Preferimos morir baleados por el Ejército que destazados por los Templarios: michoacanos

Sepelio de las víctimas del Ejército en Antúnez, Michoacán. Foto: Miguel Dimayuga
Sepelio de las víctimas del Ejército en Antúnez, Michoacán.
Foto: Miguel Dimayuga
ANTÚNEZ, Mich. (apro).- Como si se tratara de una fiesta, decenas de personas acudieron puntuales al panteón municipal. Un grupo de músicos entonaba corridos de vida y muerte, pero el llanto y los gritos desgarradores de Juana rompían el ritmo sincopado. “Por qué me lo mataron”, gritaba la mujer mientras era sepultado el cuerpo de su hijo, Mario Pérez Torres.
“¿Usted cree que se va a calmar esto?”, pregunta María Elena, la prima de Mario, inquiriendo al reportero si no es peligroso hablar con la prensa.
El miedo es el invitado principal a los sepelios de Mario y Rodrigo Benítez, cuyo último adiós fue acompañado por cientos de habitantes de esta población que por años ha sido controlada por Los Caballeros Templarios.
“Tenemos miedo de que se vayan estos señores y nos dejen solos, por eso no queremos que los desarmen”, dice María Elena, quien se colocó al pie de la tumba donde la gente se arremolinaba para despedir al jornalero recolector de limones, asesinado por un soldado.
Mario y Rodrigo participaron en la manifestación del pasado lunes 13, cuando el Ejército ingresó a varios poblados de Tierra Caliente para desarmar a los grupos de autodefensa que días atrás arribaron para expulsar a Los Caballeros Templarios.
“Nadie estaba armado, fueron balas de los soldados que los mataron. No es cierto que nos enfrentamos con ellos. Primero rafaguearon al cielo y luego nos dispararon”, dice un joven que presenció la muerte de Mario y Rodrigo.
La prima de Mario vuelve a preguntar por qué los mataron, si ellos no tenían armas. “Somos pura gente de trabajo, recogemos limón, no ofendemos a nadie. Todos trabajamos para vivir, pero ya no tenemos para comer porque no nos dejan trabajar”.
La queja de María Elena es porque Los Caballeros Templarios sólo dejaban trabajar a los pobladores tres días a la semana e imponían el precio de la carne, el huevo y la tortilla. Y, el colmo, les cobraban cuotas.
Por eso dicen que tienen terror de que se vayan los grupos de autodefensa y los dejen solos. “Esto no es justo para nadie. Tenemos miedo de que se vayan los autodefensas, que los desarmen. ¿Por qué mejor no los ayudan para que agarren a los otros?”.
Los pobladores aseguran que no tienen trabajo, ni dinero, que tienen hambre… y miedo de que los envenenen. Ese es el rumor que se expande por toda Tierra Caliente. “Nos quieren envenenar el agua y el pan. Nos quieren matar a todos”, subrayan los asistentes al entierro.
El desamparo se refleja en sus preguntas. “¿Qué vamos a hacer si regresan esos señores?”. Y aunque siguen acusando a los soldados de la muerte de los jornaleros, dicen que prefieren morir por las balas de los soldados que en manos de Los Caballeros Templarios.
“Preferimos morir defendiéndonos de una bala del Ejército, que amarrados y que nos corten toditos los Templarios”, dice uno de los pobladores antes de salir del panteón.

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