La guerra de Calderón contra el narco beneficia a cárteles: Pablo Escobar Jr.

Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 22 de julio de 2011, p. 10
Avilés, España., 21 de julio. Sebastián Marroquín fue inscrito al nacer como Pablo Escobar. Por lo tanto, este último es su nombre original, el que heredó de su padre, el narcotraficante más odiado y, al mismo tiempo, adorado de Colombia. “Siento mucha tristeza por lo que pasa en México, que está literalmente repitiendo la historia de la violencia y el narcotráfico que vivió Colombia”, aseguró tras advertir que lo único que se sabe hasta ahora de la lucha contra la delincuencia organizada es que “con matar o detener capos no se acaba con el narcotráfico”.

Marroquín reconoce que ve con “tristeza” lo que pasa en México, tanto porque fue protagonista de primera línea de la violencia desatada en Colombia –en gran medida por decisiones de su padre– pero también porque está casado con una mexicana. “Siento mucha tristeza por lo que pasa en México, esta literalmente repitiendo la historia de la violencia en el narcotráfico en Colombia. Pero no hay soluciones mágicas, pero sí algunas certezas, como que las fórmulas puestas en marcha hasta hoy lo único que han provocado es el aumento exponencial del negocio y de la violencia. Mañana en México podrían matar a todos los capos de una sola vez y pasado mañana el narcotráfico seguiría caminando igual”.

Arquitecto con un despacho en Buenos Aires

En un encuentro con un reducido grupo de corresponsales mexicanos, Marroquín cuenta su historia: un niño rico y un tanto malcriado que nació en 1977 en Medellín, y cuyo padre era el hombre más poderoso de la región, Pablo Escobar Gaviria. Esa relación paternal marcó su vida para bien y para mal: hasta los 16 años vivió rodeado de lujo, en una enorme haciendo con un zoológico particular y sin ningún tipo de carencias. Pero todo cambió el 2 de diciembre de 1993, cuando se conoció la noticia de que el narcotraficante más temido y buscado del mundo –su padre– había sido abatido por el Ejército colombiano. Fue el fin de una época de violencia, sangre y centenares de asesinatos, muchos de ellos ordenados por su padre.

Pablo Escobar hijo decidió cambiar de identidad e intentar reconstruir su vida, pero la larga sombra de su apellido y de los crímenes que cometió su padre le persiguen hasta ahora. Ha conocido la cárcel, ha sido repudiado junto a su familia de muchos países –México, España, Italia, Estados Unidos, Venezuela y un largo etcétera– y siempre tiene una investigación encima sobre sus finanzas, sus movimientos internacionales, su actividad profesional. Es arquitecto y tiene un despacho en Buenos Aires, pero desde hace más de un año se dedica en gran parte a contar su historia y la de su progenitor, que narró en el documental Los pecados de mi padre.
Marroquín fue invitado por el Centro Niemeyer, de Avilés, y por la Organización de Naciones Unidas para que contara su versión sobre cómo, mediante la creación, se pueden tejer puentes de conciliación entre pueblos ensangrentados por la violencia.

Habla sin tapujos de la relación con su padre, que “fue un hombre que me enseñó los valores más nobles que tengo, que me inculcó un respeto por las clases populares y un compromiso social”. También confesó que con ocho años su padre le habló de “todas las drogas”, de sus efectos y consecuencias, de lo “nefasto” que sería para él “sucumbir a la tentación. Él mismo me contó que sólo fumaba mariguana”, explicó.

“Me tocó vivir en un mundo deslumbrante, de lujos, pero en la cotidianeidad no faltaba la conciencia de mi padre de las necesidades que estaban sufriendo los más pobres. Recuerdo que lo acompañaba con camiones de juguetes y comida para los niños en Navidad”, explicó Marroquín, quien también reconoció que sabía que su padre “había ordenado matar” a muchas personas y que su negocio, el tráfico de drogas, suponía también la muerte para miles más. “Le dijimos miles de veces que ya basta, que había que terminar con esto, pero mi padre siempre estaba lleno de excusas para la violencia. Pero él no inventó la violencia, de hecho ya estaba en Colombia antes de que naciera, pues mi padre y toda su familia fueron desplazados del campo a la ciudad, y también en dos ocasiones se le negó la entrada a la universidad”.

“Mi padre llego a ser el capo de capos pero eso no le alcanzó para comprar su tranquilidad ni su libertad. Murió muy joven, a los 44 años, y no alcanzó a disfrutar las bondades de la vida, pues la carrera del narco es a corto plazo. Parece un gran negocio, pero no lo es”, señaló Marroquín, quien insistió que desde niño convivió de forma rutinaria con las armas, con la violencia, con la cultura gansteril que rodeaba a su padre y a su poderoso emporio criminal.

Pablo Escobar era un criminal despiadado y un narcotraficante hábil, pero también un padre que era capaz de escribir cartas y poemas a su familia. “Por ejemplo, mi padre decía que la droga era un veneno que solo servía para vender y no para consumir”.

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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
ya todo el pueblo sabe q calderon es el crimen desorganizado ni un voto al pan por mentirosos y rateros