¿La Fiesta en Paz?

Un título vergonzoso
Leonardo Páez


Apunto de conmemorar –celebrar o festejar sería una ofensa a la inteligencia– 200 años de un México independizado de España, por lo menos en lo político, su dependencia económica, comercial, tecnológica y cultural con relación a éste y otros países continúa en aumento.

En materia taurina no podía ser la excepción y salvo tres o cuatro fructíferas décadas del pasado siglo en que los mexicanos lograron consolidar una tauromaquia propia, tanto en la bravura con calidad del ganado de lidia como en las originales expresiones de muchos de sus toreros, la constante ha sido una mayor dependencia de figuras españolas, así como un coloniaje interno chilango ante la falta de imaginación de los taurinos de los estados, lo que centraliza y reduce decisiones y criterios en materia de espectáculo.

Esa creciente dependencia tiene varias vertientes: falta de autoestima y de profesionalismo en todos los sectores taurinos, como en el resto de las actividades del país; ausencia de unidad, de políticas y de objetivos comunes en dichos sectores; nula competencia entre la empresa de la Plaza México y las ocho plazas más importantes de Espectáculos Taurinos de México, SA. (ETMSA), que no sólo contratan los mismos tres o cuatro apellidos importados, sino que se rehúsan a fomentar rivalidades de nuestros toreros en el ruedo, y finalmente la desventajosa paridad del peso frente al euro luego de años de vacas gordas en que un peso equivalía a cinco pesetas y las figuras importadas desquitaban, con torería y celo, lo que aquí cobraban.

Hoy se sigue presumiendo de una fiesta de toros manirrota, con una bravura considerablemente menguada y una baraja de toreros arrugada y obstruida por las propias empresas, sin voluntad para darle juego a diestros capaces de desbancar a figuras esforzadas, pero sin capacidad de convocatoria y, lo más lamentable, lo que nos ha hecho acreedores a un vergonzoso título: el país taurino más tonto del mundo.

¿Por qué ese título? Porque en Europa y en Sudamérica las figuras importadas enfrentan toros con edad y trapío, pero en México, tan original y pintoresco, exigen el toro anovillado y bobo con el cual realizar faenas bonitas de eventuales orejas y rabos y las empresas ¡se pliegan a tamaña tontería!, como si les pagaran con tortibonos.

El resultado no ha podido ser más desastroso: encierros chicos y de reiterada mansedumbre para coletas famosos, pero sin grandeza, que luego de torear 50 corridas o más en su país aquí le espantan las moscas a reses descastadas a cambio de inconfesables cantidades de dinero, mientras los diestros locales padecen el criterio de las empresas que, sin sonrojarse por tamaño ridículo, destinan encierros con edad y trapío a toreros de escaso rodaje. Los enemigos de la tauromaquia no lo harían peor.

El público, desinformado y sin capacidad de protesta, lo más que hace es rechazar una lagartija impresentable, abandonar frustrado los cosos y optar por espectáculos en los que el abuso sea menos descarado… hasta que anuncien nuevamente toreros comodinos famosos. La autoridad no existe y la crítica especializada hace tiempo decidió bajar la guardia ante la cínica terquedad de los que dicen arriesgar su dinero a cambio de ¿nada?
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