El empoderamiento del PRI: dictadura sangrienta
Con todo, el futuro no pinta mejor si se llega a consumar la imposición de Enrique Peña Ni
Revista EMET
No es que la Revolución Mexicana no haya
servido de nada, sino que la traicionaron los vencedores, sobre todo
Álvaro Obregón. Cien años después seguimos luchando por la democracia,
cuando a estas alturas de la Historia deberíamos estarlo haciendo por
una sociedad más igualitaria, en la que no tuvieran cabida la violencia
del Estado ni la corrupción como forma de vida. Tampoco de mucho sirvió
el periodo de transición encabezado por el patriota Lázaro Cárdenas del
Río, pues acabaron imponiéndose, al final de su administración, los
intereses de la oligarquía debido a su alianza estratégica con los
capitales trasnacionales más beneficiados durante la Segunda Guerra
Mundial.
Una centuria después de que tantos mártires dieron su vida por un México mejor, seguimos en las mismas: luchando por algo tan elemental como la democracia, la cual nos fue conculcada por una oligarquía desnacionalizada y totalmente ajena a los sufrimientos del pueblo. Sigue siendo válido el apotegma de Francisco I. Madero, como lo demostró plenamente el reciente proceso electoral: “Sufragio efectivo, no relección”. Ya vimos que no hay condiciones para que se respete la voluntad del pueblo expresada en las urnas. Si en el Porfiriato no había necesidad de comprar los votos, ahora la hay porque existen las condiciones y se puede hacer impunemente tal acción indigna de una verdadera democracia.
En la actualidad, los poderes fácticos ocupan el sitio que hace cien años ocupaban los hacendados porfiristas, e igual que entonces sólo están interesados en salvaguardar sus privilegios. Las pujas entre los oligarcas sólo son por la mejor parte del botín que significan los bienes nacionales, no porque les interese el futuro del país; ni siquiera el de sus hijos, pues saben que en realidad sus vástagos hacen su vida en el extranjero. Sin embargo, ello no equivale a decir que la Revolución Mexicana no sirvió de nada, como señalan algunos críticos al servicio de la oligarquía. Sirvió para acabar con un modelo feudal que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas, y poner los cimientos de una sociedad más abierta a todas las expresiones que subyacían soterradas en la sociedad.
Los problemas empezaron cuando las ambiciones de los caudillos se sobrepusieron a los intereses del país, lo que dio inicio a un sinfín de traiciones a los ideales revolucionarios, que acabaron finalmente con el empuje de las fuerzas surgidas del gran movimiento libertario. Obregón y Plutarco Elías Calles fueron los causantes del sesgo contrarrevolucionario que a punto estuvo de costarnos la total entrega del país a los intereses estadounidenses. Lo evitó, primero, la firmeza del presidente Cárdenas para hacer valer los principios revolucionarios, y, segundo, la Segunda Guerra Mundial que desvió la atención de la Casa Blanca hacia los avatares del gran conflicto planetario.
Con todo, cien años después seguimos inmersos en el mismo conflicto nacido de la necesaria defensa de los bienes nacionales ante las ambiciones de poderosos grupos trasnacionales, quienes tienen como aliados a oligarcas desnacionalizados, como en su tiempo lo fue la elite porfirista. Esta, al igual que el caudillo, se encontraba absolutamente ajena a la realidad del país, igual como sucede en la actualidad, como lo demuestra la visión inconcebible, inexplicable, incluso absurda, que tiene Felipe Calderón de los acontecimientos nacionales.
Su triunfalismo sólo patentiza la desvinculación que tiene de la realidad nacional, pues los hechos son para avergonzar a una persona con un poco de sentido común, de autocrítica y de respeto a sus conciudadanos. Desafortunadamente, le restan poco más de tres meses para que finalice su sexenio, así que nos espera un largo suplicio a los mexicanos preocupados por la terrible descomposición social que aceleró Calderón con su malhadada “guerra” contra el crimen organizado.
Con todo, el futuro no pinta mejor si se llega a consumar la imposición de Enrique Peña Nieto. Al contrario, así se cerraría el círculo que comenzó hace cien años con la lucha de los mexicanos para derrocar a un dictador desvinculado de la realidad nacional. Y de nuevo, volver a empezar, pues el empoderamiento del clan encabezado por Carlos Salinas de Gortari sería la confirmación de que la Historia se repite una y otra vez. La gran diferencia es que la dictadura oligárquica actual es mucho más sangrienta que la de hace un siglo, como lo demuestran los hechos.
Si Calderón deja un legado de muertos incuantificable, una herencia de profunda descomposición social, una imagen de triunfalismo perverso que no encaja con la realidad nacional, el empoderamiento del PRI significará revivir el mismo concepto patrimonialista del poder que tenía Porfirio Díaz. Si los priístas lograron mantenerse en el poder siete décadas, ahora desearían que el periodo se alargara cuando menos una centuria. Queda el consuelo de que no podrán ver realizado su sueño “milenario”, pues al igual que le sucedió a Hitler, las fuerzas populares acabarán imponiéndose por una sencilla razón: el hambre y la devastación las obligará a movilizarse.
Una centuria después de que tantos mártires dieron su vida por un México mejor, seguimos en las mismas: luchando por algo tan elemental como la democracia, la cual nos fue conculcada por una oligarquía desnacionalizada y totalmente ajena a los sufrimientos del pueblo. Sigue siendo válido el apotegma de Francisco I. Madero, como lo demostró plenamente el reciente proceso electoral: “Sufragio efectivo, no relección”. Ya vimos que no hay condiciones para que se respete la voluntad del pueblo expresada en las urnas. Si en el Porfiriato no había necesidad de comprar los votos, ahora la hay porque existen las condiciones y se puede hacer impunemente tal acción indigna de una verdadera democracia.
En la actualidad, los poderes fácticos ocupan el sitio que hace cien años ocupaban los hacendados porfiristas, e igual que entonces sólo están interesados en salvaguardar sus privilegios. Las pujas entre los oligarcas sólo son por la mejor parte del botín que significan los bienes nacionales, no porque les interese el futuro del país; ni siquiera el de sus hijos, pues saben que en realidad sus vástagos hacen su vida en el extranjero. Sin embargo, ello no equivale a decir que la Revolución Mexicana no sirvió de nada, como señalan algunos críticos al servicio de la oligarquía. Sirvió para acabar con un modelo feudal que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas, y poner los cimientos de una sociedad más abierta a todas las expresiones que subyacían soterradas en la sociedad.
Los problemas empezaron cuando las ambiciones de los caudillos se sobrepusieron a los intereses del país, lo que dio inicio a un sinfín de traiciones a los ideales revolucionarios, que acabaron finalmente con el empuje de las fuerzas surgidas del gran movimiento libertario. Obregón y Plutarco Elías Calles fueron los causantes del sesgo contrarrevolucionario que a punto estuvo de costarnos la total entrega del país a los intereses estadounidenses. Lo evitó, primero, la firmeza del presidente Cárdenas para hacer valer los principios revolucionarios, y, segundo, la Segunda Guerra Mundial que desvió la atención de la Casa Blanca hacia los avatares del gran conflicto planetario.
Con todo, cien años después seguimos inmersos en el mismo conflicto nacido de la necesaria defensa de los bienes nacionales ante las ambiciones de poderosos grupos trasnacionales, quienes tienen como aliados a oligarcas desnacionalizados, como en su tiempo lo fue la elite porfirista. Esta, al igual que el caudillo, se encontraba absolutamente ajena a la realidad del país, igual como sucede en la actualidad, como lo demuestra la visión inconcebible, inexplicable, incluso absurda, que tiene Felipe Calderón de los acontecimientos nacionales.
Su triunfalismo sólo patentiza la desvinculación que tiene de la realidad nacional, pues los hechos son para avergonzar a una persona con un poco de sentido común, de autocrítica y de respeto a sus conciudadanos. Desafortunadamente, le restan poco más de tres meses para que finalice su sexenio, así que nos espera un largo suplicio a los mexicanos preocupados por la terrible descomposición social que aceleró Calderón con su malhadada “guerra” contra el crimen organizado.
Con todo, el futuro no pinta mejor si se llega a consumar la imposición de Enrique Peña Nieto. Al contrario, así se cerraría el círculo que comenzó hace cien años con la lucha de los mexicanos para derrocar a un dictador desvinculado de la realidad nacional. Y de nuevo, volver a empezar, pues el empoderamiento del clan encabezado por Carlos Salinas de Gortari sería la confirmación de que la Historia se repite una y otra vez. La gran diferencia es que la dictadura oligárquica actual es mucho más sangrienta que la de hace un siglo, como lo demuestran los hechos.
Si Calderón deja un legado de muertos incuantificable, una herencia de profunda descomposición social, una imagen de triunfalismo perverso que no encaja con la realidad nacional, el empoderamiento del PRI significará revivir el mismo concepto patrimonialista del poder que tenía Porfirio Díaz. Si los priístas lograron mantenerse en el poder siete décadas, ahora desearían que el periodo se alargara cuando menos una centuria. Queda el consuelo de que no podrán ver realizado su sueño “milenario”, pues al igual que le sucedió a Hitler, las fuerzas populares acabarán imponiéndose por una sencilla razón: el hambre y la devastación las obligará a movilizarse.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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