México: Tendencias tendenciosas
Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)
En algún lugar del mercado, en el centro neurálgico del espacio público, se realizan intervenciones quirúrgicas en inconsciente colectivo; por eso, en un entorno contaminado por la ética del lucro la realidad es una imagen distorsionada y la opinión pública refleja consensos manipulados...
La incursión de los medios de comunicación masiva en el espacio privado es un signo de la posmodernidad: la vida cotidiana transcurre frente a un monitor o un televisor, dentro del espectro de las frecuencias de radio, portando un teléfono móvil o un dispositivo de conectividad. La existencia fuera de Internet es poco menos que impensable.
Pero la conectividad, esa facultad extra-corporal que nos distingue y nos segrega, es el vehículo más devastador de la ética del lucro, y el más eficiente. En el espectro intangible de los medios masivos se realiza la campaña emblemática de la sociedad de mercado: influir en las ideas de los espectadores, condicionar las reacciones de los usuarios, manipular la conducta de los consumidores, en un entorno donde todo, absolutamente todo, adquiere la sustancia de un producto y la consistencia de una ganancia.
Hoy por hoy, todos los ámbitos de la vida han sido comercializados y el influjo del mercado se incorporó al concepto primigenio del poder: modificar las ideas para condicionar la conducta. Si bien, la propaganda política es el ejercicio despiadado de la comunicación para la obtención del poder, ahora, la opinión pública es la fábrica de los falsos consensos.
El ejercicio de los sondeos de opinión mediante encuestas y el análisis de probabilidades y estadísticas se ha desvirtuado para producir cifras apócrifas y tendencias erróneas. Ahora, la realización de encuestas es una actividad de proselitismo que pretende influir en la percepción de los electores, y como procedimiento, es una prerrogativa de los equipos de campaña.
Las principales firmas encuestadoras del país intervienen los procesos electorales, sobre todo durante las campañas, los conteos rápidos y los escrutinios. Pero el acopio, el manejo y la interpretación de la información están diseñados en las cláusulas de contratos millonarios con los partidos políticos y sus candidatos, así como con medios de comunicación (1).
Por eso, cada candidato presenta sus propias cifras generadas en encuestas solicitadas por sus respectivos partidos políticos. Las tendencias de la percepción social varían sustancialmente de una encuestadora a otra y de un partido a otro. Y ese contoneo de porcentajes se provoca por preguntas tendenciosas, por la exposición previa de los encuestadores para orientar las respuestas, por el manejo inescrupuloso de los datos recabados y la interpretación parcial de los resultados.
La lógica de esas encuestas consiste en identificar a los electores indecisos con el vencedor potencial, lo que se conoce como el efecto del carro ganador (bandwagon). Sin embargo, aún en la parafernalia de los falsos consensos, existe un elemento incontrolable que se materializa en el porcentaje que comprende a quienes se rehúsan a responder o expresan su desconocimiento, apatía o desinformación.
En cuestiones de opinión pública hemos llegado a un punto en que la credibilidad de las encuestas es inferior al efecto que provocan. Porque hoy, como siempre, las intenciones de los electores y la conducta de los votantes son datos que atienden únicamente a factores personales en el momento de decisión; por lo tanto, imponderables. Y así, en la espiral del silencio, en esa tendencia excéntrica que impele el rechazo, se desajustan todas las cifras cuadradas artificialmente y contaminadas por la ética del lucro que distorsionan la realidad para manipular la opinión pública…
Nota:
1) Gil, José. “Encuestas, una fábrica de mentiras”. Revista Proceso. Edición 1756.27 de Junio del 2010; México.
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
Fuente
En algún lugar del mercado, en el centro neurálgico del espacio público, se realizan intervenciones quirúrgicas en inconsciente colectivo; por eso, en un entorno contaminado por la ética del lucro la realidad es una imagen distorsionada y la opinión pública refleja consensos manipulados...
La incursión de los medios de comunicación masiva en el espacio privado es un signo de la posmodernidad: la vida cotidiana transcurre frente a un monitor o un televisor, dentro del espectro de las frecuencias de radio, portando un teléfono móvil o un dispositivo de conectividad. La existencia fuera de Internet es poco menos que impensable.
Pero la conectividad, esa facultad extra-corporal que nos distingue y nos segrega, es el vehículo más devastador de la ética del lucro, y el más eficiente. En el espectro intangible de los medios masivos se realiza la campaña emblemática de la sociedad de mercado: influir en las ideas de los espectadores, condicionar las reacciones de los usuarios, manipular la conducta de los consumidores, en un entorno donde todo, absolutamente todo, adquiere la sustancia de un producto y la consistencia de una ganancia.
Hoy por hoy, todos los ámbitos de la vida han sido comercializados y el influjo del mercado se incorporó al concepto primigenio del poder: modificar las ideas para condicionar la conducta. Si bien, la propaganda política es el ejercicio despiadado de la comunicación para la obtención del poder, ahora, la opinión pública es la fábrica de los falsos consensos.
El ejercicio de los sondeos de opinión mediante encuestas y el análisis de probabilidades y estadísticas se ha desvirtuado para producir cifras apócrifas y tendencias erróneas. Ahora, la realización de encuestas es una actividad de proselitismo que pretende influir en la percepción de los electores, y como procedimiento, es una prerrogativa de los equipos de campaña.
Las principales firmas encuestadoras del país intervienen los procesos electorales, sobre todo durante las campañas, los conteos rápidos y los escrutinios. Pero el acopio, el manejo y la interpretación de la información están diseñados en las cláusulas de contratos millonarios con los partidos políticos y sus candidatos, así como con medios de comunicación (1).
Por eso, cada candidato presenta sus propias cifras generadas en encuestas solicitadas por sus respectivos partidos políticos. Las tendencias de la percepción social varían sustancialmente de una encuestadora a otra y de un partido a otro. Y ese contoneo de porcentajes se provoca por preguntas tendenciosas, por la exposición previa de los encuestadores para orientar las respuestas, por el manejo inescrupuloso de los datos recabados y la interpretación parcial de los resultados.
La lógica de esas encuestas consiste en identificar a los electores indecisos con el vencedor potencial, lo que se conoce como el efecto del carro ganador (bandwagon). Sin embargo, aún en la parafernalia de los falsos consensos, existe un elemento incontrolable que se materializa en el porcentaje que comprende a quienes se rehúsan a responder o expresan su desconocimiento, apatía o desinformación.
En cuestiones de opinión pública hemos llegado a un punto en que la credibilidad de las encuestas es inferior al efecto que provocan. Porque hoy, como siempre, las intenciones de los electores y la conducta de los votantes son datos que atienden únicamente a factores personales en el momento de decisión; por lo tanto, imponderables. Y así, en la espiral del silencio, en esa tendencia excéntrica que impele el rechazo, se desajustan todas las cifras cuadradas artificialmente y contaminadas por la ética del lucro que distorsionan la realidad para manipular la opinión pública…
Nota:
1) Gil, José. “Encuestas, una fábrica de mentiras”. Revista Proceso. Edición 1756.27 de Junio del 2010; México.
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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