“Más que al narco, me suena a guerra contra los más jodidos”
Fernando Camacho Servín
Periódico La Jornada
Domingo 17 de abril de 2011, p. 5
Sentada en las escalinatas de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), Teresa Mendoza se abraza las piernas, y pone la mirada y la mente en un lugar muy lejos de ahí.
A veces, ser La reina del sur no sirve de nada cuando hay que lidiar con la incertidumbre de un hermano desaparecido, con el miedo de ser el próximo en sufrir algún daño, o con la indiferencia de las autoridades que, en el papel, están ahí para ayudar. Porque "la indiferencia también es un delito; y duele bien cabrón".
El nombre, por supuesto, es ficticio. La joven de no más de 22 años que se lo adjudica sonríe al decirlo, en uno de los escasos momentos en los que sus ojos no se ven tan ausentes.
Reacia al principio a narrar su historia, La reina del sur acepta la charla con la condición de no dar ningún detalle que revele su identidad. Tiene miedo, igual que su familia. No puede saber si alguien los sigue, ni quién se les acerca y para qué. “Estamos aquí –dice finalmente– para preguntar por mi hermano y uno de sus amigos, que hace una semana viajaron del Distrito Federal a Monterrey, y luego a Matamoros, para comprar una camioneta. La última vez que supimos de él fue el 9 de abril a las 3 de la tarde; luego se cortó toda la comunicación.”
Desde ese momento, ella y su familia han peregrinado por agencias del Ministerio Público de Monterrey y la ciudad de México, por el Servicio Médico Forense y ahora por la SIEDO. En todos ellos, lamentó, ha recibido el mismo trato frío, la misma indiferencia, incluso los mismos regaños. “Hasta me han preguntado los cabrones: ‘¿Para qué dejan ir a sus familiares ahí?’”
Los policías admiten sin reparos que no pueden hacer nada por ellos. No se atreven a circular por la zona donde desapareció el hermano de Teresa. La libertad de tránsito, dice ella, es letra muerta, "y sentimos que vivimos secuestrados en nuestro propio país".
En la voz de la joven por momentos se asoma un rencor sordo sin respuestas. "¡Pinche gobierno, es pura burocracia! ¡No entiendo para qué tantas fiscalías, si todos saben lo que pasa, pero se hacen de la vista gorda!"
Paradojas de la vida: ella, que toma el nombre de un personaje de novela, tuvo que vérselas de repente con la realidad más cruda, la que jamás pensó enfrentar. "Nunca pensé que estas cosas nos alcanzarían a mí y a mi familia. No sabes si tu pariente está vivo o muerto, y esto que estamos pasando de verdad que no se lo deseo a nadie".
Pese a todo, la joven se da cuenta de que el miedo no es una opción. “Al principio sí teníamos temor, pero ¿de qué sirve? Si te quieren chingar, lo van a hacer de todas maneras. Por eso antes tenía miedo y ahora no. Por eso vamos a todos lados a pedir información, y les decimos ‘oye, no me trates así’. Vamos a agotar todas las posibilidades y a seguir buscando.”
Aunque en la SIEDO y otras agencias ha visto a grupos de personas que están en su misma situación, hasta ahora "no he tenido cabeza para acercarme a preguntarles nada. Ojalá que no estén igual que nosotros, porque en el CAPEA (Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes) te hacen perder todo el día".
Teresa sigue en las escalinatas, pero parte de ella no está ahí. En el fondo, sigue sin asimilar que "esto no sólo pasa en Ciudad Juárez, que no diferencia raza, estatus ni sexo. Uno piensa que en provincia están mejor, y ahora resulta que lo más seguro es el DF".
Quizá por todo eso, la "guerra" contra el narcotráfico le suena falsa. “Nada más le están tapando el ojo al macho, porque el gobierno ya sabe dónde están los criminales. Más que guerra contra el narco, me suena a guerra contra los más jodidos. Antes llegaban a quitarte el dinero, y ahora pueden quitarte hasta la vida”.
Fuente
Periódico La Jornada
Domingo 17 de abril de 2011, p. 5
Sentada en las escalinatas de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), Teresa Mendoza se abraza las piernas, y pone la mirada y la mente en un lugar muy lejos de ahí.
A veces, ser La reina del sur no sirve de nada cuando hay que lidiar con la incertidumbre de un hermano desaparecido, con el miedo de ser el próximo en sufrir algún daño, o con la indiferencia de las autoridades que, en el papel, están ahí para ayudar. Porque "la indiferencia también es un delito; y duele bien cabrón".
El nombre, por supuesto, es ficticio. La joven de no más de 22 años que se lo adjudica sonríe al decirlo, en uno de los escasos momentos en los que sus ojos no se ven tan ausentes.
Reacia al principio a narrar su historia, La reina del sur acepta la charla con la condición de no dar ningún detalle que revele su identidad. Tiene miedo, igual que su familia. No puede saber si alguien los sigue, ni quién se les acerca y para qué. “Estamos aquí –dice finalmente– para preguntar por mi hermano y uno de sus amigos, que hace una semana viajaron del Distrito Federal a Monterrey, y luego a Matamoros, para comprar una camioneta. La última vez que supimos de él fue el 9 de abril a las 3 de la tarde; luego se cortó toda la comunicación.”
Desde ese momento, ella y su familia han peregrinado por agencias del Ministerio Público de Monterrey y la ciudad de México, por el Servicio Médico Forense y ahora por la SIEDO. En todos ellos, lamentó, ha recibido el mismo trato frío, la misma indiferencia, incluso los mismos regaños. “Hasta me han preguntado los cabrones: ‘¿Para qué dejan ir a sus familiares ahí?’”
Los policías admiten sin reparos que no pueden hacer nada por ellos. No se atreven a circular por la zona donde desapareció el hermano de Teresa. La libertad de tránsito, dice ella, es letra muerta, "y sentimos que vivimos secuestrados en nuestro propio país".
En la voz de la joven por momentos se asoma un rencor sordo sin respuestas. "¡Pinche gobierno, es pura burocracia! ¡No entiendo para qué tantas fiscalías, si todos saben lo que pasa, pero se hacen de la vista gorda!"
Paradojas de la vida: ella, que toma el nombre de un personaje de novela, tuvo que vérselas de repente con la realidad más cruda, la que jamás pensó enfrentar. "Nunca pensé que estas cosas nos alcanzarían a mí y a mi familia. No sabes si tu pariente está vivo o muerto, y esto que estamos pasando de verdad que no se lo deseo a nadie".
Pese a todo, la joven se da cuenta de que el miedo no es una opción. “Al principio sí teníamos temor, pero ¿de qué sirve? Si te quieren chingar, lo van a hacer de todas maneras. Por eso antes tenía miedo y ahora no. Por eso vamos a todos lados a pedir información, y les decimos ‘oye, no me trates así’. Vamos a agotar todas las posibilidades y a seguir buscando.”
Aunque en la SIEDO y otras agencias ha visto a grupos de personas que están en su misma situación, hasta ahora "no he tenido cabeza para acercarme a preguntarles nada. Ojalá que no estén igual que nosotros, porque en el CAPEA (Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes) te hacen perder todo el día".
Teresa sigue en las escalinatas, pero parte de ella no está ahí. En el fondo, sigue sin asimilar que "esto no sólo pasa en Ciudad Juárez, que no diferencia raza, estatus ni sexo. Uno piensa que en provincia están mejor, y ahora resulta que lo más seguro es el DF".
Quizá por todo eso, la "guerra" contra el narcotráfico le suena falsa. “Nada más le están tapando el ojo al macho, porque el gobierno ya sabe dónde están los criminales. Más que guerra contra el narco, me suena a guerra contra los más jodidos. Antes llegaban a quitarte el dinero, y ahora pueden quitarte hasta la vida”.
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