martes 19 de abril de 2011 México: Los delirios de una guerra
Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)
En algún lugar beligerante, donde impera la violencia y las palabras adquieren un acento cáustico e imperativo, no existe la posibilidad de capitular porque las rectificaciones son exclusivas de los sabios que se atreven a cambiar de opinión...
En la “lucha” emprendida por Felipe Calderón contra la delincuencia organizada es posible identificar las obstinaciones que provocaron las derrotas más estrepitosas de la historia: la negativa obcecada de los generales a retirarse del campo de batalla y la visión distorsionada que les impide reconocer el advenimiento de la derrota.
La obstinación del jefe supremo de las fuerzas armadas mexicanas ha llegado a los niveles aborrecibles de la genuflexión en los que se negocia la soberanía nacional por apoyo de las agencias norteamericanas de inteligencia para combatir al crimen organizado. Y la realidad adquiere un tinte perniciosamente perverso en los partes de esta guerra sin cuartel: en la versión del ejecutivo federal, el nivel ascendente de la violencia es la evidencia del daño infringido al enemigo. La inmensa mayoría de las masacres y de las ejecuciones se atribuyen a conflictos entre los cárteles del crimen organizado, y curiosamente, todas las supuestas líneas de investigación así lo afirman. Bajo ésta lógica, el clima imponderable de la violencia y de la inseguridad que impregna el territorio nacional es por obra y gracia de la delincuencia organizada, deslindando al régimen calderonista de cualquier responsabilidad. La ira exacerbada de Felipe Calderón le impide aceptar la validez del reclamo de Javier Sicilia, el poeta que ha llorado el asesinato de su hijo protestando y denunciando la ineptitud de las autoridades en el estado de Morelos; tampoco reconoce la valentía del discurso de la Dra. Denise Dresser donde exhibe la impericia de un estado fallido que se niega a reconocer la derrota en una costosa e infame guerra civil.
Pero el encono inutiliza el raciocinio y la reacción del ejecutivo federal es un uténtico delirio: pretendiendo acallar la rabia del poeta atraparon a uno de los presuntos implicados en el secuestro y asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis jóvenes más; el supuesto cómplice declaró que el móvil del delito fue un altercado antrero porque los jóvenes asesinados discutieron con los sicarios por una mujer; no obstante, ni los tiempos ni los lugares coinciden y los únicos indicios de la verdad son las heridas en el rostro del presunto culpable. Y ante la disyuntiva “legalizar o colombianizar” de la Dra. Dresser, la respuesta de Felipe Calderón fue incisiva: no desfallecerá en su lucha, no claudicará, porque hacerlo significaría entregar el territorio nacional a delincuentes con licencia para matar. Pero aún no terminaba el discurso calderonista donde se exigían cifras concretas al Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzosas e Involuntarias de la ONU cuando se descubrieron más de cien cadáveres en fosas clandestinas… pero claro que por supuesto y desde luego que sí: el macabro hallazgo es una evidencia fehaciente del debilitamiento de los cárteles del narcotráfico, y hoy por hoy, no existe la posibilidad de capitular porque las rectificaciones son exclusivas de los sabios que se atreven a cambiar de opinión…
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
Fuente
En algún lugar beligerante, donde impera la violencia y las palabras adquieren un acento cáustico e imperativo, no existe la posibilidad de capitular porque las rectificaciones son exclusivas de los sabios que se atreven a cambiar de opinión...
En la “lucha” emprendida por Felipe Calderón contra la delincuencia organizada es posible identificar las obstinaciones que provocaron las derrotas más estrepitosas de la historia: la negativa obcecada de los generales a retirarse del campo de batalla y la visión distorsionada que les impide reconocer el advenimiento de la derrota.
La obstinación del jefe supremo de las fuerzas armadas mexicanas ha llegado a los niveles aborrecibles de la genuflexión en los que se negocia la soberanía nacional por apoyo de las agencias norteamericanas de inteligencia para combatir al crimen organizado. Y la realidad adquiere un tinte perniciosamente perverso en los partes de esta guerra sin cuartel: en la versión del ejecutivo federal, el nivel ascendente de la violencia es la evidencia del daño infringido al enemigo. La inmensa mayoría de las masacres y de las ejecuciones se atribuyen a conflictos entre los cárteles del crimen organizado, y curiosamente, todas las supuestas líneas de investigación así lo afirman. Bajo ésta lógica, el clima imponderable de la violencia y de la inseguridad que impregna el territorio nacional es por obra y gracia de la delincuencia organizada, deslindando al régimen calderonista de cualquier responsabilidad. La ira exacerbada de Felipe Calderón le impide aceptar la validez del reclamo de Javier Sicilia, el poeta que ha llorado el asesinato de su hijo protestando y denunciando la ineptitud de las autoridades en el estado de Morelos; tampoco reconoce la valentía del discurso de la Dra. Denise Dresser donde exhibe la impericia de un estado fallido que se niega a reconocer la derrota en una costosa e infame guerra civil.
Pero el encono inutiliza el raciocinio y la reacción del ejecutivo federal es un uténtico delirio: pretendiendo acallar la rabia del poeta atraparon a uno de los presuntos implicados en el secuestro y asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis jóvenes más; el supuesto cómplice declaró que el móvil del delito fue un altercado antrero porque los jóvenes asesinados discutieron con los sicarios por una mujer; no obstante, ni los tiempos ni los lugares coinciden y los únicos indicios de la verdad son las heridas en el rostro del presunto culpable. Y ante la disyuntiva “legalizar o colombianizar” de la Dra. Dresser, la respuesta de Felipe Calderón fue incisiva: no desfallecerá en su lucha, no claudicará, porque hacerlo significaría entregar el territorio nacional a delincuentes con licencia para matar. Pero aún no terminaba el discurso calderonista donde se exigían cifras concretas al Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzosas e Involuntarias de la ONU cuando se descubrieron más de cien cadáveres en fosas clandestinas… pero claro que por supuesto y desde luego que sí: el macabro hallazgo es una evidencia fehaciente del debilitamiento de los cárteles del narcotráfico, y hoy por hoy, no existe la posibilidad de capitular porque las rectificaciones son exclusivas de los sabios que se atreven a cambiar de opinión…
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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