Los indignados: ¡la globalización del poder social ha comenzado!
Víctor M. Toledo
Todo indica que conforme el tiempo pasa más miembros de nuestra especie estamos indignados. Mientras las noticias de los atracos financieros, las crisis de los partidos políticos, la corrupción de las iglesias, el desastre de los bancos o la imbecilidad de los poderosos intentan saturar todos los espacios de la comunicación, cada vez más se cuelan por las rendijas que quedan las novedades en torno a los que estamos indignados. Porque cada día que pasa es mejor que el que viene, cada vez hay más indignados. Brotan como hormigas y se multiplican como conejos. En Egipto como en Túnez, en Italia como en España, en Marruecos como en Siria. Y la indignación llega hasta lo más norte y vuelve realidad un sueño: en Islandia los ciudadanos expulsan a su gobierno corrupto y ponen en la cárcel a los empresarios cómplices. ¿En cuantos países más habrá que hacer lo mismo?
Algunos ciudadanos notables ayudan a procrear la indignación: Michael Moore en Norteamérica o Julian Assange y su Wikileaks desde Australia y el continente europeo. La tecnología de la Internet también ayuda, no detiene, la revolución de las conciencias y contribuye a construir el poder ciudadano, según nos lo indica en una entrevista el famoso comunicólogo Manuel Castells.
Y este juicio es crucial porque ello supone la implicación de los más jóvenes en las batallas cotidianas. Hoy hay que quitarse el sombrero ante los estudiantes chilenos que por miles se han arrojado a las calles (250 mil), y a los un poco menos jóvenes españoles que viven sin trabajo a pesar de su gobierno de "izquierda". Otros, como Alejandro Nadal, nos explican con sencillez la monumental irracionalidad de la economía de mercado y sus secuelas sociales, es decir, nos sugieren que ya "tiembla el capitalismo".
Y en plena era de la indignación, los pueblos más lejanos a la modernidad neoliberal también ponen su ejemplo. En los países andinos no solamente auspician gobiernos progresistas, también les marcan directrices con sus cosmovisiones. La naturaleza reaparece, se torna actriz vital para un futuro diferente y la ecología sagrada toma de nuevo los aires del mundo. Sin el rencuentro ecológico la superación de la crisis es imposible, y ello significa recrear a la tradición y ver-de-frente. En México, donde la indignación la encabeza un poeta, no solamente las comunidades indígenas son las que practican los modelos de civilización más avanzados, sino que frente a un gobierno timorato e inútil, incapaz de controlar el crimen y la inseguridad, crean su propia defensa e inventan sus propias policías comunitarias en casi 80 localidades de Guerrero y Michoacán. Y, en fin, en 34 países se consolidan casi 400 proyectos de aldeas en transición que buscan vivir sin petróleo quebrando las formas de vida dominantes mientras se impulsa el poder local (www.transitionnetwork.org).
Visto así, el mundo ya no es más ese túnel negro cuya pequeña luz es la de otro tren que se acerca para arrollarnos. No. El mundo comienza a verse como un paisaje claroscuro. El de una época que muere y el de otra que nace. Estamos en esa hora precisa del amanecer en la que el día comienza con el desvanecimiento de la noche. La de un proyecto en plena descomposición –el neoliberal, que no es sino el capitalismo en su fase corporativa y global– y el del bosquejo de otro que se prepara para sustituirlo. Estamos frente a una reconversión civilizatoria, como lo hemos dicho desde hace muchos años. Y ésta trae olor a "buen vivir", "sustentabilidad", "decrecimiento", "izquierda verde y cultural". Armando Bartra le ha llamado la carnavalización de la política; Edgar Morin, la gran metamorfosis. Más allá del título, sin embargo, está el proceso por el cual el poder político y el poder económico tendrán que sujetarse al poder de los ciudadanos mediante la creación de mil mecanismos. Hay que ir desmontando los grandes emporios y repartir las fortunas de los Slim y de los Gates. Y entonces las cooperativas sustituirán a las corporaciones, lo pequeño a lo gigante, las comunidades rurales a los latifundios, la diversidad a la monotonía, los bosques y las selvas a los campos de golf, las plazas y los espacios públicos a los malls y demás escaparates comerciales, el encuentro intercultural a las disneylandias, las energías renovables a las centrales nucleares, que son tan peligrosas como obsoletas. Sigamos con nuestra indignación, en la que ya están nuestros hijos y por lo mismo estarán nuestros nietos. Es el tiempo de organizarse. ¡Todos estamos indignados!
vtoledo@oikos.unam.mx
Fuente
Todo indica que conforme el tiempo pasa más miembros de nuestra especie estamos indignados. Mientras las noticias de los atracos financieros, las crisis de los partidos políticos, la corrupción de las iglesias, el desastre de los bancos o la imbecilidad de los poderosos intentan saturar todos los espacios de la comunicación, cada vez más se cuelan por las rendijas que quedan las novedades en torno a los que estamos indignados. Porque cada día que pasa es mejor que el que viene, cada vez hay más indignados. Brotan como hormigas y se multiplican como conejos. En Egipto como en Túnez, en Italia como en España, en Marruecos como en Siria. Y la indignación llega hasta lo más norte y vuelve realidad un sueño: en Islandia los ciudadanos expulsan a su gobierno corrupto y ponen en la cárcel a los empresarios cómplices. ¿En cuantos países más habrá que hacer lo mismo?
Algunos ciudadanos notables ayudan a procrear la indignación: Michael Moore en Norteamérica o Julian Assange y su Wikileaks desde Australia y el continente europeo. La tecnología de la Internet también ayuda, no detiene, la revolución de las conciencias y contribuye a construir el poder ciudadano, según nos lo indica en una entrevista el famoso comunicólogo Manuel Castells.
Y este juicio es crucial porque ello supone la implicación de los más jóvenes en las batallas cotidianas. Hoy hay que quitarse el sombrero ante los estudiantes chilenos que por miles se han arrojado a las calles (250 mil), y a los un poco menos jóvenes españoles que viven sin trabajo a pesar de su gobierno de "izquierda". Otros, como Alejandro Nadal, nos explican con sencillez la monumental irracionalidad de la economía de mercado y sus secuelas sociales, es decir, nos sugieren que ya "tiembla el capitalismo".
Y en plena era de la indignación, los pueblos más lejanos a la modernidad neoliberal también ponen su ejemplo. En los países andinos no solamente auspician gobiernos progresistas, también les marcan directrices con sus cosmovisiones. La naturaleza reaparece, se torna actriz vital para un futuro diferente y la ecología sagrada toma de nuevo los aires del mundo. Sin el rencuentro ecológico la superación de la crisis es imposible, y ello significa recrear a la tradición y ver-de-frente. En México, donde la indignación la encabeza un poeta, no solamente las comunidades indígenas son las que practican los modelos de civilización más avanzados, sino que frente a un gobierno timorato e inútil, incapaz de controlar el crimen y la inseguridad, crean su propia defensa e inventan sus propias policías comunitarias en casi 80 localidades de Guerrero y Michoacán. Y, en fin, en 34 países se consolidan casi 400 proyectos de aldeas en transición que buscan vivir sin petróleo quebrando las formas de vida dominantes mientras se impulsa el poder local (www.transitionnetwork.org).
Visto así, el mundo ya no es más ese túnel negro cuya pequeña luz es la de otro tren que se acerca para arrollarnos. No. El mundo comienza a verse como un paisaje claroscuro. El de una época que muere y el de otra que nace. Estamos en esa hora precisa del amanecer en la que el día comienza con el desvanecimiento de la noche. La de un proyecto en plena descomposición –el neoliberal, que no es sino el capitalismo en su fase corporativa y global– y el del bosquejo de otro que se prepara para sustituirlo. Estamos frente a una reconversión civilizatoria, como lo hemos dicho desde hace muchos años. Y ésta trae olor a "buen vivir", "sustentabilidad", "decrecimiento", "izquierda verde y cultural". Armando Bartra le ha llamado la carnavalización de la política; Edgar Morin, la gran metamorfosis. Más allá del título, sin embargo, está el proceso por el cual el poder político y el poder económico tendrán que sujetarse al poder de los ciudadanos mediante la creación de mil mecanismos. Hay que ir desmontando los grandes emporios y repartir las fortunas de los Slim y de los Gates. Y entonces las cooperativas sustituirán a las corporaciones, lo pequeño a lo gigante, las comunidades rurales a los latifundios, la diversidad a la monotonía, los bosques y las selvas a los campos de golf, las plazas y los espacios públicos a los malls y demás escaparates comerciales, el encuentro intercultural a las disneylandias, las energías renovables a las centrales nucleares, que son tan peligrosas como obsoletas. Sigamos con nuestra indignación, en la que ya están nuestros hijos y por lo mismo estarán nuestros nietos. Es el tiempo de organizarse. ¡Todos estamos indignados!
vtoledo@oikos.unam.mx
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