Astillero - FC, peligro para elecciones
Julio Hernández López
Cada día Felipe Calderón deja más en claro que es un peligro para las próximas elecciones. Ha cercenado de manera sistemática libertades, garantías y legalidad, recluyendo a los ciudadanos en el calabozo del miedo activo y la amenaza latente, haciendo inviable el ejercicio cívico y comicial a causa del narcotráfico dominante y de la reacción policiaco-militar igualmente restrictiva e inhibitoria, envenenando intencionalmente el espectro de la diversidad mediante las alianzas partidistas pervertidas, retorciendo mecanismos judiciales para castigar a adversarios y promover personajes afines (incluso pertenecientes al orden familiar, como sucede en Michoacán) y advirtiendo desde ahora, con toda oportunidad, para que nadie se llame a engaño, que hará cuanto sea necesario para no dejar el poder o, cuando menos, para no dejarlo en manos de quien él no quiera.
Felipe sin pudor, que revive el lema central de la división social mexicana, el que adjudicaba a Andrés Manuel López Obrador ser un peligro para México, y lo enarbola para dar el banderazo de arranque de una nueva guerra sucia de propaganda contra el tabasqueño que ha resistido una criminal campaña de difamación y se reconstruye desde abajo, a pesar de todos los obstáculos que le han puesto. Si el asesino suele volver al lugar del crimen, el defraudador electoral está regresando al sitio de sus andanzas tramposas, regodeándose del botín alcanzado, una presidencia siempre tachada de espuria, y fabricándose a partir de esos falsos trofeos la creencia convenenciera de que “ganó” los comicios de 2006 a causa del impacto que habría tenido la frase salvaje que le endilgaron los estrategas estadunidenses y españoles, con el luego naturalizado mexicano Antonio Solá como comandante en jefe. Sueños de legitimidad inalcanzados, que hacen a Calderón hablar de 15 millones de votos logrados como si no hubiese tenido, formal e hildebrándicamente, apenas una diferencia de medio punto porcentual.
Felipe en guerra contra quienes piensan distinto a él y, en particular, contra quienes en legítimo ejercicio de sus derechos decidieron apoyar al candidato oficial de un partido legal, López Obrador, y en ese mismo esquema de libertad de elección podrían volver a apoyarlo. AMLO, según el licenciado HSCHC (haiga sido como haiga sido), “le gusta a sus fanáticos, le gusta a un extremo súper radical, le gusta a esta especie de feligresía, pero no le gusta al mexicano común que trabaja, lleva a sus niños a la escuela y quiere vivir en paz y tranquilidad. En la medida que corrija eso va a poder sacar a relucir los talentos que como cualquier persona tiene, y ojalá le vaya bien”. ¡El jefe formal del aparato político mexicano descalificando a los millones de personas que votaron y tal vez volverían a votar por ese candidato, y estableciendo normas de conducta y correctivos para ese presunto aspirante! Y, en la misma entrevista con Salvador Camarena, en W Radio, el caldero hablando de fuegos: “Se sembró una campaña de odio clasista, revanchista. El despertar en México eso de los ricos, los privilegiados, generó un odio que polarizó mucho”.
Fue comedida la respuesta de López Obrador a los exabruptos de FCH. Antes de hacer comentarios a su libro que era presentado en la Alameda de la capital del país, leyó una serie de consideraciones en las que predominó el aire de amor y paz que le ha caracterizado en su fase reciente. Él, AMLO, ni siquiera utilizaría contra Calderón ese fraseo del peligro para México, a pesar de las decenas de miles de muertos a causa de la “guerra” contra el narcotráfico. Prefirió el ofendido llamar al ofensor a que pida perdón por los daños que ha causado al país, y que de penitencia se abstenga de “seguir optando por la mentira y la confrontación”.
Pero, así como los escándalos declarativos de Calderón ayudaron a tapar los escándalos relacionados con la ganga otorgada a Televisa y Nextel mediante la vergonzosa y delictiva licitación 21, la respuesta de López Obrador coincidió con el proceso de cambio de nomenclatura norteña: de Monterrey a Monterror. Los habitantes de la capital de Nuevo León y su zona conurbada han ido viviendo el tránsito de la violencia “entre ellos”, los narcotraficantes, al ataque intencional a personas inocentes. Siembra de miedo entre la población no involucrada en la “guerra” contra el narcotráfico. Una granada contra gente que descansaba o paseaba en la plaza principal de Guadalupe, en días pasados. Balas en la plaza Morelos, siempre concurrida, de Monterrey. Se va cumpliendo el libreto Hillary que tomaba los ataques con coche bomba como muestra del paso del narcotráfico a fases distintas, no sólo con visos de insurgencia, sino de terrorismo. Dolorosa realidad cotidiana en una entidad cuyo microgobernador, Rodrigo Medina, sólo atina a seguir haciendo grilla con gel a favor de Peña Nieto pero que tiene abandonada la entidad mientras sus adversarios impulsan la idea de que habrá de caer el priísta huidizo; la guerra contra el narcotráfico, en su fase de terrorismo, colocada por algunos como presunta palanca de cambios políticos forzados en un Nuevo León siempre apatecido por el panismo-calderonismo.
En San Lázaro, mientras tanto, el procurador general de la República, Arturo no Chávez no Chávez, regalaba a la concurrencia un didáctico mural de la desgracia nacional. Valido apenas de algunas frases de cajón, pertrechado tras el breviario del buen burócrata intrascendente, el ex procurador de Chihuahua parecía hablar de otro país, uno que fuera medianamente inquieto, firmemente apegado al estado de derecho y sus paraísos reglamentarios, orgullosamente practicante de sus derechos y obligaciones, sin balaceras, colgados, descuartizados, secuestrados ni asesinados. Dosis de inconsciencia e irresponsabilidad de parte de los funcionarios de Calderón que, con éste, son el verdadero peligro para México.
Y, mientras el SME retoma este lunes las calles y la lucha, a un año del golpe, ¡hasta mañana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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ASAMBLEA DEL SME EN EL PALACIO DE LOS DEPORTES. Electricistas acordaron movilizarse el lunes próximo. Se acabó la tregua porque el
gobierno no cumple, señalaron Foto Víctor Camacho
Cada día Felipe Calderón deja más en claro que es un peligro para las próximas elecciones. Ha cercenado de manera sistemática libertades, garantías y legalidad, recluyendo a los ciudadanos en el calabozo del miedo activo y la amenaza latente, haciendo inviable el ejercicio cívico y comicial a causa del narcotráfico dominante y de la reacción policiaco-militar igualmente restrictiva e inhibitoria, envenenando intencionalmente el espectro de la diversidad mediante las alianzas partidistas pervertidas, retorciendo mecanismos judiciales para castigar a adversarios y promover personajes afines (incluso pertenecientes al orden familiar, como sucede en Michoacán) y advirtiendo desde ahora, con toda oportunidad, para que nadie se llame a engaño, que hará cuanto sea necesario para no dejar el poder o, cuando menos, para no dejarlo en manos de quien él no quiera.
Felipe sin pudor, que revive el lema central de la división social mexicana, el que adjudicaba a Andrés Manuel López Obrador ser un peligro para México, y lo enarbola para dar el banderazo de arranque de una nueva guerra sucia de propaganda contra el tabasqueño que ha resistido una criminal campaña de difamación y se reconstruye desde abajo, a pesar de todos los obstáculos que le han puesto. Si el asesino suele volver al lugar del crimen, el defraudador electoral está regresando al sitio de sus andanzas tramposas, regodeándose del botín alcanzado, una presidencia siempre tachada de espuria, y fabricándose a partir de esos falsos trofeos la creencia convenenciera de que “ganó” los comicios de 2006 a causa del impacto que habría tenido la frase salvaje que le endilgaron los estrategas estadunidenses y españoles, con el luego naturalizado mexicano Antonio Solá como comandante en jefe. Sueños de legitimidad inalcanzados, que hacen a Calderón hablar de 15 millones de votos logrados como si no hubiese tenido, formal e hildebrándicamente, apenas una diferencia de medio punto porcentual.
Felipe en guerra contra quienes piensan distinto a él y, en particular, contra quienes en legítimo ejercicio de sus derechos decidieron apoyar al candidato oficial de un partido legal, López Obrador, y en ese mismo esquema de libertad de elección podrían volver a apoyarlo. AMLO, según el licenciado HSCHC (haiga sido como haiga sido), “le gusta a sus fanáticos, le gusta a un extremo súper radical, le gusta a esta especie de feligresía, pero no le gusta al mexicano común que trabaja, lleva a sus niños a la escuela y quiere vivir en paz y tranquilidad. En la medida que corrija eso va a poder sacar a relucir los talentos que como cualquier persona tiene, y ojalá le vaya bien”. ¡El jefe formal del aparato político mexicano descalificando a los millones de personas que votaron y tal vez volverían a votar por ese candidato, y estableciendo normas de conducta y correctivos para ese presunto aspirante! Y, en la misma entrevista con Salvador Camarena, en W Radio, el caldero hablando de fuegos: “Se sembró una campaña de odio clasista, revanchista. El despertar en México eso de los ricos, los privilegiados, generó un odio que polarizó mucho”.
Fue comedida la respuesta de López Obrador a los exabruptos de FCH. Antes de hacer comentarios a su libro que era presentado en la Alameda de la capital del país, leyó una serie de consideraciones en las que predominó el aire de amor y paz que le ha caracterizado en su fase reciente. Él, AMLO, ni siquiera utilizaría contra Calderón ese fraseo del peligro para México, a pesar de las decenas de miles de muertos a causa de la “guerra” contra el narcotráfico. Prefirió el ofendido llamar al ofensor a que pida perdón por los daños que ha causado al país, y que de penitencia se abstenga de “seguir optando por la mentira y la confrontación”.
Pero, así como los escándalos declarativos de Calderón ayudaron a tapar los escándalos relacionados con la ganga otorgada a Televisa y Nextel mediante la vergonzosa y delictiva licitación 21, la respuesta de López Obrador coincidió con el proceso de cambio de nomenclatura norteña: de Monterrey a Monterror. Los habitantes de la capital de Nuevo León y su zona conurbada han ido viviendo el tránsito de la violencia “entre ellos”, los narcotraficantes, al ataque intencional a personas inocentes. Siembra de miedo entre la población no involucrada en la “guerra” contra el narcotráfico. Una granada contra gente que descansaba o paseaba en la plaza principal de Guadalupe, en días pasados. Balas en la plaza Morelos, siempre concurrida, de Monterrey. Se va cumpliendo el libreto Hillary que tomaba los ataques con coche bomba como muestra del paso del narcotráfico a fases distintas, no sólo con visos de insurgencia, sino de terrorismo. Dolorosa realidad cotidiana en una entidad cuyo microgobernador, Rodrigo Medina, sólo atina a seguir haciendo grilla con gel a favor de Peña Nieto pero que tiene abandonada la entidad mientras sus adversarios impulsan la idea de que habrá de caer el priísta huidizo; la guerra contra el narcotráfico, en su fase de terrorismo, colocada por algunos como presunta palanca de cambios políticos forzados en un Nuevo León siempre apatecido por el panismo-calderonismo.
En San Lázaro, mientras tanto, el procurador general de la República, Arturo no Chávez no Chávez, regalaba a la concurrencia un didáctico mural de la desgracia nacional. Valido apenas de algunas frases de cajón, pertrechado tras el breviario del buen burócrata intrascendente, el ex procurador de Chihuahua parecía hablar de otro país, uno que fuera medianamente inquieto, firmemente apegado al estado de derecho y sus paraísos reglamentarios, orgullosamente practicante de sus derechos y obligaciones, sin balaceras, colgados, descuartizados, secuestrados ni asesinados. Dosis de inconsciencia e irresponsabilidad de parte de los funcionarios de Calderón que, con éste, son el verdadero peligro para México.
Y, mientras el SME retoma este lunes las calles y la lucha, a un año del golpe, ¡hasta mañana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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