo a la salud y a la ciencia, pilares
fundamentales para palear una crisis como la que se avizora. Más allá de
cualquier especulación tildada de “sospechosista”, lo cierto es que la
emergencia global por el coronavirus coincidió con una serie de
movilizaciones que se estaban dando a nivel mundial: laborales,
feministas, educativas, ambientales, entre otras, cuyo efecto inmediato
ante la declaratoria pandémica fue la disuasión franca de toda
manifestación pública y la exhortación “civilizada” de solidarizarnos
mediante una “sana distancia”. Así, las medidas internacionales para
enfrentar la propagación y erradicar la pandemia han logrado, sin
pretenderlo así (¿o no?), disuadir la organización colectiva en el
espacio público; al desarticular la toma de las calles y acallar la
reivindicación de un conjunto de exigencias centradas en derechos
humanos elementales (derechos laborales, reproductivos, ambientales,
etcétera) nos hemos concentrado en individualizantes temores que nos
confinan a experimentar un nuevo “fin del mundo” desde las redes
sociales.
Sobre este escenario, hagamos que la
indignación sustituya al miedo, y sobre todo, combatamos las formas de
estigmatización y etiquetamiento hacia el otro-diferente por medio del
pensamiento humanista y la responsabilidad en el espacio digital, de no
hacerlo, continuaremos haciéndole el trabajo sucio a todos aquellos que
se sienten con el poder para determinar el valor y calidad de la vida
humana por medio de prejuicios e ideas preconcebidas, cosa que ya
ocurrió en otros tiempos con el proyecto eugenésico instaurado
mundialmente en la primera mitad del siglo XX. Porque la verdadera
tragedia planetaria radica en las sobrecogedoras cifras de pobreza y
pobreza extrema que reinan en el mundo, en la vulneración indolente de
los derechos humanos de las mayorías y en la existencia de un cinismo
intransigente de ciertos gobernantes que desatienden con singular
malicia las peticiones urgentes de los ciudadanos. “Tengámonos miedo a
nosotros mismos […] los peligros grandes los llevamos dentro”, escribió
Víctor Hugo en Los Miserables, una frase que hoy en día resuena
con fuerza evocativa para alertar a la humanidad que la justificación
de las barbaries, o la globalización de las acciones de esperanza, están
sostenidas por un miedo injustificado hacia la otredad. No hay nosotros sin los otros.
* Licenciado en psicología por la Universidad Autónoma Metropolitana,
maestro en historia por el Instituto de Investigaciones Doctor José
María Luis Mora, y doctor en historia por la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus temas de
investigación giran en torno a la historia cultural, en particular al
estudio de las representaciones de las enfermedades mentales en la
medicina mental, la prensa y la literatura en México durante el tránsito
del siglo XIX al XX. Académico de la UAM-Xochimilco.[1] https://www.jornada.com.mx/ultimas/mundo/2020/03/17/defiende-trump-la-expresion-201cvirus-chino201d-al-referirse-al-covid-19-3128.html
[2] https://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/de-donald-trump-jair-bolsonaro-las-frases-mas-polemicas-del-dia-sobre-el-coronavairus-articulo-909793
[3] https://www.proceso.com.mx/622827/coronavirus-tiempo-fuera
[4] http://theconversation.com/coronavirus-la-sociedad-frente-al-espejo-133506
[5] Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas, Barcelona, 2001, p. 87
[6] Norbert Elías, La soledad de los moribundos, prólogo Fátima Fernández Christlieb, traducción Carlos Martín, México, FCE/Centzontle, 2009 (tercera edición).
[7] https://www.abc.es/internacional/abci-vicegobernador-texas-dice-abuelos-estan-dispuestos-morir-coronavirus-para-no-danar-economia-202003241846_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F
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