La ciencia sin adjetivos de los neoliberales asintomáticos
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Porque yo sé…
la química, retórica, botánica
botánica, retórica
y sistema decimal…
Óscar Chávez, In memoriam
Se están sucitando hechos muy
importantes en nuestro país –con la utilización de tecnologías de
dominación de reciente uso en la región que siguen puntualmente las
etapas de los manuales de desestabilización para asestar golpes
“blandos” contra los gobiernos democráticamente electos–, que pareciera
una nimiedad darle importancia a los reclamos de personajes que se
ruborizaron por la expresión “ciencia neoliberal” que tipificaba
características de la política científica de las administraciones
anteriores.
Bastó la presencia de la directora
general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María
Elena Álvarez Buylla, en la conferencia del jueves 23 de abril, que
conduce el subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, a propósito de la
situación de la pandemia del coronavirus SARS-Cov-2 en México, para que
reaparecieran las descalificaciones a la titular del órgano central de
conducción del campo científico. Esta vez por haber señalado que uno de
los obstáculos para la superación de la dependencia tecnológica y para
impulsar procesos de autodeterminación nacional lo constituye la
persistencia de la “ciencia neoliberal”, una concepción que habrá que
superar. Justo el ciclo de imputaciones anteriores para intentar
debilitar su liderazgo fue cuestionar uno de los elementos que tendría
que contribuir a ello, la discusión y aprobación de una nueva Ley
General que regule al sector.
Que las reacciones ante tal planteamiento proviniesen de la redacción de Letras Libres, de articulistas estrella de Milenio,
u otros diarios, de comunicadores de las mayores cadenas televisivas o
hasta de figuras principalísimas del régimen anterior sobre las que
existen probadas sospechas por la comisión de ilícitos no tendría que
sorprendernos, pues intentarán asirse de cualquier elemento para
levantar de los escombros proyectos políticos que ya han demostrado su
ineficacia, y que ya exhibieron hasta qué extremos de conflictividad y
crisis fueron capaces de llevar al país. Sin embargo, ahí no acabó la
cuestión, y a esa campaña se sumaron otras voces. Ese contubernio vuelve
necesario discutir con esa serie de opiniones que además se presentan
como acreditadas por provenir de los cuerpos de investigación del país.
Un colega colombiano ha señalado esta lamentable articulación en el
título de su más reciente libro, El tonto y los canallas, y
muestra cómo un cierto proceder “de izquierda” puede estar siendo
reconducido, subsumido o atrapado por fuerzas que apuestan al retorno o
al sostenimiento del neoliberalismo en la región. Aunque habría que
decir que en el caso al que hacemos referencia ni siquiera se trataría
de personajes de talante militante o cuestionador del orden de cosas en
el que nos encontramos. Su condición corresponde más a elementos que
encontraron espacios de relativo acomodo mientras las grandes mayorías
de la población mexicana veían cómo les eran pulverizadas sus
condiciones de existencia. Esos “tontos útiles” (neoliberales
asintomáticos) reaccionan porque sienten que pueden ser movidos de sus
“zonas de confort”, y desde esa incomodidad son integrados en la
construcción de una “opinión pública” adversa al gobierno actual que
pueda ofrecerles réditos a los otros, los verdaderos canallas de la
situación (esos sí, personificaciones peligrosas del neoliberalismo).
Algunos colegas recurrieron al expediente fácil de acusar lisenkismo
(modo de intromisión desde el Estado que amenaza la autonomía de
investigación), lo que de paso permitiría proyectar (con ligereza) el
espectro del estalinismo sobre la “4T”. Otros remitieron al fascismo. E
igualándose con Einstein, se sintieron víctimas de la estigmatización y
tornaron la crítica al neoliberalismo en antisemitismo. Eso sólo
demostró que nuestros “científicos puros” no logran actualizar sus
referentes más allá de Antonio Caso, trabajan con versiones normativas e
idealizadas de la ciencia (hace tiempo superadas), o acuden a una
filosofía de la ciencia “analítica”, para la que, desde luego (y ello ha
quedado claro desde la disputa del positivismo en la sociología
alemana), no se puede generalizar (argumentan, desde Popper, contra el
holismo), y de aceptar que exista “ciencia neoliberal” ella se reduciría
a algunos campos del conocimiento. Para estos “librepensadores” no se
puede concebir que esa “parte” tan preciada del quehacer humano (la
ciencia) esté al servicio del “todo” capitalista, de sus aparatos de
poder, de sus estructuras de acumulación de capital. No han asumido,
como Robert Oppenheimer, desde el Proyecto Manhattan, que la ciencia
hace tiempo que ha perdido su inocencia.
Finalmente, la cuestión que se ha
planteado desde la dirección actual del Conacyt es algo en lo que otras
personalidades del ramo coinciden pues, como lo ha señalado Isabelle
Stengers, otra ciencia es posible…, una que salga de sus bloqueos
intraparadigmáticos, de la crítica inmanente, y sea capaz de voltear a
los grandes problemas nacionales.
José Guadalupe Gandarilla Salgado*Fuente
*Doctor en filosofía política; investigador adscrito al Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México
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