La unidad hará la diferencia

miércoles, 9 de mayo de 2012 

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Al festejar el triunfo de Françoise Hollande los franceses entonaron la Marsellesa y la Internacional. Ello se debe a que la socialdemocracia es fruto de una confluencia entre el liberalismo y el marxismo, cepas de las que resultó “un híbrido viable”. Únicamente la unidad en la diversidad de la izquierda hace funcional proyectos que conjuguen democracia y justicia social.

Aunque militó en el Partido Obrero Socialdemócrata ruso fundado en 1898, Lenin nunca fue un socialdemócrata. Cuando la Revolución de Febrero había derrocado al zar, el gobierno provisional se instalaba y se convocaba a elecciones para la Asamblea Constituyente, al regresar del exilio presentó credenciales: “¡…No nos interesa la república parlamentaria…! ¡No nos interesa ningún gobierno que no sea el de los soviets…La república, fruto de la insurrección de Febrero, no es nuestra república…La misión de los bolcheviques consiste en derribar al gobierno imperialista…Iniciaremos la revolución internacional…!”

No obstante Lenin era un político pragmático, capaz de forjar alianzas y encajar reveces y probablemente, de no haber mediado circunstancias adversas, la ruptura con los socialdemócratas que estuvo asociada a la actitud de los parlamentarios socialistas respecto a la Primera Guerra Mundial, hubiera sido remontada.

No ocurrió así porque en épocas de Stalin el desacuerdo entre comunistas y socialdemócratas devino un abismo signado no sólo por las diferencias sino por la hostilidad sostenida al amparo del anticomunismo y de la defensa de la “pureza del marxismo” que debía ser preservado del revisionismo y del oportunismo. Aquellas contradicciones globales se trasladaron al interior de los partidos de la izquierda europea, iberoamericana y china que la hicieron suya y la sostuvieron durante setenta años.

De ese modo se originó el rechazo de los comunistas ortodoxos al llamado “estado de bienestar”, la más grande y legítima conquista de la clase obrera en Europa Occidental, edificado como fruto de la derrota del fascismo, de intensas luchas obreras y expresión de un cierto tipo de socialismo.

El estado de bienestar que es atacado por los burgueses y por el gran capital neoliberal que intentan desmontarlo para regresar al capitalismo salvaje, es también criticado por la izquierda maximalista que llega al punto de considerarlo una ficción. Un destacado cuadro marxista me dijo una vez. “Los estados de bienestar no existen: son un espejismo inventado para desacreditar al socialismo real”.

En realidad las conquistas y el nivel de vida que ese status supone no son un fenómeno partidista sino social, un nivel alcanzado por la sociedad europea que ha probado ser más sólido que otros experimentos. Los obreros y las masas de Europa Occidental, como acaban de hacer los franceses defienden sus estados de bienestar con más determinación de la que mostraron polacos, húngaros, checoslovacos y alemanes, que en lugar de defender confrontaron al socialismo real.

Si los partidos y agrupaciones de izquierda griegas se hubieran unido habrían logrado formar ellos el gobierno y formular un programa propio para convertir la crisis en una oportunidad. No hubiera sido una novedad. 43 años atrás en un contexto excepcionalmente complejo, Salvador Allende integró en la Unidad Popular a socialistas, comunistas, radicales y patriotas, incluso a elementos de la democracia cristiana.

Tal vez la izquierda europea comprenda que no es la hora de la socialdemocracia o de los marxistas, sino el momento crítico en el cual la unidad hace la diferencia entre “socialismo o barbarie”. Allá nos vemos.



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