Astillero - Mensajería Deportiva

Julio Hernández López

F

ue una entrega de Copa casi furtiva, presurosa, de lado, sin dar oportunidad a que los asistentes al Estadio Azteca alcanzaran a expresar a plenitud sonora su parecer, presente el fantasma de la rechifla a Miguel de la Madrid en 1986 al inaugurar un Mundial. Felipe Calderón actuó como si fuera una suerte de empleado de mensajería instantánea que ni siquiera se detuviera a esperar la firma de recibido. Fugaz y casi inadvertido en esa escena que merecía mejores protocolos pero que rindió el fruto gráfico buscado por Los Pinos, luego del desfile de jugadores premiados a cuyo final les esperaba el panista al que los jóvenes atendieron con la misma ligereza que al resto de esa burocracia de trajes.

Ya para entonces, ha de reconocerse, desprovisto de su nueva aportación a lo que ya se va convirtiendo en toda una leyenda indumentaria: las chamarras o casacas del comandante Calderón, que esta vez lució una apropiada creación en tono verde, en consonancia con el acto al que acudía, adornada de franjas blancas a lo largo de la parte lateral externa de los brazos, todo ello combinado con deportiva obviedad cromática con una corbata de los mismos colores acomodados en franjas diagonales. Gran modelito ejecutivo contrastante con la simpleza de las camisetas comerciales que portaron los secretarios de gabinete a los que invitó a compartir emociones, tres de ellos deseosos de ser candidatos a una final (Lozano y Cordero, que están a punto de convertirse en un solo aspirante verdadero, y Lujambio que se resiste pero acabará cediendo). Además, la señora Margarita y el presidente de Chile.

No hubo el rechazo que ya conoció en Torreón, al inaugurar el estadio del equipo patrocinado por una cervecera, pero sí asomó la ola del abucheo cuando la gente vio en las pantallas gigantes el asomo felipista. Calderón apostó al sentimiento exacerbado de nacionalismo que en las pantallas insistió una y otra vez en los valores de la unidad y el voluntarismo, sabedor de que en una circunstancia así naturalmente habría más tolerancia a una presencia gubernamental que nunca se expone a las variantes de ánimo colectivo en auditorios fuera de control.

La valiosa e inobjetable victoria deportiva de ayer, con jóvenes futbolistas que dieron al atribulado país unas horas o unos días de felicidad, no solamente fue aprovechada por políticos necesitados de blanqueo de imagen, sino que se convirtió en una especie de reivindicación posdatada de los sueños de voluntarismo transformador de la Iniciativa México, a la que el declamador Javier Aguirre había dejado en feo ridículo. Los comentaristas deportivos de las dos grandes cadenas de televisión nacional se convirtieron en apóstoles de la superación personal, tratando de inyectar a sus audiencias la simplista y cómoda (para los intereses de las élites) cantaleta de que todo se puede remontar a partir de una venda en la cabeza (es decir, emulando las escenas de coraje deportivo del ya famoso Julio Gómez, no tapiando el cerebro con programaciones de Televisa y Televisión Azteca).

Atrincherados en la exaltación de la circunstancia deportiva, los ministros del adoctrinamiento nacional insistieron sin descanso en la evocación de virtudes individuales y de equipo balompédico como fórmulas de mejoría nacional, tal como un día antes había postulado el profeta Calderón en Pachuca, donde inauguró un salón de famas futboleras, en preparación ya la ida al Azteca (Felipe tan futbolero en Hidalgo que Televisa transmitió un infomercial del asunto apenas terminó el primer tiempo del partido, justo para que los televidentes constataran el grado de identificación del panista con las emociones galopantes del momento). Metralla conceptual desde las pantallas gubernamentalmente tan favorecidas, para hacerle saber al ciudadano encaminado a celebrar la epopeya deportiva que sus cuitas y problemas provienen de la falta de entrega y lucha personales, pues ¡Sí se puede!, y no solamente en la sub-17, formulaciones tramposas que terminan depositando en cada individuo la responsabilidad de que las cosas no cambien, y no en los gobernantes corruptos y sanguinarios, o en los empresarios (y no sólo los de la TV) beneficiados por esos gobiernos.

El absolutamente plausible triunfo de los jóvenes futbolistas ayuda también a los grandes negociantes de ese deporte en el nivel profesional a empujar hacia el olvido los recientes escándalos (además de malos resultados deportivos en sí) de las selecciones mayores. Una, la de menores de 22 años, enredada en asuntos de presuntas prostitutas luego de denunciar robos en sus habitaciones en Ecuador (como en otros casos, a nivel mundial y nacionales, todo tratado con una enorme dosis de moralina y morbo, hipocresías mediáticas con pretensiones de montar tribunales de lo sexual), lo que llevó a dar de baja a determinados jugadores. Y, antes, el tema del dopaje atribuido exculpatoriamente por las autoridades futbolísticas mexicanas a un presunto consumo de carne con clembuterol, lo que también llevó a la suspensión inmediata de cinco deportistas y a una posterior maniobra de tufo mafioso que nomás por sus pistolas declaró inocentes a los jugadores desde la Federación Mexicana de Futbol. En ese episodio, por cierto, el acomedido Calderón también expidió rápida liberación de responsabilidades de los pateadores acusados, aceptando que en México es usual el consumo de carne con tales sustancias contaminantes, aunque su secretaría del ramo hubiera dicho antes lo contrario. Todo fuera por acompasarse a los intereses de los negociantes del futbol que ayer le pusieron sobre la mesa una Copa de oportunismo político que aunque fuera con fugacidad obligada apuró, un poco al estilo aprendido en las canchas de San Lázaro en alguna otra jugada de fantasía veloz.

Y, mientras el arbitro cargado a un lado copetón niega que haya juego sucio en el partido de tres colores porque un mexiquense ha armado su equipo, llamado Expresión Política Nacional, y pretende orillar a su norteño contendiente a declinar para que haya candidatura de unidad, ¡hasta mañana!

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