Niños en huelga
XAVIER THEROS 04/08/2010
Actualmente, la calle de Anglesola -en el barrrio barcelonés de Les Corts- es un espacio en remodelación; una callecita discreta y oculta tras la silueta de L'Illa Diagonal, cerca de la parada de metro de Maria Cristina, de la línea 3. Pero en sus buenos tiempos esta era la calle Major de Les Corts, la vía más importante del barrio, el lugar por donde pasaba el tranvía que subía hacia Sarrià. A sus aceras se asomaban pequeñas casas menestrales y una de las fábricas más populares de Barcelona, que hoy desaparecen con contundente celeridad a golpe de excavadora.
Según el Ayuntamiento, de este lugar partirá un parque que se extenderá hasta la avenida Diagonal, dotado de una guardería y una residencia para discapacitados. De momento, con las tripas al aire, sus casas supervivientes, en contraste con los grandes edificios que la rodean, permiten una rápida reflexión sobre la ciudad de nuestros abuelos y la nuestra. A un lado unos pocos domicilios de dos plantas con macetas en los balcones; al otro, un mar de rascacielos que proyectan sus sombras sobre el asfalto. Pero no estamos aquí para hablar de un paisaje que se extingue. Vamos en busca de la cristalería de los Planell, en un extremo de la calle, un lugar que los vecinos pronunciaban con auténtico miedo a causa de las terroríficas condiciones de trabajo que imperaban en los hornos de cristal y que aún conserva la fachada modernista que tan famosa se hizo hasta mediados del siglo XX, cuando cerró.
Estos solares donde campan las grúas fueron el reino de un personaje singular de la industria local. Leopoldo Planell Porqueras era del barrio de Sants, hijo de una familia trabajadora, y llegó a ser el patrón de una sólida empresa. Su contradictoria figura fue a la vez progresista y reaccionaria, amigo de sus trabajadores y blanco de sus iras en diversas huelgas (incluido un atentado con pistola en 1923). Se cuenta de él que le gustaba apoyar iniciativas artísticas y musicales, al tiempo que formaba parte de la junta local de la Unión Patriótica, aquel partido fundado por el dictador Primo de Rivera que en 1936 se integraría en la Falange de su hijo José Antonio.
En aquellos años, las fábricas solían estar llenas de aprendices, niños de 9 a 12 años que tenían que entrar una hora antes que sus mayores para barrer y encender las calderas, y a quienes se trataba con la brutalidad desdeñosa con que se ventilaban las relaciones entre menores y adultos en la época: doble explotación por ser menores y trabajadores. Pero en 1925 todo cambió. Un niño de 11 años llamado Francesc Pedra movilizó a sus compañeros y se inició una gran huelga en el sector del vidrio que llegó a parar la producción de este producto en toda la provincia de Barcelona. Los niños se organizaron en comité, llegaron a enfrentarse a las fuerzas del orden y a sus propios padres, que en más de una ocasión se pusieron de parte de la empresa. Pero se salieron con la suya. Gracias a aquellos mocosos, el aprendiz vio mejoradas sus condiciones laborales y pudo cobrar como extras las horas de más que trabajaba.
Aquella no sería la única huelga infantil que tendría lugar en esta vieja fábrica. Diez años después -en 1935- se produjo una acción similar, esta vez en reivindicación de un aumento de salario. Meses más tarde estallaba la Guerra Civil y la empresa era colectivizada. Planell se quedó como técnico, aunque en 1939 se hizo falangista y recibió con entusiasmo a las autoridades franquistas, que le devolvieron la fábrica y le nombraron empresario ejemplar.
Del niño Francesc Pedra (conocido como Seisdedos) sabemos que se convirtió en uno de los organizadores de la CNT, que también sobrevivió a la Guerra Civil y que murió hace 10 años en su barrio natal, La Torrassa, en L'Hospitalet de Llobregat, donde tiene una plaza dedicada. Ambos protagonistas de una historia propia de Charles Dickens, en un lugar que está a punto de transformarse -ironías de la vida- en un parvulario.
Fuente
Actualmente, la calle de Anglesola -en el barrrio barcelonés de Les Corts- es un espacio en remodelación; una callecita discreta y oculta tras la silueta de L'Illa Diagonal, cerca de la parada de metro de Maria Cristina, de la línea 3. Pero en sus buenos tiempos esta era la calle Major de Les Corts, la vía más importante del barrio, el lugar por donde pasaba el tranvía que subía hacia Sarrià. A sus aceras se asomaban pequeñas casas menestrales y una de las fábricas más populares de Barcelona, que hoy desaparecen con contundente celeridad a golpe de excavadora.
Según el Ayuntamiento, de este lugar partirá un parque que se extenderá hasta la avenida Diagonal, dotado de una guardería y una residencia para discapacitados. De momento, con las tripas al aire, sus casas supervivientes, en contraste con los grandes edificios que la rodean, permiten una rápida reflexión sobre la ciudad de nuestros abuelos y la nuestra. A un lado unos pocos domicilios de dos plantas con macetas en los balcones; al otro, un mar de rascacielos que proyectan sus sombras sobre el asfalto. Pero no estamos aquí para hablar de un paisaje que se extingue. Vamos en busca de la cristalería de los Planell, en un extremo de la calle, un lugar que los vecinos pronunciaban con auténtico miedo a causa de las terroríficas condiciones de trabajo que imperaban en los hornos de cristal y que aún conserva la fachada modernista que tan famosa se hizo hasta mediados del siglo XX, cuando cerró.
Estos solares donde campan las grúas fueron el reino de un personaje singular de la industria local. Leopoldo Planell Porqueras era del barrio de Sants, hijo de una familia trabajadora, y llegó a ser el patrón de una sólida empresa. Su contradictoria figura fue a la vez progresista y reaccionaria, amigo de sus trabajadores y blanco de sus iras en diversas huelgas (incluido un atentado con pistola en 1923). Se cuenta de él que le gustaba apoyar iniciativas artísticas y musicales, al tiempo que formaba parte de la junta local de la Unión Patriótica, aquel partido fundado por el dictador Primo de Rivera que en 1936 se integraría en la Falange de su hijo José Antonio.
En aquellos años, las fábricas solían estar llenas de aprendices, niños de 9 a 12 años que tenían que entrar una hora antes que sus mayores para barrer y encender las calderas, y a quienes se trataba con la brutalidad desdeñosa con que se ventilaban las relaciones entre menores y adultos en la época: doble explotación por ser menores y trabajadores. Pero en 1925 todo cambió. Un niño de 11 años llamado Francesc Pedra movilizó a sus compañeros y se inició una gran huelga en el sector del vidrio que llegó a parar la producción de este producto en toda la provincia de Barcelona. Los niños se organizaron en comité, llegaron a enfrentarse a las fuerzas del orden y a sus propios padres, que en más de una ocasión se pusieron de parte de la empresa. Pero se salieron con la suya. Gracias a aquellos mocosos, el aprendiz vio mejoradas sus condiciones laborales y pudo cobrar como extras las horas de más que trabajaba.
Aquella no sería la única huelga infantil que tendría lugar en esta vieja fábrica. Diez años después -en 1935- se produjo una acción similar, esta vez en reivindicación de un aumento de salario. Meses más tarde estallaba la Guerra Civil y la empresa era colectivizada. Planell se quedó como técnico, aunque en 1939 se hizo falangista y recibió con entusiasmo a las autoridades franquistas, que le devolvieron la fábrica y le nombraron empresario ejemplar.
Del niño Francesc Pedra (conocido como Seisdedos) sabemos que se convirtió en uno de los organizadores de la CNT, que también sobrevivió a la Guerra Civil y que murió hace 10 años en su barrio natal, La Torrassa, en L'Hospitalet de Llobregat, donde tiene una plaza dedicada. Ambos protagonistas de una historia propia de Charles Dickens, en un lugar que está a punto de transformarse -ironías de la vida- en un parvulario.
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