Italia: El lloriqueo de la ministra
jueves 8 de diciembre de 2011
Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
Lo más triste del lloriqueo de la ministra de trabajo italiana al dar a conocer al país los recortes de su gobierno no es verla llorar, sino la expresión, extensiva a todos y cada uno de quienes forman parte de los gobiernos, de su flagrante impotencia ante la realidad monstruosa del dinero que se impone por encima de cualquier otro valor y otra sensibilidad. Podrán llorar ante un micrófono o por dentro, pero no rugen de rabia porque en el fondo no la sienten. No puede ser de otro modo. Nada pueden hacer -ese parece ser el mensaje de la llantina-, pero tampoco dimiten. Si la sintiesen no seguirían un minuto más en la política.
Y es que, como seres de otro mundo, los inversores del capitalismo, con los bancos, los brokers y los políticos como auxiliares, dominan la Tierra. Incluso, ya, en los países que fueron comunistas. Todo depende de los inversores. Los políticos, los economistas y los tecnócratas -una mixtificación de ambos- incorporados en estos momentos a la gobernanza, reinan pero no gobiernan. Políticos, economistas y tecnócratas se deben a los inversores, y en ellos piensan y no en los desheredados sociales cuando toman, o intentan tomar, iniciativas.
Las inferencias están servidas, las preguntas también: ¿cuántos son los inversores en el mundo que deciden la suerte de miles de millones de seres humanos? ¿Va a permitir la sociedad humana a través de los gobernantes que aquellos, con su inepcia y su codicia a cuestas, nos conduzcan a todos al cataclismo moral y material del planeta entero? Ya no sólo es la desigualdad social -por lo visto imposible de extirpar- lo que está en juego; es que los inversores, las grandes fortunas y el dinero no se conforman, siempre quieren más. Así es que entre los que acumulan riqueza, los inversores y quienes consienten la multitud de trapacerías, reforzando y ensanchando más y más la desigualdad, están ahogando toda esperanza en un mundo y una sociedad mejores.
Estamos llegando a un punto en el que si no actúan rápidamente quienes deben actuar para evitar esa trágica incidencia del dinero fácil en la vida de la mayor parte del mundo, los que supuestamente manejan el timón de cada nación se están haciendo cómplices de un colosal disparate. Los grandes puñados de inversores invierten en la idea de cortar el último árbol, pescar el último pez y secar el último río. Son tan necios que siguen creyendo que el dinero se come. De ellos, y rápidamente, depende la supervivencia de centenares de miles de especies vivientes, del ser humano como otra de ellas y por supuesto la biodegradación galopante del planeta. Pero quienes están detrás y contemporizan con ellos para que no se vayan, para que inviertan y no escondan el dinero son tan culpables como ellos o más. Pues oponerse el poder político, el económico y el social, para huir del socialismo real, a que sea el intervencionismo de los Estados el que limite la libertad económica y el derecho a acumular demasiada riqueza, es una manera de conjurarse contra toda la humanidad.
La justicia social ya ha pasado de ser una quimera un sarcasmo. Y las lágrimas derramadas, y por derramar, por los políticos que dan la cara no hacen más que rebelar todavía más a unas sociedades a punto de estallar. Está comprobado que ni inversores ni políticos, ni banqueros ni tecnócratas, los muy necios, siquiera calculan un grave peligro. Y es que mientras ellos van alocadamente con el dinero de un sitio a otro, cada día que pasa hay más seres humanos en el mundo, y en cada país por separado, que no tienen nada que perder y claman venganza…
Fuente
Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
Lo más triste del lloriqueo de la ministra de trabajo italiana al dar a conocer al país los recortes de su gobierno no es verla llorar, sino la expresión, extensiva a todos y cada uno de quienes forman parte de los gobiernos, de su flagrante impotencia ante la realidad monstruosa del dinero que se impone por encima de cualquier otro valor y otra sensibilidad. Podrán llorar ante un micrófono o por dentro, pero no rugen de rabia porque en el fondo no la sienten. No puede ser de otro modo. Nada pueden hacer -ese parece ser el mensaje de la llantina-, pero tampoco dimiten. Si la sintiesen no seguirían un minuto más en la política.
Y es que, como seres de otro mundo, los inversores del capitalismo, con los bancos, los brokers y los políticos como auxiliares, dominan la Tierra. Incluso, ya, en los países que fueron comunistas. Todo depende de los inversores. Los políticos, los economistas y los tecnócratas -una mixtificación de ambos- incorporados en estos momentos a la gobernanza, reinan pero no gobiernan. Políticos, economistas y tecnócratas se deben a los inversores, y en ellos piensan y no en los desheredados sociales cuando toman, o intentan tomar, iniciativas.
Las inferencias están servidas, las preguntas también: ¿cuántos son los inversores en el mundo que deciden la suerte de miles de millones de seres humanos? ¿Va a permitir la sociedad humana a través de los gobernantes que aquellos, con su inepcia y su codicia a cuestas, nos conduzcan a todos al cataclismo moral y material del planeta entero? Ya no sólo es la desigualdad social -por lo visto imposible de extirpar- lo que está en juego; es que los inversores, las grandes fortunas y el dinero no se conforman, siempre quieren más. Así es que entre los que acumulan riqueza, los inversores y quienes consienten la multitud de trapacerías, reforzando y ensanchando más y más la desigualdad, están ahogando toda esperanza en un mundo y una sociedad mejores.
Estamos llegando a un punto en el que si no actúan rápidamente quienes deben actuar para evitar esa trágica incidencia del dinero fácil en la vida de la mayor parte del mundo, los que supuestamente manejan el timón de cada nación se están haciendo cómplices de un colosal disparate. Los grandes puñados de inversores invierten en la idea de cortar el último árbol, pescar el último pez y secar el último río. Son tan necios que siguen creyendo que el dinero se come. De ellos, y rápidamente, depende la supervivencia de centenares de miles de especies vivientes, del ser humano como otra de ellas y por supuesto la biodegradación galopante del planeta. Pero quienes están detrás y contemporizan con ellos para que no se vayan, para que inviertan y no escondan el dinero son tan culpables como ellos o más. Pues oponerse el poder político, el económico y el social, para huir del socialismo real, a que sea el intervencionismo de los Estados el que limite la libertad económica y el derecho a acumular demasiada riqueza, es una manera de conjurarse contra toda la humanidad.
La justicia social ya ha pasado de ser una quimera un sarcasmo. Y las lágrimas derramadas, y por derramar, por los políticos que dan la cara no hacen más que rebelar todavía más a unas sociedades a punto de estallar. Está comprobado que ni inversores ni políticos, ni banqueros ni tecnócratas, los muy necios, siquiera calculan un grave peligro. Y es que mientras ellos van alocadamente con el dinero de un sitio a otro, cada día que pasa hay más seres humanos en el mundo, y en cada país por separado, que no tienen nada que perder y claman venganza…
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