Calderón, sexenio necrófilo

Calderón, sexenio  necrófilo
¿Qué le sucede a este ocupante de Los Pinos? ¿De dónde proviene su seducción por la muerte?

Revista EMET 


SEXENIO NECRÓFILO

Felipe Calderón posee una burda fascinación por la muerte. Con su estúpida guerra convirtió al territorio nacional en camposanto. Por las fiestas del bicentenario independentista, sacó a los héroes de sus nichos y mandó sus cadáveres a desfilar por el Paseo de la Reforma. Llora a sus muertos –Mouriño, Blake, Lujambio-- en ostentosas pompas fúnebres que sólo corresponden a jefes de Estado. Y ahora exhuma despojos de los padres de Heriberto Lazcano, el narcotraficante que ya acribillado mantiene a raya del ridículo a las fuerzas que dizque son de la ley y el orden.
¿Qué le sucede a este ocupante de Los Pinos? ¿De dónde proviene su seducción por la muerte? ¿Por qué 70, 80 ó 150 mil asesinados en lo que va de su sexenio no lo conduelen ni lo conmocionan? ¿A qué vino eso de “celebrar” 200 años de independencia de España –porque dependientes somos ahora de los Estados Unidos y, otra vez, de España-- con una procesión mortuoria? ¿Por qué sus cadáveres merecen honores y no los de las muchas víctimas colaterales?
Exhumar los cuerpos de los progenitores del llamado “Lazca” va más allá de toda proporción. Que dizque para comparar el ADN. ¿Con qué se hará la comparación si el cadáver no aparece?
Son muchas las dudas sobre la identidad del personaje acribillado por marinos en Progreso, Coahuila. Con la exhumación de los restos mortales de los padres del “Lazca”, la propia fallida Administración da muestras de ni siquiera ella estar segura de sus asertos, boletines y declaraciones triunfantes.
A exhumar cadáveres, pues. E irremediablemente a recordar a aquel grotesco personaje apodado “La Paca”, que se convirtió en la delicia de los comentarios propios y ajenos, pero que –ardid del $alini$mo-- consiguió desacreditar las acusaciones en contra del “hermano incómodo” de aquel ex presidente también espurio.
Y es que usted, seguro, recuerda aquella mañana del 9 de octubre de 1996, cuando el investigador Pablo Chapa estaba exultante. "¡Es Muñoz Rocha!", gritó, cuando los peritos de la Procuraduría General de la República extrajeron un cráneo del jardín de la finca El Encanto, propiedad de Raúl Salinas. Esa calavera, amorosamente colocada en una bandeja, era la prueba que el detective esperaba para demostrar la implicación del mayor de los Salinas en el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, su ex cuñado y secretario general del Partido Revolucionario Institucional, tiroteado en septiembre de aquél imborrable 1994.
Hoy, como en ese entonces, la necrofilia fallida se apodera de los poderes públicos ocupados –“haiga sido como haiga sido”-- por el calderonato.
De acuerdo a los diccionarios, la necrofilia es la atracción sexual por cadáveres. La necrofilia ideológica, según el pensador Moisés Naím, es el amor ciego por las ideas muertas. Y la necrofilia de Calderón es mera vacilada, ¿no cree usted?

DUDAS IMPRUDENTES

La semanal Lectura Política del Grupo Consultor Interdisciplinario que coordina Alfonso Zárate, enumera el porqué pocos creen en la muerte de Heriberto Lazcano:
“No existen, a diez días del suceso, pruebas contundentes de que el delincuente ‘abatido’ fuera El Lazca. Las fotografías divulgadas por la Marina no cierran el capítulo. Tampoco el registro de huellas dactilares que, según la información divulgada, fue realizado por la Procuraduría coahuilense. En esa perspectiva, incluso los más fervientes centinelas de la verdad oficial cultivan dudas. ‘Hasta el momento —apunta el columnista Pablo Hiriart— no conocemos ésa, la única prueba de que el cadáver entregado a un MP de Sabinas corresponde a quien en vida se llamó Heriberto Lazcano Lazcano. Hay dos posibilidades: no quieren enseñarlas por alguna razón desconocida, o nunca se tomaron esas huellas.’
“Tampoco hay esperanza de que el resultado de la autopsia ofrezca certidumbre. La acumulación de contradicciones no ha hecho más que expandir la baraja de especulaciones. ¿Cinco o seis balazos? ¿Un tiro a la cabeza, con bala de alto calibre, sin desfigurar el rostro? ¿Padecimiento terminal o simple afección lumbar? Las versiones del procurador estatal Homero Ramos y de su subalterno, el jefe de Servicios Periciales, parecen referirse a cadáveres distintos.
“Y qué decir, para colmar el vaso de la intriga, de la dimensión elástica del capo y su cadáver. La información de la autoridad mexicana registra 1.60 de estatura, la agencia antidrogas norteamericana 1.72 y los practicantes de la autopsia no lo bajan de 1.80…
“¿Y los 20 centímetros de diferencia? ¿Sería posible, sólo por suponer, que Plataforma México —la imponente base de datos de la Secretaría de Seguridad Pública— careciera de información actualizada —aunque fuere por “estimados” de terceras personas? ¿Sólo es alimentada con información institucional: foto de ovalito, ficha curricular, cartilla liberada? ¿A ello se reduce la sofisticación del magno instrumento para la generación de inteligencia?”…
Sí. A eso se reduce. Nada más.
Francisco Rodríguez - Opinión EMET
 

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