Calentamiento social
Víctor M. Quintana S.
El capitalismo no sólo no va a solucionar los problemas del mundo, como dice don Pablo González Casanova: los va a empeorar, y crear nuevos. Es el caso de la espiral de violencia y deterioro social que se vive en su máxima intensidad en Ciudad Juárez y, en diferentes grados, en toda nuestra frontera norte.
Así como el calentamiento global es producto acumulado de la emisión de gases de efecto invernadero, lo que en el norte se experimenta estos días es un verdadero calentamiento social. Se origina en la acumulación de los impactos negativos de diversos procesos sociales y en la interacción de esos efectos perversos. La violencia multiforme que acá se vive es el lixiviado que se produce al interactuar exclusión y desigualdad sociales, corrupción, modelo económico polarizante, integración subordinada e hiperexplotada en la fuerza laboral, acción de las mafias de todo tipo, debilidad del Estado, dependencia económica, cultivo mediático de pulsiones consumistas y sexistas, etcétera.
Calentamiento social que sucede más en Chihuahua o Tamaulipas que en Chiapas o Oaxaca. Porque son aquéllas y no éstas las entidades más integradas a la globalización neoliberal mediante el modelo de las maquiladoras. No se da la acumulación de efectos perversos donde hay más altos índices de desempleo y menores porcentajes de población activa en el sector secundario. Se da en las regiones que alguna vez presumieron su “pleno empleo”, su dinamismo industrial, su integración total a la gran fábrica mundial. Los eslabones débiles de la globalización no son las regiones más pobres, pero al mismo tiempo con más defensas culturales y comunitarias; son los espacios que se entregaron sin reserva a la globalización neoliberal. Aquellas donde fue quebrada o desaparecida la resistencia de las comunidades, de las familias, y se les integró a un proyecto de expectativas individualistas de consumo muy por encima de sus miserables ingresos.
Contrariamente a lo previsto, esta crisis social no conduce a la maduración de las “condiciones subjetivas”. Todo lo contrario, contribuye al deterioro social y sicosocial de personas y comunidades. La violencia, ya sea del crimen, ya sea del Estado, detona el desarrollo de enfermedades mentales (La Jornada, 4 de mayo, nota de Ángeles Cruz), dispara la tasa de suicidios, sobre todo entre los jóvenes (La Jornada, 3 de mayo, nota de José Antonio Román), rompe el asociativismo, desbarata comunidades. No revolución, sí fragmentación, destrucción.
Calentamiento social que tiene por actor primordial, que no único, al proletariado anómico. Un proletariado cuyo contingente principal es, precisamente, la prole de los trabajadores de la maquila. Niños y jóvenes que por la doble o triple jornada de sus padres o de sus madres solteras han crecido descuidados, sin más escuela que la calle. Quienes han sido víctimas de la violencia doméstica en un contexto de un modelo de industrialización que reduce a los trabajadores a su condición de sólo productores manuales, y reduce también al mínimo los tiempos “no productivos” de la convivencia familiar. Los jóvenes condenados a ser ninis perpetuos por la retirada del Estado de hacer efectivos sus derechos básicos de educación, cultura, recreación, salud y trabajo.
No es un contingente que sirva de ejército de reserva. Se trata de un proletariado que, altamente integrado a la cultura individualista y del consumo y altamente excluido de la posibilidad de hacerlo, opta por las conductas violentas, delincuenciales. Esa es la base social de las bandas como Los Aztecas y del sicariato. Si a fines del XIX Durkheim encontró una de las explicaciones del suicidio en la anomia, en la imposibilidad de integrarse y acatar las normas de la sociedad, la anomia explica ahora no el suicidio, sino el feminicidio y el juvenicidio.
Podría verse esto con ojos clasistas, con el mismo temor que al principio de la industrialización se veía a las “clases peligrosas”. Responsabilizar a la propia sociedad fronteriza de la violencia y el deterioro social. Si no fuera porque en la producción de ese proletariado convergen los privilegios, la explotación y la corrupción perpetradas por una clase dominante, delincuencial, donde se encuentran el sistema de la maquila, los sindicatos que no defienden sino explotan al trabajador, los desarrolladores urbanos sin escrúpulos, los diversos órdenes de gobierno corruptos, y las redes del crimen organizado.
Cuando la crisis económica de la globalización neoliberal amenaza al capital, como sucede en Grecia, de inmediato se aplican billones de euros a resolverla. Cuando se agudiza el calentamiento global, tibiamente se invierten millones de dólares a combatirlo, no porque amenace a la comunidad de los seres vivos, sino a la base natural de la riqueza. Pero cuando el calentamiento social destruye hombres, mujeres, familias y comunidades, haciendo de sus existencias un infierno, se escatiman todos los recursos. Al fin y al cabo en el capitalismo lo más prescindible son las personas.
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El capitalismo no sólo no va a solucionar los problemas del mundo, como dice don Pablo González Casanova: los va a empeorar, y crear nuevos. Es el caso de la espiral de violencia y deterioro social que se vive en su máxima intensidad en Ciudad Juárez y, en diferentes grados, en toda nuestra frontera norte.
Así como el calentamiento global es producto acumulado de la emisión de gases de efecto invernadero, lo que en el norte se experimenta estos días es un verdadero calentamiento social. Se origina en la acumulación de los impactos negativos de diversos procesos sociales y en la interacción de esos efectos perversos. La violencia multiforme que acá se vive es el lixiviado que se produce al interactuar exclusión y desigualdad sociales, corrupción, modelo económico polarizante, integración subordinada e hiperexplotada en la fuerza laboral, acción de las mafias de todo tipo, debilidad del Estado, dependencia económica, cultivo mediático de pulsiones consumistas y sexistas, etcétera.
Calentamiento social que sucede más en Chihuahua o Tamaulipas que en Chiapas o Oaxaca. Porque son aquéllas y no éstas las entidades más integradas a la globalización neoliberal mediante el modelo de las maquiladoras. No se da la acumulación de efectos perversos donde hay más altos índices de desempleo y menores porcentajes de población activa en el sector secundario. Se da en las regiones que alguna vez presumieron su “pleno empleo”, su dinamismo industrial, su integración total a la gran fábrica mundial. Los eslabones débiles de la globalización no son las regiones más pobres, pero al mismo tiempo con más defensas culturales y comunitarias; son los espacios que se entregaron sin reserva a la globalización neoliberal. Aquellas donde fue quebrada o desaparecida la resistencia de las comunidades, de las familias, y se les integró a un proyecto de expectativas individualistas de consumo muy por encima de sus miserables ingresos.
Contrariamente a lo previsto, esta crisis social no conduce a la maduración de las “condiciones subjetivas”. Todo lo contrario, contribuye al deterioro social y sicosocial de personas y comunidades. La violencia, ya sea del crimen, ya sea del Estado, detona el desarrollo de enfermedades mentales (La Jornada, 4 de mayo, nota de Ángeles Cruz), dispara la tasa de suicidios, sobre todo entre los jóvenes (La Jornada, 3 de mayo, nota de José Antonio Román), rompe el asociativismo, desbarata comunidades. No revolución, sí fragmentación, destrucción.
Calentamiento social que tiene por actor primordial, que no único, al proletariado anómico. Un proletariado cuyo contingente principal es, precisamente, la prole de los trabajadores de la maquila. Niños y jóvenes que por la doble o triple jornada de sus padres o de sus madres solteras han crecido descuidados, sin más escuela que la calle. Quienes han sido víctimas de la violencia doméstica en un contexto de un modelo de industrialización que reduce a los trabajadores a su condición de sólo productores manuales, y reduce también al mínimo los tiempos “no productivos” de la convivencia familiar. Los jóvenes condenados a ser ninis perpetuos por la retirada del Estado de hacer efectivos sus derechos básicos de educación, cultura, recreación, salud y trabajo.
No es un contingente que sirva de ejército de reserva. Se trata de un proletariado que, altamente integrado a la cultura individualista y del consumo y altamente excluido de la posibilidad de hacerlo, opta por las conductas violentas, delincuenciales. Esa es la base social de las bandas como Los Aztecas y del sicariato. Si a fines del XIX Durkheim encontró una de las explicaciones del suicidio en la anomia, en la imposibilidad de integrarse y acatar las normas de la sociedad, la anomia explica ahora no el suicidio, sino el feminicidio y el juvenicidio.
Podría verse esto con ojos clasistas, con el mismo temor que al principio de la industrialización se veía a las “clases peligrosas”. Responsabilizar a la propia sociedad fronteriza de la violencia y el deterioro social. Si no fuera porque en la producción de ese proletariado convergen los privilegios, la explotación y la corrupción perpetradas por una clase dominante, delincuencial, donde se encuentran el sistema de la maquila, los sindicatos que no defienden sino explotan al trabajador, los desarrolladores urbanos sin escrúpulos, los diversos órdenes de gobierno corruptos, y las redes del crimen organizado.
Cuando la crisis económica de la globalización neoliberal amenaza al capital, como sucede en Grecia, de inmediato se aplican billones de euros a resolverla. Cuando se agudiza el calentamiento global, tibiamente se invierten millones de dólares a combatirlo, no porque amenace a la comunidad de los seres vivos, sino a la base natural de la riqueza. Pero cuando el calentamiento social destruye hombres, mujeres, familias y comunidades, haciendo de sus existencias un infierno, se escatiman todos los recursos. Al fin y al cabo en el capitalismo lo más prescindible son las personas.
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