¿Sha, la, la, la, la?
Jorge Camil
¡No, por favor!, me acabo de enterar que la canción oficial” del bicentenario, de la que justo una semana después de su presentación por el secretario Alonso Lujambio renegó la Secretaría de Educación Pública, se grabó en ocho versiones diferentes: la original, en pop, y también en forma de son, danzón, bolero, ranchero, mambo, cha cha cha y cumbia. ¡Cual si fuese la Magnificat de Bach! Tendremos que huir al extranjero, porque aquí se escuchará hasta el cansancio, en sus ocho versiones y en todos los medios: radio, televisión, cine; en cada comercial de productos chatarra: “sha, la, la, tome refresco de cola; sha, la, lá, con galletitas de soda”. Sha, la la, en boca de las voluptuosas chicas Televisa y Azteca.
¿Nacimos para cantar? ¿Nacimos para bailar? (O sea que somos una nación de irresponsables, porque ninguno de sus versos festeja una de nuestras principales cualidades: ¡trabajar!) Nacimos en el lugar del Cielito lindo… ¿A eso se reducen hoy los méritos y la algarabía del bicentenario? ¿Se imagina a un secretario de Educación Pública de la talla del poeta y diplomático Jaime Torres Bodet aprobando un disparate semejante y presentándolo orgulloso a los medios?
Porque ahora resulta que haciendo honor a la tónica del sexenio (un pasito pa delante, dos pasitos para atrás), o tal vez abrumados por la crítica, un personero del señor Lujambio salió a dar la cara: explicó que la composición, previamente lanzada con fanfarrias, no era en realidad la “canción oficial”; más aún, que no deberíamos esperar ni himno ni canción oficial. El shalalalá era únicamente una tonada pegajosa para “motivar” a los mexicanos a participar en el deslucido jolgorio del bicentenario (pues sí que resultó “pegajosa”: a mí me pegó en el hígado).
La explicación de que no era la canción oficial me tranquilizó, como días antes me había horrorizado escucharla por vez primera de boca de un señor con nombre de personaje de la Guerra de las galaxias, Aleks Syntek, inusualmente tocado con un sombrerito a la Frank Sinatra. ¡Por favor!, señor Lujambio, tenemos junto con La Marsellesa uno de los dos himnos nacionales más bellos del mundo. Califíqueme de “mezquino”, pero me resisto a celebrar el bicentenario “con alegría y con júbilo” (como usted recomendó en días pasados) escuchando el sha, la, la, la, la a ritmo de mambo (o en versión de concierto con la Sinfónica Nacional).
Y en cuanto a la increíble historia de la Estela de luz, ¡qué desfiguro! ¿Celebrar el acontecimiento histórico sin el monumento multimillonario comisionado y construido ex profeso para el festejo? Sería como invitar a amigos y parientes a celebrar la boda de la hija sin ceremonia y sin banquete (porque nos falló el cura, el novio se equivocó de vuelo, no llegó la comida, los meseros hicieron san lunes, se emborracharon los mariachis y no llegaron las cajas de vinos). “Pero no se preocupen: el año entrante los invitamos a celebrar como Dios manda”. ¿En qué país nos hemos convertido? No hay un solo articulista que no haya protestado, en términos más o menos airados, por la falta de respeto que significa no tener a tiempo el monumento destinado a competir con la bellísima columna del Ángel de la Independencia de don Porfirio: Joaquín López Dóriga, Jacobo Zabludovsky, el maestro Bernardo Bátiz, Sergio Aguayo, Guadalupe Loaeza, René Delgado, y ahora un servidor…
Los títulos de algunos editoriales han sido hirientes, señor secretario: “Lujambio, al Cirque du Soleil” (propone López Dóriga en Milenio, por sus malabares para explicar el entuerto); “La nueva columna, ¿de qué?” (se pregunta Bernardo Bátiz en La Jornada, y sugiere que por ahora se le conozca como columna “al desconcierto y a la decepción”); “La estela de la Estela” (en el que René Delgado considera que la cancelación de la inauguración fue un acto irresponsable, “que resume la administración calderonista”) y “De-si-lu-sión” (donde Guadalupe Loaeza se queja por el retraso en una carta imaginaria a don Porfirio, comparando la celebración de 1910 con el bicentenario). No somos muchos, señor Lujambio, pero quizá nos escuche la opinión pública.
Y luego entramos a lo otro, la secuela de terror que recorre el territorio nacional como jinete del Apocalipsis. Eso ciertamente no se le atribuye, pero sí es responsabilidad directa del gobierno que representa. Por eso no estamos inclinados a celebrar.
¿Celebrar el bicentenario cuando un par de semanas antes descubrimos horrorizados una narcofosa con 72 cuerpos de migrantes latinoamericanos en Tamaulipas? Como en Kosovo, señor Lujambio, como en Ruanda, que vivieron bajo el signo del genocidio (Carmen Aristegui afirma que el sacerdote Pedro Pantoja, encargado del centro de asistencia humanitaria conocido como Belén, Posada del Migrante, en Saltillo, califica como holocausto el fenómeno en el que miles de hombres y mujeres de diferentes nacionalidades son vejados y asesinados anualmente en nuestro país de camino a Estados Unidos).
“Shalalalalá –continúa la letra superficial de Jaime López– el futuro es milenario /Shalalalalá, allá vamos paso a paso…” ¿Adónde?
http://jorgecamil.com - http://twitter.com/jorgecamil
Fuente
¡No, por favor!, me acabo de enterar que la canción oficial” del bicentenario, de la que justo una semana después de su presentación por el secretario Alonso Lujambio renegó la Secretaría de Educación Pública, se grabó en ocho versiones diferentes: la original, en pop, y también en forma de son, danzón, bolero, ranchero, mambo, cha cha cha y cumbia. ¡Cual si fuese la Magnificat de Bach! Tendremos que huir al extranjero, porque aquí se escuchará hasta el cansancio, en sus ocho versiones y en todos los medios: radio, televisión, cine; en cada comercial de productos chatarra: “sha, la, la, tome refresco de cola; sha, la, lá, con galletitas de soda”. Sha, la la, en boca de las voluptuosas chicas Televisa y Azteca.
¿Nacimos para cantar? ¿Nacimos para bailar? (O sea que somos una nación de irresponsables, porque ninguno de sus versos festeja una de nuestras principales cualidades: ¡trabajar!) Nacimos en el lugar del Cielito lindo… ¿A eso se reducen hoy los méritos y la algarabía del bicentenario? ¿Se imagina a un secretario de Educación Pública de la talla del poeta y diplomático Jaime Torres Bodet aprobando un disparate semejante y presentándolo orgulloso a los medios?
Porque ahora resulta que haciendo honor a la tónica del sexenio (un pasito pa delante, dos pasitos para atrás), o tal vez abrumados por la crítica, un personero del señor Lujambio salió a dar la cara: explicó que la composición, previamente lanzada con fanfarrias, no era en realidad la “canción oficial”; más aún, que no deberíamos esperar ni himno ni canción oficial. El shalalalá era únicamente una tonada pegajosa para “motivar” a los mexicanos a participar en el deslucido jolgorio del bicentenario (pues sí que resultó “pegajosa”: a mí me pegó en el hígado).
La explicación de que no era la canción oficial me tranquilizó, como días antes me había horrorizado escucharla por vez primera de boca de un señor con nombre de personaje de la Guerra de las galaxias, Aleks Syntek, inusualmente tocado con un sombrerito a la Frank Sinatra. ¡Por favor!, señor Lujambio, tenemos junto con La Marsellesa uno de los dos himnos nacionales más bellos del mundo. Califíqueme de “mezquino”, pero me resisto a celebrar el bicentenario “con alegría y con júbilo” (como usted recomendó en días pasados) escuchando el sha, la, la, la, la a ritmo de mambo (o en versión de concierto con la Sinfónica Nacional).
Y en cuanto a la increíble historia de la Estela de luz, ¡qué desfiguro! ¿Celebrar el acontecimiento histórico sin el monumento multimillonario comisionado y construido ex profeso para el festejo? Sería como invitar a amigos y parientes a celebrar la boda de la hija sin ceremonia y sin banquete (porque nos falló el cura, el novio se equivocó de vuelo, no llegó la comida, los meseros hicieron san lunes, se emborracharon los mariachis y no llegaron las cajas de vinos). “Pero no se preocupen: el año entrante los invitamos a celebrar como Dios manda”. ¿En qué país nos hemos convertido? No hay un solo articulista que no haya protestado, en términos más o menos airados, por la falta de respeto que significa no tener a tiempo el monumento destinado a competir con la bellísima columna del Ángel de la Independencia de don Porfirio: Joaquín López Dóriga, Jacobo Zabludovsky, el maestro Bernardo Bátiz, Sergio Aguayo, Guadalupe Loaeza, René Delgado, y ahora un servidor…
Los títulos de algunos editoriales han sido hirientes, señor secretario: “Lujambio, al Cirque du Soleil” (propone López Dóriga en Milenio, por sus malabares para explicar el entuerto); “La nueva columna, ¿de qué?” (se pregunta Bernardo Bátiz en La Jornada, y sugiere que por ahora se le conozca como columna “al desconcierto y a la decepción”); “La estela de la Estela” (en el que René Delgado considera que la cancelación de la inauguración fue un acto irresponsable, “que resume la administración calderonista”) y “De-si-lu-sión” (donde Guadalupe Loaeza se queja por el retraso en una carta imaginaria a don Porfirio, comparando la celebración de 1910 con el bicentenario). No somos muchos, señor Lujambio, pero quizá nos escuche la opinión pública.
Y luego entramos a lo otro, la secuela de terror que recorre el territorio nacional como jinete del Apocalipsis. Eso ciertamente no se le atribuye, pero sí es responsabilidad directa del gobierno que representa. Por eso no estamos inclinados a celebrar.
¿Celebrar el bicentenario cuando un par de semanas antes descubrimos horrorizados una narcofosa con 72 cuerpos de migrantes latinoamericanos en Tamaulipas? Como en Kosovo, señor Lujambio, como en Ruanda, que vivieron bajo el signo del genocidio (Carmen Aristegui afirma que el sacerdote Pedro Pantoja, encargado del centro de asistencia humanitaria conocido como Belén, Posada del Migrante, en Saltillo, califica como holocausto el fenómeno en el que miles de hombres y mujeres de diferentes nacionalidades son vejados y asesinados anualmente en nuestro país de camino a Estados Unidos).
“Shalalalalá –continúa la letra superficial de Jaime López– el futuro es milenario /Shalalalalá, allá vamos paso a paso…” ¿Adónde?
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