Huelgas en Europa: ¿persiste el declive o hay indicios de resurgimiento?

Lorenzo Bordogna
Sin Permiso, 1-abr-2010

Las poblaciones trabajadoras y sus organizaciones sindicales en los países europeos, y muy señaladamente en el Reino de España, se preparan para una gran jornada de huelga y protesta política y social el próximo 29 de septiembre. Buena parte del futuro político a corto y medio plazo de la Unión Europea dependerá del éxito de esa jornada de movilización contra la radical ofensiva contrarreformadora de las clases rectoras europeas, visiblemente tendente a la destrucción de los restos del Estado democrático y social de derecho en el espacio económico más grande del planeta. El científico social italiano Lorenzo Bordogna describe estadísticamente la imponente decadencia de la acción huelguística en las tres últimas décadas, analiza sus causas y se pregunta si con la actual agudización de la crisis económica empezamos a asistir a un cambio radical de tendencia y a una recuperación de la vitalidad del movimiento obrero organizado en Europa.

Introducción

Al finalizar la primera década del nuevo milenio, sofocada aún por la crisis económica más profunda habida desde la década de 1930, hay indicios que apuntan a que en Europa, tras más de dos décadas de letargo sindical, se experimenta un resurgimiento de distintas formas de malestar empresarial, desde la retención o secuestro de altos ejecutivos hasta motines callejeros y demás episodios violentos. A diferencia de los secuestros de ejecutivos de compañías multinacionales practicados en varios países por bandas criminales con el propósito de obtener dinero a cambio de su liberación, lo característico de los episodios recientes acontecidos en algunos países europeos –señaladamente en Francia, aunque no exclusivamente– es que quienes ejecutan estas acciones son empleados y sindicalistas en protesta por despidos, renegociación de indemnizaciones por rescisión de contratos y, en general, por el cierre de plantas o por su deslocalización a áreas con salarios y niveles de vida más bajos (el nuevo término acuñado para esa actividad es el bossnapping o secuestro de jefes). De los casos ocurridos en los primeros meses de 2009, podríamos referirnos al del holding empresarial PPR SA de París, donde a finales de marzo de ese año el director de la compañía estuvo confinado durante una hora en el interior de un taxi en París rodeado por trabajadores que protestaban contra los planes de despido de 1.200 empleados de las tiendas Fnac y Confora; una fábrica de Caterpillar en Grenoble, donde cuatro ejecutivos pasaron una noche en sus oficinas tomados como rehenes en protesta contra el plan de la empresa de recortar más de 700 puestos de trabajo (un 25% de la fuerza de trabajo de Caterpillar en Francia); las fábricas de 3M Co en Pithiviers y de Sony Corp. en Pontonx-sur-l'Adour, ambas con episodios similares; dos ejecutivos de la fábrica de American Molex Inc. radicada en Lisle. Hay muchos más ejemplos, y cabe señalar que, en una encuesta realizada entre ciudadanos franceses en la primavera de 2009 por encargo de un periódico parisino, un 45% de los entrevistados personas consideraban “aceptable” el secuestro de un jefe en el transcurso de protestas por despidos u otro tipo de acciones iniciadas por una empresa contra sus trabajadores. Sin llegar a este tipo de soluciones extremas, también se han utilizado otras formas de protesta individual o en pequeños grupos, como es el caso de la ocupación de plantas y empresas o el aislamiento por unos cuantos días de uno o varios trabajadores en la cabina de un elevador de mercancías (como ha ocurrido en Italia en más de una ocasión). Finalmente, la prensa también ha dado cuenta de un buen número de casos de suicidio de empleados. Aunque se trata de situaciones de una naturaleza y significado sociales obviamente distintas a las formas de malestar empresarial mencionadas anteriormente, atestiguan muy claramente el drama de las perspectivas de empleo actuales y, más en general, la situación de estrés laboral vinculado a la reestructuración económica. De nuevo, parece que Francia ha sufrido particularmente este fenómeno (1), pero también ha habido casos en Italia y otros países europeos.

Pero, ¿qué ha ocurrido con las huelgas, que sin duda alguna son la principal y más clara expresión del malestar empresarial (Hyman 1972, Cella 1979)? A principios de la década de 1990, dos importantes estudios comparativos (Shalev 1992, Edwards y Hyman 1994) analizaron la evolución de los conflictos laborales colectivos en Europa tras la gran oleada de huelgas de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970. Pero llegaron a conclusiones opuestas. Shalev tendió a hacer más hincapié en un declive general de la actividad huelguista en la década de 1980, aunque con algunas salvedades, así como en el trasvase del conflicto empresarial de las manufacturas al sector servicios. Edwards y Hyman (1994) fueron mucho más cautos respecto a los dos fenómenos mencionados, pues consideraron que la disminución de la tasa de huelgas era algo pasajero, no una tendencia consolidada, y que la “terciarización” de los conflictos empresariales posiblemente afectarían sólo a un pequeño número de países, de modo que no sería correcto decir que se trata de un fenómeno generalizado. Estas conclusiones divergentes, como es habitual en la historia de los estudios sobre conflictividad empresarial (2), fueron parcialmente debidas a la utilización que se hizo de los diferentes indicadores de la actividad huelguista y a la consideración analítica de periodos no idénticos (3). Para superar estas dificultades, un estudio realizado diez años más tarde (Bordogna y Cella 2002) trató de contrastar las conclusiones de los anteriores investigaciones mediante la utilización de tres medidas estándar de los conflictos empresariales, ponderadas con el empleo total, y tomando las cinco décadas transcurridas tras la Segunda Guerra mundial, con medias anuales referidas a periodos de cinco y diez años. Las conclusiones de este artículo dan cuenta de un declive de la actividad huelguista en la década de 1990 con respecto a las décadas precedentes, así como un aumento de la importancia de las huelgas en el sector servicios, mucho más agudo en unos países que en otros, con una consiguiente transformación de la lógica del conflicto empresarial (la llamada terciarización de las disputas sindicales).

La posibilidad de examinar una década adicional de evidencias empíricas ofrece ahora la oportunidad de verificar si las tendencias identificadas en los estudios previos consisten en transformaciones duraderas del conflicto empresarial o si, como a menudo ha ocurrido en las oscilaciones históricas de este fenómeno, se ha tratado de cambios efímeros. En concreto, el declive que ha caracterizado las décadas de 1980 y 1990 ¿ha persistido en la del 2000 o se ha invertido en los últimos años tras el repunte reciente del malestar empresarial? Asimismo, ¿cuáles son las perspectivas para los próximos años, a la luz de lo ocurrido en 2009 y 2010, sobre los que aun no disponemos de datos estadísticos detallados?

Actividad huelguista: otra década de declive

El cuadro 1 [véase el Apéndice, más abajo] muestra la evolución del grado de actividad huelguista, ponderado con el empleo total, desde la Segunda Guerra mundial hasta 2008, último año del que se disponen datos procedentes de la OIT. Se opta por considerar promedios anuales en vez de periodos de diez años para que sea posible la comparación con los resultados obtenidos por Bordogna y Cella (2002). Sin embargo, el uso de promedios anuales en vez de quinquenales no conlleva cambios substanciales en nuestros resultados, si bien es un recurso que permite captar con mayor precisión la aparición de brotes en años concretos. Por otro lado, una periodización basada en los momentos de cambio en la historia económica y social, como la elegida por Shalev y otros estudios (Shorter y Tilly 1974, Cella 1979), conlleva el riesgo de sesgar a priori la orientación de las conclusiones, una debilidad que Edwards y Hyman detectaron en los trabajos de Shalev. Los análisis incluyen siete países europeos y Estados Unidos. Lamentablemente, después de 1999 los datos disponibles sobre Francia, que en realidad constituye el caso de estudio más interesante, son incompletos y demasiado fragmentarios como para poder compararlos fiablemente con las series anteriores; por eso sólo se utilizarán de forma ocasional en el presente artículo.

Globalmente, el retrato resultante es el de un declive general de la actividad huelguista agregada durante la primera década del nuevo milenio en todos los países estudiados. Cada uno de los tres indicadores de todos los países, con raras excepciones, muestra la misma tendencia descendente durante la última década, en algunos casos tratándose de un declive muy pronunciado, en otros algo más moderado. Si tomamos la medida más comprehensiva de la actividad huelguista agregada, esto es el volumen de días de trabajo perdidos por cada 1.000 personas empleadas, el descenso ha sido de un 25% en Estados Unidos en relación a la década de 1990 (4), se ha reducido casi a la mitad en Italia, más de la mitad en Alemania, Suecia y Holanda, y ha caído a una quinta parte en Dinamarca. Sólo en el caso de Gran Bretaña el número de días de trabajo perdidos por cada 1.000 empleados es equivalente al de la década de 1990 (un promedio de 25 días laborales anuales), si bien es cierto que supone 12 veces menos que en la década de 1980 y 20 veces menos que en la de 1970. La cantidad de huelguistas ha disminuido ligeramente en Holanda en relación a los años 90’, se ha aminorado entre un tercio y un cuarto en Dinamarca e Italia, ha llegado a la mitad en Alemania, a menos de la mitad en Suecia y Estados Unidos, mientras que se ha doblado en Gran Bretaña, estando sin embargo en este caso muy por debajo de la media de las décadas de 1950, 1960, 1970 y 1980. Finalmente, la frecuencia de las huelgas ha disminuido en todos los países, señaladamente en Suecia, Gran Bretaña e Italia, aun cuando ha aumentado de forma significativa en Dinamarca. Es un hecho incontrovertible que Dinamarca, con más de 280 conflictos anuales por cada millón de empleados, es con mucho el país con mayor propensión a la huelga de todos los estudiados, muy por delante de otros países tradicionalmente considerados como paradigmáticos del conflicto permanente, como los países del área latina y Gran Bretaña en la década de 1970. Esta sorprendente transformación del caso danés se debe en parte a un cambio aplicado en 1995 en este país sobre los criterios de cómputo estadístico (5), pero es importante tener en cuenta que el aumento en el número de huelgas en realidad empezó a mediados de los 70’, antes de que se modificaran los mencionados criterios. Después de todo, las tres excepciones que se han mencionado (la frecuencia en Dinamarca, la participación y el volumen en Gran Bretaña), de las cuales sólo se significa la primera, no bastan para modificar el retrato general de un marcado declive de la actividad huelguista en los países considerados en este artículo.

Esta imagen también se confirma cuando se adopta una perspectiva temporalmente más amplia. Los países exhiben distintos perfiles de actividad huelguista a largo plazo. Si examinamos el número de días laborales perdidos, la mayor parte muestran una curva en forma de parábola, con su momento álgido en la década de 1970 (como Italia, Gran Bretaña, Holanda y Dinamarca) o en la de 1980 (como Suecia). Alemania y Estados Unidos describen dos picos, uno en la década de 1950 –el más elevado– y el otro en la de 1970, mientras que el perfil de Francia está alterado por el hecho de que la fecha de 1968 no está incluida en las series estadísticas. Los perfiles aun son más variados si examinamos el número de huelguistas o la frecuencia de las huelgas. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, no sólo se detecta un descenso general en las últimas tres décadas en relación al momento álgido de cada país, sino que en la última década en casi todos los casos los niveles de actividad huelguista son los más bajos (a menudo extremadamente bajos) de todos los registrados con posterioridad a la Segunda Guerra mundial, incluso en países en los que la actividad huelguista siempre ha tenido escasa relevancia.

Una explicación detallada de estas tendencias iría mucho más allá de los propósitos de este texto y requeriría un análisis más profundo que incluyera técnicas econométricas. Sin embargo, de todo ello puede inferirse convincentemente que estas tendencias difícilmente pueden considerarse caídas pasajeras. Esta dinámica se retrotrae a hace más de treinta años, produciéndose tanto en periodos de recuperación económica y fuerte expansión –como en la excepcionalmente larga e intensa etapa de prosperidad de la década de 1990 cuando el desempleo disminuyó de forma significativa–, como en periodos de contracción económica y recesión: en todos ellos se observa una clara tendencia al declive de la actividad huelguista. Del mismo modo, parecería que los cambios en las condiciones políticas y en las coaliciones gubernamentales pudieran haber ocasionado cambios súbitos, como cuando en la Italia y la Francia de mediados de la década de 1990 hubo movilizaciones contra los intentos de reforma de los sistemas de pensiones, o de nuevo en Italia en 2002 contra el cambio previsto de la normativa que regulaba los despidos, pero lo cierto es que no parecen haberse producido alteraciones de calado en la tendencia declinante de la actividad huelguista. Además de las variaciones pasajeras y a corto plazo de los ciclos económicos o de las condiciones políticas, deben tomarse en consideración las transformaciones estructurales de las economías políticas de los países industrializados avanzados. Transformaciones como la intensificación de las presiones competitivas en los mercados laborales y de mercancías, conectadas con la globalización de la economía, que debilitan la relación de fuerza de los trabajadores respecto de los empresarios y suponen serios desafíos al cometido de las organizaciones sindicales de tratar de “blindar los salarios de la lógica de la competencia”, en palabras de J. Commons. O la transición desde un modo de producción fordista a modelos de producción más flexibles, incluyendo los sistemas just in time, que son extremadamente vulnerables a las disputas sindicales y que por consiguiente requieren que las cúpulas empresariales apliquen cuidadosas medidas de gestión en punto a evitar huelgas. O, de nuevo, las transformaciones en los mercados de trabajo y en la composición sectorial de la fuerza de trabajo, con un declive ocupacional de los sectores tradicionalmente propensos a las huelgas, el crecimiento del número de trabajadores a tiempo parcial y con perfiles atípicos, y el aumento del empleo en empresas de tamaño pequeño y medio. Es razonable esperar que, como han señalado Bordogna y Cella (2002), todos estos factores combinados tengan efectos poderosos y duraderos en la progresiva disminución de los niveles de actividad huelguista.

La cuestión relevante ahora es si estos efectos pueden mitigarse, o incluso invertirse, por mor del espectacular aumento del desempleo y el no menos descomunal quebranto de las condiciones vitales ocasionado por la crisis económica más profunda sufrida por los países industrializados desde la década de 1930. Como es bien sabido, tradicionalmente el aumento del desempleo disuade de la actividad huelguística. Aunque, excepcionalmente, cuando la crisis alcanza un umbral que va más allá de las oscilaciones “normales” de los ciclos económicos, hasta llegar a amenazar las condicionales laborales y vitales de los trabajadores, puede suceder lo contrario, como de hecho ocurrió en diversas ocasiones en la década de 1930 (Cella 1979). ¿Cabe la posibilidad de que esto acabe ocurriendo en algunos países europeos? ¿Es posible que los episodios de malestar empresarial que hemos mencionado al principio de este artículo se transformen en actividad huelguista? Regresaremos a estas preguntas al final del texto, tras examinar brevemente el problema de la posible terciarización del conflicto.

El abandono de los sectores manufactureros

Un segundo rasgo señalado por Shalev (1992) y por Bordogna y Cella (2002) tiene que ver con un cambio en la composición sectorial de la actividad huelguista, con un deslizamiento del conflicto desde los sectores manufactureros tradicionales hacia el sector servicios, aunque no puede decirse que esta transformación sea tan lineal y generalizada como la expuesta anteriormente. No obstante, y con la necesaria prudencia (6), puede decirse, como muestra el cuadro 3 [véase el Apéndice, más abajo], que en la primera década del siglo XXI en relación a la de 1990, en cinco de los siete países los sectores manufactureros han perdido peso en el total de días laborales perdidos en la economía de cada país (de modo significativo en Dinamarca, Italia, Holanda y Estados Unidos, pero de forma muy pronunciada en Gran Bretaña, pasando del 24% al 8,7%). Este porcentaje ha aumentado ligeramente en Suecia, aun cuando hay que señalar que ya había disminuido espectacularmente desde el 40% en la décadas de 1970 y 1980 hasta menos del 6% en la de 1990; la proporción se ha mantenido en Alemania, el país europeo con un mayor peso de los sectores manufactureros en el conjunto de la estructura económica. En una perspectiva a largo plazo, de nuevo en cinco de los siete países el porcentaje de días laborales perdidos en los sectores manufactureros ha disminuido constantemente y en las dos últimas décadas es significativamente más bajo que en las décadas previas (en Dinamarca, Alemania, Suecia, Holanda y Gran Bretaña), lo cual permite detectar una clara transformación, mientras que Italia y Estados Unidos muestran una tendencia menos lineal.

A partir de análisis previos (señaladamente: Kochan 1974, Accornero 1985, Franzosi 1993), Bordogna y Cella (2002) sugieren que este desplazamiento desde los sectores manufactureros al sector servicios es mucho más que una mera reubicación de los conflictos sindicales. Implica una transformación fundamental de la lógica misma del conflicto, y muy en particular cuando ésta atañe a servicios públicos. Cuando esto ocurre, se ven inevitablemente afectadas terceras partes no directamente vinculadas a la disputa, algo que en el conflicto empresarial tradicional ocurría sólo de forma excepcional. Y cuando se trata de servicios esenciales, como así los califica el ordenamiento jurídico de varios países europeos (esto es, que tienen el carácter de expresar los derechos fundamentales de la persona constitucionalmente protegidos en un sistema democrático), esta clase de conflictos se convierte en un problema de interés público, lo que a su vez conlleva la necesidad de que haya una intervención reguladora por parte del Estado. Se trata de una intervención de naturaleza problemática y, en un sistema pluralista de relaciones sectoriales, potencialmente ineficaz, como ha señalado Dunlop (1984) al referirse a los conflictos laborales en el sistema de transportes de la ciudad de Nueva York en la década de 1960, así como también se ha hecho patente en los últimos tiempos en Italia (Bordogna 2008). Pero las implicaciones normativas y regulatorias de la terciarización del conflicto no constituyen el tema principal de este artículo.

Acaso sea más pertinente examinar las consecuencias analíticas del traspaso de los conflictos laborales desde los sectores manufactureros a los servicios públicos. Particularmente (aunque no solamente) cuando los servicios estudiados se caracterizan por tener una estructura reticular (por ejemplo, transportes y sistemas de comunicaciones de todo tipo), cuyo bloqueo no requiere de una gran cantidad de huelguistas o de la pérdida de muchos días laborales para llegar a tener efectos sociales relevantes. Como ya ha sido señalado (Accornero 1985), existe una desproporción estructural entre la acción de protesta y los efectos sobre los usuarios de los servicios y el conjunto de los ciudadanos: lo que importa de veras en este contexto es la cantidad de bloqueos laborales conseguidos, y mucho menos la cantidad de trabajadores implicados o los días laborales perdidos. E incluso pueden resultar extraordinariamente efectivas (Franzosi 1993, Bordogna y Cella 2002) las acciones consistentes en perturbaciones de la actividad laboral normal que no pueden considerarse huelgas en sentido estricto y que, por acción u omisión, ponen en evidencia la dependencia de los jefes de la voluntad de los trabajadores (“short of strikes”). De aquí que la terciarización del conflicto altere radicalmente hasta cierto punto la jerarquía analítica de los indicadores estadísticos tradicionales de la actividad huelguista. La cantidad de días laborales perdidos, que habitualmente se ha considerado la medida más comprehensiva y efectiva de la actividad huelguista agregada, resulta inadecuada –al menos en parte– para captar la existencia de un conflicto laboral que, como va dicho, no tiene que ser cuantitativamente relevante para llegar a tener un fuerte impacto social. Eso ayuda a explicar por qué el cuadro 3 [véase el Apéndice, más abajo], basado en la cantidad de días laborales perdidos, probablemente subestima las tendencias analizadas.

Perspectivas Las dos tendencias principales señaladas por Shaves y por Bordogna y Cella en referencia a periodos que se retrotraen a veinte y diez años vienen confirmadas por los análisis realizados en los epígrafes precedentes. En todos los países tomados en consideración en el presente texto y, con excepciones, en relación con todos los indicadores, los niveles de actividad huelguista han continuado disminuyendo en los diez años del nuevo milenio por tercera década consecutiva tras la gran oleada de huelgas de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970. De media, en cada año de la última década la cantidad de días laborales perdidos ha sido de entre 6 (Dinamarca) y 19 (Gran Bretaña) veces menor a la del periodo álgido de cada país (la década de 1970 para la mayoría y la de 1980 para Suecia). En segundo lugar, la actividad huelguista ha continuado trasvasándose desde los sectores manufactureros tradicionales al sector servicios. Mientras que en los 70’ sólo en uno de los países (Suecia) los días perdidos en los sectores manufactureros fueron (ligeramente) inferiores al 50% del total de días perdidos, en la última década el panorama es completamente distinto: sólo en Alemania los sectores manufactureros siguen significando más de la mitad de los días laborales totales perdidos, en comparación con el 40-50% de Dinamarca e Italia, un tercio de Estados Unidos, una quinta parte de Holanda y menos del 10% de Suecia y Gran Bretaña.

Estas tendencias tienen visos de ser sólidas y duraderas. ¿Es probable que persistan en el futuro próximo?
El análisis debe distinguir una tendencia de otra. En relación con la primera, cabe decir que el sector servicios no sólo constituye el mayor sector ocupacional en muchos de los países europeos, y que previsiblemente lo seguirá siendo en el futuro, sino que en muchos países una parte de estos servicios de transporte y de administración pública están siendo seriamente golpeados por algunos de los procesos de reestructuración económica de más calado. Es muy probable que estos sectores continúen siendo focos de huelgas y protestas masivas, como se ha evidenciado en muchos casos en 2009 y 2010 en Francia (huelga general de empleados públicos; controladores del tráfico aéreo), Gran Bretaña (British Airways), Alemania (Lufthansa), Portugal (empleados del sector público) y Grecia (empleados públicos; huelgas generales), entre otros.
Más difícil es responder a la pregunta relacionada con la segunda tendencia. Hay que tomar en consideración los factores que apuntan en direcciones opuestas. Realizar predicciones sobre tendencias huelguistas, particularmente a largo plazo, siempre es arriesgado, como se ha visto por la suerte que corrió la conocida tesis sobre la desaparición de las huelgas elaborada por Ross y Hartman justo antes de la que probablemente fuera la mayor y más generalizada oleada de huelgas del siglo XX. Sin embargo, tras esta impresionante oleada siguieron tres décadas que parecen ser más congruas con su tesis, aun cuando sean importantes las diferencias existentes entre países. Puede que la tesis de Ross y Hartman merezca una revisión más cautelosa que en el pasado, y más teniendo en cuenta las transformaciones estructurales de las economías políticas de los países industrializados avanzados que hemos señalado en las páginas anteriores y los (supuestamente convergentes) rasgos institucionales analizados por los autores estadounidenses. De hecho, mientras los rasgos institucionales pueden explicar variaciones comunes a distintos países (y no tanto una convergencia), las transformaciones estructurales podrían coadyuvar a dar cuenta del declive global de las tres últimas décadas.

Por otro lado, no cabe duda de que los episodios de malestar en la empresa que no se han canalizado mediante huelgas han ido en aumento en los últimos años en varios países europeos, desde los bossnappings hasta la ocupación de fábricas y las revueltas callejeras. ¿Continuarán estas formas de malestar en la empresa manifestándose como algo distinto de la actividad huelguista, convirtiéndose en una especie de sustitutivo de ésta, o por el contrario tomarán la forma de huelgas propiamente dichas? La literatura sobre conflicto empresarial a menudo ha sugerido la existencia de un efecto sustitución, o compensación, entre varias formas de expresión del malestar empresarial (Knowles 1952, Hyman 1972, Cella 1979): cuando una forma (por ejemplo, la convocatoria de huelga) es prohibida o suprimida por alguna razón, automáticamente aumentan otras formas de expresión. Puede que esto esté ocurriendo en algunos países europeos o en algunos sectores: durante las décadas de 1980 y 1990 se promulgaron restricciones generales al ejercicio del derecho de huelga, por ejemplo, en Gran Bretaña, y en 1990 en Italia también se fijaron limitaciones legales especiales en sectores como los servicios públicos (esenciales), las cuales fueron enmendadas y reforzadas en 2000, al igual que se hiciera en Francia en 2007. ¿Podría esto dar cuenta de la combinación reciente de expresiones agudas de malestar laboral combinado con bajos niveles de actividad huelguista en algunos países? Se requiere de un análisis más profundo para responder apropiadamente a esta cuestión. Pero en cualquier caso las medidas mencionadas destinadas a restringir la actividad huelguista no constituyen una práctica generalizada en los países europeos, y por consiguiente no parecen constituir una explicación adecuada de nuestro problema. Más bien parece probable que el descontento de los trabajadores contra los efectos de la crisis económica haya conllevado el hallazgo de un canal de expresión privilegiado en las formas que hemos detallado al principio de este artículo, ya sea porque parecen ser más eficaces a la hora de llamar la atención de la opinión pública y de las autoridades políticas -de algún modo imitando la lógica del conflicto en el sector terciario-, ya sea porque los sindicatos tienen menos capacidad, o voluntad, para canalizar el descontento mediante una actividad huelguista tradicional. Pero los signos de los años 2009 y 2010 que aún no han podido captar nuestras estadísticas, y que aun no están disponibles en las fuentes de la OIT, muestran que las cosas podrían cambiar a causa del empeoramiento de las condiciones laborales y de vida que la crisis económica ha llevado a muchos países europeos. En modo alguno puede descartarse que el desmedido aumento de la inseguridad de los trabajadores (Grecia podría ser el primer ejemplo) pudiera modificar la combinación actual de malestar laboral y bajos niveles de huelga, y transformarla en un resurgimiento significativo de la actividad huelguista, algo similar a lo que ocurrió en algunos países durante la década de 1930.

Por ahora no está muy claro cuál de los dos escenarios prevalecerá. No parece que los efectos depresivos que han operado las transformaciones estructurales en las economías políticas europeas antes mencionadas puedan disiparse fácilmente en un futuro próximo. Pero esto en gran medida va a depender de la evolución de la crisis económica y de la gestión que hagan de la misma los gobiernos europeos. Para decirlo de una forma esquemática, si la globalización de la economía ha conducido a la desactivación sindical, la crisis de la globalización –a menos que se trate de un bajón económico temporal– podría provocar un giro radical de esta tendencia en los países europeos (7). Una vez más se pone de manifiesto lo arriesgado que resulta hacer predicciones sobre la actividad huelguista y sobre los conflictos laborales sectoriales en general.

Apéndice: cuadros 1, 2 y 3, comentados

Cuadro 1: Niveles de actividad huelguista (Medias anuales, 1950-2008)

Frecuencia: huelgas por millón de personas empleadas (Locales y Generales)

Años Dinamarca Francia Alemania Italia
1950-59 12.5 115.5 n.d. 92.6
1960-69 15.9 85.9 n.d. 170.9
1970-79 66.3 168.4 n.d. 192.0
1980-89 92.5 101.2 n.d. 79.5
1990-99 216.3 76.2 n.d. 42.9
2000-08 282.8 n.d. n.d. 31.5

Participación relativa: trabajadores implicados por cada 1.000 personas empleadas

Años Dinamarca Francia Alemania Italia
1950-59 5.7 83.1 6.0 117.9
1960-69 13.6 118.5 3.1 175.9
1970-79 39.6 86.6 7.6 456.9
1980-89 40.0 20.9 5.2 320.2
1990-99 39.3 14.5 6.6 90.7
2000-08 24.4 ** n.d. 3.3 67.8

Volumen: días perdidos por cada 1.000 personas empleadas

Años Dinamarca Francia Alemania Italia
1950-59 62.9 315.5 47.5 301.5
1960-69 129.4 138.5 12.0 730.5
1970-79 212.4 167.8 44.7 1041.0
1980-89 153.3 61.7 22.9 433.3
1990-99 151.5 31.2 10.5 110.6
2000-08 33.8 ** n.d. 4.3 62.9

Frecuencia: huelgas por millón de personas empleadas (Locales y Generales)

Años Suecia Holanda Gran Bretaña EEUU
1950-59 7.1 16.9 89.1 68.6
1960-69 4.9 11.2 100.3 57.6
1970-79 21.7 6.7 105.4 60.6
1980-89 28.3 4.5 45.6 6.9
1990-99 7.0 2.9 10.3 0.3
2000-08 2.4 2.5 5.6 0.2

Participación relativa: trabajadores implicados por cada 1.000 personas empleadas
Años Suecia Holanda Gran Bretaña EEUU
1950-59 2.0 3.6 27.8 35.8
1960-69 1.3 4.1 55.7 25.2
1970-79 5.1 5.9 65.2 26.7
1980-89 28.6 4.1 42.3 5.8
1990-99 7.3 4.7 7.7 2.2
2000-08 2.9 4.2 14.8 1.0

Volumen: días perdidos por cada 1.000 personas empleadas

Años Suecia Holanda Gran Bretaña EEUU
1950-59 49.2 19.4 135.9 550.2
1960-69 14.7 16.7 145.7 382.3
1970-79 41.1 35.7 521.6 457.1
1980-89 167.8 12.8 292.8 132.0
1990-99 44.3 19.3 25.0 37.0
2000-08 20.2 8.0 25.5 27.9

* No se incluyen los datos de 1968.
** 2000-07.

Fuente: OIT, Anuario de estadísticas laborales, Ginebra, varios años (desde 1970 está disponible en: http://laborsta.ilo.org/). Para fechas anteriores a 1970, se han utilizado los resultados elaborados por: Edwards y Hyman (1994, cuadro 10.2).

Comentarios sobre las series de conflictos laborales:

Dinamarca: Hasta el año 1995 no se contabilizaron las interrupciones laborales de menos de 100 días laborales no trabajados. Se excluyen también las huelgas políticas.
Francia: No se incluye en el cómputo lo relativo al sector agrario y a la administración pública (por consiguiente, también France Telecom y el servicio público de correos); desde 1983, los datos acerca de la participación de trabajadores se presenta como “media mensual de los trabajadores implicados en conflictos laborales en curso en cada mes”, de modo que se han multiplicado por 12 (como en Edwards-Hyman, 1994); ubicación de las huelgas: cada llamada a la huelga se refiere sólo a un centro de trabajo; huelgas generales: la llamada a la huelga se extiende a diversas empresas (se ofrecen estas series segregadas desde 1976 para los días laborales perdidos, desde 1982 para el número de trabajadores implicados y desde 1984 para la cantidad de huelgas).
Alemania: Con anterioridad a 1993 las series se refieren al territorio de la República Federal de Alemania hasta el 3/10/1990. Se computan las interrupciones laborales que duran menos de una jornada sólo si ha habido más de 100 días laborales no trabajados; se excluyen los trabajadores que tienen una participación indirecta.
Italia: Se excluyen los trabajadores afectados de forma indirecta; con anterioridad a 1975 y a partir de 2004, se excluyen las huelgas políticas; con anterioridad a 1970, los días no trabajados se computan sobre el supuesto de ocho horas por jornada laboral, y a partir de 1970 sobre el supuesto de siete horas por jornada laboral.
Gran Bretaña: Se computan las interrupciones laborales que duran menos de una jornada sólo si ha habido más de 100 días laborales no trabajados; se incluyen las interrupciones laborales que impliquen a menos de 10 trabajadores sólo si no trabajaron más de 100 trabajadores; se excluyen las huelgas políticas.
Estados Unidos: Series discontinuas desde 1982, excluyen interrupciones laborales que implican a menos de 1.000 trabajadores y que duran menos de una jornada o turno; antes de 1982, se excluyen las interrupciones laborales que implican a menos de seis trabajadores.

Comentarios sobre series de empleo total:

Dinamarca: Personas entre 15 y 66 años; con anterioridad a 1994: personas entre 15 y 74 años; previo a 1984: trabajadores civiles empleados.
Francia: incluye militares profesionales, excluye servicio militar obligatorio; personas a partir de 15 años.
Alemania: personas a partir de 15 años (antes de 1993: a partir de 14 años); incluye reclutas; con anterioridad a 1993 la serie se refiere al territorio de la República Federal de Alemania antes del 3/10/1990.
Italia: Antes de 1993, personas a partir de 14 años; después de 1993, a partir de los 15; incluye reclutas y miembros permanentes de las sedes institucionales; en 1993 se revisó la metodología.
Suecia: Personas entre 16 y 64 años; antes de 1986, 16-74; se incluyen los militares profesionales, se excluye el servicio militar obligatorio; en 1993 se revisó la metodología, por lo que los datos no permiten una comparación estricta.
Gran Bretaña: Personas a partir de los 16 años; se incluyen las fuerzas armadas.
Estados Unidos: Personas a partir de los 16 años; fuerza laboral civil empleada; a principios de 1990 las estimaciones se realizan en base a la referencia del censo de 1990; en 1994 se revisó la metodología, por lo que los datos no permiten una comparación estricta.
Holanda: Personas entre 15 y 64 años; con anterioridad a 1981, a partir de los 14 años; en 1992 se revisó el cuestionario.

Cuadro 2: Cambio porcentual en las décadas de 1990 y 2000 respecto a las décadas precedentes

Frecuencia: huelgas por millón de personas empleadas
Dinamarca Francia * Alemania Italia
Loc+Gen

90s/50s 1630.2 -34.0 0.0 -53.7
90s/60s 1260.2 -11.3 0.0 -74.9
90s/70s 226.3 -54.7 0.0 -77.7
90s/80s 133.8 -24.6 0.0 -46.1
00s/90s 30.8 -26.6

Participación relativa: trabajadores implicados por cada 1.000 personas empleadas

90s/50s 589.6 -82.5 9.6 -23.1
90s/60s 189.0 -87.7 112.0 -48.4
90s/70s -0.8 -83.2 -13.9 -80.1
90s/80s -1.7 -30.6 26.3 -71.7
00s/90s -37.8 -50.5 -25.2

Volumen: días perdidos por cada 1.000 personas empleadas

90s/50s 140.8 -90.1 -77.8 -63.3
90s/60s 17.1 -77.4 -12.4 -84.9
90s/70s -28.7 -81.4 -76.5 -89.4
90s/80s -1.2 -49.4 -54.0 -74.5
00s/90s -77.7 -59.0 -43.2

Suecia Holanda Gran Bretaña EEUU

90s/50s -1.0 -82.8 -88.4 -99.6
90s/60s 44.4 -73.8 -89.7 -99.5
90s/70s -67.6 -56.7 -90.2 -99.5
90s/80s -75.1 -35.2 -77.3 -95.9
00s/90s -65.7 -13.8 -45.6 -33.0

Participación relativa: trabajadores implicados por cada 1.000 personas empleadas

90s/50s 267.2 30.3 -72.4 -93.9
90s/60s 460.8 13.6 -86.2 -91.3
90s/70s 42.7 -20.7 -88.2 -91.8
90s/80s -74.4 14.4 -81.9 -62.3
00s/90s -60.3 -10.6 93.4 -54.5




Volumen: días perdidos por cada 1.000 personas empleadas

90s/50s -9.9 -0.5 -81.6 -93.3
90s/60s 200.7 15.5 -82.9 -90.3
90s/70s 7.8 -45.9 -95.2 -91.9
90s/80s -73.6 50.7 -91.5 -72.0
00s/90s -54.5 -58.6 2.0 -24.4

Cuadro 3: Porcentaje de días perdidos en los sectores manufactureros en el total de días laborales perdidos (medias anuales)

Dinamarca Francia * Alemania Italia

1972-79 79.78 64.05 80.22 54.51
1980-89 75.67 73.32 76.59 48.90
1990-99 69.64 52.29 62.83 53.38
2000-08 48.60 * n.d. 62.04 * 43.55

Suecia Holanda Gran Bretaña EEUU

1972-79 41.87 55.14 54.33 51,42
1980-89 43.24 38.50 47.60 40,87
1990-99 5.67 32.86 23.66 50,59
2000-08 6.06 21.42 8.67 32,13

* 2000-07

Francia: Los datos sobre manufacturas se refieren solo a huelgas ubicadas en centros individuales y los porcentajes se han calculado sobre los días laborales totales perdidos sólo en huelgas en centros individuales.
Alemania: Con anterioridad a 1993 la serie se refiere al territorio de la República Federal de Alemania antes del 3/10/1990. El año 1984 incluye los grupos 9512, 9514 y 9519.
Italia: Con anterioridad a 1975, no se computan las huelgas políticas.
Suecia: Los años 1980, 1981 and 1982 incluyen los sectores de minas y canteras.
Holanda: El año 1987 incluye los sectores de electricidad, gas y agua; el año 1989 incluye agricultura, caza, silvicultura y pesca.

Referencias bibliográficas: Accornero A. (1985), "La 'terziarizzazione' del conflitto e i suoi effetti", in Cella G.P.Regini M. (eds.), Il conflitto industriale in Italia, Il Mulino, Bologna: 275-313. Bordogna L. (2008), "Dispute Regulation in Essential Public Services in Italy: Strengths and Weaknesses of a 'Pluralist Approach'", The Journal of Industrial Relations, 50(4): 595-611. Bordogna L. & Provasi G. (1998), "La conflittualita", in Cella G.P. (ed.): 331-60. Bordogna L. & Cella G.P. (2002), "Decline or Transformation? Change in Industrial Conflict and its Challenges", Transfer, 8(4): 585-607. Cella G.P. (ed.) (1979), Il movimento degli scioperi nel XX secolo, Il Mulino, Bologna. Dunlop J.T. (1984), Dispute Resolution, Dover, MA: Auburn House Publishing Company. Edwards P.K. & Hyman R. (1994), "Strikes and Industrial Conflict: Peace in Europe?", in Hyman R., Ferner A. (eds.), Blackwell, Oxford: 250-80. Franzosi R. (1995), The Puzzle of Strikes, Cambridge University Press, Cambridge. Franzosi R. (1992), "Towards a Model of Conflict in the Service Sector. Some Empirical Evidence from the Italian Case", in Cella G.P. (ed.), Il conflitto. La trasformazione. La prevenzione. Il controllo, Giappichelli, Torino: 7-34. Knowles K.G.J.C. (1952), Strikes. A Study in Industrial Conflict, Blackwell, Oxford. Kochan T.A. (1974), "A Theory of Multilateral Collective Bargaining in City Government", Industrial and Labor Relations Review, 27(4): 325-42. Ross A.M. & Hartman P.T. (1960), Changing Patterns of Industrial Conflict, Wiley and Sons, New York. Shalev M. (1992), "The Resurgence of Labour Quiescence", in Regini M. (ed.), The Future of Labour Movements, Sage, London: 102-32. Shorter E., Tilly Ch. (1974), Strikes in France, 1830-1968, Cambridge University Press, Cambridge.

NOTAS: (1) Desde principios de 2008, France Telecom, la tercera empresa telefónica por tamaño de Europa, ha registrado más de 40 suicidios de empleados, a los que hay que añadir una docena de intentos fallidos, la mayor parte de los cuales relacionados, según los sindicatos, con el estrés laboral y el acoso por parte de los directivos. Aunque la empresa, basándose en datos de la Organización Mundial de la Salud, alega que la tasa de suicidios es muy parecida a la de la media de la población francesa (alrededor de 26 por cada 100.000 hombres en 2008), a principios del año 2009 dimitió el vicepresidente ejecutivo de France Telecom, mientras que su presidente y consejero delegado presentó su renuncia en febrero de 2010. Hasta 1998, la empresa formó parte del sector público y sus empleados tenían la condición contractual de empleados públicos. Hoy, alrededor de dos tercios de los 100.000 trabajadores siguen detentando la condición de empleados públicos, y el Estado francés continua teniendo la propiedad del 27% de las acciones de la empresa. Tras la privatización fueron despedidos 40.000 empleados, muchos de los ellos entre 2006 y 2008. (2) Entre otras, véanse las críticas de Shorter y Tilly (1974, p. 399) al importante libro de Ross y Hartman (1960). Véase, también, Bordogna y Provasi (1998, pp. 334 y ss.) acerca de la debilidad metodológica sobre la que se basó la tesis de Ross y Hartman sobre “el fin de las huelgas”; también: Franzosi (1995). (3) El análisis de Shalev se basaba fundamentalmente en indicadores de “participación relativa” y “duración”, el primero sobre la cantidad de trabajadores involucrados en conflictos laborales en relación a la cantidad total de trabajadores empleados, y el segundo sobre la cantidad media de días que cada trabajador dedica a hacer huelga, que es el número total de días laborales perdidos en relación al número de huelguistas, mientras que Edwards y Hyman utilizaron un paquete más amplio de medidas. Respecto a los periodos temporales considerados, Edwards y Hyman evaluaron promedios quinquenales desde 1950, mientras que Shalev excluyó la década de 1950 y analizó cuatro periodos correspondientes a los momentos en que se produjeron cambios más significativos en la historia económica de las capitalistas avanzadas (1960-67, 1968-73, 1974-79, 1980-89); la comparación con el periodo 1968-73 obviamente acentúa la impresión de zozobra sindical durante la década de 1980. (4) Las series de Estados Unidos se caracterizan por una discontinuidad en los criterios estadísticos desde 1982, cuando no se contabilizaban las interrupciones de la actividad laboral que implicaran a menos de 1.000 trabajadores y que tuvieran una duración inferior a la de una jornada laboral, mientras que antes de 1982 sólo dejaban de registrarse las interrupciones laborales que implicaran a menos de seis trabajadores. Sin embargo, la discontinuidad “técnica” del sistema de registro no provocó una distorsión substancial de la imagen de los cambios ocurridos entre la década de 1980 y las siguientes, y menos aún a los cambios habidos entre la de 1990 y la primera del siglo XXI. (5) Hasta 1995 no se contabilizaban las interrupciones de la actividad laboral que suponían menos de 100 días laborales no trabajados. (6) En relación a Italia hay un motivo de cautela añadido: los conflictos laborales originados fuera de la relación estrictamente laboral (por ejemplo, huelgas contra las políticas gubernamentales) se contabilizaron (entre 1975 y 2003) en el total de datos agregados de días laborales perdidos, pero no se clasificaron según su sector de actividad económica, con el efecto de subestimar el peso de los sectores manufactureros en los años en los que las huelgas por razones políticas tuvieron mucha importancia (como en 2002). (7) Naturalmente, las cosas podrían ser de otro modo en los nuevos países democráticos en vías de desarrollo que sólo han sido parcialmente golpeados por la crisis económica y que aún tienen niveles muy altos de crecimiento, con enormes y rápidos procesos de industrialización y urbanización (una condición parecida a la que muchos países europeos tuvieron durante la primera década posterior a la Segunda Guerra mundial, que culminara con la mayor oleada del huelgas del siglo XX). Sin embargo, este punto requeriría una investigación más amplia y de mayor calado.

Lorenzo Bordogna es director del Departamento de Estudios Laborales de la Universidad de Milán, Italia. Sociólogo económico desde la perspectiva de los factores sociales, institucionales y organizativos del desarrollo. Es un reconocido especialista en relaciones industriales (negociación colectiva y sindicalización), conflictos laborales y problemas regulatorios (con particular interés por la conflictividad laboral en el sector terciario), también en ocupación y gestión de personal en la administración pública en Italia y Europa, así como en problemas asociados a la liberalización y privatización de los servicios públicos.

Traducción para www.sinpermiso.info: Jordi Mundó

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