Dos razones por las que España se verá forzada a salir del euro
martes, 5 de junio de 2012
No
suelo escribir sobre perspectivas europeas en medio de una muy mala
racha en el mercado, porque en ese caso no hay mucho que decir que no
haya sido dicho ya. Considero más útil esperar a esos períodos
recurrentes en que se recuperan los mercados y aumenta el optimismo. Aun
así, dada la conjunción de incertidumbre política en Beijing, las bajas
cifras del crecimiento chino y el nuevo deterioro de las circunstancias
en Europa, dedicaré la mayor parte de este número a bosquejar los
posibles escenarios a que se enfrentarán países como España.
Traducción: Daniel Escribano
Fuente
Michael Pettis (SINPERMISO)
Desde
hace varios años vengo diciendo que España saldrá del euro y
reestructurará su deuda externa. Debería decir que hablo de España
porque es el país en que nací, me crié y, por eso, es el que mejor
conozco. Sin embargo, cuando digo España, en realidad quiero decir todos
los países de la periferia europea que, como España, no son
competitivos, tiene altos niveles de deuda y a los que, durante las
últimas décadas, se les ha obligado a descender a unos niveles de ahorro
peligrosamente bajos. Cuando estalló la crisis, España tenía una
posición fiscal más fuerte y unas entidades financieras cuyos balances
estaban más saneados que los de muchos de sus iguales, de modo que
cualquier argumento que se aplique España es, con más razón, aplicable a
éstos. Por otra parte, añadiré que, a mi juicio, Francia marca la línea
divisoria entre los países que serán forzados a la devaluación y la
reestructuración y los que no. En mi opinión, Francia podría tomar
cualquier camino y nos podremos hacer una idea mucho más cabal de eso
durante el primer año de la presidencia de Hollande.
Hay
dos razones por las que estaba y estoy casi seguro de que España no
podrá permanecer en el euro (o, lo que es lo mismo, de que, en lugar de
España, Alemania saldrá del euro). La primera tiene que ver con la
lógica de la posición de la balanza de pagos española y la segunda, con
la dinámica interna del proceso de la crisis financiera.
En
lo tocante a la primera, empezaré anotando que, a causa de las laxas
políticas monetarias de la última década, guiadas principalmente por las
necesidades alemanas, España ha perdido toda competitividad en los
mercados globales y, con ello, ha tenido déficits corrientes durante
cerca de toda la última década. En otras palabras, su problema
fundamental ha sido el proceso por el cual sus tasas de ahorro se han
desplomado, su estructura de costes ha aumentado, sus niveles de deuda
se han disparado y una gran parte de su inversión se ha dirigido a
proyectos ─la mayoría, bienes inmuebles─ que no eran económicamente
viables. Como he expuesto a menudo en anteriores números de este
boletín, creo que todos esos problemas están relacionados y son las
consecuencias automáticas del mismo paquete de políticas distorsionadas
aplicadas en España y Alemania. Hasta que recupere el equilibrio entre
ahorros y consumo y convierta su déficit corriente actual en superávit,
que es lo que implicaría revertir esas distorsiones, debería estar muy
claro que España seguirá en conflicto con el crecimiento y viendo
aumentar sus niveles de deuda de modo insostenible. Pero el mecanismo de
la balanza de pagos impone unas restricciones al proceso de ajuste bien
claras. En ese sentido, sólo existen, en verdad, tres vías por las que
España puede recuperar suficiente competitividad para incrementar sus
ahorros y revertir sus números actuales:
1.
Alemania y el resto de países centrales pueden dar pasos hacia la
reversión de las políticas que han conducido a la crisis europea. Pueden
rebajar claramente los impuestos sobre consumo e ingreso a fin de
reducir el ahorro interno e incrementar el consumo interno. Eso llevaría
a revertir el superávit comercial alemán y a una mayor inflación en
Alemania, combinación que permitiría a España equilibrar su déficit
comercial y recuperar competitividad vía menor inflación relativa que la
de Alemania y a un euro más débil.
2.
España puede imponer la austeridad y tolerar más paro durante muchos
más años, al tiempo que los salarios se empujan lentamente a la baja y
los aumentos de precios se aguantan trabajando como esclavos. También
puede adoptar medidas para reducir los costes mediante la facilitación
de la iniciativa empresarial, rebajando impuestos a las empresas y
mejorando las infraestructuras, pero esto último alivia de modo
insuficiente, salvo a muy largo plazo, especialmente dadas las
dificultades que tendrá que afrontar para financiar las infraestructuras
y bajar impuestos.
3.
España puede salir del euro y devaluar. Eso le dejaría un problema con
la deuda titulada en euros, cuyo valor sobre el PIB se dispararía en una
moneda débil. En ese caso, España estaría obligada, con casi total
seguridad, a suspender el pago de la deuda y reestructurarla.
Quiero
destacar que éstas son, en términos prácticos, las únicas tres vías por
las que España puede recuperar competitividad. Existen otras que, en
teoría, también podrían funcionar, pero son demasiado improbables como
para ser tomadas en consideración. Uno podría suponer que el mundo no
europeo ─lo más importante, Estados Unidos, China y Japón─ diera pasos
para estimular sus economías internas lo suficiente como para aumentar
el consumo y que el conjunto contrajera amplios y crecientes déficits
comerciales. Esos déficits, cuya contraparte sería un muy amplio
superávit comercial europeo, rescatarían posteriormente al conjunto de
la eurozona mediante la generación de unas tasas de crecimiento del PIB
que excedieran las de refinanciación de la deuda. Sin embargo, creo que
la mayoría de mis lectores convendrán en que eso es altamente
improbable. El resto del mundo también está batallando por el
crecimiento y no tendrá prisa por contraer grandes déficits comerciales.
Otra posibilidad es que veamos un inopinado y drástico movimiento hacia
la plena unificación fiscal en Europa, por la cual la soberanía, a
todos los efectos prácticos, se transfiera totalmente a Bruselas (o
Berlín). Pero tampoco es probable que ocurra eso, ya que el aumento del
nacionalismo a lo largo de Europa siempre ha hecho aun menos probable
esa improbable posibilidad. De modo que podemos quedarnos con esas tres
vías para permitir a España recuperar una estructura de costes que la
haga más competitiva y amortizar su deuda y crecer. Quienquiera que
descarte dos de las tres vías enumeradas más arriba debería suponer
automáticamente que España seguirá la tercera. De modo que ¿cuál será?
Economía de Zanco Panco
La
primera vía es que Alemania revierta su superávit y empiece a tener un
déficit grande. Ésta es, con diferencia, la mejor vía, pero creo que es
harto improbable. Berlín no ha dado señal alguna de estar dispuesto a
hacer lo necesario para contraer grandes déficits y, antes bien, incluso
habla de la necesidad de mayor austeridad. En parte, eso es porque
Alemania tiene un problema potencialmente enorme de deuda en su balance
general. A causa de las políticas de contención del consumo aplicadas
durante la década anterior a la crisis, la tasa de ahorro interno de
Alemania aumentó a un nivel que jamás había tenido antes y tuvo que
exportar el capital excedente. De modo nada sorprendente, dada la
dinámica monetaria europea, este capital ha sido ampliamente exportado
al resto de Europa para financiar el déficit corriente de la periferia
correspondiente a los superávits alemanes, tan necesitados de
crecimiento. Eso no se ha realizado mediante la acumulación de reservas
de euros, cosa que no podría hacerse de ningún modo, sino más bien
mediante la acumulación de préstamos hacia la periferia europea mediante
el sistema financiero. Como resultado de todos esos préstamos, Alemania
está justamente aterrorizada de que una ola de quiebras en Europa haga
que su propio sistema financiero necesita un rescate del Estado para que
no se desplome, de modo que no quiere rebajas fiscales y reducción del
ahorro porque cree (erróneamente) que la austeridad hará más fácil
proteger su solvencia. Pero las políticas anticonsumo están conduciendo a
un problema de la deuda del mismo modo que políticas semejantes de los
EEUU a finales de la década de 1920 generaron una crisis de la deuda
estadounidense durante la década siguiente. A la luz de eso, pienso que
esta iluminadora cita del entonces candidato a la presidencia Franklin
Delano Roosevelt puede ser apropiada:
Una perpleja y algo escéptica Alicia planteó al líder republicano algunas preguntas simples:
"¿Acaso
la impresión y venta de más acciones y bonos, la construcción de nueva
maquinaria y el aumento de la eficiencia no producirán más bienes de los
que podemos comprar?
"¡No!", gritó Zanco Panco, "cuanto más produzcamos, más podremos comprar".
"¿Y si generamos excedente?"
"Se lo podremos vender a los extranjeros."
"¿Cómo nos lo pagarán?"
"Prestándoles más dinero."
"Ya veo", dijo la pequeña Alicia, "comprarán nuestro excedente con nuestro dinero. Nos lo devolverán vendiéndonos sus bienes."
"No, en absoluto", dijo Zanco Panco. "Levantaremos un alto muro llamado arancel."
"Y", preguntó finalmente Alicia, "¿cómo cancelarán esos créditos?"
"Eso es fácil", dijo Zanco Panco. "¿Has oído hablar alguna vez de una moratoria?"
Y así, amigos, llegamos al corazón de la fórmula mágica de 1928.
La
comprensión de Zanco Panco de la balanza de pagos no es más naïve que
la de muchos diseñadores políticos europeos y supongo que Alemania
seguirá el precedente histórico establecido por los EEUU y tantos otros
países que confunden superávit comercial con rectitud moral. Rechazando
dar pasos que parezcan socavar superficialmente su solvencia, Berlín
sólo asegura que la moratoria de la deuda derribe, probablemente, su
solvencia de todos modos. Y huelga decir que, sin una seria inversión de
la posición de la cuenta corriente alemana, la restricción de la
balanza de pagos impide absolutamente los pagos netos de la periferia
europea. Este juego durará mientras los países centrales sigan
financiando a la periferia, pero, cuando dejen de hacerlo, es casi
seguro que los países periféricos quebrarán o reestructurarán su deuda.
Para
dar un breve rodeo antes de volver a discutir las tres vías que puede
tomar España, creo que Berlín está apostando a que si puede prolongar la
crisis lo suficiente, fingiendo que el problema es de liquidez y no de
solvencia, podrá recapitalizar a los bancos alemanes (y de otros países
europeos) hasta el momento en que estén dispuestos a reconocer lo obvio y
asumir las pérdidas. Ésa fue, al cabo, la estrategia de los EEUU
durante la crisis de los países en vías de desarrollo de los ochenta,
cuando esperaron hasta 1989, siete u ocho años después del comienzo de
la crisis, para ordenar la primera condonación formal de la deuda (los
bonos Brady mexicanos). Durante ese tiempo, una elevada curva de
rendimiento diseñada por la Reserva Federal permitió a los bancos
estadounidenses obtener beneficios suficientes para recapitalizarse
hasta que pudieron, finalmente, reconocer lo que hacía largo tiempo que
era evidente. Sin embargo, hay al menos dos razones por las que esta
estrategia no funcionará con los bancos europeos. La primera es que el
agujero en el balance de los bancos europeos deja pequeño al de los
bancos estadounidenses durante la crisis de los países en vías de
desarrollo. Resolver el problema llevaría mucho más de siete u ocho
años. La segunda es que posponer la resolución de la crisis de la deuda
es extremadamente doloroso para los países deudores, que tienen que
sufrir todo el ajuste que deben realizar juntos los países deudores y
los acreedores. Ello reduce el margen de maniobra de Europa, ya que el
sistema político europeo es menos apto para resolver ese doloroso
proceso que el sistema latinoamericano de los años ochenta. Y es que, al
cabo, en las democracias que funcionan bien, les resulta más difícil a
los banqueros y las elites el descargar el coste del ajuste sobre las
clases media y trabajadora.
¿Puede España ajustarse por sí propia?
También
por esa razón España no puede seguir la segunda de las tres vías arriba
descritas. Esa vía exige que España sufra todo el ajuste económico,
que, en realidad, debería soportar junto con Alemania. Sin embargo, los
votantes españoles no permitirán (con toda justicia) que Madrid obligue a
soportar a sus ciudadanos tamaño sufrimiento económico en nombre de un
idealizado "comportamiento responsable" (es decir, permaneciendo en el
euro), que es erróneo y extremadamente doloroso. El ajuste exigirá
obligar a bajar salarios y precios sustancialmente hasta que España
pueda invertir el mayor diferencial de precios relativo que sufre
respecto a Alemania. Imaginar cómo hará eso no es muy difícil, ya que
disponemos de una miríada de precedentes históricos con que ilustrarlo.
Simplificando mucho, tienen que ocurrir dos cosas para forzar un
relativo descenso de precios. La primera es que el paro siga muy alto
durante varios años, de modo que los salarios bajen o suban por debajo
de la inflación y que haya un aumento relativo de la productividad. Eso
es bastante sencillo. La segunda son algunas vías para lidiar con el
aumento real de la carga de la deuda interna. ¿Por qué? Porque hay dos
modos de forzar la bajada de precios relativos y ambos implican un
aumento real de la carga de deuda. La primera es que una inflación
elevada en Alemania puede superar una inflación baja en España y la
segunda es que España deflacte. En ambos casos el coste real de la deuda
aumentaría considerablemente; en el primero, porque una inflación alta
en Alemania haría subir los tipos de interés del euro, de modo que, para
España, el coste de refinanciarse superaría su tasa de crecimiento
interno, y, en el segundo, porque la deflación aumentaría
automáticamente la carga real de la deuda.
¿Qué
haremos con la creciente carga de deuda? Lo típico es confiscar la
riqueza de las pequeñas y medianas empresas o los ahorros de las clases
medias. Normalmente, hacemos ambas cosas. De modo que, para España,
necesitamos tasas elevadas de paro durante varios años y socavar las
clases medias. Toda política que exija una enorme e injusta carga sobre
trabajadores y clases medias es improbable que sea recompensada en las
urnas. En ese contexto, no debería sorprender la tremenda impopularidad
del presidente recién electo, Mariano Rajoy. Escribí el año pasado,
justo después de las elecciones, que pasaría esto, aunque pensé que
pasarían uno o dos años hasta que la población se volviera contra él y
le resultara imposible gobernar. Pero los españoles, desde los líderes
empresariales hasta los trabajadores, están furiosos con el gobierno de
Rajoy y su ira seguirá hasta que o bien los dos principales partidos
expulsen a sus dirigentes que piden que España se comporte de modo
"responsable" o bien sean los propios partidos los que sean sustituidos
por otros de carácter extremista. He entrecomillado la palabra
responsable no porque me oponga al comportamiento responsable, sino más
bien a la pretensión de que apretar los presupuestos e imponer
austeridad en el nombre de la permanencia en el euro se presente como
algo "responsable". Sin embargo, no hay nada más responsable que las
políticas aplicadas en Francia en la década de 1920 para revaluar el
franco hasta el nivel anterior a la guerra, lo que también era vendido a
la población francesa como algo "responsable". En ambos casos (y en
muchos otros ingenuos intentos de proteger desesperadamente monedas
sobrevaloradas apuntaladas por una deuda eternamente creciente), los
diseñadores políticos no entendieron que sus políticas estaban
condenadas al fracaso, al estar basadas en un mal análisis de las causas
de la crisis subyacente. Lo responsable es reconocer que el euro es
indefendible y que la negativa alemana a compartir la carga del ajuste
después de haberse llevado la mayor parte de los beneficios de una
posición monetaria mal dirigida e impuesta al resto de Europa significa
que España será obligada a asumir una participación en el coste mucho
mayor. Pero al margen de si todo el mundo está o no de acuerdo con este
análisis de lo que es realmente un comportamiento "responsable", creo
que la mayoría de la gente convendrá en que es improbable que los
votantes españoles acepten altas tasas de paro durante varios años y el
asalto a los ahorros de las clases medias sin rebelarse, justa o
erróneamente, en las urnas. Sencillamente, España no puede aceptar toda
la carga del ajuste. Eso significa que no puede seguirse la primera de
las tres vías enumeradas más arriba. Si estoy en lo cierto, marchamos
automáticamente hacia la tercera. España (y, por extensión, muchos otros
países) tendrá que dejar el euro. Será muy doloroso y caótico para
ellos salir del euro, pero, cuanto antes lo hagan, menos doloroso les
resultará.
La espiral de la muerte
He
dicho al principio que hay dos razones por las que estoy seguro de que
España saldrá del euro, la primera de las cuales tiene que ver con la
lógica de la posición de su balanza de pagos y la segunda, con la
dinámica interna que dirige el proceso de la crisis financiera. En lo
tocante a la segunda, creo que España saldrá del euro porque me parece
que el país ya ha iniciado la espiral descendiente que se retroalimenta y
lleva a la crisis y no hay nadie suficientemente fuerte como para
revertirla. ¿Cómo funciona el proceso? Se produce lo que es bastante
sencillo y sucede durante todas las crisis financieras soberanas que
hemos visto en la historia moderna. Cuando surge un nivel de duda
suficiente acerca de la credibilidad del país, todos los grandes
inversores de ese país empiezan a modificar su comportamiento de modos
que exacerban el problema de credibilidad. Huelga decir que, en la
medida en que la credibilidad se erosiona, el comportamiento de esos
inversores se exacerba aun más. En ese caso, viene la bancarrota, tal y
como se ha dicho que dice Hemingway, al principio lentamente y, después,
de repente, ya que el país avanza hacia el colapso en su capacidad de
deuda, al principio lentamente y, después, rápidamente. La clave para
entender el proceso está en ver que los inversores se comportarán, por
razones perfectamente racionales, de modos que los políticos y
moralistas censurarán como de todo punto irracionales. Sin embargo, más
que responder a las llamadas a detener su comportamiento irracional, los
inversores seguirán creando peores condiciones con su comportamiento,
en la medida en que responden a incentivos deformados creados por la
erosión de la credibilidad del país. Actuar de otro modo les expondría a
un desastre casi seguro.
Para
resumir cuál será el probable comportamiento automático y
autodestructivo de los inversores vale la pena identificar a algunos de
los mayores inversores y sugerir cómo suelen reaccionar ante el aumento
del riesgo de quiebra soberana:
Acreedores
privados. Como la credibilidad española se deteriora, los acreedores
privados pedirán mayores rendimientos por sus préstamos a España,
incluso si cambian la forma de su préstamo para reducir su propio
riesgo, por ejemplo mediante el acortamiento de las fechas de
vencimiento. Eso tiene un doble impacto en el empeoramiento de las
condiciones. El primero es que mayores tipos de interés significa que la
deuda aumenta más rápidamente de lo que lo haría en otras condiciones.
El segundo es que vencimientos más breves y otras modificaciones en la
estructura del préstamo implica mayor fragilidad en el balance general y
aumento de la probabilidad de riesgo de quiebra.
Prestamistas
oficiales. Como se han visto obligados a proporcionar liquidez, los
acreedores oficiales suelen pedir y recibir mayores intereses. Eso,
huelga decirlo, incrementa el riesgo para otros prestamistas y
acreedores, agravando así la fragilidad del balance general e
incrementando la reticencia del sector privado a conceder préstamos.
Depositantes.
Como es probable que España salga del euro y los depósitos bancarios
serán congelados y retitulados en una moneda más débil antes de que se
anuncie la salida del euro, los depositantes responderán, racionalmente,
sacando su dinero del sistema bancario. Al hacer eso, los bancos se
verán obligados a contratar préstamos para incrementar la liquidez de su
balance y reducir el riesgo. Todo ello será una rémora para el
crecimiento económico.
Trabajadores.
El paro creciente y las perspectivas de un reparto injusto de la carga
del ajuste provoca que los sindicatos sean cada vez más reivindicativos y
recurran más a menudo a acciones fuertes, que, por el aumento de la
incertidumbre y de los costes para las empresas, obligarán a éstas a
reducir la producción y el empleo.
Pequeñas
y medianas empresas. Uno de los sectores más susceptible de ser
castigado en una crisis de deuda es el de la pequeña y mediana empresa.
Los propietarios de pequeñas y medianas empresas saben que durante una
crisis son susceptibles de sufrir una expropiación de su riqueza a
través de impuestos, controles de precios y salarios y otras formas de
expropiación indirecta. Intentan anticiparse mediante la desinversión,
la reducción de gastos y la fuga de capitales.
Líderes
políticos. Como los horizontes temporales se acortan y la política se
radicaliza gradualmente, los diseñadores políticos modifican su
comportamiento de modos que reducen aún más la credibilidad del país,
aumentan la incertidumbre empresarial y los antagonismos nacionales.
Es
importante percatarse del carácter de la casi totalidad de la mecánica
del deterioro crediticio una vez que el país ha caído en este tipo de
espiral. El deterioro de la solvencia obliga a los inversores al ajuste.
Ese ajuste provoca el incremento de la deuda y/o la ralentización del
crecimiento, lo que erosiona aún más la solvencia. En otras palabras, la
combinación de esas y otras acciones de los inversores no puede ayudar,
sino que reduce el crecimiento del PIB, incrementa la deuda y la
fragilidad del balance general. Todo ello socava aun más la
credibilidad, reforzando así el comportamiento subóptimo de los
inversores. Todas las exhortaciones de los políticos, la Iglesia, los
intelectuales, banqueros, etc. ―y habrán muchas― a que los inversores
dejen de lado su propio interés y actúen conforme a los mejores
intereses nacionales serán inútiles. Ralentizar este comportamiento no
basta. Debe revertirse. Pero ¿cómo se puede revertir? Nadie es lo
suficientemente creíble como para garantizar la solvencia de todos los
países afectados y, sin una garantía creíble, la espiral descendente
sucederá, más o menos rápidamente, hasta convertirse en claramente
imparable.
Basta con relacionar…
Está
bastante claro que todo esto ya está pasando en España, como también lo
está que en muy pocos meses, cuando el gobierno anuncie el último
paquete de datos económicos y de deuda, esas cifras serán peores de lo
esperado y mucho peores de lo inicialmente pronosticado, lo que,
paradójicamente, es exactamente lo que deberíamos esperar en estas
circunstancias. He aquí un artículo del Financial Times del 12 de mayo
que expone lo mal que están las cosas:
"Casi
uno de cada cuatro españoles está en paro, según los datos publicados
el viernes, cuando los problemas económicos y financieros del país
provocaron que un ministro hablara de «crisis de enormes dimensiones».
Los datos del Instituto Nacional de Estadística apuntan que 367.000
personas han perdido su empleo durante los tres primeros meses del año.
Eso significa que 5,6 millones de españoles o el 24,4% de la fuerza de
trabajo están en paro, cifra cercana al récord de 1994. Los datos, que
siguen a la bajada de la calificación de la deuda soberana, obligaron al
ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, a declarar
que «eran terribles para todos y para el gobierno». Comparó a la Unión
Europea con el Titanic, diciendo que los pasajeros sólo se salvarán si
trabajan de consuno para encontrar una solución".
Es
interesante que García Margallo considerara la posibilidad de que los
"pasajeros" no estén siendo rescatados. Normalmente, al principio de una
crisis de deuda soberana perdemos un tiempo desgraciadamente largo en
que los diseñadores políticos insisten en que el mercado está
reaccionando de modo exagerado a las malas noticias y que el problema
―un problema de corto plazo, forzado en gran parte por la falta de
liquidez― se puede resolver con paciencia y trabajo duro. No se debate
sobre planes de emergencia, porque la emergencia se considera
inimaginable. Sin embargo, en un determinado momento, se hace posible,
al menos para que los diseñadores políticos admitan formalmente que
pueden verse obligados a ello. Una vez que sucede eso, el debate se hace
muchos más inteligente y la resolución de la crisis se acelera. No
tengo ni idea de si hemos llegado a esa fase en España, pero, en ese
sentido, el mes pasado encontré un artículo de Ambrose Evans-Pritchard
en el Telegraph muy inquietante al tiempo que reconfortante. Decía lo
siguiente:
"Ya no son
infrecuentes los artículos en que se pide la retirada de España de la
unión monetaria ―o al menos se examina la idea―. Aparecen diariamente.
[…] Lo que llama la atención es la respuesta a dichos artículos. Me da
la impresión de que en el último mes un amplio bloque la opinión
española informada ha llegado a la conclusión de que la unión monetaria
es disfuncional y cada vez más destructiva para España. Muchos
comentaristas parecen extraordinariamente bien informados y utilizan
términos como trampa de la deuda, devaluación interna y costes laborales
unitarios relativos. Muchos señalan con el dedo directamente a
Alemania, afirmando correctamente que Berlín parece pensar que se puede
encerrar a perpetuidad en un superávit corriente con el Club Med. Dicho
claro: algo así como un arreglo es matemáticamente imposible en una
unión monetaria, salvo que Alemania esté dispuesta a contrarrestar el
superávit con movimientos de dinero para siempre, ya mediante
transferencias fiscales, ya mediante préstamos o inversiones. Esos
movimientos se han cortado. La opinión pública está dividida, claro. Los
partidarios del euro siguen siendo mayoría. Pero se ha quebrado el
asfixiante conformismo de los últimos años".
Hace
tan sólo seis meses, en Madrid nadie debatía en buena compañía la
posibilidad de que España saliera del euro y reestructurara su deuda.
Esa posibilidad era impensable y, como muchas cosas impensables, no
podía tomarse en consideración. Eso hacía harto improbable que nadie,
salvo los partidos radicales de izquierda o derecha, fuera capaz de
controlar el debate y, claro, era probable que eso condujera a una
solución más desordenada. Pero ahora eso acaso haya cambiado. Si los
diseñadores políticos, asesores, prensa e intelectuales públicos
responsables actualmente están discutiendo y debatiendo realmente el
futuro del euro, estoy casi seguro de que un debate real y abierto sobre
las posibilidades españolas decantará rápidamente el consenso hacia la
salida del euro. Y por eso el artículo es reconfortante. Los precedentes
históricos indican que los diseñadores políticos suelen posponer la
decisión para evitar las restricciones monetarias tanto tiempo como
pueden y que, en el proceso, levantan barreras en nombre del
mantenimiento de la credibilidad. Esas barreras actúan mediante el
incremento del coste de una política de reversión y su objetivo es
mejorar la credibilidad a ojos de los inversores mediante el incremento
del coste de la "mala conducta" de los diseñadores políticos. México
hizo eso, por ejemplo, en 1994 cuando, a fin de convencer a unos
inversores cada vez más escépticos de que el banco central no devaluaría
el peso respecto al dólar, el ministro de Finanzas cambió sus préstamos
internos de bonos titulados en pesos a bonos titulados en dólares, lo
que, obviamente, aumentaría el coste del servicio de la deuda de una
devaluación. Desafortunadamente, cuando la política tiene que hacer
marcha atrás de algún modo, como ocurrió en México en 1994, el coste
acaba siendo mucho mayor, así como lleva mucho más tiempo la
recuperación económica. En este sentido, cuanto antes se prepare España
para salir del euro, menos doloroso le resultará hacerlo. Pero huelga
decir que no será indoloro. Si un analista predice que España saldrá
pronto del euro, casi siempre hay quien que le replica con gran seriedad
que eso no es posible porque el proceso sería demasiado doloroso. En
1993-1994 se nos decía que México no podría devaluar y, en 2000 y 2001,
tampoco era posible que Argentina rompiera la convertibilidad monetaria.
Habría sido demasiado doloroso devaluar. Pero es claro que tanto México
como Argentina devaluaron y, sí, fue una experiencia muy dolorosa, pero
lo hicieron porque la alternativa era peor. Y del mismo modo que es
cierto que España no puede salir del euro sin sufrir un proceso muy
doloroso, la cuestión es que nadie dice que deba escoger voluntaria e
irracionalmente el soportar dolor. España saldrá del euro porque la
alternativa es peor.
Michael Pettis es un analista económico de reputación internacional, columnista habitual en la revista Economonitor.
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