Tercer grado, AMLO y la utopía de Marín
@Nolato2
jue 7 jun 2012
SDP Noticias
Tuve la oportunidad – o el valor, según se quiera ver - de presenciar el programa de Tercer Grado en que se invitó a AMLO a fin de intentar lincharlo mediáticamente. No me decepcionó AMLO. Aplicó una curiosa estrategia combinada de honestidad irreverente, incomoda para los conductores, y de ingenuidad discursiva. Estrategia que agotó el tiempo del programa entre desencuentros de sentido en los discursos, y aprovechando el tiempo para lanzar misiles que definen a cuerpo completo y al desnudo la verdadera naturaleza de los conductores de dicho programa.
Muchas cosas me llamaron la atención del programa. Creo que da material para varios artículos. Pero en esta ocasión me quiero concentrar en un punto que dejó ver el completo estado de ignorancia en que viven los conductores de ese programa. Me refiero a ese asunto que se da hacia la parte final del programa y en que Carlos Marín, el “intelectual radical”, se arrojó sobre AMLO para cuestionarlo acremente sobre su propuesta para el diálogo nacional entre los mexicanos de ganar la presidencia de la república. En concreto, en medio de sus acostumbradas argumentaciones colmadas de retruécanos y expresiones picantes despojadas de gracia, Carlos Marín se refirió a la propuesta de AMLO con el epígrafe de “utopía”. Y por supuesto que Marín se cuida de investir a este epígrafe con una tremenda carga peyorativa para intentar hacer ver a AMLO como un soñador extraviado.
En realidad no me interesa el contenido del discurso de Marín en este punto porque, por principio, está embarazado de un deliberado sesgo pernicioso y de una situación adicional que mencionaré a continuación, cosas ambas que lo invalidan por completo en todos los sentidos. Quiero referirme, pues, a lo siguiente.
Fue gracias a esa misma carga peyorativa con que Carlos Marín trató al concepto de utopía, que me di cuenta del completo estado de ignorancia de este hombre en este tema. Me queda claro que Marín posee el concepto de utopía que es el propio de un muchacho de secundaria, lo cual denota escasa cultura. En concreto, este hombre aborda el concepto de utopía como algo ideal que es deseable pero irrealizable.
Puntualizaré algunas cosas sobre este concepto reducido de utopía para visualizar mejor nuestro asunto. Y advierto que estas puntualizaciones son cosas que seguramente Marín desconoce si por principio me atengo a su enjuta noción de utopía.
Las utopías son consideradas como ideales deseables pero irrealizables porque se refieren a modelos de sociedades humanas – normalmente - para un futuro desconocido y sin fundamentos en la realidad inmediata, coetánea, y que están dotadas, por esto último, de toda suerte de perfecciones, de tal manera que todos los problemas de la realidad quedan en ellas resueltas de manera automática. Podría decirse que las utopías se refieren a sociedades modelo que han culminado y cesado su kinesis – en lenguaje aristotélico – y que han realizado, por ello, toda su forma, sus potencialidades, su perfección y ejecutan ya todas sus funciones. Y es por esto que las utopías son modelos cerrados, acabados, incapaces de dar ya lugar a cambios en aras de progresos ulteriores, porque éstos son ya imposibles.
A saber, ningún autor de utopía alguna jamás pensó o tuvo por plan consciente el construir un modelo de sociedad perfecta poniendo su fe en que el mismo se realizaría por completo en el mundo real. Pero también es cierto que ninguno de ellos construyó su utopía con la vista puesta en el simple placer estético.
Y si así son las cosas, ¿por qué esos hombres se dieron a la tarea de construir una utopía? ¿Acaso fueron idiotas que gustaban de perder el tiempo?
Pese a que se podría objetar que las utopías hacen a un lado determinadas pasiones humanas que se oponen por entero al espíritu de la utopía, lo cierto es que ésta ni es totalmente inoperante y ni es totalmente irrealizable como pretende creer Marín en su mundo reducido.
Para entender lo anterior, puntualicemos que el objetivo último y real de toda utopía es la reflexión crítica y completa en torno a las condiciones de las sociedades reales con la vista puesta en la reforma definitiva y culminante de éstas en base a la guía normativa de un modelo ideal. Y con “reforma definitiva y culminante” me refiero a que pretende ser exhaustiva y final, agotadora de todo posible progreso.
En su trabajo crítico y reformista las utopías se fundan en postulados sobre las realidades humanas. Y está demostrado históricamente que estos postulados pueden determinar las mismas realidades humanas y, con ello, determinar a su vez la realidad de las sociedades concretas. En este sentido, el espíritu utópico no siempre es utópico, pues está siempre en posibilidad latente de dar lugar a ciertas condiciones que se concretan en realidades sociales.
¿Y cómo las utopías han logrado resultados tangibles y concretos a lo largo de la historia?
Bueno, como afirmaba Hegel, eso se logra cuando los mismos postulados de la realidad humana que fundamentan la utopía pasan de ser teorías alternativas, revolucionarias, subversivas, paradójicas y extrañas para las creencias comunes, a paradigmas dominantes en la ciencia y en la cultura. Y para esto solo hace falta una voluntad unificada del pueblo que dé su asentimiento a los nuevos postulados de la realidad humana que buscan abrirse paso frente a las resistencias del pasado, de lo caduco.
Como ya puede ver el lector, todas estas cosas son completamente desconocidas para Carlos Marín. De ahí que este señor se dé el extraño, cómico e ilegítimo lujo de investir al concepto de utopía con un carácter peyorativo, disfuncional. Y lo cierto es que la misma condición de ignorancia de Marín es compartida por sus mismos compañeros de oficio, toda vez que ninguno de ellos fue capaz de atajarle el paso para advertirle de su error de discurso.
Y mire usted que en esto hay ironía y cosas lamentables al mismo tiempo.
Ironía, porque los panelistas de Tercer Grado no han pasado por alto ciertas ocasiones para hablar en torno a los grandes héroes nacionales de la Revolución –Zapata, Villa, etc. -, y cuyos proyectos de nación quedaron truncados por la “Robolución institucionalizada” que luego dio lugar a esa banda de ladrones llamada PRI. Sin embargo, pasado el tiempo, sabemos que los ideales de esos héroes pasaron a la condición de utopías que se desgarraron en sangre y muerte cuando colisionaron con la cruda y funesta realidad de las pasiones humanas de los primeros ancestros de los dinosaurios del PRI; dinosaurios que, como bien dice El Peje que no es Lagarto, son el amor culminante de los panelistas de Tercer Grado.
¿Y por qué los ideales de Zapata no son sometidos a juicio bajo el epígrafe de utopía por estos panelistas?
Como siempre en estos casos, la respuesta la tiene el doctor Samuel Johnson cuando nos habla de los sentimientos patrioteros.
Sócrates, el segundo hombre más sabio de la historia, entregó su vida a un apostolado consistente en luchar para rescatar a los atenienses de su tiempo de esa triste inclinación que, por obra de la vanidad y la petulancia, lleva a los hombres a pasar por alto su propia ignorancia y a hablar con palabras cuyo significado desconocen. Y aquí radica lo lamentable de este asunto de Tercer Grado, porque parece que, a pesar de tantos siglos de historia humana desde que Sócrates nos abandonó, muchos hombres y mujeres persisten en hablar sin saber lo que hablan, sin importar dignidad y rango. Y el programa de ayer de Tercer Grado estuvo colmado de esas expresiones palmarias de ignorancia completa entre los conductores del mismo, al grado de que puedo suponer que habrían llevado al mismo Sócrates a morir, no por obra de la cicuta, sino de tristeza y desconsuelo por lo infructuoso de su apostolado.
Por supuesto que los posicionamientos de AMLO pueden en ocasiones adquirir matices utópicos. Y esto sucede, no porque sean irrealizables, inoperantes, sino porque constituyen una crítica racional, responsable y profunda, a las condiciones de descomposición general en que pervive nuestra sociedad mexicana por el influjo nefando de una clase política perversa, caduca y avasallada a una Oligarquía de los Treinta; una crítica que ha puesto su vista en la necesidad de la reforma integral de la república y su vida democrática. Sin duda que un posicionamiento político de semejante talla y proyección, que se levanta hacia el cielo como una columna de fuego, siempre parecerá una utopía a los que podrían ver lastimados sus negocios privados con semejante proyecto de nación para todos, porque son ellos los más esclavizads a esas bajas pasiones que obliteran el paso al espíritu de Bien que pervive en el corazón de todo ideal de sociedad humanista.
Si los conductores de ese programa convinieran, me encantaría recomendarles algunas lecturas a fin de que pulan con esmero y prudencia sus argumentos en este tipo de lances. De entrada, y para abrir boca en el tema de las utopías, bien les caería leer a Platón – República y Leyes -, Campanella, Moro, Bacon, Cabet, o por lo menos Una Utopía moderna, de H. G. Wells. Este último me parece mucho más accesible para una mentalidad…digamos “moderna”.
Buen día.
Fuente
jue 7 jun 2012
SDP Noticias
Tuve la oportunidad – o el valor, según se quiera ver - de presenciar el programa de Tercer Grado en que se invitó a AMLO a fin de intentar lincharlo mediáticamente. No me decepcionó AMLO. Aplicó una curiosa estrategia combinada de honestidad irreverente, incomoda para los conductores, y de ingenuidad discursiva. Estrategia que agotó el tiempo del programa entre desencuentros de sentido en los discursos, y aprovechando el tiempo para lanzar misiles que definen a cuerpo completo y al desnudo la verdadera naturaleza de los conductores de dicho programa.
Muchas cosas me llamaron la atención del programa. Creo que da material para varios artículos. Pero en esta ocasión me quiero concentrar en un punto que dejó ver el completo estado de ignorancia en que viven los conductores de ese programa. Me refiero a ese asunto que se da hacia la parte final del programa y en que Carlos Marín, el “intelectual radical”, se arrojó sobre AMLO para cuestionarlo acremente sobre su propuesta para el diálogo nacional entre los mexicanos de ganar la presidencia de la república. En concreto, en medio de sus acostumbradas argumentaciones colmadas de retruécanos y expresiones picantes despojadas de gracia, Carlos Marín se refirió a la propuesta de AMLO con el epígrafe de “utopía”. Y por supuesto que Marín se cuida de investir a este epígrafe con una tremenda carga peyorativa para intentar hacer ver a AMLO como un soñador extraviado.
En realidad no me interesa el contenido del discurso de Marín en este punto porque, por principio, está embarazado de un deliberado sesgo pernicioso y de una situación adicional que mencionaré a continuación, cosas ambas que lo invalidan por completo en todos los sentidos. Quiero referirme, pues, a lo siguiente.
Fue gracias a esa misma carga peyorativa con que Carlos Marín trató al concepto de utopía, que me di cuenta del completo estado de ignorancia de este hombre en este tema. Me queda claro que Marín posee el concepto de utopía que es el propio de un muchacho de secundaria, lo cual denota escasa cultura. En concreto, este hombre aborda el concepto de utopía como algo ideal que es deseable pero irrealizable.
Puntualizaré algunas cosas sobre este concepto reducido de utopía para visualizar mejor nuestro asunto. Y advierto que estas puntualizaciones son cosas que seguramente Marín desconoce si por principio me atengo a su enjuta noción de utopía.
Las utopías son consideradas como ideales deseables pero irrealizables porque se refieren a modelos de sociedades humanas – normalmente - para un futuro desconocido y sin fundamentos en la realidad inmediata, coetánea, y que están dotadas, por esto último, de toda suerte de perfecciones, de tal manera que todos los problemas de la realidad quedan en ellas resueltas de manera automática. Podría decirse que las utopías se refieren a sociedades modelo que han culminado y cesado su kinesis – en lenguaje aristotélico – y que han realizado, por ello, toda su forma, sus potencialidades, su perfección y ejecutan ya todas sus funciones. Y es por esto que las utopías son modelos cerrados, acabados, incapaces de dar ya lugar a cambios en aras de progresos ulteriores, porque éstos son ya imposibles.
A saber, ningún autor de utopía alguna jamás pensó o tuvo por plan consciente el construir un modelo de sociedad perfecta poniendo su fe en que el mismo se realizaría por completo en el mundo real. Pero también es cierto que ninguno de ellos construyó su utopía con la vista puesta en el simple placer estético.
Y si así son las cosas, ¿por qué esos hombres se dieron a la tarea de construir una utopía? ¿Acaso fueron idiotas que gustaban de perder el tiempo?
Pese a que se podría objetar que las utopías hacen a un lado determinadas pasiones humanas que se oponen por entero al espíritu de la utopía, lo cierto es que ésta ni es totalmente inoperante y ni es totalmente irrealizable como pretende creer Marín en su mundo reducido.
Para entender lo anterior, puntualicemos que el objetivo último y real de toda utopía es la reflexión crítica y completa en torno a las condiciones de las sociedades reales con la vista puesta en la reforma definitiva y culminante de éstas en base a la guía normativa de un modelo ideal. Y con “reforma definitiva y culminante” me refiero a que pretende ser exhaustiva y final, agotadora de todo posible progreso.
En su trabajo crítico y reformista las utopías se fundan en postulados sobre las realidades humanas. Y está demostrado históricamente que estos postulados pueden determinar las mismas realidades humanas y, con ello, determinar a su vez la realidad de las sociedades concretas. En este sentido, el espíritu utópico no siempre es utópico, pues está siempre en posibilidad latente de dar lugar a ciertas condiciones que se concretan en realidades sociales.
¿Y cómo las utopías han logrado resultados tangibles y concretos a lo largo de la historia?
Bueno, como afirmaba Hegel, eso se logra cuando los mismos postulados de la realidad humana que fundamentan la utopía pasan de ser teorías alternativas, revolucionarias, subversivas, paradójicas y extrañas para las creencias comunes, a paradigmas dominantes en la ciencia y en la cultura. Y para esto solo hace falta una voluntad unificada del pueblo que dé su asentimiento a los nuevos postulados de la realidad humana que buscan abrirse paso frente a las resistencias del pasado, de lo caduco.
Como ya puede ver el lector, todas estas cosas son completamente desconocidas para Carlos Marín. De ahí que este señor se dé el extraño, cómico e ilegítimo lujo de investir al concepto de utopía con un carácter peyorativo, disfuncional. Y lo cierto es que la misma condición de ignorancia de Marín es compartida por sus mismos compañeros de oficio, toda vez que ninguno de ellos fue capaz de atajarle el paso para advertirle de su error de discurso.
Y mire usted que en esto hay ironía y cosas lamentables al mismo tiempo.
Ironía, porque los panelistas de Tercer Grado no han pasado por alto ciertas ocasiones para hablar en torno a los grandes héroes nacionales de la Revolución –Zapata, Villa, etc. -, y cuyos proyectos de nación quedaron truncados por la “Robolución institucionalizada” que luego dio lugar a esa banda de ladrones llamada PRI. Sin embargo, pasado el tiempo, sabemos que los ideales de esos héroes pasaron a la condición de utopías que se desgarraron en sangre y muerte cuando colisionaron con la cruda y funesta realidad de las pasiones humanas de los primeros ancestros de los dinosaurios del PRI; dinosaurios que, como bien dice El Peje que no es Lagarto, son el amor culminante de los panelistas de Tercer Grado.
¿Y por qué los ideales de Zapata no son sometidos a juicio bajo el epígrafe de utopía por estos panelistas?
Como siempre en estos casos, la respuesta la tiene el doctor Samuel Johnson cuando nos habla de los sentimientos patrioteros.
Sócrates, el segundo hombre más sabio de la historia, entregó su vida a un apostolado consistente en luchar para rescatar a los atenienses de su tiempo de esa triste inclinación que, por obra de la vanidad y la petulancia, lleva a los hombres a pasar por alto su propia ignorancia y a hablar con palabras cuyo significado desconocen. Y aquí radica lo lamentable de este asunto de Tercer Grado, porque parece que, a pesar de tantos siglos de historia humana desde que Sócrates nos abandonó, muchos hombres y mujeres persisten en hablar sin saber lo que hablan, sin importar dignidad y rango. Y el programa de ayer de Tercer Grado estuvo colmado de esas expresiones palmarias de ignorancia completa entre los conductores del mismo, al grado de que puedo suponer que habrían llevado al mismo Sócrates a morir, no por obra de la cicuta, sino de tristeza y desconsuelo por lo infructuoso de su apostolado.
Por supuesto que los posicionamientos de AMLO pueden en ocasiones adquirir matices utópicos. Y esto sucede, no porque sean irrealizables, inoperantes, sino porque constituyen una crítica racional, responsable y profunda, a las condiciones de descomposición general en que pervive nuestra sociedad mexicana por el influjo nefando de una clase política perversa, caduca y avasallada a una Oligarquía de los Treinta; una crítica que ha puesto su vista en la necesidad de la reforma integral de la república y su vida democrática. Sin duda que un posicionamiento político de semejante talla y proyección, que se levanta hacia el cielo como una columna de fuego, siempre parecerá una utopía a los que podrían ver lastimados sus negocios privados con semejante proyecto de nación para todos, porque son ellos los más esclavizads a esas bajas pasiones que obliteran el paso al espíritu de Bien que pervive en el corazón de todo ideal de sociedad humanista.
Si los conductores de ese programa convinieran, me encantaría recomendarles algunas lecturas a fin de que pulan con esmero y prudencia sus argumentos en este tipo de lances. De entrada, y para abrir boca en el tema de las utopías, bien les caería leer a Platón – República y Leyes -, Campanella, Moro, Bacon, Cabet, o por lo menos Una Utopía moderna, de H. G. Wells. Este último me parece mucho más accesible para una mentalidad…digamos “moderna”.
Buen día.
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