En el Centro Histórico todo sigue casi normal, pese a restricciones

¡Esto ya se jodió!, dicen pequeños comerciantes que resienten la crisis
 
Periódico La Jornada
Miércoles 1º de abril de 2020, p. 5
Aunque ahora sí la disposición va en serio, y ya está vigente la emergencia sanitaria con el apremiante llamado a permanecer en casa y guardar distancia para evitar los contagios por coronavirus, los contrastes citadinos, por la conducta de la gente y la zona económica que se vea, todavía ayer eran notables.
Así, por las calles del Centro Histórico el perfil era de un día casi normal en avenidas como Madero, Corregidora, Palma, Donceles y otras: mucha gente, por supuesto sin protección y la mayoría de los comercios abiertos. Chavos en plena chacota, pregoneros de todo género, la compra en el medio mayoreo para la reventa en abonos… lo acostumbrado, pues.
Aunque es ya perceptible la ausencia de turistas, el capitalino que se aventuró a llegar hasta ahí en muchos casos seguía viendo raro y hasta con sorna a quienes llevaban gel y cubrebocas por elemental conciencia y que por obligaciones laborales transitaban esas mismas calles.
Además, sea por fama, renombre o ubicación –más allá de sabor y precio–, los numerosos puestos de tacos callejeros de las colonias populares despachaban si acaso sólo con un poco –pero siempre amontonada– menos clientela.
Los parados habituales, sus clientes: oficinistas, secretarias, operarios, cargadores, chalanes, comerciantes en pequeño, mecánicos de los rumbos populosos en las distintas alcaldías no se arredraban. Total, ya para entonces habían desayunado temprano tamales en un espacio similar.
Porque así son los hábitos, las necesidades o las órdenes, sobre todo las del bolsillo.
La diferencia
En contraste, en los supermercados de la zona de Interlomas, los pedidos por teléfono se multiplican (total, que se expongan otros) y también se lleva al extremo la costumbre de mandar a choferes y empleadas domésticas (uniformadas) para encargarse de la despensa y cubrir sofisticadas pautas: me da 17 rebanadas de pechuga de pavo (marca) muy delgaditas, pero que no se rompan.
Esto, mientras en otro pasillo de ese higienizado lugar –donde en el piso hay marcas azules para delimitar distancias, se ofrece gel y disculpas por la falta de algunos productos– dos empleadas comentan cómo se guardan los cuidados en la Ciudad de México para evitar el contagio de Covid-19, mientras ayer me habló mi hijo del pueblo para decirme que allá la vida sigue como si nada, dice con algo de escepticismo una de ellas.
Cada quien su historia
Para Alberto Mosqueda, dueño de un cibercafé en la colonia Guerrero, a sus 44 años y frente al panorama de desolación en un local con el cual ha mantenido a su familia durante 15 años, no hay de otra: un mes completo sí lo aguanto. Después no lo sé.
Dice que sus pocos ahorros le permitirían cubrir por ese tiempo la renta del local y los servicios de Internet, teléfono y luz. Pero si la suspensión de actividades se extiende, no la voy a librar.
A Alberto, un día normal de trabajo –con venta también de artículos de papelería– le deja unos mil pesos, sobre todo entre semana, pues a unas calles está una oficina de expedición de pasaportes. Pero apenas hace un par de semanas la clientela prácticamente se esfumó y, con aquella, sus ganancias. Estoy sacando apenas 100 pesos o, cuando bien me va, 200, acepta lacónico.
Además, admite que esta situación lo tomó desprevenido, sin plan B, y que cuando se enteró y quiso acogerse al programa del gobierno capitalino para pequeños emprendedores y obtener un préstamo de 10 mil pesos a pagar en cuatro meses y sin intereses, se sintió momentáneamente animado.
Pero ayer que empezó la tramitología fue un desmadre. ¡Pinche gobierno! Lo hace muy difícil. Fueron horas para subir los documentos a la página web, y al final no me dieron el folio de registro. Ahora me escribieron y me dicen que tengo que hacerlo por correo electrónico. Pero ni modo. Todo sea para que nos den la lana, cierra con, todavía, un atisbo de buen ánimo.
Para donde se voltee hay un episodio así. Se trabaje por un salario o por cuenta propia.
En los centros comerciales el panorama tenía el mismo tinte desolador. Ya con la inédita información de que cerrarán por un mes (salvo los bancos y supermercados), algunos empleados y elementos de vigilancia trataban de dejar todo lo mejor resguardado posible.
Todavía algunos se atrevieron a abrir sus puertas para compradores inexistentes, y en uno de los recorridos la voz al teléfono de la encargada de una tienda de decoración era todo un editorial: ¡Esto ya se jodió!

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