Astillero - Calderón y los Moreira

Julio Hernández López

Casi nada le duró al calderonismo el ensueño de su gabinete rediseñado conforme a las tesis del amiguismo pragmático (con el mismo entusiasmo con que recibe a los cuates recién ingresados a la nómina, Felipe puede dar puñaladas políticas a los chómpiras que ya no le son útiles) y de la formulación aventurera de nuevas tesis de gobierno” (en el caso, la ocurrencia tramposa de la “seguridad democrática”).

Por un lado, ha habido un amplio pitorreo por el talante de los funcionarios habilitados para relevos en el gabinete: un secretario de Gobernación gris, sin oficio político ni relaciones importantes más que con su ahora patrón, y proveniente de un sonoro fracaso electoral, administrativo y policiaco en Baja California; un secretario de Economía sacado del quinto patio de la burocracia chambista y especializado religiosamente en asuntos jurídicos, especialmente relacionados desde el enfoque conservador con el matrimonio y la familia, acusado de ser parte del legionarismo macielista en desgracia; y un jefe de oficina “presidencial” que es regresado al seno paternal porque no dio el ancho en su anterior encargo, supuestamente de mayor importancia; más la salida del baterista Timbiriche que cobraba como coordinador de Comunicación Social de Los Pinos y que ahora, en el reacomodo siempre deficitario, es sustituido en la baraja felipista por una Sota. Exhibición dolorosa de ineficacia, insensibilidad y desesperación de un conductor designado que mueve palancas y oprime botones y aún no puede controlar ni dar buen rumbo al vehículo al que fue trepado en 2006.

Peor ha sido la salutación de entrada que el narcotráfico ha dado al cuarto secretario de Gobernación: no sólo en la franja fronteriza, con actos que suben el nivel bélico y amenazan aún más o de peor manera a la población civil, como sucedió en Ciudad Juárez con el estallido de un coche bomba, o con los emplazamientos de batalla casi formal, geográficamente esparcida y durante horas, entre soldados y mafiosos en Nuevo Laredo, sino incluso en otras zonas norteñas, como se vio este fin de semana en Torreón, Coahuila. Si algún funcionario o personaje importante, de los que dominan realmente el tema del narco, creyó posible que el ingenuo nuevo secretario de Gobernacion y su jefe desalmado estuviesen albergando con seriedad la idea de aminorar el fuego desatado, o cambiar de rumbo las mirillas o negociar políticamente con capos priístas para restablecer la famosa pax narca, entonces esos funcionarios o personajes relevantes deben sentirse reconfortados con los hechos sangrientos de estos días recientes, pues parecieran cerrar cualquier posibilidad de corrección o arreglo pactado.

Lo sucedido en Torreón merece atención especial, pues en Coahuila el felipismo ha mostrado sin reticencias el uso político de los instrumentos de la “guerra” contra el narcotráfico para castigar, o pretender hacerlo, a funcionarios o políticos de otros partidos que no se alinean con Los Pinos. Los Hermanos Moreira gobiernan Coahuila con sentido dinástico, excluyente, oportunista y tramposo –Humberto y Rubén; uno, actualmente; otro, trabajando para relevar al carnal– y han tenido éxito, haiga sido como haiga sido, para despojar a panistas de posiciones políticas, expectativas de negocios e incluso aspiraciones de relevo en gerencias regionales del narco, pero no sólo a panistas en general, sino particularmente al grupo regional identificado hasta en circunstancias de padrinazgos sociales con el calderonismo, bando local de felipismo que, a partir de 2006, creyó llegado el momento de su plena asunción al reino de la política y los negocios, blancos y oscuros.
Lo cierto es que en el pleito de malas artes acabaron triunfando los Moreira y el pleito con el calderonismo ha subido de nivel. No hay ningún otro gobernador que se atreva a criticar directa y abiertamente a Calderón siquiera en una tercera parte de lo que hace el encargado actual del gobierno local, Humberto, lo que ha provocado que Los Pinos cierre llaves presupuestales, ponga obstáculos burocráticos y niegue la presencia de la Policía Federal en aquellas latitudes a pesar de que es evidente el crecimiento de las pugnas armadas entre cárteles y el daño social que esos narcotraficantes causan a la población.

Causa extrañeza, por lo demás, confirmar la ruta de estallidos violentos conforme a calendarios electorales. Las entidades donde el panismo es oposición y pareciera tener ciertas opciones de crecimiento en urnas han recibido golpes atribuidos al narcotráfico que causan desestabilización, confusión, miedo y alejamiento de los procesos comiciales o variación de las expectativas electorales (ejemplo de esto último, Sonora y el caso ABC). Lo sucedido en la quinta Italia Inn, de Torreón, tiene similitudes con lo sucedido en Ciudad Juárez, donde una matanza de estudiantes abrió las puertas para que el gobierno federal entrara con presupuesto especial a tareas asistenciales justamente en el tramo importante de los comicios que finalmente fueron ganados por el poder fáctico que realmente domina la entidad. Felipe Calderón, en ese escenario, debería esforzarse en demostrar que el abandono en que mantiene a Coahuila no se debe a reyertas partidistas y a enconos personales y, asimismo, debe actuar de inmediato para ayudar a esa región largamente lastimada que se suma a la gran lista de ciudades y zonas geográficas tomadas por el poder del narcotráfico y convertidas en sangrienta moneda de cambio de cárteles políticos que mantienen la vista puesta en los próximos comicios.

Y, mientras el SME da muestras de prudencia al aceptar que las manifestaciones de protesta que afectan gravemente las vialidades les restan adhesiones sociales, y en tanto se va calentando declarativamente el ambiente rumbo al histórico Grito venidero, ¡hasta mañana, en esta columna que ya ve el enojo histérico de segmentos antichavistas por la visita de Maradona al presidente de Venezuela!

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