La década de la desilusión
Adolfo Sánchez Rebolledo
De la celebración de los 10 años de la llegada del Partido Acción Nacional al gobierno y los cuatro del actual mandatario sorprendió que al acto de turno se le denominara encuentro ciudadano”, cuando en realidad era un festejo partidista organizado desde Los Pinos para ensalzar la obra realizada por sus gobiernos. Abusivo error.
Es verdad que entre la actuación del Presidente y la del jefe nato del partido en el gobierno corre una tenue línea, que no por delgada debería cruzarse o confundirse con el pretexto de escuchar al Presidente hablar de temas que, en teoría, son de interés general. Y no es sólo asunto de formas, una prohibición remanente de la vieja cultura política, sino que se trata de una cuestión que atañe a la naturaleza de la democracia, que el mismo Calderón se ufana de estar construyendo.
Si es normal que el Presidente hable como jefe de partido en un acto “ciudadano”, entonces no se ve cómo se cuestiona aquí y ahora que el Ejecutivo intervenga en la campañas electorales repitiendo en forma caricaturesca las fórmulas consagradas por el deturpado, aunque por lo visto no tan extinto presidencialismo autoritario.
Se dirá que en otras partes así ocurre y nadie se rasga las vestiduras, pero sea para bien o para mal, según se vea, México no es Estados Unidos ni el bipartidismo dominado por el dinero es el camino más deseable para nosotros. Tampoco estamos en la situación de los regímenes parlamentarios, donde hay una clara distinción entre el jefe del Estado y el líder de la mayoría gobernante, y suficientes formas de fiscalización para frenar cualquier abuso de poder, como los que llevó a cabo Vicente Fox al encabezar desde la Presidencia la campaña contra López Obrador, sin recibir castigo alguno. Por tanto, es preferible un presidente capaz de respetar la unidad en la pluralidad, de autocontenerse, que un líder partidista usando las instituciones del Estado para propósitos sectarios.
Sin embargo, la Presidencia entiende las cosas de otro modo. El tono y los contenidos del mensaje reiteraron lo que ya parece un rasgo definitorio de este gobierno: la autocomplacencia, es decir, la obsesiva insistencia en los méritos propios y la incapacidad de comprender las razones de los que disienten, el afán de fortalecer desde la Presidencia el deteriorado espíritu de cuerpo ante el próximo desafío electoral; en fin, no poder mirar hacia atrás sin esconder la cola derechista, la objeción victimista, conservadora, de la historia nacional, la visión sectaria para observar el pasado como guía para meditar sobre el futuro deseable y posible.
Si se trataba de celebrar el aniversario “del arribo de un proyecto democrático” conquistado tras la lucha de “muchas generaciones de mexicanos”, por qué a la hora de citar nombres, junto a Madero y José Vasconcelos, únicamente menciona, entre las “gotas de agua que taladraron la roca”, a Manuel Gómez Morin, Luis H. Álvarez, Manuel Clouthier y Carlos Castillo Peraza, figuras todas del PAN, sin olvidar a “nuestro amigo Vicente Fox Quesada”.
Luego de leer las parrafadas autocelebratorias uno se interroga: ¿quién habla por boca de Calderón: el militante panista o el Presidente que airado reclama la unidad nacional?
Por desgracia, su discurso confirma que no era una puntada de Fox la idea de separar la historia contemporánea de México (al menos hasta el presente) en dos grandes bloques o periodos: el primero difuso y arbitrario sería el que sin rigor intelectual se ubica como el hoyo negro del autoritarismo priísta, pura negatividad acumulada, cuya fuerza gravitacional perdura a su caída y amenaza con volver en 2012; el segundo es el que, precisamente, se inaugura en el año 2000 y está en curso para reivindicar a los mártires anónimos y a los héroes glorificables de la tradición derechista que se opuso a la Constitución de 1917 (y a la de 1857) y a las reformas sociales cardenistas, ahora bajo el paraguas ideológico del “centrismo” que en Europa defiende el Partido Popular.
En pocas palabras: el siglo XX mexicano fue, para los ideólogos panistas, un desperdicio histórico, cuyos “peligros” siguen presentes en el ascenso del PRI. Curiosa conclusión para un presidente que apenas ayer celebró el centenario de la Revolución Mexicana apelando a la unidad nacional.
La plena historia, según Calderón, comienza con la alternancia, como intenta probarlo invocando el mantra de las 10 mayores realizaciones de su gobierno. Y ofrece datos que deben ser revisados con cuidado, aunque en el contexto en que se dan sólo tengan un significado propagandístico cifrado en el simbolismo del número 10, ya tan manoseado.
Pero, más allá del autoelogio, insidiosa surge la duda. ¿Por qué, si la calidad de vida es mejor hoy que hace 10 años, como asegura el Presidente, las encuestas nos dicen que aumentan los que creen que vamos para atrás? ¿Por qué decrece la confianza en el gobierno? ¿Por qué persiste y se multiplica la sensación de desaliento y el temor al futuro a lo largo y ancho del país?
En busca de una respuesta, observando los fuegos de artificio del gobierno, he recordado la última conversación con Fallo Cordera, nuestro querido amigo siempre atento a los signos de descomposición de la sociedad expresados por la violencia, el desempleo y la aterradora situación de los jóvenes que no oyen los mensajes de Calderón.
A Fallo le preocupaba el aparente sinsentido de la vida pública, la ausencia de propuestas de futuro, la negación al debate y recordaba por contraste a su maestro Rafael Galván cuando insistía en que democracia es programa. Y tenía razón. La crisis de la política deriva de la incapacidad para gobernar en una situación de crisis que amerita grandes reformas, pero es, sobre todo, crisis de perspectiva, carencia de proyecto nacional. No te olvidaremos, Fallo.
A Maca, Diego y Santiago. A Kiti y a Rolando, fraternalmente
Fuente
De la celebración de los 10 años de la llegada del Partido Acción Nacional al gobierno y los cuatro del actual mandatario sorprendió que al acto de turno se le denominara encuentro ciudadano”, cuando en realidad era un festejo partidista organizado desde Los Pinos para ensalzar la obra realizada por sus gobiernos. Abusivo error.
Es verdad que entre la actuación del Presidente y la del jefe nato del partido en el gobierno corre una tenue línea, que no por delgada debería cruzarse o confundirse con el pretexto de escuchar al Presidente hablar de temas que, en teoría, son de interés general. Y no es sólo asunto de formas, una prohibición remanente de la vieja cultura política, sino que se trata de una cuestión que atañe a la naturaleza de la democracia, que el mismo Calderón se ufana de estar construyendo.
Si es normal que el Presidente hable como jefe de partido en un acto “ciudadano”, entonces no se ve cómo se cuestiona aquí y ahora que el Ejecutivo intervenga en la campañas electorales repitiendo en forma caricaturesca las fórmulas consagradas por el deturpado, aunque por lo visto no tan extinto presidencialismo autoritario.
Se dirá que en otras partes así ocurre y nadie se rasga las vestiduras, pero sea para bien o para mal, según se vea, México no es Estados Unidos ni el bipartidismo dominado por el dinero es el camino más deseable para nosotros. Tampoco estamos en la situación de los regímenes parlamentarios, donde hay una clara distinción entre el jefe del Estado y el líder de la mayoría gobernante, y suficientes formas de fiscalización para frenar cualquier abuso de poder, como los que llevó a cabo Vicente Fox al encabezar desde la Presidencia la campaña contra López Obrador, sin recibir castigo alguno. Por tanto, es preferible un presidente capaz de respetar la unidad en la pluralidad, de autocontenerse, que un líder partidista usando las instituciones del Estado para propósitos sectarios.
Sin embargo, la Presidencia entiende las cosas de otro modo. El tono y los contenidos del mensaje reiteraron lo que ya parece un rasgo definitorio de este gobierno: la autocomplacencia, es decir, la obsesiva insistencia en los méritos propios y la incapacidad de comprender las razones de los que disienten, el afán de fortalecer desde la Presidencia el deteriorado espíritu de cuerpo ante el próximo desafío electoral; en fin, no poder mirar hacia atrás sin esconder la cola derechista, la objeción victimista, conservadora, de la historia nacional, la visión sectaria para observar el pasado como guía para meditar sobre el futuro deseable y posible.
Si se trataba de celebrar el aniversario “del arribo de un proyecto democrático” conquistado tras la lucha de “muchas generaciones de mexicanos”, por qué a la hora de citar nombres, junto a Madero y José Vasconcelos, únicamente menciona, entre las “gotas de agua que taladraron la roca”, a Manuel Gómez Morin, Luis H. Álvarez, Manuel Clouthier y Carlos Castillo Peraza, figuras todas del PAN, sin olvidar a “nuestro amigo Vicente Fox Quesada”.
Luego de leer las parrafadas autocelebratorias uno se interroga: ¿quién habla por boca de Calderón: el militante panista o el Presidente que airado reclama la unidad nacional?
Por desgracia, su discurso confirma que no era una puntada de Fox la idea de separar la historia contemporánea de México (al menos hasta el presente) en dos grandes bloques o periodos: el primero difuso y arbitrario sería el que sin rigor intelectual se ubica como el hoyo negro del autoritarismo priísta, pura negatividad acumulada, cuya fuerza gravitacional perdura a su caída y amenaza con volver en 2012; el segundo es el que, precisamente, se inaugura en el año 2000 y está en curso para reivindicar a los mártires anónimos y a los héroes glorificables de la tradición derechista que se opuso a la Constitución de 1917 (y a la de 1857) y a las reformas sociales cardenistas, ahora bajo el paraguas ideológico del “centrismo” que en Europa defiende el Partido Popular.
En pocas palabras: el siglo XX mexicano fue, para los ideólogos panistas, un desperdicio histórico, cuyos “peligros” siguen presentes en el ascenso del PRI. Curiosa conclusión para un presidente que apenas ayer celebró el centenario de la Revolución Mexicana apelando a la unidad nacional.
La plena historia, según Calderón, comienza con la alternancia, como intenta probarlo invocando el mantra de las 10 mayores realizaciones de su gobierno. Y ofrece datos que deben ser revisados con cuidado, aunque en el contexto en que se dan sólo tengan un significado propagandístico cifrado en el simbolismo del número 10, ya tan manoseado.
Pero, más allá del autoelogio, insidiosa surge la duda. ¿Por qué, si la calidad de vida es mejor hoy que hace 10 años, como asegura el Presidente, las encuestas nos dicen que aumentan los que creen que vamos para atrás? ¿Por qué decrece la confianza en el gobierno? ¿Por qué persiste y se multiplica la sensación de desaliento y el temor al futuro a lo largo y ancho del país?
En busca de una respuesta, observando los fuegos de artificio del gobierno, he recordado la última conversación con Fallo Cordera, nuestro querido amigo siempre atento a los signos de descomposición de la sociedad expresados por la violencia, el desempleo y la aterradora situación de los jóvenes que no oyen los mensajes de Calderón.
A Fallo le preocupaba el aparente sinsentido de la vida pública, la ausencia de propuestas de futuro, la negación al debate y recordaba por contraste a su maestro Rafael Galván cuando insistía en que democracia es programa. Y tenía razón. La crisis de la política deriva de la incapacidad para gobernar en una situación de crisis que amerita grandes reformas, pero es, sobre todo, crisis de perspectiva, carencia de proyecto nacional. No te olvidaremos, Fallo.
A Maca, Diego y Santiago. A Kiti y a Rolando, fraternalmente
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