Astillero
Julio Hernández López
Periódico La Jornada
5 de Febrero de 2010
Muertos los niños, que "participe" la sociedad. Dieciséis mil fallecimientos después, Felipe Calderón comienza a darse por enterado de que es importante que la gente intervenga en el diseño de políticas públicas. Luego de tres años de sangre regada por todo el país, empieza a vislumbrar que detrás del fenómeno del narcotráfico pueden estar ciertos factores de desajuste e injusticia social que deben ser atendidos mediante asistencia y desarrollo y no armas y "guerra". Felipe de lento aprendizaje que ante su pifia más reciente, la del tratamiento discriminatorio de una masacre de estudiantes en Ciudad Juárez, dice que pretende arriar banderas bélicas absolutas y compartir con los ciudadanos la toma de decisiones venideras, como si lo mismo hubiera hecho cuando por sus puras pistolas desató la pesadilla armada que ha recorrido el país a cuenta y cuento de la "guerra" que circunscribió al plano físico delincuencial de baja monta, sin tocar nunca los nichos dorados de las actividades empresariales y las cuentas bancarias ni afectar jamás a los jefes políticos de los cárteles de las complicidades institucionalizadas.
Pero ya ha de verse más delante si estas recomposturas felipillas son genuinas o mero recurso discursivo circunstancial. Porque, sin presupuesto disponible, sin operadores confiables, repudiado él mismo en aquellos lares, ¿cómo podría F.C. lanzar un magno programa de rehabilitación profunda del deshecho tejido de la tantas veces sacrificada Ciudad Juárez? Pero algo ha de intentar el viajero de Oriente que se ha dejado ganar la oportunidad gráfica por el marrullero gobernador José Reyes Baeza que entre mentadas y ofensas se acomodó para la foto y la tele entre algunos deudos de los chavos ejecutados y ahora despliega publicitariamente ese lance con cinismo profesional, haciendo ver que él sí estuvo allí, con esos jóvenes y esa franja social que repudia todo lo que suene a gobierno y política. Felipe se ha quedado rezagado, y ahora hasta los empresarios juarenses piden lo que aquí y en www.twitter.com/julioastillero se impulsó desde el miércoles: que el hipotético Felipe (lanzó desde Tokio la hipótesis de las rivalidades de pandillas) se vaya a vivir a la urbe fronteriza para que conozca de primera mano lo que allá sucede y despache desde allí hasta que la situación mejore de verdad.
A la creciente descomposición política y social ha de añadirse la embestida meteorológica que con aire y agua está demostrando la fragilidad de la estructura operativa del país y la incapacidad de los políticos-funcionarios para hacer algo más que discursos o actuaciones breves para tomas de cámaras informativas. Del catálogo de males derivables de estas irrupciones de la naturaleza destaca el agravamiento de los problemas del gobierno federal para atender desperfectos y mantener en buen funcionamiento la red eléctrica de zonas anteriormente atendidas por los especialistas botados a la calle por Felipe y Lozano en otra faceta de las guerras felipillas, ésta contra el SME. Haiga sido por lo que haiga sido, lo cierto es que los vientos y la lluvia han producido una cauda de prolongadas descomposturas en amplias zonas de la capital del país, lo que pareciera demostrar que la improvisación y el autoritarismo de la administración federal en el caso de Luz y Fuerza del Centro están cobrando sus regalías adversas, mientras los líderes del SME aseguran que el sistema eléctrico del centro del país está a punto de colapsarse por falta de buen mantenimiento en subestaciones. De las banderas caídas, tiradas por Felipe y Lozano, los sindicalistas retoman fuerza para proponerse como trabajadores emergentes que en tres semanas arreglen lo dañado.
Simbólica por definición, la bandera nacional genera significados que van más allá de lo logístico o lo material. Limpia, colorida, ondeante, bien sostenida, ayuda a ensanchar el pecho. Caída, en el suelo, abandonada así sea por minutos, produce la sensación de que es una confesión de lo mal que está el país. Ayer, la gran bandera nacional ubicada en la glorieta de San Jerónimo cayó, seguramente a causa del fuerte viento. Tal vez en otro momento del país las reacciones habrían sido menos incisivas, pero muchos creyeron ver en ese episodio la materialización de las muchas cosas malas que suceden en el país: los pésimos gobiernos, las deplorables cámaras legislativas, la violencia desatada, los medios de comunicación mendaces y manipuladores, los empresarios al acecho... Banderas caídas.
Pero no ha de ser de fracaso e impotencia la imagen que de estas caídas subsista. Cada vez son más los mexicanos a quienes queda claro el desastroso uso del poder que la camarilla felipesca ha hecho. Ni siquiera se trata de discusiones sobre ilegitimidad de origen, fraudes electorales o banderías partidistas: Calderón y su cártel gobernante están siendo tachados por cada vez más mexicanos a causa del deplorable papel que están realizando, por más que saturen el espacio mediático de propaganda que entre más groseramente falsa más reacciones en contra genera. No hay organización social, programa ni liderazgo que pueda encauzar plural y renovadamente la inconformidad generalizada, pero cada vez hay más conciencia y ganas de participar, de cambiar las cosas. De izar banderas.
Astillas
Chucho Ortega se irá en diciembre de este año, según se ha anunciado en el contexto de un plan de renovación escalonada de los diferentes niveles directivos del sol azteca en todo el país. La salida pareciera ser parte de un acuerdo de pragmatismo electorero: Chucho se alzará con lo que pueda de las alianzas perreánicas criticadas de palabra pero toleradas de hecho y, a partir de 2011, todo mundo dirá que lo pasado, pasado, y que hay que ver hacia adelante, hacia los siguientes comicios: la zanahoria electoral... Pobrecito secretario de Haciéndose, que no atina a destacar más que emitiendo deplorables comentarios optimistas sobre lo bien que, dice, le va yendo a México que, oh, sí, Ernesto Borreguito, "ya está de regreso" en grandes ligas económicas... ¡Feliz fin de semana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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Periódico La Jornada
5 de Febrero de 2010
Muertos los niños, que "participe" la sociedad. Dieciséis mil fallecimientos después, Felipe Calderón comienza a darse por enterado de que es importante que la gente intervenga en el diseño de políticas públicas. Luego de tres años de sangre regada por todo el país, empieza a vislumbrar que detrás del fenómeno del narcotráfico pueden estar ciertos factores de desajuste e injusticia social que deben ser atendidos mediante asistencia y desarrollo y no armas y "guerra". Felipe de lento aprendizaje que ante su pifia más reciente, la del tratamiento discriminatorio de una masacre de estudiantes en Ciudad Juárez, dice que pretende arriar banderas bélicas absolutas y compartir con los ciudadanos la toma de decisiones venideras, como si lo mismo hubiera hecho cuando por sus puras pistolas desató la pesadilla armada que ha recorrido el país a cuenta y cuento de la "guerra" que circunscribió al plano físico delincuencial de baja monta, sin tocar nunca los nichos dorados de las actividades empresariales y las cuentas bancarias ni afectar jamás a los jefes políticos de los cárteles de las complicidades institucionalizadas.
Pero ya ha de verse más delante si estas recomposturas felipillas son genuinas o mero recurso discursivo circunstancial. Porque, sin presupuesto disponible, sin operadores confiables, repudiado él mismo en aquellos lares, ¿cómo podría F.C. lanzar un magno programa de rehabilitación profunda del deshecho tejido de la tantas veces sacrificada Ciudad Juárez? Pero algo ha de intentar el viajero de Oriente que se ha dejado ganar la oportunidad gráfica por el marrullero gobernador José Reyes Baeza que entre mentadas y ofensas se acomodó para la foto y la tele entre algunos deudos de los chavos ejecutados y ahora despliega publicitariamente ese lance con cinismo profesional, haciendo ver que él sí estuvo allí, con esos jóvenes y esa franja social que repudia todo lo que suene a gobierno y política. Felipe se ha quedado rezagado, y ahora hasta los empresarios juarenses piden lo que aquí y en www.twitter.com/julioastillero se impulsó desde el miércoles: que el hipotético Felipe (lanzó desde Tokio la hipótesis de las rivalidades de pandillas) se vaya a vivir a la urbe fronteriza para que conozca de primera mano lo que allá sucede y despache desde allí hasta que la situación mejore de verdad.
A la creciente descomposición política y social ha de añadirse la embestida meteorológica que con aire y agua está demostrando la fragilidad de la estructura operativa del país y la incapacidad de los políticos-funcionarios para hacer algo más que discursos o actuaciones breves para tomas de cámaras informativas. Del catálogo de males derivables de estas irrupciones de la naturaleza destaca el agravamiento de los problemas del gobierno federal para atender desperfectos y mantener en buen funcionamiento la red eléctrica de zonas anteriormente atendidas por los especialistas botados a la calle por Felipe y Lozano en otra faceta de las guerras felipillas, ésta contra el SME. Haiga sido por lo que haiga sido, lo cierto es que los vientos y la lluvia han producido una cauda de prolongadas descomposturas en amplias zonas de la capital del país, lo que pareciera demostrar que la improvisación y el autoritarismo de la administración federal en el caso de Luz y Fuerza del Centro están cobrando sus regalías adversas, mientras los líderes del SME aseguran que el sistema eléctrico del centro del país está a punto de colapsarse por falta de buen mantenimiento en subestaciones. De las banderas caídas, tiradas por Felipe y Lozano, los sindicalistas retoman fuerza para proponerse como trabajadores emergentes que en tres semanas arreglen lo dañado.
Simbólica por definición, la bandera nacional genera significados que van más allá de lo logístico o lo material. Limpia, colorida, ondeante, bien sostenida, ayuda a ensanchar el pecho. Caída, en el suelo, abandonada así sea por minutos, produce la sensación de que es una confesión de lo mal que está el país. Ayer, la gran bandera nacional ubicada en la glorieta de San Jerónimo cayó, seguramente a causa del fuerte viento. Tal vez en otro momento del país las reacciones habrían sido menos incisivas, pero muchos creyeron ver en ese episodio la materialización de las muchas cosas malas que suceden en el país: los pésimos gobiernos, las deplorables cámaras legislativas, la violencia desatada, los medios de comunicación mendaces y manipuladores, los empresarios al acecho... Banderas caídas.
Pero no ha de ser de fracaso e impotencia la imagen que de estas caídas subsista. Cada vez son más los mexicanos a quienes queda claro el desastroso uso del poder que la camarilla felipesca ha hecho. Ni siquiera se trata de discusiones sobre ilegitimidad de origen, fraudes electorales o banderías partidistas: Calderón y su cártel gobernante están siendo tachados por cada vez más mexicanos a causa del deplorable papel que están realizando, por más que saturen el espacio mediático de propaganda que entre más groseramente falsa más reacciones en contra genera. No hay organización social, programa ni liderazgo que pueda encauzar plural y renovadamente la inconformidad generalizada, pero cada vez hay más conciencia y ganas de participar, de cambiar las cosas. De izar banderas.
Astillas
Chucho Ortega se irá en diciembre de este año, según se ha anunciado en el contexto de un plan de renovación escalonada de los diferentes niveles directivos del sol azteca en todo el país. La salida pareciera ser parte de un acuerdo de pragmatismo electorero: Chucho se alzará con lo que pueda de las alianzas perreánicas criticadas de palabra pero toleradas de hecho y, a partir de 2011, todo mundo dirá que lo pasado, pasado, y que hay que ver hacia adelante, hacia los siguientes comicios: la zanahoria electoral... Pobrecito secretario de Haciéndose, que no atina a destacar más que emitiendo deplorables comentarios optimistas sobre lo bien que, dice, le va yendo a México que, oh, sí, Ernesto Borreguito, "ya está de regreso" en grandes ligas económicas... ¡Feliz fin de semana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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