¡Gracias a Dios tienen trabajo!
México es un país donde se suele apreciar el mundo y nuestra existencia con ciertos sincretismos, es decir, conjuntamos ideas totalmente contrarias. Religiosidad y obediencia a ciegas, pero considerando los derechos como acciones de traición.
La frase que titula este artículo tal vez nos resulte familiar. Si bien tiene cierta intención religiosa, refleja en realidad un aspecto denigrante que suele encontrarse con frecuencia en el mundo laboral mexicano. Esto es así porque encierra la premisa de que a pesar de las violaciones laborales que puedan padecer las personas trabajadoras, deben estar agradecidas por la continuidad de su empleo. Entre colegas, por su parte, proyecta la aceptación de la perpetuación de la desgracia laboral que le toca vivir a cada persona.
Al examinar esta frase de manera más consciente, resulta indignante que las trabajadoras y los trabajadores en México seamos inmunes o resistentes (por necesidad) a esta clase de aseveraciones.
México es un país donde se suele apreciar el mundo y nuestra existencia con ciertos sincretismos, es decir, conjuntamos ideas totalmente contrarias. Religiosidad y obediencia a ciegas, pero considerando los derechos como acciones de traición.
Lo anterior explica por qué los conflictos laborales siempre son difíciles de empezar, pero cuando se materializan tienen un alto grado de confrontación, ya que están exacerbados por un gran sentido de indignación de las partes, lo que complica la solución de las controversias. Pero esto se debe más a la emotividad que a la pelea por lo que en derecho le corresponde a cada cual. La primera impide analizar racionalmente, conforme a la norma, el valor de una liquidación o prestación, de una y otra parte, en razón del daño que valoramos desde la perspectiva emocional.
Solemos también pensar como sobrevivientes. Ello implica que nuestro ambiente parece estar en conflicto permanente, donde hay buenos y malos, vencidos y vencedores.
Cuando en una sociedad, y en específico las personas trabajadoras, nos percibimos como víctimas y no como poseedoras de derechos que deben y pueden defenderse de forma legítima, por la vía jurídica o conciliatoria, nuestros ambientes laborales, sociales y familiares se convierten en situaciones de vida complicadas o conflictuadas, y no un reflejo de la realidad de que la finalidad última del trabajo es su ejercicio eficiente y el disfrute pleno del mismo que debe tener cada persona. Y que si llegasen a existir diferencias, éstas deben ser resueltas en un plazo inmediato para que no afecten las diferentes esferas de nuestra vida y el desarrollo personal.
Lo más caótico es que al tener una cosmovisión que va más allá de la razón, para generar pensamiento y comunicación usamos frases costumbristas y, en lugar de analizarlas para procesarlas adecuadamente y evitar atropellos, las vinculamos a nuestra cotidianidad, fundiéndolas como parte de una “normalidad” que no nos permite ver por qué estamos sometidos a atropellos innecesarios y, por lo tanto, redunda en situaciones de estrés o irritabilidad.
Aunque también hago notar que no todo es responsabilidad de los empleadores. Muchos trabajadores y trabajadoras arrastran conductas inapropiadas, tales como la realización de sus funciones sólo cuando alguien los supervisa o aspirar a “ganar el premio de puntualidad” como la única vía para respetar el horario laboral establecido.
El cambio real para que México tenga un enfoque diferente es lograr un marco conceptual que enarbole lo verdaderamente valioso. Para esto debemos erradicar conductas que nos impiden ser coherentes, esto es, tanto empleadores como trabajadores debemos comportarnos de forma responsable, respetando los derechos los primeros y cumpliendo las obligaciones los segundos, sin que en la medida de lo posible exista una supervisión de la autoridad.
Entonces, a la Ley Federal del Trabajo lo que es derecho laboral; y a Dios lo que es de Dios. ¿O cómo era?
*La autora es Procuradora de la Defensa de la Trabajo en el Gobierno de la Ciudad de México (@MorganSarel).
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