México : Más que palabras.

Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)


En algún lugar inhóspito, muy cerca de la muerte y muy lejos de la resignación, cuando no existen argumentos que atenúen el dolor, surge la indignación; y allá, en el árido entorno de las vidas destrozadas, no hay mensajes que atenúen el peso del dolor inmerecido…


Luz María Dávila, madre de dos jóvenes asesinados en la masacre de Ciudad Juárez, esquivó el protocolo del evento y desarticuló los mecanismos de control del discurso presidencial; desobedeciendo los límites establecidos, Luz María proyectó una sombra de rabia e indignación ante Felipe Calderón. Sin preámbulos, Luz María exigió que las autoridades corrigieran la imagen de pandilleros y delincuentes que adjudicaron a los jóvenes asesinados recientemente.


Las razones de Luz María son evidentes: la impericia de las autoridades, la negligencia en la procuración de justicia, el vacío de autoridad en un estado de excepción que desató una guerra civil de intensidad incontenible.


Pero ese fue un diálogo inconcluso: no hubo respuesta inmediata. Felipe Calderón y sus acompañantes, soportaron la arenga con rostros impasibles; el único mensaje perceptible fue un silencio insultante que proyectó insensibilidad y una exasperante incomodidad al confrontar el reclamo de una madre afligida.


Pero entonces, los encargados del protocolo desencadenaron los aplausos para acallar a Luz María y proseguir con el orden previamente establecido. La madre indignada abandonó el recinto. Se extremaron las medidas de seguridad y en un ambiente plenamente controlado, el secretario de Seguridad Pública hilvanó tres cifras en una perorata circular y adornó los mismos datos con una variedad increíble de verbos y adjetivos.


El evento culminó con el discurso de Felipe Calderón: una muestra de las aberraciones que pueden concentrarse en el breve lapso de la enunciación y de los artificios sentimentaloides con los que se pretende lograr un impacto en la audiencia. Sin palabras, pero con un nudo gordiano en la garganta y un cúmulo contenido de lágrimas artificiales, Felipe se afanó en ostentar conmiseración; simuló la determinación con ademanes cortantes y decididos. La ineficiencia de esas estrategias discursivas es contundente: nadie confía en las autoridades, pocos respetan, y ya casi nadie admira, a un mandatario con desplantes de telenovela barata.


El calderonismo se distingue por la proliferación del discurso mediático como el mecanismo para modificar la opinión pública; pero el contenido del discurso calderonista es tan sólo una ilusión, una quimera que se oculta detrás de palabras enmascaradas, editadas y contextualizadas por la mediocracia; pero en el árido entorno de las vidas destrozadas, no hay mensajes que atenúen el peso del dolor inmerecido…


Laura M. López Murillo es Lic. en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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