Luz María Dávila y el discurso de Savater

En memoria de José de Jesús Bayardo, testigo y memoria de su tiempo

La semana pasada fue tensa e intensa. A nivel nacional, la custodiada visita del Presidente a Ciudad Juárez provocó una conmoción que, si bien se preveía, se le salió de cauce a la oficialidad, cada día más confusa y desbarajustada. Las cartas están sobre la mesa y el valor de una mujer hizo temblar a las instituciones: fuera del programa -porque los gobernantes sólo atienden su protegida agenda- la señora Luz María Dávila, madre de dos hijos acribillados en el crimen colectivo de jóvenes adolescentes, espetó con rabia las torpezas e irresponsabilidades del decir y hacer presidencial. “No es Usted bienvenido”, le dijo. Y empoderada en su cólera le señaló los motivos.
Como ha sucedido casi siempre, la resonancia internacional de los hechos fue mayor, pues sabemos del control mediático casero de las noticias y es más atractivo, positivo, lavativo y alentativo hablar de suculentos platillos para celebrar el 14 de febrero. ¿Para qué andar repitiendo acontecimientos que afean la imagen de México? ¿Qué ganamos con ello? Así se lo propusieron Fernanda Familiar y adláteres porque ya basta de tantas voces y que sólo hablemos mal de nosotros. ¿Pensarán que somos salvajes? Oiga, nooo… Mejor le informo: el menú de tal restorán es éste, las delicias están en tal, el mus de aguacate con mejillones del tal otro está de pe-lí-cu-la; y los aromas ¡qué barbaridad!, quinientos pesos por persona en realidad no es mucho con derecho a bufé y una copa de vino; y como cereza del pastel, acompañando un postre con crema de almendras en hojaldre, ¡aaah, un coñac!... Es francamente majadero e intolerable: ¡Vivan los valores a lo Fernanda Familiar!
Y el regaño a la Señora Dávila se perpetúa. Todavía ayer pudimos leer y escuchar a comentaristas que por qué se le reclama al Presidente cuando los culpables son los asesinos, cuando bien sabemos que quienes hacen el sino -los hace sinos- cuando menos, si no están coludidos con las redes gubernamentales, son quienes mejor aprovechan los vacíos del poder, la cada vez notoria ausencia de la coordinación política, social y económica que dicen representar y detentan a nombre de todos.
En el bicentenario del inicio de la construcción de un país que llamamos México, las condiciones de un punto de quiebre son cada día más evidentes y se dibujan arrebatos impredecibles, hasta ahora localizados en su expresión más alta como Ciudad Juárez, Luz y Fuerza del Centro, crisis interna de partidos políticos, descrédito de procesos electorales, concentración espeluznante de la riqueza, leyes en contra de los derechos de las mujeres, desempleo y violencia generalizados.
Una de las tantas lecturas del memorable discurso de Fernando Savater al recibir el doctorado honoris causa en la Universidad de Colima, fue sobre el papel de los ciudadanos en circunstancias como la actual. Distinguió a los ciudadanos entre los que ejercen el poder y los que atienden con responsabilidad otras tareas, señalando un matiz para diferenciar a los habitantes de los ciudadanos. En pocos rasgos, afirmó, los habitantes no han tenido oportunidad para capacitarse y discernir, son la masa que puede ser fácilmente manipulable.
La condición de ciudadano, según Savater, no se obtiene por nacimiento y registro en un padrón, es categoría que se adquiere después de un proceso educativo que va más allá de los conocimientos elementales y se fortalece cuando el habitante toma conciencia de su estar y ser parte actuante -a favor o en contra- de la sociedad en que vive. Don Fernando insistió en el papel de la educación como generador de posturas críticas y ejercicios democráticos que poco tienen que ver con la imagen del orden y la supuesta tranquilidad que debe ser aceptada como condición de progreso. Palabras más, palabras menos, Savater tocó puntos neurálgicos como en su momento lo hicieron Don Rubén Bonifaz Nuño, Don Miguel León Portilla y Don Pablo Latapí en ceremonias semejantes, textos que sugiero se reúnan en una edición para acudir a ellos como parámetros en el ir y venir de los procesos educativos en las aulas y a fondo, donde la democracia y el ejercicio del poder pueden ser sobradamente cuestionados.
Los doctorados honoris causa que ha otorgado la Universidad de Colima es una de sus más grandes fortalezas. Tener presentes los discursos de aceptación de cada uno será una permanente lección para construir una nueva ética aplicable en la convulsa sociedad en que hoy vivimos. Nadie desea un punto de quiebre explosivo. Todo dependerá de las formas del ejercicio de mando y de la transformación de habitantes hacia auténticos ciudadanos. El papel de las instituciones educativas como practicantes de la universalidad en esos procesos, es fundamental. Sabríamos cómo darle cauce, por ejemplo, a la rabia y al dolor de Doña Luz María Dávila, más allá de compartir su terrible tragedia: la pérdida absurda de sus dos únicos hijos. Ella no pidió la guerra que el Presidente impuso.

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