La Revolución Imposible (lectura recomendada)

martes 21 de septiembre de 2010
Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)
¿Quién hará la revolución? ¿es posible que estalle alguna vez para derrocar este sistema abominable? ¿vendrá otro más justo y moralmente más elevado? Permítaseme que lo dude.

Empezamos por que la revolución a que me refiero es la revolución de la pedagogía, y dentro de ella la de los conceptos aplicados principalmente al deber y al trabajo. Sabemos que el concepto de “deber” es un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus directivos más que para el suyo propio. El trabajo, según esa intención, no es un quehacer productivo sino un “deber”. Y el salario que percibe el trabajador no es proporcionado a lo producido por él sino proporcional a la virtud que demuestra por su laboriosidad, es decir a su “deber”. Entonces la revolución consiste en revisar a fondo los conceptos de deber, de laboriosidad y de interés. Y ésta sólo puede producirse en la escuela y en cada hogar. ¿Estarán dispuestos los amos del poder a enseñarlos de otra manera de modo que se sitúen en el lugar que le corresponde, es decir, en el interés del trabajador y no en el de sus amos? Por supuesto que no.
Por eso, la única esperanza en el alivio del problema de la humanidad está en el vuelco que sufrirá el deslavazado orden del mundo dando paso a un nuevo orden inesperado y repentino en la línea que preconizan algunos augures, algunas religiones o algún tipo de pensamiento futurista como el de los gnósticos contemporáneos. Este orden existente se subvertirá para dar paso a una nueva Era. Los humanos pasaremos de un estado de conciencia elemental a otro de categoría superior. Y si no todos, sí en el cerebro de una buena parte de los individuos con responsabilidades manifiestas en el destino del mundo se alojarán los cambios. Otros, por el contrario, dicen que el cambio, súbito o paulatino, se producirá pero consistirá en un viaje interior en el soma de toda la humanidad que a su vez provocará espectaculares efectos en todas las sociedades…
Pero si no fuese así, el sistema también podría implosionar, derrumbarse, o estallando con estrépito el entramado socio-político existente cuyo núcleo lógico reside en la Internet. A fin de cuentas las cosas grandes sólo se destruyen por dentro. Así, quien dé con la llave maestra que abre y cierra las compuertas de Internet, podrá deshacer la maraña de la red de redes y se habrá hecho dueño del mundo.
De no ser de ninguna de esas cuatro maneras, la Revolución tradicional se me antoja imposible. Al menos a corto plazo. Pues los que hacemos llamamientos a ella tenemos las espaldas cubiertas y mala conciencia por no poder hacer otra cosa que teorizar. Pero tampoco los que no tienen las espaldas cubiertas podrían llevarla a cabo. Esos han de ocuparse sobre todo de sobrevivir y además están ofuscados y resentidos por el despido reciente o por los abusos e injusticias sufridos que se ven obligados a soportar en su trabajo y en su vida. Cualquiera de esas circunstancias les lastra lo suficiente como para no reaccionar actuando con la inteligencia precisa que exige la puesta en marcha de una revolución de envergadura que destruya el sistema.
Por otra parte no existe un soporte ideológico o filosófico capaz de aglutinar a los remedios ideados por los autores, por los ensayistas, por los pocos filósofos que quedan de verdad, ni tampoco por los pragmatistas. A nadie se ve en el mundo con atributos y carisma suficiente como para convertirse de la noche a la mañana en cabecilla de una revolución que está pidiendo a gritos lastimosamente el mundo.
De modo que en ésta, no soñéis con otra vida. No imaginéis que habrá cambios sustanciales a menos que se produzcan en nosotros. Las únicas mutaciones posibles, realistas y con la suficiente potencia y tracción como para mover el mundo, serían las pautas de retraimiento masivo y voluntario en el consumo a través de la austeridad individual que acabaría con la columna vertebral del mercado libre, menos libre que nunca. Vayamos a ello…
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