Educación y política
miércoles 22 de junio de 2011
Álvaro Cuadra (especial para ARGENPRESS.info)
El movimiento estudiantil ha movilizado a más de cien mil personas y ha paralizado más de cuatrocientos colegios y sedes universitarias en las principales ciudades de Chile. Aunque los medios de comunicación tienden a minimizar estas protestas y junto al gobierno intentan desvirtuar su sentido como meros actos de vandalismo, lo cierto es que estamos ante un hecho político de gran envergadura.
Es evidente que el Ministerio de Educación ha mostrado una profunda ineptitud, precisamente, política para manejar tan delicado asunto. En cualquier democracia sana esto significa la dimisión inmediata del encargado de un ministerio muy sensible para la comunidad nacional. La permanencia del actual ministro de educación, cuya figura se ha tornado tan controversial, solo profundiza la actual crisis, y en consecuencia debe dejar su cargo.
Hasta el momento, las autoridades de gobierno parecen más dispuestas a ignorar el alcance de las protestas estudiantiles, considerándolas un mero hecho policial más que un fenómeno político de primer orden. Por su parte, los partidos opositores, tan desprestigiados como el oficialismo, no poseen la capacidad para encauzar las demandas estudiantiles. Se insiste en soluciones institucionales mediante conciliábulos cupulares de resultado incierto y escasa eficacia política. En suma, se está escribiendo un guión absurdo en que los únicos excluidos son los miles de estudiantes apoyados por académicos y no pocos apoderados.
Si escuchamos con atención el mensaje, los estudiantes chilenos están poniendo en cuestión toda la superstición neoliberal que ha sostenido el negocio de la educación durante décadas en nuestro país. Los estudiantes ponen el dedo en la llaga de un tinglado institucional arcaico que se fraguó durante la dictadura militar. Es evidente que los cambios que se reclaman no pueden ser satisfechos en el marco jurídico actual. Concebir una educación gratuita para todos los chilenos instala en el horizonte una revisión total de todo el actual andamiaje constitucional que ha sido legitimado por todos los gobiernos desde que fuera promulgado por Augusto Pinochet.
Desde este punto de vista, las movilizaciones estudiantiles, entendidas como parte de un sentir ciudadano, bien pudieran ser el primer síntoma de una descomposición mayor del llamado “modelo chileno”; basado en un liberalismo económico a ultranza y en un sistema político cristalizado en la constitución de los ochenta. La trama de intereses económicos y políticos tejidos en torno al ordenamiento que nos rige hace difícil pensar en un cambio de esta magnitud. Sin embargo, como bien saben los estudiosos de la política, un pueblo movilizado, incluso más allá de los partidos y conglomerados institucionalizados, puede modificar las cosas de manera muy rápida. Por estos días, los estudiantes chilenos han transformado esta fría estación del año en un “invierno caliente” que, paradojalmente, viene a descontaminar un poco la atmósfera política del país.
Fuente
Álvaro Cuadra (especial para ARGENPRESS.info)
El movimiento estudiantil ha movilizado a más de cien mil personas y ha paralizado más de cuatrocientos colegios y sedes universitarias en las principales ciudades de Chile. Aunque los medios de comunicación tienden a minimizar estas protestas y junto al gobierno intentan desvirtuar su sentido como meros actos de vandalismo, lo cierto es que estamos ante un hecho político de gran envergadura.
Es evidente que el Ministerio de Educación ha mostrado una profunda ineptitud, precisamente, política para manejar tan delicado asunto. En cualquier democracia sana esto significa la dimisión inmediata del encargado de un ministerio muy sensible para la comunidad nacional. La permanencia del actual ministro de educación, cuya figura se ha tornado tan controversial, solo profundiza la actual crisis, y en consecuencia debe dejar su cargo.
Hasta el momento, las autoridades de gobierno parecen más dispuestas a ignorar el alcance de las protestas estudiantiles, considerándolas un mero hecho policial más que un fenómeno político de primer orden. Por su parte, los partidos opositores, tan desprestigiados como el oficialismo, no poseen la capacidad para encauzar las demandas estudiantiles. Se insiste en soluciones institucionales mediante conciliábulos cupulares de resultado incierto y escasa eficacia política. En suma, se está escribiendo un guión absurdo en que los únicos excluidos son los miles de estudiantes apoyados por académicos y no pocos apoderados.
Si escuchamos con atención el mensaje, los estudiantes chilenos están poniendo en cuestión toda la superstición neoliberal que ha sostenido el negocio de la educación durante décadas en nuestro país. Los estudiantes ponen el dedo en la llaga de un tinglado institucional arcaico que se fraguó durante la dictadura militar. Es evidente que los cambios que se reclaman no pueden ser satisfechos en el marco jurídico actual. Concebir una educación gratuita para todos los chilenos instala en el horizonte una revisión total de todo el actual andamiaje constitucional que ha sido legitimado por todos los gobiernos desde que fuera promulgado por Augusto Pinochet.
Desde este punto de vista, las movilizaciones estudiantiles, entendidas como parte de un sentir ciudadano, bien pudieran ser el primer síntoma de una descomposición mayor del llamado “modelo chileno”; basado en un liberalismo económico a ultranza y en un sistema político cristalizado en la constitución de los ochenta. La trama de intereses económicos y políticos tejidos en torno al ordenamiento que nos rige hace difícil pensar en un cambio de esta magnitud. Sin embargo, como bien saben los estudiosos de la política, un pueblo movilizado, incluso más allá de los partidos y conglomerados institucionalizados, puede modificar las cosas de manera muy rápida. Por estos días, los estudiantes chilenos han transformado esta fría estación del año en un “invierno caliente” que, paradojalmente, viene a descontaminar un poco la atmósfera política del país.
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